La chilena nómade que triunfó en el rock peruano

Archivo de Ayo Rivasplata.

Una de las cantantes más recordadas del pop-rock peruano de los 80 es una chilena de vida nómade y asombrosos vínculos artísticos. Pese a haber nacido y muerto en Santiago, Danai Höhne resulta sin embargo una desconocida para el circuito musical local. Convencido del valor de su historia, un cronista musical peruano concluye dos años de investigación para su primera biografía.


Monna Bell (1938-2008), Rosamel Araya (1936-1996), Rosita Serrano (1914-1997): cantantes chilenos que no son comparables en sus biografías ni estilos, pero que comparten hitos de conquista extranjera de los que Chile casi no acusó recibo. Famosos en sus países adoptivos —México, Argentina y Alemania, respectivamente—, son sin embargo referencias discretas de actividad musical en su nación de origen. Podría sumarse a la lista Danai Höhne, cantante nacida en Santiago en 1955, educada en el Colegio Santa Úrsula de Vitacura y en el antiguo Conservatorio Nacional de Música, y con un periplo extranjero iniciado poco después del Golpe de Estado que tuvo en sus años de vida en Lima, Perú, señas de éxito comprobables.

Gracias a su trabajo junto a la banda Pateando Latas, Danai fue figura popular del pop peruano “ochentero”. Tuvo temas suyos en radios, marcó el tope de los ránkings de venta, fue invitada frecuente a televisión y hasta teloneó a Soda Stereo.

De su nombre, sin embargo, no hay rastro en libros, documentales ni crónicas musicales trabajados en Chile hasta ahora. Sus grabaciones no están en radios ni se han recopilado anécdotas de su vínculo con otros músicos nacionales. Fallecida en Santiago en 1992, tampoco ese final tuvo mención alguna en la prensa de la época.

Pero mírenla en YouTube: segura, cautivante, firme frente a la multitud en un registro vocal capaz de llevar su influencia bluesera a un pop asociable al new-wave. ¿Cómo fue que no reparamos en ella hasta ahora?

Archivo de Ayo Rivasplata.

“Los periodistas de cultura en Sudamérica trabajamos muchas veces contra una cierta fobia a la memoria instalada en nuestros países”, estima Fernando Pinzás, cronista musical peruano que de simple curioso sobre la vida de Danai ha pasado a ser un conocedor de referencia sobre la cantante: “Hoy que se reivindica a las mujeres pioneras en distintas áreas del arte y la cultura, se hace necesario rescatarla del olvido”, estima.

Investigador independiente y miembro del grupo electrónico Varsovia, Pinzás trabaja hace dos años en un libro biográfico que espera publicar este 2021. Un reportaje publicado en el diario El Comercio, hace nueve meses (“Resucitando el mito”), y un contundente texto en el nuevo libro colectivo Cielo Rock. Una visita al panteón del rock peruano (“Danai Höhne. Canción en el exilio”) —que se presenta este fin de semana en la Feria del Libro de Huancayo— son préambulos de esa investigación más extensa, para la cual ha contactado a antiguos colaboradores y amigos de la chilena, y a sus dos hijas (hoy en México).

Cada nueva entrevista, dice él, le confirma que la vida de Danai Höhne merece contarse en extenso:

“Es la primera solista femenina del rock peruano, y además una mujer que dio un inusual paso entre folclor y rock como si fuese algo natural. Su historia me recuerda a la de Luca Prodán, un músico de talento, con mucho mundo, que llega a la escena rockera de un país extranjero, la remueve y la marca. Danai no es una figura de culto que hoy haya que desenterrar, fue alguien inserta totalmente en el mainstream, pero que por las características del rock peruano no pudo llegar a internacionalizar su música. Estoy seguro de que si hubiese hecho su carrera en Chile sería mucho más popular, y no habría tenido el final que tuvo”.

