¿Quiénes son los dueños de Violeta Parra, Víctor Jara y Los Prisioneros?
Mientras las leyendas de la música anglo hacen noticia por vender sus catálogos, los artistas chilenos luchan por recuperarlos. Los esfuerzos que han emprendido diversos creadores -o sus herederos- para recobrar o subir a plataformas digitales su propia discografía muestran casos insólitos, como obras emblemáticas en manos de anónimos o álbumes universales de nuestro cancionero que no están en streaming.
Dedicarse a la música en Chile a veces implica también desarrollar habilidades similares a las de un arqueólogo o de un investigador privado. El año pasado, cuando Ángel Parra Orrego decidió que ya era momento de completar la discografía disponible en plataformas de su proyecto Ángel Parra Trío, inició una exhaustiva búsqueda en la que se topó con contratos con sellos que ya habían expirado y cintas master que simplemente no estaban. En algunos casos, incluso, tuvo que pedir prestadas sus copias a los fans del grupo y digitalizar los elepés a partir de las primeras ediciones de cada álbum.
Cecilia Pantoja debió hacer algo similar en 2019 para lanzar un vinilo de grandes éxitos. Nunca consiguió los master de sus canciones y en el camino, además, debió pagar una importante suma por derechos autorales a la editorial fundada por el italiano Domenico Modugno -autor de algunos de sus hits, como “Baño de mar a medianoche” y “Aleluya”- además de los costos de fabricación. En total gastó cerca de $6 millones para costear sólo 500 copias del vinilo. “Fue tan tortuoso que no sé si podríamos hacer lo mismo de nuevo”, dice Yasmín Bau, representante de “La incomparable”.
La consolidación del modelo digital ha revalorizado el catálogo, el tema de moda por estos días en la industria de la música. En el último tiempo, Bob Dylan, Neil Young y Shakira han vendido los derechos autorales de su discografía a poderosas compañías editoriales por cientos de millones de dólares. En Chile, en cambio, la batalla actual de los creadores es por el derecho fonográfico.
Ahí se desprenden dos conceptos esenciales. Por un lado, los derechos de autor, los que tiene el compositor sobre una canción o disco de su autoría; y por otro, los derechos fonográficos, cuyos titulares son los que producen o financian dicha grabación, que generalmente son los sellos discográficos.
Así, en medio del encierro y la falta de actividad, diversos artistas han redoblado esfuerzos por rastrear o adquirir la propiedad de sus grabaciones y el uso comercial de éstas, lo que, entre cosas, permite reeditar o subir al streaming las piezas perdidas de su carrera. Una tarea que se vuelve cuesta arriba cuando los dueños de esos fonogramas son sellos que ya no existen o que fueron absorbidos por otras compañías. O cuando los master se perdieron o terminaron en manos de terceros.
“Esto tiene que ver con algo personal, pero también con un enorme catálogo que está esperando pasar de esta zona de sombras a estar al alcance de cualquier persona”, dice Fernando Ubiergo, quien tras un proceso judicial de casi una década recobró los master de los discos que grabó para el extinto sello IRT entre 1978 y 1981, que incluyen algunos de sus grandes himnos. “Ahora, además de ser el dueño de mis canciones, que siempre lo he sido, soy también dueño de mis registros”, explica.
Junto al autor de “El tiempo en las bastillas”, artistas como Illapu, Los Bunkers, Javiera Parra, Carlos Cabezas y José Alfredo Fuentes han intentado en el último tiempo recuperar algunas de sus primeras obras y de paso completar los enormes vacíos que tiene el cancionero chileno en plataformas digitales, donde siguen sin estar disponibles álbumes tan fundamentales como la “Cantata Santa María de Iquique” o “Las últimas composiciones de Violeta Parra”.
Violeta Parra
El último álbum registrado y editado por la folclorista antes de su muerte, la obra cumbre de 1966 que incluye piezas como “Gracias a la vida” y “Volver a los 17″, es también el único que la artista grabó para RCA Víctor, una de las dos grandes casas discográficas chilenas de la época. Hoy ese álbum junto con buena parte del catálogo del sello -rebautizado como IRT en el gobierno de Salvador Allende- está en manos del ingeniero eléctrico Pedro Valdebenito, extrabajador de la RCA quien en los 90 y por cerca de $350 mil compró cerca de 3 mil master de la compañía, que cubren desde 1933 a 1980. Un tesoro fonográfico que por esos años traspasó a su firma Arci Music y que incluye elepés y singles de Margot Loyola, Los Vidrios Quebrados, Pedro Messone y Los Jaivas, entre muchos otros.
