Cuando el currículum de quien está al otro lado de la línea acredita trabajos con The Beatles y Supertramp, un destino laboral inaugurado a los 16 años en los estudios Abbey Road y la aparición en los créditos de algunos de los álbumes fundamentales en la historia del rock, es posible despachar estos titulares: “Mi firma está tanto en el peor como en el mejor disco de todos los tiempos”.
El productor británico Ken Scott trabajó en 1995 en Thank you, la colección de covers de Duran Duran que califica entre lo más deplorable de su trayectoria y que varias revistas eligieron como uno de los peores álbumes de las últimas décadas.
Pero, bajo el perfecto equilibrio de su carta de presentación, en 1972 fue el productor principal y uno de los mentores de uno de los trabajos discográficos más influyentes de todos los tiempos: The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, la pieza que consolidó a David Bowie no sólo como un cantautor de estatura legendaria, sino también como un referente de la cultura popular. Todo gracias a un álter ego ficticio de corte andrógino, polisexual y mesiánico, que representó la liberación adolescente y que ayudó a definir el sentido ambiguo, elegante, a medio camino entre el pop sofisticado y las guitarras, que desde esos días ha cruzado casi todos los capítulos del rock británico. Un cancionero soberbio -Five years, Soul love, Starman- que ya llega casi a las cinco décadas y que en el último tiempo se ha reeditado en varios formatos.
“Jamás imaginé el impacto cultural que logró. Cuando grabas un disco, no llegas con la idea de hacer un álbum malo o de vender apenas una copia. La idea es que te vaya relativamente bien y que pueda tener cierto éxito. Pero jamás imaginé que iba a seguir hablando de este trabajo 40 años después”, reconoce el también ingeniero de sonido, al teléfono desde California.
Pese al suceso, la cuna de Ziggy Stardust fue simple y convencional: luego de peregrinar sin éxito durante los 60 por varios cambios de piel -el joven mod, el trovador folk que se asemejaba a Bob Dylan, el hombre del fugaz éxito Space oddity-, Bowie cambió su mánager y se alistó para conquistar EE.UU. bajo un norte: la ambigüedad estética.
“De ahí nació Hunky Dory, el primero que hicimos juntos. Yo llegué en 1971 a los estudios Trident y me presentaron a un joven cantante de mediano éxito llamado David Bowie. Pero él no era el personaje que conocemos. Era un tipo que se había dedicado a hacer discos dispares, que trabajaba con amigos y que no estaba tan decidido por su futuro”, relata Scott, apuntando a la obra previa a Ziggy Stardust y donde el artista aparece con melena femenina rubia.
El productor sigue: “Mientras hacíamos Hunky..., de inmediato empezamos a concebir los temas de Ziggy. Fue muy rápido y fluido. No sé cómo surgió la idea del personaje que protagoniza el álbum, pero creo que David tomó información de muchas fuentes. Además, nunca planificamos la mezcla de estilos en que terminó el trabajo: simplemente dimos rienda suelta a la creatividad, sin compararnos con nada de lo que estaba sonando, ni haciendo cosas en oposición a otras, pese a que él escuchaba mucho a Velvet Underground y The Stooges”.
Scott acota que la clave en la naturalidad con que se grabaron los 11 temas radica, en particular, en las insospechadas habilidades vocales de Bowie y, en general, en la pericia instrumental de su banda de acompañamiento, las Arañas de Marte, capitaneadas por la guitarra afilada de Mick Ronson. “Lo único que nunca les gustó a ellos fue lo ridículo que se veían con esos trajes de extraterrestre”, recuerda.
Luego, más serio, sigue: “El 95% de las voces de David que se escuchan en el disco fueron grabadas en la primera toma. Eso jamás lo vi en otro cantante, porque él era capaz de realizar cosas que ni siquiera presencié en mis trabajos posteriores. Se paraba frente al micrófono, cantaba y estaba todo listo”.
La imagen de un Bowie vital, en plena forma artística, se contrapone al presente, y Scott lo sabe: “El Duque Blanco” no lanza un álbum desde 2003 y está sumergido en un retiro no explícito. Su ex aliado, que hoy alista un libro con su experiencia en las consolas, detalla: “El es un hombre preocupado, padre de familia, y que simplemente quiso asumir otro rol. A lo mejor decide volver con otro personaje, quizás como fotógrafo. Pero quiere descansar de la música. La última vez que hablamos fue para su cumpleaños”. De algún modo, Scott lo asemeja a la noche del 3 de junio de 1973, cuando el artista mató de manera definitiva a su álter ego en su último show como Ziggy Stardust: “Ya lo había dicho todo con ese personaje y había llegado la hora de bajar el telón”.