Ante la incertidumbre de un anuncio de renovación que no llegaba, David Fincher aprovechó la promoción de su última película, Mank, para dar luces sobre el futuro de Mindhunter. En parte por el gran desgaste que le generó la realización del segundo ciclo –donde operó como director general de facto–, y en parte porque el volumen de su audiencia no la volvía económicamente sostenible, el cineasta de El club de la pelea transmitió que por ahora la producción de Netflix se quedaría sólo en dos temporadas.
Pasajera o definitivamente (dependiendo de lo que quieran Fincher, los productores y la plataforma), no habrá nuevos episodios sobre la serie enfocada en un grupo de agentes del FBI pioneros en el estudio de la mente de asesinos seriales de los años 70 y 80, entre ellos Ed Kemper, Charles Manson y David Berkowitz.
Pero esa cancelación no es síntoma alguno de un decaimiento en el interés en torno a personajes abyectos y torcidos en la pantalla. Sin ir más lejos, Berkowitz, el llamado Hijo de Sam que horrorizó a Nueva York en los 70, es el foco de la docuserie Los hijos de Sam: Un descenso a los infiernos, que arriba al catálogo de Netflix el 5 de mayo.
Que no regrese Mindhunter y sí se lance una producción como esa también habla del fenómeno desatado de las series documentales acerca de crímenes reales, que ha desbordado al de las ficciones tipo You o la reciente miniserie La Serpiente. Es el llamado True Crime en su época más prolífica y ecléctica, con alcances en Latinoamérica (Carmel: ¿Quién mató a Maria Marta?), el regreso de íconos que se creían extintos (Misterios sin resolver) y desvíos excéntricos y populares del género (Tiger King).
El director estadounidense Joe Berlinger (59) es algo así como el padre del fenómeno. Su éxito en la era del streaming comenzó con la amada y cuestionada Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy (2019), que contó con horas de grabaciones inéditas del protagonista relatando sus homicidios. Este año, su cosecha suma Escena del crimen: Desaparición en el hotel Cecil, donde se puso detrás de la cámara, y Un falsificador entre mormones, en la que ejerció como productor. Todas han llegado a Netflix y en mayor y menor medida han despertado la curiosidad y el morbo de espectadores de todo el mundo.
Imparable en su ritmo, el realizador tendrá su tercer estreno del año el próximo domingo 18, gracias a la serie Confronting a serial killer (en la plataforma Starzplay y sobre el mayor criminal de Estados Unidos, Sam Little), otra muestra de su obsesión por el género. Aunque, dice, su insistencia en esa tecla no proviene de una fijación particular.
“Algunas personas la criticaron, otras no, fue muy popular… Pero hice Las cintas de Ted Bundy porque un día en la cena les pregunté a mis dos hijas, que eran universitarias, si sabían quién era Ted Bundy, y no tenían ni idea. Les pedí que les preguntaran a sus amigos, y la mayoría de las personas de 20 años en Estados Unidos no sabían quién era Ted Bundy. Para mí esa fue la razón para volver a contar la historia”, señala a Culto sobre uno de sus principales fenómenos, seguido del largometraje de ficción Extremadamente cruel, malvado y perverso (2019), en la que reclutó a Zac Efron como Bundy.
“Queremos pensar que los asesinos en serie son monstruos todo el tiempo, que siempre son esta gente de aspecto horrible, vil y despreciable, porque nos sentimos seguros de poder identificarlos si pensamos que son monstruos todo el tiempo. Pero alguien como Bundy no era un monstruo. De hecho, era encantador y simpático”.
También productor de Jeffrey Epstein: Asquerosamente rico (2020), la docuserie que en cuatro episodios sintetizó el caso del magnate acusado de tráfico de menores y abuso sexual, Berlinger en un par de años se convirtió, por lejos, en el hombre clave del True Crime en la era de dominio de Netflix y las plataformas digitales.
-¿Con su trabajo aspira a cubrir toda la historia criminal estadounidense?
Supongo que esa es una consecuencia, pero no creo que fuera mi intención Creo que el crimen es un medio de narración popular, creo que el crimen tiene una estructura dramática natural, lo que lo hace interesante. Creo que la gente está intrínsecamente interesada en el crimen por muchas buenas y malas razones. Y creo que contar historias de crímenes puede ser un vehículo para cambios sociales. Entonces, por todas esas razones, parece ser el área en la que paso más tiempo. Pero no creo que sea a propósito.
Detrás de acusados y víctimas
Estados Unidos se sacudió con la muerte de un hombre de 64 años en junio de 1990 en el pueblo de Munnsville, Nueva York. Hallado con signos de asfixia en una granja, William Ward habría sido asesinado por uno de sus cuatro hermanos, Delbert, de acuerdo a lo planteado por la fiscalía en el juicio en su contra y a lo que él mismo confesó por escrito. Pero, dado que se determinó que su testimonio fue coaccionado por la policía, en abril de 1991 el acusado fue absuelto y quedó en libertad.
El caso podría ser uno de esos tantos que se amontonan en la historia estadounidense, la combinación de tragedia y estupefacción que de cuando en cuando castiga a los pueblos chicos. Bajo la dirección de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, la trama adquirió matices y contexto en el documental Brother’s keeper (1992). Allí, las vidas de los hermanos Delbert, analfabetos que se mantenían alejados de la modernidad, fueron reivindicadas luego de que la prensa de la época los estigmatizara.
La cinta, ópera prima de ambos cineastas, les dio una gran recepción en el Festival de Sundance y los convirtió en tempranos ganadores del premio que entrega cada año el Sindicato de Directores. Fue el inicio formal de Berlinger como documentalista y como cronista de los crímenes de su país.
