-Buenos días- dice sonriente vía Zoom desde París. Aparece de polera negra de manga corta, aire jovial, sentado en lo que pareciera ser una mesa de cocina. Uno de los mejores y más relevantes autores contemporáneos, Emmanuel Carrère, es dueño de una obra excepcional de ficción y no ficción. Partió su camino como periodista y crítico de cine; luego vinieron sus primeras novelas, El bigote (1986) y Una semana en la nieve (1995).
Pero fue su libro El adversario (2011) el que valió un conocimiento -y reconocimiento- mundial. Su investigación sobre la historia real de Jean Claude Romand, un asesino que mató a toda su familia, cautivó a la crítica y a los lectores. Luego le siguieron, entre otros, Una novela rusa, De vidas ajenas y El Reino. Su vida, en mayor y menor medida, ha sido parte de su obra, incluida la vida de quienes lo rodean.
Pero en Yoga, su última novela, parte de su autobiografía debió ser cortada.
El libro narra, por una parte, su práctica del yoga -su historia de amor al yoga, podría decirse-, pero, por otra, la grave crisis de salud mental que lo llevó a estar internado en un hospital psiquiátrico y tener sesiones de terapia electroconvulsiva (antes conocida como electroshock).
El quiebre amoroso con quien era su mujer, la periodista Hélène Devynck, tuvo singularidades. Como parte de las cláusulas del divorcio, ella exigió no ser más un personaje dentro de sus obras, y cuando vio que Yoga tenía alusiones a ella, publicó una carta denunciando la situación. Carrère le mostró el libro y borró partes que ella objetó. Así, antes de salir a las librerías, Yoga ya era un tema de interés público por este acuerdo, y la tensión expresada allí entre libertad creativa y derecho a la privacidad.
Se especuló si ese revés le había quitado posibilidades al libro para obtener premios. Pero un día después de dar esta entrevista a Culto, Carrère ganó el prestigioso Premio Princesa de Asturias, por “haber construido una obra personalísima, generadora de un nuevo espacio de expresión que borra las fronteras entre la realidad y la ficción”, dijo el jurado.
Frente a la pantalla de Zoom, gesticulando mucho y dándose tiempos para pensar sin perder sonrisa o cordialidad, habla sobre Yoga y su paso por el infierno en el hospital Saint Anne, en la mayor crisis de su vida.
¿Cómo se dio cuenta de que estas dos historias -la de su práctica de Yoga y la de su crisis de salud mental- eran parte de una misma historia?
A decir verdad, lo que los hace parte de la misma historia son, más bien, los años... El libro que yo intenté escribir (sobre yoga), y el intenso episodio depresivo en el que me encontré. La crisis sentimental esencialmente era el objeto de una elipsis. Entonces no era el objeto de un libro en sí, de todas formas no tenía la intención de hacer un libro de aquello. Las dos cosas, que no necesariamente iban juntas, en un momento tuve la impresión de que iban juntas. Por un lado, estaba el yoga, comprendido en un sentido amplio, este tipo de aspiración de paciencia, de confianza, un camino que conduce a más serenidad, paz, armonía, a todo eso. Y luego, por el otro, hay un tipo de bestia de realidad, de la miseria psíquica, de la derrota psíquica, de todo eso. En el fondo, pensé que era interesante que esas dos cosas encontraran un lugar en un mismo libro, porque son dos aspectos de nuestra experiencia. De todos, no solamente la mía.
Su libro relata la pérdida. De la felicidad, del amor, de la salud, de la memoria...Incluso esa pérdida del amor tuvo que quedar literalmente fuera del libro, como un vacío elocuente.