Si bien él mismo asegura que gran parte de ese repertorio ya se subió a plataformas, “Las últimas composiciones” nunca ha sido digitalizado pese a las constantes solicitudes que dice recibir de compañías suecas, argentinas y japonesas. “No voy a hacer nada mientras no llegue a un acuerdo con la heredera”, dice refiriéndose a Isabel Parra, hija de Violeta, con la que ha librado una batalla de larga data y con diversos capítulos por el álbum, del que Valdebenito tiene los derechos de uso comercial y el clan Parra, los autorales.
Tras una demanda por apropiación de obra en 2006, el Segundo Juzgado Civil de San Miguel obligó al ingeniero a pagar casi $20 millones a la intérprete por derechos artísticos y daño moral, y estableció que desde ese momento cualquier reedición del disco tenía que ser autorizada también por ella. A partir de entonces el álbum entró en una suerte de nudo ciego y no ha vuelto a ser publicado -la familia Parra tuvo que regrabar los temas del disco para lanzar una versión del mismo en 2017- aunque Valdebenito asegura que Isabel Parra, a través de la Fundación Violeta Parra, lo reeditó con otra carátula en 2019.
Pese a esto, el ejecutivo no se cierra a llegar a un acuerdo con la cantautora. “Puede ser que entremos en una alianza y se reedite el disco en todos los formatos. Yo le he hecho un par de propuestas y he intentado negociar para reeditarlo, pero ella siempre ha tenido la pretensión de adueñarse del fonograma. El disco se libera y queda de dominio público 70 años después de su grabación, así que todavía me quedan como 20”, asegura.
Este no es el único fonograma que ha llevado a Valdebenito a tribunales: además del citado catálogo de Ubiergo para IRT, con quien dice haber llegado a un acuerdo tras el juicio (“le di una licencia sin tiempo para que lo use hasta que se aburra”, cuenta), también es dueño de “Raza brava” (1977), uno de los pocos álbumes de Illapu que no existe en el streaming. “No está en digital porque ellos me demandaron en el juzgado del crimen, pero al final me dieron la razón”, detalla, aunque advierte que pretende reeditarlo en vinilo.
Víctor Jara
En el caso del cantautor asesinado en 1973, prácticamente la totalidad de su legado artístico está en manos de la sucesión Víctor Jara -formada por su viuda Joan Turner y su hija Amanda-, incluyendo su archivo fotográfico, textual y discográfico. A diferencia de lo que ha ocurrido con Violeta Parra y otros gigantes del cancionero local, buena parte del catálogo del autor de “Manifiesto”, sus derechos autorales pero también fonográficos, tienen como titulares a sus herederos, tras diversas gestiones con casas discográficas extranjeras y donaciones recibidas por los propietarios de los master que el solista registró para Dicap.
La excepción la marcan los tres primeros elepés del cantautor, que publicó con EMI Odeón: “Víctor Jara” (1967), “Canciones folclóricas de América Latina” (1967) y “Canto libre” (1970). Las tres grabaciones son actualmente propiedad del sello Universal y sólo la primera no está en servicios como Spotify. “Han habido conversaciones con el sello pero hasta ahora ninguna ha sido fructífera”, detalla un cercano a la familia.
Todo el resto de su discografía está digitalizada y disponible en plataformas, como parte de un trabajo conjunto entre la sucesión y la Fundación Víctor Jara.
Los Jaivas
El manejo patrimonial de Los Jaivas ha sido menos pedregoso pero no por ello exento de complejidades. Su primer álbum, “El volantín” (1971), es propiedad absoluta de ellos, no de alguna discográfica en particular: fue autofinanciado y autoproducido en los estudios de la RCA en Santiago. A mediados del año pasado, un nuevo sello nacional, Transaméricas, lo reeditó en vinilo con un tiraje limitado de mil copias, negociando directamente con los músicos.
Ahí se dio una singularidad: con ese dinero recibido, Los Jaivas -como propietarios de los derechos fonográficos del álbum- tuvieron que pagar los derechos autorales a los artistas de la obra, o sea, a ellos mismos.
Pero el caso más llamativo está en su segundo disco, “La ventana” (1973). Es propiedad del sello IRT, no de la banda, por lo que forma parte de los miles de álbumes comprados por Pedro Valdebenito. De hecho, Los Jaivas se dieron cuenta de esto cuando en la década de los 90 se toparon con una descuidada versión en CD de La ventana que tenía el logo antiguo del grupo. “Ahí dijimos: si lo van a reeditar igual, mejor colaboremos con esto para que salga de la mejor manera posible”, admite Claudio Parra.