“Definitivamente he sido cronista de crímenes a lo largo de los años, (pero) no puedo decir que ha sido a propósito. Los temas me eligen tanto como yo elijo los temas. Para mí, el sistema de justicia penal es un área en la que, al encender una luz, siento que es posible lograr un cambio”, apunta.
Luego menciona su mayor orgullo: los tres documentales que hizo con Sinofsky bajo el título Paradise lost. Estrenados en 1996, 2000 y 2011 (todos se pueden ver en HBO GO), los filmes ahondaron en los llamados “Tres de West Memphis”, los jóvenes que en mayo de 1993 fueron acusados de asesinar y mutilar a tres niños de ocho años en Arkansas, supuestamente como parte de un ritual satánico.
Un caso que dio un vuelco cuando, al estudiar los antecedentes en el lugar, los realizadores se convencieron de que no eran los verdaderos culpables y decidieron no parar de contar su historia hasta que los liberaran (lo que ocurrió después de pasar 18 años tras las rejas). La última de esas cintas, Paradise lost 3: Purgatory, la colaboración final de Berlinger con su dupla en la dirección (fallecido en 2015), les dio en 2012 una nominación a Mejor documental en los Oscar.
“No es que no haría una película sobre el cambio climático, pero ciertos problemas son tan grandes que al hacer un filme a veces uno se pregunta si realmente está teniendo un impacto. Perfilar un caso de condena errónea, como en Paradise lost, que tuvo un resultado directo, me lleva a pensar que el crimen y la criminalidad es algo en lo que enfocarse para ver si se pueden realizar cambios”, subraya.
Su nuevo estreno, la serie Confronting a serial killer, también lidia con un tema que, hasta diciembre pasado, se mantenía abierto. Samuel Little, identificado como el asesino con mayor número de víctimas en la historia de Estados Unidos (se calcula que acabó con la vida de 93 mujeres), estuvo privado de libertad sólo seis años, pese a las múltiples acusaciones y sospechas en su contra. Falleció a los 80 luego de ser encarcelado en septiembre de 2014 por dos cargos.
“Dada la magnitud de sus crímenes, en mi opinión, él básicamente se salió con la suya”, asegura el director, que en el documental de cinco partes le da el protagonismo a la escritora Jillian Lauren, la única reportera en lograr establecer una relación con Little mientras estaba en prisión. En sus conversaciones le esbozó sus crímenes y le entregó un conjunto de declaraciones que lo retratan de pies a cabeza (y aparecen en la historia), partiendo porque “estaba matando por placer”.
Su deceso, explica el cineasta, no generó estragos en la serie, que ya estaba prácticamente terminada, pero sí tuvo implicancias: “Me sentí aliviado por ella (Lauren) en cierto nivel, porque significaba que esa relación tormentosa podría llegar a su fin, pero también estaba decepcionado, porque sé lo importante que era para ella seguir trabajando en estos casos para ayudar a la identificación de víctimas adicionales”.
-Aquí tenemos la confesión de Sam Little, o parte de ella, mientras que en Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy, él se refería en detalle a sus crímenes. ¿Cuál es el valor que ve en ese material y cómo lo trabaja para transformarlo en un documental?
Siempre hay que preguntarse cuál es la principal razón para utilizar cualquier herramienta en la caja de herramientas del narrador. Estamos en un diálogo constante tratando de determinar cuánto es suficiente, cuánto es demasiado, si estamos dando demasiados detalles. Pero, según como yo lo veo, tienes que escuchar lo casual de su desprecio por la vida humana y su falta de remordimiento. Tienes que experimentar eso y entenderlo para comprender emocionalmente lo problemático que es que nuestro sistema permita que este monstruo florezca. Si escribiera un editorial en The New York Times o hiciera un reportaje de cinco minutos sobre el tema, y utilizara parte del audio, no creo que persuadiría a la gente. Pero, al escuchar realmente lo monstruoso que era este tipo, puedes movilizar a una audiencia hacia un mayor reconocimiento de lo que necesita ser corregido en nuestra sociedad.
-El personaje principal es Jillian Lauren y su persistencia para que Sam Little le diga la verdad. ¿Abordó la historia de esa manera como una forma de darle un giro a cómo se cuenta tradicionalmente el True Crime, que se centra más en el asesino que en las víctimas?
Como alguien que ha hecho series que han sido criticadas por centrarse en el asesino, como Las cintas de Ted Bundy, era especialmente consciente de las críticas en torno a por qué volver a contar la historia de un asesino en serie. Para mí la razón estaba muy clara: esta es una historia sobre víctimas y víctimas marginadas, y los sesgos del sistema. Entonces, para mí, no se trataba de reinventar el género o actualizar el género. Es sólo la pregunta básica que me hago al comienzo de cualquier proyecto. Tiene que haber una razón más importante para contar una historia. Además de que estamos hablando de la tragedia de otras personas, queremos generar un cambio social. No todos los documentales tienen ese objetivo. Se hace un montón de True Crime irresponsable, que en realidad se trata de relatar los horrores del crimen sin ninguna razón más importante de justicia social.
“Así que estaba claro para mí y para Po (Kutchins, productora), aquí había un camino para centrarse en la víctima, centrarse en estas mujeres muy fuertes, como Jillian, como la detective Mitzy Roberts, la fiscal de distrito Beth Silberman, las víctimas supervivientes, como Laurie Barros, que décadas más tarde fue a Los Angeles y testificó. Era un grupo de mujeres fuertes las que estaban quitando la narrativa del asesino y devolviéndosela a la víctima. Vimos esto como una forma de contar la historia, porque era la forma correcta. Simplemente contar otra historia de asesino en serie sin un propósito mayor, para mí, no es interesante”.
-¿Quién es el próximo criminal que tiene en su vista?
Oh, no puedo decirte eso, pero hay un par.