Sí, yo diría eso. Honestamente, es un vacío, es un blanco, es un agujero en el libro que era al inicio involuntario... De todas maneras, yo no tenía la intención de detenerme en eso, y tampoco era en absoluto el tema del libro. Normalmente habría dicho un poco más en vez de dejar, como usted dice, este agujero. Ahora, me acomodé, y no es el tema del libro. Pero extrañamente tengo la impresión de que el hecho de que haya este vacío, paradójicamente, le da más importancia dentro del libro. Lo digo desde el punto de vista del autor, no del lector, por cierto, que es el que cuenta. Pero tengo la impresión de que lo que no está tiene más peso que si estuviese. Al punto que, vea usted, si me propusieran hacer una nueva edición del libro, reintegrando los fragmentos que faltan, que fui obligado a suprimir, yo diría que no.
¿Por qué?
Porque yo pienso que la identidad del libro es esa.
Durante la escritura del libro, ¿pensó en la cláusula de su divorcio, que establecía una limitación en la representación ficcional de su exmujer?
Pero no se trata de una representación ficcional. Es un libro en el cual no hay ficción, no es una novela. Ella está nombrada, ya que aparece en mis tres libros precedentes. Los lectores que están familiarizados con mis libros, de una cierta manera, la conocen. De hecho, lo que me esperaba era lo que yo habría hecho, de todas maneras, con cualquier persona que figurara en el libro.
¿Qué?
Que ella me dijera: “Escucha, yo no preferiría (poner) esto, si pudieras cambiarlo, etcétera…”. Y claro que habría dicho que bueno, evidentemente, no necesitaba de cláusulas para mostrarle... lo habría hecho de todos modos. Lo que yo no esperaba fue la petición de suprimir todo. Me sorprendí, intenté decir que no, que no me parecía, no solamente por el libro, sino por ella misma. Por ejemplo, en toda la parte concerniente a cuando yo estuve en el hospital psiquiátrico, ella estuvo muy presente y extraordinariamente atenta. Ella me sostuvo la mano… le dije: no puedes no dejarme decir eso, no está bien. Y me dijo: no, es así y punto. Y dije de acuerdo. Respeté su voluntad, pero con pena.
Pero, por otro lado, ¿no tiene derecho ella a su privacidad, a no ser más un personaje, como ha dicho a los medios? ¿Está de acuerdo con eso?
Sí, le digo que incluso si no hubiera habido esa cláusula, yo habría respetado su petición…Hubiera esperado, sí, que ella hubiera sido menos radical. Eso lo encuentro extraño. Y lo que es aún más extraño, dado el hecho de que yo respeté su decisión, es que después fue ella quien quiso que hablaran de ella a propósito del libro. Es un poco paradójico...
Fue un gran escándalo..
Eso es mucho decir, fue un acontecimiento a nivel nacional.
¿Dónde queda entonces la libertad creativa después de este episodio? Porque esto finalmente fue una supresión dentro de la obra, no una crítica posterior.
Bueno, ciertamente que hay un pequeño -como decirlo- picoteo de la libertad de creación. Yo lo acepté, y pienso que eso es, no sé, el 3% del libro y está ok… Pero digamos que ya que firmé eso, no me puedo quejar.
¿Fue doloroso hacer ese cambio antes de publicar?
No sé si doloroso es una palabra excesiva; hay cosas dolorosas en este libro. Diría que fue molesto, más que doloroso. Encontré que fue un poco injusto. Digamos que bastante temprano tuve la impresión de que el libro se sostenía así, entonces, al final, estaba bien.
En el infierno
¿Por qué quiso contar sobre su crisis mental y su condición bipolar? ¿Temió exponerse con una enfermedad que aún tiene cargas de estigma en la sociedad?
Para comenzar, la razón de contar esta historia es que yo la he vivido y tengo la impresión de que es una experiencia humana que merece ser contada y compartida. Y, por otro lado, como usted dice, los trastornos psiquiátricos son estigmatizados. Si usted tiene un cáncer, es terrible, pero nadie se avergonzará de tener un cáncer. Mientras que una profunda depresión o un trastorno maníaco depresivo, o la esquizofrenia, son cosas donde hay una especie de vergüenza alrededor de ellas. Y esa es una razón más para contar esto. Pienso que no hay ningún motivo para sentir vergüenza de algo así, ¡no es una mala acción! Entonces, pienso que es útil intentar hablar de eso.
