“Me extravié pero estoy de vuelta y no me voy a ir tan fácil”, declaraba en noviembre pasado Chinoy a Culto, formalizando lo que en ese momento calificó como su reencuentro con la música luego de varios años dedicado a otras artes y recorriendo diversos países.

Saliendo del otro (2020), su cuarto disco, selló en diciembre el regreso a la actividad de Mauricio Castillo -su verdadero nombre-, una de las figuras más reconocidas y celebradas de la cantautoría chilena surgidas en este siglo, quien en un nuevo capítulo de una carrera inquieta y algo impredecible -que él mismo compara con un zigzag- parece decidido a cumplir su palabra y aprovechar el impulso, con su segundo lanzamiento en menos de un año.

Así, este 2 de julio, el sanantonino publicará un álbum doble para el que llevó al estudio sus primeras composiciones, aquellas que creó cuando recién se instaló en a vivir Valparaíso en 2007, luego de un periplo por bandas punk de la región y una temporada radicado en Argentina, y que a partir de interpretaciones en vivo y versiones informales que compartió en la web fueron cimentando su mitología y un fenómeno de reproducciones online llamativo hasta hoy.

“Las canciones tienen un peso que se lo ha dado el público. Como nunca las había grabado y con el temor de la pandemia mundial, ha sido como crear en la intriga y en la búsqueda de tener un legado, de dejar mis cosas en regla. (La idea era que) estas canciones importantes, que están en el inconsciente colectivo y que nunca habían tenido una versión bien hecha, queden sonando bien”, explica Chinoy, que al igual que muchos de sus compañeros de oficio ha aprovechado los meses de encierro forzado para ordenar su catálogo y reencontrarse con su propia prehistoria.

Dividido en dos unidades temáticas, el disco rescata y lleva al estudio el cancionero que hace casi 15 años convirtió al artista en una suerte de leyenda del circuito de bares y la trova porteña moderna. La primera parte, titulada Valpolohizo, incluye diez canciones, como Plata pa pan, Corazón y la que le da su nombre, que su autor lanza hoy en plataformas como segundo adelanto formal de este nuevo trabajo. La segunda parte, bautizada como Cantar, trae otros diez clásicos tempranos del solista, como No empañemos el agua, Carne y alma de gallina y Para el final, pieza que compuso para la película La buena vida (2008) de Andrés Wood.

“Son las canciones que dieron cuenta de que había un cantautor”, comenta hoy el músico. “Lo que llamó la atención fue la extrañeza de mi presencia, porque cantaba agudo, la guitarra la rasgueaba a más no poder, las letras eran raras, un poco crípticas. Y después fui entrando en este terreno como del cronista dentro de la ciudad, empecé a hacer una poética más nítida, más cercana”, agrega sobre estas dos fases compositivas de sus primeros días en Valparaíso, previas al lanzamiento de Que salgan los dragones, su LP debut de 2009.

Además de la separación temática, Valpolohizo Cantar, el título del álbum doble, también trae diferencias sonoras y de producción en sus dos volúmenes. “Valpolohizo lo grabé en un formato banda, contacté a un par de músicos con los que había trabajado antes y ellos me ayudaron, trae guitarras eléctricas, sintetizadores. El otro disco es más acústico, es un formato de la naturaleza, trata de tener en su sonoridad un acercamiento atmosférico a sonidos de cuevas, fogatas, lluvias, ese tipo de ambientación”, explica.

Instalado en su natal San Antonio desde marzo del año pasado, luego de una larga temporada de viajes por México, Alemania y Argentina, Chinoy observa con cariño y entusiasmo aquellos primeros días de trabajo musical. Un “camino iniciático” en la cantautoría que transitó desde unas primeras piezas de letras más crípticas y surrealistas a otras más cercanas a la bitácora y a la crónica de vida en la ciudad puerto.

En ese sentido, hay algo de homenaje también a su ciudad adoptiva y a todo un circuito de locales y bares que hoy apenas resiste ante la pandemia. “De poner a Valparaíso de nuevo como zona de las artes, de historia, de darle un poco de notoriedad y de agradecimiento, porque la aventura no pudo haber sido en otro lugar. De haber sido una especie de personaje de la ciudad en algún momento. Vengo a dar cuenta que alguna vez estuve por ahí”, señala.

Y agrega: “Cuando llegué a Valparaíso mi idea era quedarme viviendo allá, estuve buscando trabajo como garzón y finalmente me quedé con el trabajo de la canción. Me puse a componer y fue un tiempo de gracia porque se dieron las cosas, no me esperaba como compositor tener la capacidad de generar una obra rápido. Tuvo que ver yo creo con que había condensado hartas cosas acá en San Antonio, había escrito harto, le había hecho empeño en meterme en la poesía. Estaba trabajando como anacrónicamente, como si fuese un personaje de otra época que está ahí tratando de contar mi viaje en el tiempo”.

Esa idea del salto temporal, del creador perdido en su tiempo, se vincula de alguna forma con el primer adelanto que Castillo presentó de su próximo disco doble. Un single que compuso hace más de una década y que llamó El paso a paso -ya disponible en plataformas-, un concepto que hoy alude en Chile a otra cosa. Para Chinoy, no es pura coincidencia que ese tema de 2007 se conecte con el presente pandémico en Chile, y lo ve casi como una profecía.

“Yo trabajaba en ese momento, y todavía lo hago, escribiendo entre parpadeos, medio en trance, para que el inconsciente haga la mitad del trabajo. Vengo de la poesía del siglo XIX, donde se instala esa fórmula de la carta del vidente, de cuando se está entre dormido y despierto, en ese estado se escribe”, asegura el músico, quien en paralelo al segundo adelanto del álbum que publica hoy, el single Valpolohizo, trabaja en un proyecto de audiolibros para el que está grabando a poetas de distintos puntos del país. Todo un viajero del tiempo y del espacio en medio del confinamiento global.