La historiografía rockera sitúa a 1966 como el año en que la mayoría de los autores de relevancia cayeron bajo el embrujo del preciosismo, la opulencia y el cuidado de las letras al servicio de las canciones: desde Revolver hasta Blonde on blonde, desde Manfred Mann hasta la etapa más temprana de Stevie Wonder.
Pero aún había guardianes recelosos del pasado más rudimentario del rock. En Inglaterra, los encargados de la resistencia fueron The Troggs (por lo demás, una derivación muy acertada de “trogloditas”). Una banda originaria de Hampshire, formada en 1964 y que un año después logró lo más cercano en esos días a un pasaje al estrellato, cuando firmaron con el mánager de The Kinks, Larry Page.
Eso sí, hasta el propio Page los consideraba algo así como la réplica barata del conjunto de los hermanos Ray y Dave Davies. Los Troggs tenían muchísimos menos recursos para abrirse paso en la escena inglesa: eran desaliñados, sus dotes instrumentales eran estrechos -un sonido polvoriento, testosterónico, punk mucho antes que ese concepto se estandarizara- y la voz de su líder, Reg Presley, sonaba tosca y molesta, como un individuo embriagado que en plena cantina se larga a rugir himnos rockeros con vaso en mano.
De hecho, el mánager les sugirió a los integrantes principales que cambiaran sus apellidos por algo un poco más estiloso, para despuntar más garbo y leyenda donde aún no había nada. Mientras Reginald Ball pasó a ser precisamente Reg Presley en homenaje a Elvis, el baterista Ronald Bullis se transformó en Ronnie Bond para aludir a James Bond.
Pese a los cambios de forma, el fondo no varió. La agrupación lanzó su primera canción en 1965, Lost girl, con escasísima resonancia en el mercado europeo. Incluso peor: cierto sector de la prensa se reía de ellos por su estilo, los consideraba apenas “una broma” y festinaban con el pasado como albañil de Presley, motivo que según sus detractores explicaba un proyecto tan poco pulcro.
Pero la historiografía rockera, sobre todo en su decenio dorado, también está llena de músicos destinados a perdedores que de pronto abrieron la puerta precisa. Esta vez, el timonazo de suerte vino desde el otro lado del Atlántico.
Dame 20 minutos
El productor Gerry Granahan, de la compañía estadounidense A&M Records, le pidió al compositor Chip Taylor -más vinculado al repertorio country y tío de la actriz Angelina Jolie- que le compusiera un tema para un nuevo grupo que estaba promocionando, los neoyorquinos Wild Ones. Se trataba de una banda como tantas otras en el corazón de los 60, más aplaudidas por su aspecto que por sus canciones, productos de una mercadotecnia voraz que a toda costa quería seguir exprimiendo el fervor Beatle.
Taylor -un autor también propio de esos años, con demasiados encargos para poder concentrarse en uno solo- bosquejó tres acordes, una letra de coqueteo amoroso básico y un sonido machacante, y llegó hasta Wild thing, canción que despachó de inmediato a Granahan. El track ya estaba resuelto.
Los Wild Ones llegaron al estudio e hicieron lo propio a alta velocidad, aunque hubo una omisión decidora: era tal el frenesí por registrar rápido la composición, que finalmente obviaron los silencios, las pausas, la tensión y los detalles ínfimos pero determinantes que luego darían fuego eterno a la versión más conocida en manos de The Troggs.
Wild thing lanzada en manos de Wild ones -grupo por lo demás ataviados con trajes y corbatas- no pasa de ser una canción promedio del pop melódico de mediados de los 60, con un tono lánguido, que parece lascivo y con pizcas de salvajimo, pero que nunca termina de estallar. Folk algo malicioso, pero descartable.
Para alcanzar la inmortalidad, tenían que llegar los Troggs. Cuando la canción alcanzó las oficinas de Larry Page en Inglaterra, se le ocurrió de inmediato probarla con el conjunto de Hampshire: la grabaron en apenas 20 minutos y dos tomas.