Y un paso para desestigmatizar la crisis mental y el trastorno bipolar.
Sí, efectivamente. Además, pienso que es algo que afecta a mucha gente, no sabemos lo suficiente, pero a mucha gente, en grados diversos, claro. Hay gente que sufre de trastornos bipolares que le hacen la vida totalmente imposible a ellos y a sus cercanos. Una pesadilla. Y hay personas que pueden sufrir de eso en grados mucho más benignos, como yo, que mi vida es normal. En un momento estuve sumergido dentro de un estado depresivo mucho más profundo de lo que yo había conocido, algo realmente muy grave. Y pensé que valía la pena contarlo. Ahora, es muy difícil de contar…
¿Por qué?
No por razones de vergüenza, porque no tengo ninguna. Es difícil, porque cuando escribimos, ya no somos para nada aquella persona que atravesó esa experiencia, esa prueba. Y da la impresión de que las palabras son muy inadecuadas. Que no tenemos las palabras justas para eso… Es un estado de angustia psíquica indescriptible, yo intenté describirlo. Hice lo que pude, y tengo la impresión de que está lejos de la realidad. Pero realmente hice mi mejor esfuerzo.
Usted escribe: “La bipolaridad te ayuda a ser consciente de que los estados de ánimo en que vivimos, para bien y para mal, no son absolutos”. Una frase muy lúcida, especialmente en los momentos de incertidumbre que se viven hoy, en pandemia.
Estoy muy contento de que usted haya recalcado eso, porque finalmente para mí, si hay una lección de este libro, sería esa. No quiero dar lecciones, pero en mi opinión, el progreso más grande de sabiduría de Yoga es no absolutizar esos estados. Caricaturizando, quiere decir en primer lugar que (hay que) saber que cuando todo va bien, eso no va a durar. No es algo muy alentador, pero si lo vemos así, eso permite pensar que cuando estemos en un momento muy malo, este mejorará. No es siempre verdad, hay veces en que las personas se mueren, se suicidan. Pero pienso que es un gran progreso llegar a no absolutizar las cosas.
Lo alivió saber, ha dicho, que lo suyo no era neurosis, sino una enfermedad. “Es perturbador: fue la química lo que me ayudó, ni el psicoanálisis ni la meditación”, agregó en El País. Pero esas dos prácticas suyas pudieron haber sido una ayuda adicional, ¿no?
Claro que sí. Pienso que todas las prácticas como la meditación, el yoga y el psicoanálisis, prácticas que son pacientes, lentas, seguras, son extremadamente valiosas. Lo que digo es que en ciertos estados extremos, en un caso de depresión intensa, no hay más que la química. Nadie se ha curado de algo así con el psicoanálisis. Disculpe, solo quiero decir que esto no invalida para nada el psicoanálisis, no hago para nada un panfleto contra él, como diciendo que solo la química funciona. Para nada. Yo digo que, en ciertas circunstancias, ya no es el psicoanálisis lo que puede servir.
¿Continuó su psicoanálisis?
No. Me he empezado a poner demasiado viejo para eso.
Electroshock
Usted fue sometido a terapias electroconvulsivas, antes conocidas como electroshock. ¿Cuál era su idea sobre ellas antes de recibir ese tratamiento?
Lo que sabía era que era para “loquitos”, algo bárbaro y arcaico, que surgía de una psiquiatría coercitiva. Pero fui tratado en el hospital Saint Anne, que es un gran centro psiquiátrico, de renombre. Y no es para nada la barbarie arcaica. Y descubrí en esta ocasión que lo que llamábamos antes electroshock fueron (tratamientos) abandonados totalmente después de los años 60, y volvieron después de una veintena de años como (terapias) psiquiátricas bastante de punta. Hice la experiencia. ¿Es eso lo que me ayudó a salir de la especie de abismo en que me encontraba? Es difícil de decir. No sabemos nunca qué habría pasado si hubiéramos seguido otro camino que el que seguimos.
