“Cuando miro atrás en mi vida, siempre hay un sentimiento de vergüenza, siempre he sido yo al que culpar. Porque todo lo que quiero hacer, sin importar cuándo, dónde o con quién, tienen una cosa en común: es un pecado”.
Así parte It’s a sin, el éxito de 1987 de Pet Shop Boys y es también el manifiesto de la miniserie que lleva el mismo nombre que la canción, recién estrenada en el streaming de HBO Max y que figura en todas las listas dentro de las mejores ficciones en lo que va del año, con justa razón.
En cinco episodios de ritmo vertiginoso -sello de su creador, Russell T. Davies, el mismo de Years and years-, la historia parte en el Londres de 1981, el mismo año en que aparecieron cinco casos de hombres homosexuales con “raros casos” de neumonía en Los Angeles. En la trama, que avanza durante la década de los 80, cuatro amigos gay y una amiga viven en un departamento y conforman una suerte de segunda familia, mientras se enfrentan a sus primeros trabajos, experiencias sexuales e, inicialmente, viven con total desconocimiento sobre el Sida, y el protagonista cree que es una mentira para atemorizar a la diversidad sexual.
Las tramas más personales se entretejen con los primeros pasos del activismo contra el silencio institucional sobre la enfermedad y la ley aprobada por Margaret Thatcher que prohibía cualquier mención a la homosexualidad en los colegios de Inglaterra. A medida que avanzan los años, la apuesta muestra cómo el temor se toma la comunidad homosexual y los decibeles de la música disco y las fiestas dan paso a una nueva era. Una menos festiva y definitivamente más triste.
En algunos momentos, la serie transita por una delgada línea entre la ficción y el discurso. A ratos lo segundo se toma algunos diálogos, pero afortunadamente termina imponiéndose la ficción y los personajes por sí mismos, dejando los espacios para que sea el televidente quien haga sus lecturas.
It’s a sin tiene varias capas de reflexión. Por un lado, es una reivindicación, el testamento doloroso de una generación cuyas vidas fueron arrebatadas por el Sida y que murieron en medio de la vergüenza de sus familias, que inventaban enfermedades sobre la causa de muerte, bajo una sociedad ignorante que hablaba -como muestra la miniserie- del “cáncer gay” y de que la enfermedad era “una consecuencia de las vidas que llevaban”. Por otro lado, hay ineludibles ecos de la pandemia que vivimos actualmente, la del Covid-19, con el temor al contagio, nuevamente la ignorancia presente y la sociedad apuntando a los contagiados, lectura con la que cualquier televidente podrá sentir identificación. Una pandemia con internet y abundante información -al contrario de lo que sucedió en los 80- pero igualmente plagada de teorías negacionistas también impulsadas por la web.
Aunque a medida que avanzan los episodios la tensión crece, porque sabemos cómo terminará todo, It’s a sin también tiene humor -y mucho, porque aunque en teoría no lo parezca, este no es un melodrama de lágrima fácil- y sabe delinear algunos personajes cercanos, a quienes no juzga ni muestra como santos o mártires. Hay momentos desoladores, claro, escenas que quedan dando vueltas mucho después de haber visto la serie -especialmente en su recta final-, un soundtrack particularmente bien escogido (desde Blondie y Joy Division hasta Culture Club y Laura Branigan) y, finalmente, la idea de que la televisión puede llegar a dar obras trascendentes como esta.