¿En qué estábamos el 25 de julio pasado? ¿Qué hicimos, qué pensamos, con quiénes interactuamos? Si en cualquier circunstancia la pregunta implica un esfuerzo de memoria, en medio de una pandemia y tras once meses de encierro el ejercicio se vuelve doblemente complejo: los días son casi indistinguibles uno del otro mientras la falta de desplazamientos y reuniones sociales acrecientan la sensación de rutina.

Pero la vida, de alguna forma, continúa. E incluso en estas condiciones son muchos y muy diversos los acontecimientos que cada 24 horas transcurren en el mundo, en un día cualquiera como el 25 de julio. Así lo evidencia “Life in a day 2020”, la segunda versión del proyecto audiovisual a cargo del cineasta escocés Kevin Macdonald, autor de los elogiados documentales “Marley”, “Whitney” y ganador del Oscar por “One day in september” (1999). Un ambicioso experimento que el director ya había probado con éxito hace una década y que en esta especie de secuela, a medio camino entre el documental, el filme colaborativo y la cápsula del tiempo, presenta pequeñas y grandes historias ocurridas sólo durante ese día en diversos rincones del planeta.

Y si hace diez años el proyecto -que tiene a Ridley Scott entre sus productores- recibió cerca de 80 mil registros, esta vez fueron más de 300 mil los videos que la gente envió desde distintos países, dando cuenta de partos, graduaciones, catástrofes naturales, conversaciones por Zoom, manifestaciones sociales en distintas calles del mundo y, sobre todo, de la vida planetaria en modo Covid, con la soledad, la muerte y la comunicación virtual como ejes.

“La primera película era mucho más divertida, tenía cierto drama pero tuvimos que esforzarnos para encontrar partes más oscuras. Esta vez ocurrió lo contrario, teníamos tantos registros más oscuros que tuvimos que limitarlo, porque sino el filme iba a quedar demasiado abrumador”, cuenta Macdonald a Culto sobre su último trabajo, distribuido por Youtube Originals y disponible desde hoy en la plataforma tras su estreno en la reciente edición del festival de Sundance.

Según cuenta el también director de “El último rey de Escocia”, encargado de seleccionar y ensamblar estos miles de testimonios y micro-historias, la pandemia se desató justo cuando iniciaban la producción, lo que de alguna forma incidió en el alza de material recibido: el encierro y la angustia dejó a la humanidad con más tiempo libre y mayor necesidad de comunicarse. “La película habla de nuestros tiempos de una forma que ni siquiera esperábamos, porque todo lo que ocurrió el año pasado fue una coincidencia, fue pura suerte. Bueno, mala suerte para el mundo pero buena suerte para la película”, comenta el realizador desde Londres, una de las ciudades más golpeadas por el coronavirus y sus variantes.

¿Cómo afrontaron la expansión del virus una vez iniciada la producción de la película? ¿Qué se habló al respecto?

Habíamos estado conversando durante varios años sobre la posibilidad de hacer otra versión de “Life in a day”. Lo pensamos tres años después del primero, luego a los cinco, pero nunca pudimos concretarlo porque o yo estaba demasiado ocupado o el productor lo estaba. Hasta que él me llama en marzo pasado y me dice: “Tenemos que hacerlo ahora, para el décimo aniversario, porque si no es ahora no lo haremos nunca”. “¿Y qué hay del Covid?”, le pregunté. Y él lo minimizó asegurando que ya estaríamos libres de esto en mayo (ríe), que no era la gran cosa y que no quería que toda la gente saliera en cámara usando mascarillas.

Pero pasó lo del Black Lives Matter, manifestaciones en todo el mundo. Y el Covid, que ayudó al proyecto. Primero, porque quizás la gente estaba en un modo más reflexivo, pensando en los grandes temas de la vida, así que la película es un poco más pensativa que la anterior, más sincera, creo. Y aborda los grandes temas sin hacerle el quite a la tristeza ni a la muerte, que era algo que no estaba tan presente en el primer filme. Finalmente, el gran tema de la película, igual que la primera, es la conectividad humana en un mundo de locos. Y cómo todos compartimos los mismos deseos y miedos, mientras las cosas que nos separan son más bien pequeñas. En este año de miedo, ira y nacionalismos, creo que es perfecto que este filme le recuerde a la gente que todo esto es menor, es temporal.

