Era una bestia de teatro, un animal de las tablas y murió en su ley: actuando en Orquesta de señoritas, con tanta entrega que le costó la vida, haciendo oídos sordos de los rebrotes y la crisis pandémica que enterró al teatro y trastocó la sociedad completa. A Tomás Vidiella le gustaba robarse al público en cada una de sus obras, le encantaba descollar y actuar para la galería, no podía concebir la vida sin eso, era adicto al teatro.

Hay que decirlo con todas sus letras, fue irresponsable su retorno a las tablas. Ese salto al vacío no sorprende. El actor, que deleitó a varias generaciones con su solidez y rigor y brilló hasta sus últimos años en Viejos de mierda, siempre fue arriesgado dentro y fuera del escenario.

Emprendedor nato, en plena dictadura apostó por invertir lo que ganaba como galán en las teleseries de TVN, como De cara al mañana, La Torre 10, La villa o la censurada La dama del balcón, y convertirse en un exitoso empresario con sala propia. A una añosa casa de adobe de Bellavista la bautizó El Conventillo, cuando el barrio aún no estaba de moda y sólo existía el restaurant Venezia. Tras 21 años fue forzado a venderlo en 2004 a una inmobiliaria para que no se convirtiera en un teatro isla, en medio y a la sombra de dos torres de departamentos. Precursor de las multisalas, El Conventillo llegó a tener dos salas para clásicos, obras comerciales y más alternativas. Venderlo fue como matar al hijo que nunca tuvo. Antes estuvo a cargo del Teatro Hollywood, un cine abandonado en Irarrázabal a pasos de Plaza Ñuñoa, y de una sala en el centro comercial Lo Castillo.

Tomás Vidiella, actor, director y gestor cultural.

Amigo de Víctor Jara

Estudió en teatro en la Universidad de Chile, donde fue compañero de curso Víctor Jara y fue dirigido por él en Parecido a la felicidad, La remolienda, Marat Sade y Viet rock. Vidiella superó el duelo de Víctor y se volcó con todo a la evasión, como si, en el fondo, no pudiera enfrentar esa pérdida tan dolorosa. El actor nunca se desprendería en público de esa coraza.

Vidiella fue pionero y escribió algunas páginas del teatro independiente chileno. Importó el formato del café-concert a Chile y estrenó en la recordada compañía El Túnel la primera obra nacional de ese género, Agamos el amor, en 1971, con las actuaciones de Alejandro Cohen y Pina Brand.

Luego, en 1975, montó un espectáculo musical y de humor revisteril. Pura entretención para que el público evadiera la dura realidad de la época, pero tratando de subir el nivel del género. Se llamó Los siete espejos y rescataba el mítico prostíbulo de Valparaíso ubicado en calle Clave, protagonizado por cuatro picarescas bailarinas gordas, con texto de la escritora Isabel Allende -antes de su exilio en Venezuela- y música de Francisco Flores del Campo, autor de las canciones de La Pérgola de las Flores. Para el elenco hizo un llamado de casting por el diario y al aviso acudieron 25 postulantes. Las elegidas, entre ellas Patricia Iribarra, debían vestirse como conejitas de Playboy, bailar ballet clásico con mallas y tutú y encarnar a las cariátides, las columnas de la arquitectura griega con figuras femeninas esculpidas.

Desafiando el toque de queda

Sus obras y compañías siempre tuvieron un sello propio y reconocible por el público. En 1976, fue adelantado a su época, transgresor e irreverente al atreverse con Cabaret Bijoux en plena vigencia del toque de queda. Ahí interpretó a Lulú, una travesti de una revista decadente. Con este personaje kitsch, estridente y chillón, Vidiella inauguró el travestismo en el imaginario colectivo chileno en plena dictadura, mucho antes que lo hiciera Andrés Pérez con el personaje de Esperanza de La Negra Ester, las crónicas de Pedro Lemebel o las fotografías de La manzana de Adán, de Paz Errázuriz.

Pero Cabaret Bijoux se haría famosa por el “ballet de gordas”, recurso que el actor y director rescató, sin pudor, de su obra anterior. Aunque ganar dinero era mirado como un estigma por el mundo del teatro en esos años, si un cliché le resultaba rentable y comercial no le hacía asco a autoplagiarse. Vidiella ocupa otros estatus en varias categorías y pocos actores fueron tan talentosos para los negocios como él. Ya pasado el Covid, volverá el teatro, volverá la “normalidad”, volverá todo y este adorable “viejo de mierda” ya no estará para deleitarnos.