Raíces distantes, conciencia política y valiosas ligazones musicales se funden en la biografía de Danai Höhne. Su madre griega, Mirka, y su padre alemán, Herbert, se conocieron en Santiago como jóvenes inmigrantes europeos. La única hija entre ambos nació en Santiago en 1955 y creció favorecida por un contundente capital cultural: Mirka Stratigopoulou había arribado al país en 1951 escapando de los conflictos políticos de Grecia, y destacó aquí en los campos de la danza y la música. Llegó a ser primera bailarina del Ballet Nacional Chileno-BANCh, y cofundadora del Conjunto de Música Antigua de la PUC (el mismo de Sylvia Soublette). Su hermana escritora, Danai, la visitó hacia 1967 y extendió en la capital una estadía productiva: fue profesora universitaria, desarrolló amistad con Joan Turner y Pablo Neruda (parte de cuya obra tradujo al griego), y publicó un disco con el sello Dicap (Istros - Danai canta a Neruda, 1969).

«Eran mujeres de avanzada, que influyeron mucho en Danai como una futura mujer independiente y artista, siempre con proyectos y despreocupada de lo material», describe Pinzás.

Archivo de Ayo Rivasplata.

Durante los años de la UP, Danai Höhne fue, resumidamente hablando, una estudiante de música del Conservatorio con simpatías de izquierda (aunque sin militancia partidaria) y novio rockero. Ricardo Mendeville era uno de los dos guitarristas eléctricos del grupo Escombros, banda con un LP de covers y composiciones originales en inglés (Escombros, 1970, sello Arena) como prueba de compromiso. La pareja financiaba parte de sus gastos apoyando en vivo al popular Paolo Salvatore. Pinzás dio con pistas de sus noches en un café llamado Rosso Nero, donde a veces Danai ofrecía un espectáculo propio con covers de Aretha Franklin y Carole King. El investigador pesquisó a la pareja también en el primer montaje local de 1973 para Jesucristo Superestrella, en el Teatro Municipal de Santiago (aquél en que los cantantes Mario Argandoña y Juan Carlos Duque tomaron respectivamente los papeles de Jesús y Judas Iscariote).

Hasta que una mañana, desde su casa en Tomás Moro, Danai y Ricardo escucharon de cerca los aviones que el 11 de septiembre de 1973 fueron por la residencia de Salvador Allende. Como para los demás artistas chilenos, desde entonces todo fue a peor: Danai vio interrumpidos sus estudios y encargos de trabajo, y su padre pasó diez días preso en el Estadio Nacional (donde los militares le hicieron pagar su ayuda a que perseguidos políticos se asilaran en la embajada alemana). La joven pareja de músicos no tardó en decidir su salida del país a un destino lejano: en el verano de 1974, dos meses de viaje por tierra y barco los dejaron finalmente en Atenas.

Comienza entonces el trayecto de otra Danai, ahora nómade y en búsqueda de un cauce musical nuevo. En el camino quedó Ricardo, de quien se separó, y una nueva ilusión en Lima, Perú, a donde llegó a mediados de 1974. Su vocación seguía firme: se integró a un grupo llamado Tiempo Nuevo (no confundir con el Conjunto Tiemponuevo, de Valparaíso), en el que la joven debió moderar su gusto por la música en inglés para priorizar la raíz latinoamericana y el mensaje social.

“Durante la dictadura de Morales Bermúdez, Tiempo Nuevo puso la banda sonora a la lucha de las izquierdas”, detalla Fernando Pinzás, “pero a diferencia de sus compañeros de grupo, la disciplina partidaria no era para Danai, una mujer libre, desapegada de lo material, que compartía, sí, los ideales de justicia social y que ayudó a los comités de solidaridad con exiliados chilenos”.

De todos modos, la chilena siguió a bordo del proyecto por casi nueve años, que incluyeron la publicación de tres álbumes y dos giras por Europa. Su salida, en 1983, orientó al fin su cruce a la vereda pop-rock. Primero en las banda T.V. Color y luego más decididamente en Danai & Pateando Latas, la chilena estilizó su imagen y su sonido, con maquillaje, instrumentos eléctricos y un foco promocional que la llevó con frecuencia a medios. La banda teloneó la primera visita de Soda Stereo a Lima, en 1986.