A su hermana le dijeron que usted había pedido la eutanasia. ¿Cómo vivió esa situación tan extrema?
Eso, si usted quiere, es el tipo de cosas que le pasó a otra persona… El que era en ese momento, ya no existe ahora; no soy quien era. Puedo decir que esas frases las pronuncié, porque están en mi expediente médico. Pero no tengo memoria directa sobre eso, por ejemplo. Yo sé que lo dije, pero es parte de las cosas que hacen que el relato sea muy difícil de realizar, porque estamos muy alejados de la experiencia que hemos vivido en ese momento, afortunadamente.
¿Qué aprendió en su estadía en Saint Anne, en un sentido profundo?
No sé... Quizás nada. Quizás, que me encontré dentro de un estado de angustia psíquica. ¿Es que hay una enseñanza en ese estado? No estoy seguro. Yo me digo que espero que no me pase de nuevo, pero no podemos estar seguros. O quizás me digo que quizás eso me pasará, pero que la experiencia que ya tuve la volverá un poco más aceptable…Y eso no es forzosamente cierto. Tal como hemos hablado antes sobre no absolutizar las cosas, el problema cuando estamos en una depresión de este tipo es que no podemos ver las cosas de otra forma sino absoluta. Es casi la definición de la depresión.
Su libro apareció publicado en Francia en 2020, en plena pandemia, y lo hará en Chile cuando aún la estamos padeciendo. ¿Cómo ha sido este paréntesis para usted?
Personalmente, acá hablo de mí, ocurrió que el principio de la pandemia y de la cuarentena aquí en Francia coincidió con el hecho de que yo estaba terminando Yoga. Honestamente, lo viví muy bien, porque fueron condiciones extremadamente favorables para quedarse en casa y trabajar. Creo que para comenzar un trabajo, es muy muy difícil, pero para terminar uno, muy bueno. Y, de hecho, en Francia el primer confinamiento fue impresionante, luego se transformó en una especie de hábito siniestro, a la vez rutinario, lúgubre… Yo comparto eso con todo el mundo, usted lo decía, una especie de esperanza e impaciencia de que cuándo se terminará esto. Pero el primer confinamiento fue un momento extraordinario. Una experiencia tan única, que estaba fascinado.
¿Cambiará el mundo o volverá a ser igual que antes del Covid? ¿Qué intuye?
Honestamente, no tengo ninguna idea. Ciertamente quisiera que fuera mejor, pero no creo mucho. Hay una hipótesis, una idea, de que la humanidad va a descubrir que va hacia la catástrofe y va a darse cuenta y va a tomar las riendas a causa del Covid. Pero no creo mucho, soy pesimista. En cambio, se escucha decir que después del Covid, como después de la guerra del 14, vendrán esos años locos, una especie de década en la cual todo el mundo va a estar en una especie de sobreexcitación. Eso, quizás...Es una idea excitante en todo caso, no para mí, pero pienso para mis hijos, los jóvenes. A mi edad, no cambia mucho mi vida, pero pienso en la gente joven que hace ya un año y medio que vive en una especie de pesadilla que no pueden salir… Y en los años en donde necesitamos realmente estar con los otros, vivir todo eso.
Dice que es pesimista, pero el final de Yoga es, a pesar de todo, optimista y luminoso. Doloroso como es su retrato del fin de la felicidad, pero este termina con una posibilidad abierta.
Por supuesto: mi pesimismo por el estado del planeta y de la sociedad no impide tener un poco de optimismo individual. Es decir, globalmente vamos derecho a la catástrofe, pero eso no impide, a cada cual, entre nosotros, tener momentos de felicidad.
“Soy narcisista, inestable, lastrado por la obsesión de ser un gran escritor”, escribe en Yoga. ¿Cambió esa descripción de sí mismo después de todo lo vivido?
Me gustaría pensar que sí, pero no estoy seguro- dice riendo a carcajadas.