La agrupación ha asesorado todas las últimas entregas del álbum, incluyendo la edición en vinilo que salió el año pasado, a cargo de la firma Al Abordaje Muchachos. Con ellos mismos los músicos preparan para los próximos meses la edición de una versión doble en vinilo del álbum, la que incluirá tracks inéditos y grabaciones descartadas de las sesiones originales.
Además de “La ventana”, otros dos títulos no están bajo el control del grupo: “El indio” (1975) y “Canción del sur” (1977). Todo el resto es de ellos, incluyendo grabaciones como el show en el festival “Los caminos que se abren” (1973), o los álbumes no oficiales “Los Jaivas en Argentina” y “Los Jaivas en Moscú”. Varios de ellos serán reeditados pronto.
Parra culmina: “Tenemos mucha inquietud con respecto a lo que pasará a futuro con los derechos de nuestra obra. Por eso, para que no queden dispersos entre los herederos, hemos pensado en que nuestra fundación pase a ser propietaria de ellos. Tenemos que ver cómo, bajo qué figura, pero es la opción que estamos analizando”.
Los Prisioneros
El dueño de los derechos fonográficos de “La voz de los 80″, el debut de Los Prisioneros, es Carlos Fonseca, mánager histórico de la banda. El álbum fue editado en 1984 bajo su sello, Fusión, lo que le ha permitido mantener la propiedad hasta la actualidad, encargándose también de sus reediciones más recientes.
De hecho, existen planes para que el trabajo vuelva a la vida este 2021, a través de vinilo, casete, CD y picture disc, el que también estaría a cargo de Al Abordaje Muchachos, compañía encargada de diversos rescates discográficos. El resto de la obra del grupo en su primera etapa –”Pateando piedras”, “La cultura de la basura” y “Corazones”- estuvo por décadas bajo el dominio de EMI, hasta que en 2011 la firma fue incorporada a Universal Music.
En los trabajos de su retorno –el homónimo de 2003 y “Manzana” (2004)-, la figura es otra: los master están en manos de una sociedad integrada por Fonseca, Jorge González y Miguel Tapia, bajo el nombre de San Miguel. Claudio Narea dejó la asociación hace unos años aunque tiene una participación equitativa en los montos que se perciben.
Con respecto a los derechos autorales, Fonseca cuenta que en los 80 Los Prisioneros firmaron con la editorial Sochem, vinculada a EMI, para que ellos manejaran esa parte del catálogo de los sanmiguelinos. “Pero en los 90 conseguí que le devolvieran los derechos a Jorge. Hoy los derechos autorales de las canciones de Los Prisioneros son 100% de Jorge”, asegura, agregando que en el caso de los temas escritos por Tapia y Narea funciona de igual manera.
Quilapayún
Si bien desde hace dos décadas los fundadores de Quilapayún integran una agrupación en Chile y otra en Francia, en lo relativo a derechos autorales de su obra el conjunto opera con cierta armonía: las regalías que deja cada grabación se pagan en base a la participación de los integrantes en la misma y cada miembro las cobra individualmente, según ellos mismos detallan.
Donde hay más dispersión es en los fonogramas: hay álbumes más recientes editados de forma independiente por la facción chilena que son de su propiedad, así como otros que financió la EMI Odeón a fines de los 60 con contratos que expiraron tras medio siglo y hoy son de dominio público. Entre medio, un numeroso catálogo que hoy está en manos del sello Warner, que incluye cinco discos editados por Dicap antes de 1973 y buena parte de la producción del grupo durante su exilio en Francia.
De ese último lote se desprende un grupo de obras cumbres de Quilapayún que en su momento pasaron por Alerce y no han sido digitalizadas hasta hoy, como “X Vietnam” (1968), “Basta” (1969) y la “Cantata popular Santa María de Iquique” (1970). Otros tres títulos imprescindibles que tampoco están en streaming. “Todos esos discos salieron en su momento en CD por Warner, pero no sé qué problema han tenido que no los suben. Una explicación puede ser que el contrato con Warner está firmado hace mucho tiempo y no considera las plataformas digitales”, dice Eduardo Carrasco, director musical del grupo.
“Queremos ocuparnos de ese tema para que estén todos esos discos disponibles, porque es absurdo que no estén”, concluye.
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