Describe Fernando Pinzás en su texto sobre Danai en el libro Cielo Rock:

“Durante su adolescencia chilena, Danai era fan de Led Zeppelin, Rolling Stones, Jethro Tull y, muy en especial, de Janis Joplin. Años después, ya convertida en una referente del género, explicaría las motivaciones de este cambio: “Me siento muy bien haciendo rock… Nacida en Santiago de Chile y viviendo en Lima, no me sentía muy bien interpretando música andina. Si provengo de la ciudad, ¿cómo voy a hacer música andina mejor que la gente del ande?», confesó por esa época. Estaba convencida de «crear un rocklatinoamericano-limeño»”.

Presentados como los de una solista, el single “Hevy rats” (1986) y el EP “Maquillaje sensual” (1987) contenían seductoras invitaciones al baile, desde una voz enfática, ágil, y cómoda entre arreglos cosmopolitas. El LP Ídolos (EMI, 1988) es el único largaduración atribuido a Danai, aunque inencontrable hoy en plataformas digitales. Hace un año, el sello peruano Cal publicó un CD compilatorio bajo el título Danai - Completo, con 16 tracks que suman sus singles, EP, único álbum y dos temas en vivo.

Los años de la cantante en Lima fueron importantes, no sólo en lo profesional. En la capital peruana Danai tuvo a sus dos hijas, fruto de la relación estable con el chileno Rodrigo Ramírez, también desterrado por la dictadura. “Ninguno de sus amigos tiene clara la fecha en que ella se va de Perú, pero sus últimos conciertos acá fueron en julio de 1988, y para finales de año su grupo ya aparecía como separado”, dice Fernando Pinzás, quien atribuye a diversos problemas su decisión de abandonar Lima y regresar a Santiago:

“Comentó en una entrevista en prensa sobre problemas económicos, lo cual es coherente con el momento de recesión del gobierno aprista, que tuvo una inflación feroz. Pero además ella estaba muy mal de salud. Si la ves en la única entrevista en video en YouTube, ya se nota muy delgada, desmejorada, y como… fuera de este mundo. Ella tenía problemas serios de asma, muy fuerte. Y, según varios entrevistados, pasó un tiempo pegada a la cocaína y a medicinas fuertes para aliviarse el dolor. Acá llegó a haber rumores de que había muerto”.

Una nota de febrero de 1990 en el diario peruano Expreso es la última aparición de Danai en prensa. Es la transcripción de una entrevista realizada a la cantante por un músico del grupo Río en la casa de su padre en Bellavista, donde ella pasó sus últimos años. Comenta allí sobre su partida de Lima:

“Lo decidí de un día para otro. Yo no estaba bien y, cuando uno no está bien del cuerpo ni del alma, no trabaja bien […]. Yo siempre volvería al Perú. Es el país que amo, pero, si vuelvo, sería para hacer algo concreto.

—¿Qué piensas hacer ahora?

—Algo nuevo por acá. Estoy formando un grupo. Mi trabajo no ha parado. Parar es morir […]. A todos les digo que estoy súper bien. Que no me voy a morir ni mucho menos. Que solo estoy esperando el momento oportuno para dar todo lo que tengo de mí. Sigo en la lucha, sigo en el camino.”

Al año siguiente de haberse publicado esa entrevista, Fernando Pinzás pesquisó un viaje de Danai a España, motivada por un proyecto musical con su antiguo compañero en Pateando Latas, Carlos Kakutani, que no prosperó. No hay muchas más pistas luego de eso. Un paro cardíaco derivado de su condición asmática le provocó la muerte en Santiago, el 8 de junio de 1992, a los 37 años. Vida incansable, final abrupto. Compara el autor peruano en su crónica:

«Como algunos de los artistas más brillantes, Danai decidió que era mejor “arder que quemarse lentamente”. Todos coinciden en que, por su voz y presencia escénica, fue la mejor intérprete rockera en nuestro medio».

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