No siempre estuvo la estatua ecuestre del general Manuel Baquedano. Tras el retiro de la efigie del lugar, la noche del pasado 12 de marzo, el paisaje en la Plaza Baquedano se parece algo más a lo que existía previo a la llegada del bronce.

En rigor, el lugar no siempre perteneció a la ciudad. Desde su fundación, en 1541, la urbe se emplazó en relación a la Plaza de Armas. Como lo señalaron los estudios de Tomás Thayer Ojeda en el clásico Santiago en el siglo XVI, en los inicios la ciudad se extendía un poco más al oriente del cerro Santa Lucía. Al norte, el río Mapocho; al sur, la Cañada (la actual Alameda); y al oeste, la cañada de Diego García de Cáceres (la actual avenida Brasil).

El límite del exradio urbano se mantuvo con algunas modificaciones durante el período colonial, pero el cerro Santa Lucía seguía siendo el límite oriente.

Los estudios del historiador Armando de Ramón indican que ya en los años de la República, las autoridades comenzaron a preocuparse tanto de los límites urbanos, como de la segregación de los diferentes barrios de la bullante ciudad.

Por ejemplo, Armando de Ramón cita un reglamento de 1848 (durante el gobierno del general Manuel Bulnes) que prohibía la construcción de ranchos dentro del radio urbano. Ahí se definen los límites de la ciudad, los que ya habían comenzado a expandirse: el río Mapocho por el norte; al sur, el canal San Miguel (hoy, avenida 10 de julio); al oeste, calle Matucana; y al este, la calle Maestranza (la actual avenida Portugal). El sector de Plaza Baquedano seguía siendo un exrradio.

En 1857, un joven Benjamín Vicuña Mackenna, quien aún no era intendente de la ciudad, sino una figura que recién había regresado al país tras el exilio por haber participado en la guerra civil de 1851, se aventuró a delimitar la ciudad por su cuenta en un artículo publicado en la prensa. Llamó “ciudad propia” a un cuadrado más pequeño que el reglamento de 1848. La definió por el norte, la calle San Pablo y los tajamares del Mapocho; por el sur, el canal San Miguel; por el oeste, la calle Dieciocho; y por el este, la calle Carmen.

Esos límites tan estrechos tenían que ver con una idea ya presente en la élite de dividir la ciudad urbana de aquella de los arrabales y suburbios, donde ya comenzaba a concentrarse el bajo pueblo. Por supuesto, lugares con poca salubridad y malas condiciones de vida.

Así, ya asumido como intendente en 1872, Vicuña Mackenna fue de cabeza a concretar un proyecto que justamente delimitaría la ciudad mediante una idea de marcar el radio urbano como tal, donde estaba la “ciudad civilizada”, en boga con la idea de progreso, el alma máter de la elite del siglo XIX. “El proceso se realiza basándose en la idea de que la actuación política y técnica sobre el espacio transforma también las condiciones de funcionamiento de lo social”, explicó a Culto el historiador Enrique Fernández Domingo.

El proceso de transformación, apunta Domingo, siguió los modelos de reformas europeas, como la de ciudad de Viena. Así, se comenzó a construir el llamado “Camino de cintura”, o una circunvalación, que comenzaría a dar forma a lo que conocemos actualmente como Santiago.

Un nuevo límite

Por el extremo oriente, Armando de Ramón (en su Estudio de una periferia urbana: Santiago de Chile, 1850-1900) señala la existencia de una chacra llamada Delicias, que en 1862 pasó a manos de la familia Cifuentes Zorrilla. “Esta propiedad se extendía desde lo que hoy se conoce como Plaza Baquedano hasta el Zanjón de la Aguada, que era su limite sur, todo ello entre la avenida de las Quintas (hoy General Bustamante) y el camino de Cintura Oriente (hoy Avenida Vicuña Mackenna)”.

Como necesitaba el paño para construir el tramo oriente del “Camino de cintura”, Vicuña Mackenna no se complicó y compró el terreno.

Desde ahí, explica De Ramón, el punto se constituyó como el límite oriente de Santiago, y era el lugar desde las carretas hacían viajes fuera de la ciudad. Uno de los viajes más frecuentes era a las minas que se ubicaban en la actual comuna de Las Condes.

Pero la modernización no solo trajo delimitación de calles. También plazas y paseos peatonales. Fue en ese espíritu que se remodeló el cerro Santa Lucía y se levantó la Plaza La Serena, en homenaje a la ciudad nortina, justo en el lugar que actualmente congrega a la población para celebrar cualquier hito relevante.

“Plaza Italia es un punto de paso y de comienzo de articulación de flujos urbanos que se dirigen hacia la Alameda -explica Fernández Domingo-. La función social del espacio comienza a ser importante a principios del siglo XX con la erección de la estatua y más tarde con la construcción de los establecimientos universitarios adyacentes”.

Luego, en 1892, la plaza se rebautizó como Plaza Colón, en honor al navegante florentino. Tendría que llegar el siglo XX para ver el espacio con su forma actual. En 1910, en el centro del lugar se inauguró el Monumento al genio de la libertad, una de las esculturas que países europeos hicieron llegar de regalo a Chile por el primer centenario de la primera junta nacional de gobierno. En este caso, fue desde Italia (Francia hizo entrega de otra, ubicada hasta hoy frente al Museo de Bellas Artes), y la obra fue esculpida por el italo-argentino Roberto Negri. Esa es la razón por la que Plaza Colón comenzó a ser conocida como Plaza Italia.

Pero dieciocho años después, la plaza adquirió su último cambio de fisonomía. Con la inauguración de la estatua ecuestre de Manuel Baquedano, esculpida por Virginio Arias, la efigie regalada por el gobierno de Italia fue desplazada al oriente, en su actual ubicación. En 1931, se sumaría la cripta del soldado desconocido. ¿Qué es lo que vendrá ahora? Es otra historia que está por escribirse.