María José Ferrada, escritora chilena: “Para validarse, el ser humano necesita estar por encima de otro”
La autora nacional acaba de lanzar su segunda novela, El hombre del cartel, vía Alquimia Ediciones. En ella, cuenta la particular historia de un hombre que vive resguardando un letrero de Coca-Cola, pero eso tiene una trama subterránea donde se toca la pobreza, la marginalidad, la precariedad laboral, el arribismo, todo bajo la mirada de un niño. Ferrada desmenuza la novela en conversación con Culto. “Es una historia que ya se ha escrito varias veces: la del hombre que intenta ser libre y se encuentra con la burla y la incomprensión del grupo", dice la temuquense.
“La novela es breve, pero me demoré tres años en escribirla”, dice María José Ferrada (44) sobre su flamante libro El hombre del cartel. Una novela que acaba de ser lanzada a las vitrinas nacionales vía Alquimia Ediciones.
En 151 páginas, narra la historia de Ramón, un obrero que toma un particular trabajo: cuidar un letrero de Coca-Cola instalado a un costado de la carretera. Ahí, cual eremita, construye arriba una especie de casa, tras el anuncio. Curiosamente, no fue un mero invento de la fértil imaginación de la temuquense.
“La imagen del hombre en el cartel de Coca Cola es real, la leí en la prensa hará unos diez años y me pareció que ese personaje era una especie de estilita, uno de esos monjes del Medio Oriente que se subían a las columnas para observar el mundo desde arriba. Un estilita contradictorio, como todo lo moderno, porque estaba en el reverso de un cartel publicitario. Pero más que su búsqueda lo que me interesaba era profundizar en las reacciones de los demás frente a su decisión. Cómo esa acción, inofensiva en apariencia, podía ir removiendo dolores que estaban guardados por generaciones”, cuenta a Culto.
La novela va siendo narrada no desde la voz de Ramón, ni la de un narrador omnisciente, sino que desde un niño, el sobrino del obrero. “Es una historia que ya se ha escrito varias veces: la del hombre que intenta ser libre y se encuentra con la burla y la incomprensión del grupo. Una incomprensión que de a poco se transforma en una violencia colectiva y cotidiana que lo invade todo. Me interesaba que un niño describiera ese absurdo”, asegura la autora de Mi cuaderno de haikus.
El hombre del cartel es la segunda novela de María José Ferrada, tras Kramp (Emecé, 2017), y de alguna manera significa una salida de la zona en la que se hizo más conocida, la de los libros infantiles y juveniles. ¿Qué la motivó a explorar otra faceta? Ella responde segura: “La separación entre lo que es para niños y para adultos la hacen los demás, yo no. Para mí es todo parte de una misma cosa”.
“En las dos novelas que podrían considerarse para público adulto yo uso un narrador niño porque me interesa abordar desde la literatura la forma en la que un niño podría experimentar las incoherencias del mundo adulto. Pero te diría que ni siquiera los lectores hacen una división tan drástica. Un extracto de mi primera novela aparece en un libro de lenguaje de segundo medio, entonces la leen en ese curso. Más bien lo que intento hacer es un trabajo que sea lo más transversal posible”, agrega.
¿Cómo fue tu rutina de escritura en ese proceso?
Tengo la misma rutina para todos mis libros, escribo en las mañanas, trato de separar ese tiempo de los correos, las reuniones, los talleres, pero no siempre se puede, entonces dejémoslo en que idealmente trabajo escribiendo en las mañanas. Escribía en un café que está cerca de mi casa, pero vino la pandemia y tuve que trasladar esa rutina a mi casa.
Pobreza, marginalidad, arribismo
A la orilla del letrero que vigila Ramón, hay un block de departamentos. Sin embargo, de repente, un grupo de personas desamaparadas, los llamados “sin casa” comienzan a instalarse a un costado de los bloques, lo cual causa más de un problema.
Esta novela habla de precariedad, marginalidad, y también de la vida cotidiana en un block de departamentos, ¿qué experiencia tuviste para poder aproximarte a esa realidad de forma que resultara creíble?
La experiencia que tuve es la de vivir en este mundo y en este país. No solo tengo amigos escritores, también tengo amigos y parientes que trabajan como guardias o reponedores. No sé quienes están más cortos de plata, la verdad. Por otro lado, mi padre era vendedor así que conozco de cerca los trabajos mal pagados vinculados a los supermercados –uno de los escenarios de la historia– y creo que la novela se queda bastante corta en el tema de los abusos laborales. Ahora, si alguien me dice que vive en Santiago y no conoce a nadie que viva en un block de departamentos o en una población, me parecería raro. Esa pobreza a nivel de la relación con otros es lo que alimenta el estereotipo del pobre, el estereotipo del rico y todas esas cosas que aparecen en las teleseries. Pero la vida real es una cosa diferente.
¿Por qué te llamó la atención el tema de los “Sin casa”?
Porque hay mucha gente viviendo en la calle. Pero eso no vino con la pandemia, eso no es algo que apareció de repente, tal vez más escondido, menos visible, debajo del puente, pero siempre ha estado.
De alguna forma, también tocas el arribismo en los personajes que conforman en el entorno de Ramón. “Gente así echa a perder el barrio”. ¿Sientes que esa mentalidad es un problema de la sociedad chilena incluso en los sectores populares?
Eso es un problema del ser humano que para validarse necesita estar por encima de otro. Eso pasa en la junta de vecinos, en la empresa, en la universidad, en la literatura. Haber pasado por la situación del otro no necesariamente te vuelve compasivo. Al contrario, a veces te vuelve todavía más cruel. Si escuchas a esa gente que desprecia los borrachos, preguntas un poquito no más y resulta que el padre era alcohólico. Me da la impresión de que no procesamos el dolor. Lo rechazamos y lo devolvemos, entonces son ciclos que no terminan y cada vez se vuelven más violentos.
¿Cómo escribir una novela sobre lo que pasa en sectores populares y marginales sin caer en los clichés ni caricaturización?
No sé, imagino que observando y escuchando. Para mí la literatura no se puede separar de esas dos cosas, en principio.
En la novela hablas de la pobreza, la falta de educación, la marginalidad, trabajos sin contrato, mal remunerados, ¿tienes esperanza en que el proceso constituyente contribuya a generar mejores condiciones?
Claro que sí, por eso fui a votar. Confío en este recambio porque si los que han estado en el poder durante las últimas décadas no han podido avanzar con la velocidad que se necesita hacia una sociedad que garantice los derechos básicos, será que llegó la hora de que le dejen el espacio a otros. Pienso en los más jóvenes, que tal vez podrán hacerlo mejor. Yo no soy de depositar todas mis esperanzas sobre los hombros de nadie, pero creo que si algo no resulta hay que probar otra cosa y me parece que eso es lo que Chile decidió hacer ahora, por ejemplo dándole el voto a los independientes.
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