Un lapso que hoy sería un chasquido de dedos en la rutina de cualquier músico, pero que en los 60 semejaba un territorio de exploración que podía cambiar una carrera completa. De hecho, así fue: en la grabación, para adherir más crudeza a algo que ya despuntaba un evidente acento áspero, el ingeniero de sonido registró el rasgueo de las púas de la guitarra.
Pero el verdadero golpe a la cátedra vino con la inclusión de un solo de ocarina, casi inexistente en el catálogo rockero hasta esos años. ¿Cómo llegó hasta ahí una ocarina?
Cuando los Troggs escucharon la versión americana de los Wild Ones, pensaron que en ese intermedio sonaba efectivamente una ocarina, pero no: era una armónica. Entre malos entendidos, entre intentos de instrumentistas discretos por dejar una huella creativa mayor, finalmente nacía una canción arquetípica del rock garage que definió la segunda mitad de los 60.
Muchos hits y un funeral
El éxito del single -lanzado el 22 de marzo de 1966- fue fulminante tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña. El sello Fontana lo editó en Inglaterra, pero demoró su arribo a Norteamérica por asuntos de plazos y espera. Cuando lo hicieron, se dieron cuenta que el representante de los Troggs ya tenía un contrato firmado con otra discográfica, Atco, para promocionarlo en ese mercado: en un relato lleno de entuertos, se trata del único sencillo en alcanzar el número uno de Billboard con dos sellos distintos.
El suceso incluso envalentonó a Presley y los suyos. Si antes nadie apostaba demasiado por ellos, ahora podían demostrar de qué estaban hechos. Por eso, desplegaron una serie de hits inapelables que no sólo los exhibieron como autores más que competentes, sino que también los hicieron zafar del fantasma de grupo que nace, vive y muere sólo en torno a una canción de éxito.
¿Ejemplos? With a girl like you, I can’t control myself, Give it to me o Night of the long grass. Hacia fines de los 60 su estatus ya era el de músicos de culto, héroes alternativos capaces de despertar devoción en algunos de los primeros grandes cronistas del rock -como Lester Bangs- e ídolos de jóvenes que todavía los observaban como truhanes desarrapados en tiempos en que la industria se hacía cada vez más corporativa, como pasó con Michelle Pfeiffer: la actriz ha dicho que la única foto que adornaba su dormitorio juvenil era la de The Troggs.
Jimi Hendrix también podría haber optado por un póster de ellos en su dormitorio, aunque su tributo fue por otro lado. Siempre con un olfato agudo para electrificar hasta la distorsión los éxitos del momento, el guitarrista cogió Wild thing y le prendió fuego para el festival de Monterrey de 1967.
El guión lleno de giros y atajos en la trayectoria del cuarteto británico les tenía preparada otra sorpresa. Otro de sus hits, Love is all around -escrito ese mismo 1967 e inspirado en una actuación del Ejercito de Salvación para TV, aunque fue apuntado como himno hippie- fue versionado casi tres décadas más tarde por los escoceses Wet Wet Wet para la cinta Cuatro bodas y un funeral (1994): fue un éxito instantáneo y pasó quince semanas en el número uno de las listas inglesas.
La cuenta bancaria de Reg Presley ya estaba hinchada de derechos autorales, por lo que no necesito demasiado de la música -aunque el grupo siguió activo-, dedicándose a investigar los llamados “crop circles”, esas figuras misteriosas y gigantes que surgen desde los sembrados campestres. La obsesión la materializó en el libro Wild things they don’t tell us (2002), donde aseguraba que se trataba de mensajes de seres extraterrestres.
El artista falleció en 2013 de cáncer de pulmón, dejando una herencia artística donde ruido, fortuna y leyenda siguen siendo las mismas caras de aquella cosa salvaje.