¿Cómo hicieron para revisar 300 mil videos?

Bueno, tenemos un equipo grande. La gente puede pensar que como está hecha a punta de videos caseros este es un filme barato de hacer, pero la verdad es que bastante caro, porque tenemos más de 60 personas trabajando varias horas, necesitábamos gente que hablara diversos idiomas. Cada video fue revisado. ¡Eran 14 mil horas de material! Según nuestros cálculos, nos hubiéramos tardado dos años solo en poder ver los videos, así que confiamos en un equipo que fue categorizándolos y los calificó con una a cinco estrellas dependiendo de cuán buenos o interesantes eran. Así que vi la mitad de los 3 estrellas y todos los 4 y 5, como 3 mil o 4 mil horas de material.

¿Qué diferencias encontraron esta vez respecto al material que recibieron hace diez años?

Puede sonar un poco místico, pero creo que el material te habla mientras lo ves y de alguna forma puedes ver lo que el mundo te está tratando de decir. Porque esas son las cosas que están ocurriendo. ¿Por qué nos llegaron tantos videos de gente jugando en los techos y en las azoteas? Eso es lo que el mundo nos dice que está pasando. Lo mismo con las relaciones amorosas, con gente que propone matrimonio o que es rechazada, eso no hubiera pasado en el primer filme porque hay tanta crudeza e infelicidad que simplemente lo que graban y lo que les está pasando representa cómo está el mundo.

El tipo que se graba mientras pide matrimonio y es rechazado en cámara debe ser una de las partes más oscuras del documental, en un sentido tragicómico, al menos.

(Ríe) Bueno, ese tipo de situaciones, o esa pareja japonesa que termina en cámara, son cosas que hemos visto miles de veces en comedias románticas pero yo al menos no las había visto en un documental. Lo importante es que tratamos con seriedad cada registro, no buscamos reírnos de nadie sino mostrarlo tal cual es.

Hay también un hombre que vive aislado en Siberia y que dice a la cámara una de las frases más poderosas de la película: “Mi mayor temor es que mi vida pase desapercibida”.

Me alegra que lo menciones porque esa es la clave de toda la película, esa es la razón por la que la gente envía sus videos. Para mí fue increíble ver eso, cómo esta persona que vive en una pequeña villa de Siberia, que se abastece de agua juntando bloques de hielo en un sótano, que tiene cabezas de vacas guardadas allí, que se ve tan distinto a otra gente, tan exótico, tiene el mismo deseo fundamental que todo el resto de la humanidad, que es que mi vida signifique algo, que importe, ser recordado. Y creo que es una razón fundamental del porqué la gente manda material a este proyecto, algo que todos compartimos.

El filme de alguna forma recoge también la estética del último año y de la forma en que nos relacionamos; la colmena virtual, la pantalla dividida del Zoom. ¿Era esa la intención?

No era la intención pero tiene ese look, la estética de nuestra era. Este es el momento en el que Zoom, Facetime y otras apps ya no son un pasatiempo ocasional sino que algo que está al centro de nuestras vidas. Y creo que hay algo ahí también sobre cómo la tecnología nos ha rescatado en tiempos difíciles. Como este tipo en EE.UU. que perdió su trabajo, vive en su auto y tiene estos drones, que son su pasión, y usando un aparato de realidad virtual vuela y se abstrae de todo. Ese es un ejemplo concreto de cómo la tecnología nos puede salvar cuando la realidad es insoportable.

¿Es muy distinto hacer un documental sobre una persona en particular, como Bob Marley y Whitney Houston, que hacer uno sobre cientos de miles de personas?

Hacer un documental como “Life in a day” es más entretenido, porque no estás grabando tú mismo, eres pasivo en cierta forma. Simplemente tengo que aceptar y trabajar con lo que recibo, mientras que cuando filmo siempre termino diciendo “hice mal esta toma”, “debí haber hecho esto de otra forma”, “debí preguntarle por esto”. En este caso hay como un ejercicio de aceptación de lo que el mundo te provee, que es muy bonito y me hace sentir realmente protegido. Es como sentir que tengo las mejores tomas posibles, porque realmente me encantan todos estos videos, mucho más que si los hubiera grabado yo mismo. Hay algo realmente mágico ahí. Finalmente esto es como ser un DJ, como si tuviera estos discos a la mano y simplemente debo escoger el orden y cuán fuerte pongo las canciones.