Los hermanos Don y Phil Everly quizás estaban destinados a cantar y mostrarse como todos aquellos nacidos en el sureste de Estados Unidos, con modales recios, aspecto vaquero y guitarras aceleradas propias del country, ese credo extendido como sermón y fe hacia los años 40 y 50.
Pero no. Siempre cuando estaban al borde de caer en el mismo saco de sus contemporáneos, algo los rescataba y les permitía una vida aparte, más distinta, más fecunda, más duradera. Un destino que les permitió finalmente lo más parecido a la inmortalidad artística.
Hijos de una madre y un padre nómandes, y amantes de ese country omnipresente, pudieron recorrer radios y estudios de grabación cuando apenas se empinaban por los 10 años, además de tocar la guitarra de papá y ensayar sus primeras armonías.
Ahí su progenitor hizo clic y detectó el talento: las voces de ambos, separados por apenas dos años de edad, ensamblaban armonías perfectas y limpias, sin necesidades de imitar a los fortachones de turno que copaban las emisoras del género sureño. Con esa apuesta bajo el brazo, los llevó a la latitud más predecible para despuntar esas virtudes creativas en ebullición: Nashville, una de las capitales artísticas de ese momento en Norteamérica -y en el mundo- y donde latían los géneros más diversos, cocinándose por lo demás lo que luego se conocería como rock and roll.
Grabaron un par de temas sin demasiado eco, pero ahí apareció otro pequeño golpe de fortuna que les permitió sobrevivir. Capturaron la atención de Chet Atkins, héroe de la música country, quien los ficha para el sello Cadence Records, donde inauguran su tránsito al estrellato y la popularidad.
Ahí les crean un repertorio a la medida, que pueda encajar con su contrapunto vocal celestial, y con sus guitarras más duras, arrimadas además al efecto de trémolo. Quienes cumplen esa tarea son el matrimonio de autores Felice y Boudleaux Bryant, dos enamorados dispuestos a despachar historias de romance que representaran también a la juventud de la época, ese incipiente y explosivo nicho de mercado que había abierto Elvis Presley por esos mismos días.
Pero la pareja también quería escuchar canciones que retrataran su propio idilio ensoñado: Felice trabajaba de ascensorista en un hotel en Milwaukee, cuando una mañana abrió las puertas e ingresó Boudleaux. La chica, según dicen, lo reconoció de inmediato: había visto su rostro en un sueño que tuvo a los ocho años y al instante supo que se casaría con él.
Con esa clase de relatos, imposible que la música de The Everly Brothers no sonara evocativa, angelical y con cierta capa de melancolía: All I have to do is dream, Devoted to you, Wake up little Sussie y Bye bye love son sus primeros golpes a la cátedra, no sólo anclados en la balada, sino que también azuzados por un sonido rápido, estridente y áspero propio del rock and roll de moda. A Elvis, Little Richard, Johnny Cash o Chuck Berry había que competirles con algo distinto, pero sin distanciarse demasiado del soundtrack que estaba remeciendo para siempre a la cultura del siglo XX.
El suceso sólo creció, pero llegó 1960: el año en que el rock parecía agotado tras la sacudida inicial. O los ídolos del ayer ya no tenían buenas ideas, o habían fallecido (Buddy Holly y Eddie Cochran) o estaban atorados en problemas legales o en transformaciones privadas (Berry había ido a parar a la cárcel, Little Richard había conocido a Dios). Por tanto, los hermanos Everly estaban solos.
Nuevamente debían redefinir su futuro subrayando distancia con sus coetáneos. Y ahí es cuando asoma lo que hizo grande al fallecido Don: nunca se conformó con la simpleza del rock and roll. Siempre tuvo en su mente extender los horizonte interpretativos, melódicos e instrumentales de un género que parecía alérgico a la renovación. Ya lo alertaba en 1960, mucho antes de que la irrupción de The Beatles y las bandas inglesas barrieran con los “veteranos” que seguían enquistados en la adolescencia rockera.
Por lo mismo, en 1960 dejaron el sello Cadence y firmaron un contrato de diez años, y por un millón de dólares, con Warner Brothers, el acuerdo más cuantioso sellado hasta ese entonces en la música popular. De hecho, el primer sencillo que publicaron - Cathy’s clown- se estampó en vinilo dorado, muestra viva del carácter estelar que aún ostentaba la agrupación.
Y algo más: es una canción pop tallada en detalles grandiosos, que va desde la batería hasta la manera de cantar. Cuando aún los grandes cerebros del pop, como Phil Spector, no aparecían en la primera línea, Don comenzaba a ocupar los estudios como un incipiente laboratorio donde trabajar artesanía pura. Por esos años también cincelaron otra obra maestra, Criyng in the rain.
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Los Beatles ya habían llegado al muno, los Everly vivían en Los Angeles y la música no era la misma. Don ha reconocido que, pese a que siguieron siendo populares en el Reino Unido y los propios Fab Four reconocían su influencia, ingresó en un peligroso espiral depresivo que incluyó divorcios, peleas con su hermano y canciones de baja calidad.
“Estaba todo el día colocado”, resumía al recordar esos años en que el mérito igual no se había desvanecido: fueron uno de los pocos artistas de la primera ola del rock and roll en hacerle frente a las agrupaciones británicas y, después, a la contracultura hippie y lisérgica de fines de los 60.
¿Como lo consiguieron? Retornando a sus raíces rurales. Al lugar donde partió todo. Roots es el álbum que editaron en 1968 y que los mostró bajo un acento más adulto; country, folk, rock sureño y pinceladas psicodélicas en un solo cancionero, conectando con esa sensibilidad ambiente de volver a las texturas más austeras, presentes en los álbumes que en ese momento publicaban The Beatles, The Rolling Stones, Van Morrison, The Band o Bob Dylan.
Don y Phil parecían creadores difíciles de derrotar. Aunque la kryptonita parecía estar en ellos mismos: en los 70 se pelean a muerte -incluso sobre un escenario- y las fisuras parecen no recomponerse más, salvo una reunión a mediados de los 80 y varias giras que se extendieron hasta el siglo XXI, aunque como meros números del recuerdo.
La muerte del hermano menor en 2014 sepulta todo, aunque Don -como siempre- sigue haciendo gala por varios años de su prestancia como sobrevviente de la era dorada del rock and roll. Hasta que llegó este fin de semana. Los Everly Brothers, con sus voces inigualables, se han ido para siempre.