Un tema del cual Raúl Zurita Canessa (71) nunca se había referido en profundidad, al menos en un libro, es el de sus años como militante del CADA (Colectivo de acciones de arte), el cual durante los 80 llevó a cabo una serie de performances en el espacio público con una mirada crítica de lo que estaba aconteciendo en el país. El grupo contaba también en sus filas al sociólogo Fernando Balcells, y los artistas Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y la escritora Diamela Eltit, quien tiempo después se convertiría en su esposa (aunque posteriormente se separarían).
Entre otras cosas, por ejemplo, desplegaron un lienzo blanco en el frontis del Museo de Bellas Artes mientras una serie de camiones lecheros se estacionaban frente a la fachada, en calle José Miguel de la Barra como parte de la acción llamada Para no morir de hambre en el arte, en 1979; o la que se denominó Ay Sudamérica, en 1981, donde una serie de aviones arrojaron cuatro mil volantines en barrios periféricos de Santiago evocando el bombardeo de La Moneda.
Esos ochenteros años Zurita los revive en Sobre la noche el cielo y al final el mar, que acaba de ser publicado vía Literatura Random House. En esta novela, el narrador está en una tercera persona: su propio padre –a quien el poeta perdió cuando era apenas un niño– es quien carga la cabeza de su hijo, Raúl Zurita, mientras va narrando las peripecias del vástago decapitado.
“Los libros no se deciden, surgen –señala Zurita en conversación con Culto–. Siempre será un misterio desde que capas proceden y a qué mundos apelan. Comencé a escribirlo el 2014, cuando cumplí 64 años, lo sé porque conservé ese primer bosquejo, como se cuenta en una parte del libro, pero después tuve muchas interrupciones. La primera imagen que tuve arranca creo de mucho antes; fue un proyecto con las lecherías del que surgió tanto un poema que se llama Áreas Verdes que escribí en 1971, como la acción donde repartimos leche en la población Santa Adriana que realizamos en 1979. Son infinidades de momentos como esos los que están presentes en ese magma que precede a la escritura. Sin saberlo entonces comencé a escribir ese libro en un pasado remoto que, como diría Borges, tiene la sospechosa textura de los sueños.
¿Cómo fue el proceso de volver sobre sus propios recuerdos de esos años?
Una de las condiciones más absolutas del acto de escribir es que para que funcione debes ignorarlo todo sobre el acto de escribir. El tema de la poesía no es la verdad, de hecho hay un poeta del tiempo de Homero, Hesíodo, al que se le presentan las musas y le dicen que ella pueden decir muchas mentiras con apariencias de verdad y también decir la verdad cuando les da la gana, por lo que al leer un poema no podemos saber si lo que dice es mentira o es verdad. No son los recuerdos lo que se imponen en la escritura, es la escritura la que crea los recuerdos, la que nos inventa un pasado y nos da un rostro, una identidad e incluso una identidad sexual; y es allí, en ese abismo, donde se derrumban todas las teorías sobre el patriarcado, el primer principio es que yo no soy hombre ni mujer, soy lo que mi escritura dicta que sea. Qué es Virginia Woolf, qué es Pablo Neruda, sino conceptos, sombras, a las que no podemos decirles ni preguntarles nada porque ellos ya están fuera del lenguaje, pero lo que sí existe es una novela como Miss Dalloway, o los poemas de Residencia en la tierra, y son tan reales que leerlos nos pueden cambiar la vida. Al escribir invento unos recuerdos, unas relaciones, unos amores, y sonarán tan reales que todos darán por sentado que son cosas que pasaron, y tal vez pasaron, no lo sé, pero mi libro sí lo sabe; él sabe que en cada nuevo instante de tu vida está contenida toda tu vida, y las cosas muertas, como los sueños muertos o los amores muertos, nunca terminan de morir porque en todo amor vivo están todos los amores muertos.
Mientras escribía el libro, ¿tuvo algún contacto con alguno de los ex miembros del CADA?
No.
Optó por poner como narrador a su propio padre, como una voz externa. ¿Por qué esa decisión?
No es algo que se decide, es algo se impone. Mi padre murió hace setenta años y tengo la ilusión de que continúa amándonos a mí, a mi hermana y a mi madre que le ha sobrevivido 70 años, y por eso siento que es su voz la que habla permanentemente en este libro y en mi vida.
De todas las acciones que llevó a cabo el CADA, ¿alguna que le gustaría ver replicada en el Chile actual?
No. El CADA era un grupo de cinco personas que en plena dictadura imaginaron obras delirantes y esperanzadas que concluirían cuando la sociedad entera asumiese la vida de cada se ser humano como la gran obra de arte que merece toda nuestra emoción, nuestra consideración y nuestro embeleso. Miro las performances de Lastesis o de mis amigos del grupo Pésimo Servicio encumbrando sus volantines negros y entiendo que somos parte de lo mismo.
¿Cree que Sobre la noche el cielo y al final el mar dialoga con otros de sus libros? Sobre todo pensando en Zurita o Canto a su amor desaparecido, donde ha tocado también los temas de los años, de la propia vida y la naturaleza.
Me he empeñado en construir una obra que sea paralela a mi vida, no porque mi vida tenga algo especial, sino porque es la vida de cualquier persona y me he entregado por entero a ello. He trabajado con mi vida y he trabajado también con mi muerte. En esa obra todo habla con todo y su vastedad no está dada no por el hecho de que varios de sus libros tengan más de 700 páginas ni porque haya escrito poemas en el cielo ni trazados sobre el desierto, sino por dos o tres fases conmovedoras que contiene. Por dos o tres frases que al escribirlas me han hecho llorar.
Una de las integrantes del CADA era Diamela Eltit, a quien el narrador nombra como “la que era tu mujer”, ¿por qué optó por denominarla de esa forma siendo que a los demás sí nombra?
Es un gesto de delicadeza y un punto de fuga, un lugar vacío que él o la lectora llenará con cualquier nombre. Ese lector verá a la que era o es o fue o será su mujer y sabrá más de ella que todo lo que pueda saber o imaginar yo, esto es liberador porque la verdad es la mentira más peligrosa; se mata y se es muerto por ella, como lo muestra hoy la tragedia de Afganistán. Al igual que en los sueños, en la naturaleza ambivalente de la literatura, nombrar es siempre nombrar una proyección, una sombra, un espejismo, al que el lector le pone un nombre tal como tú lo acabas de hacer poniéndole un nombre que en el libro no está.
“La poesía tiene vocación de extremos, no es un arte para amarillos”
Desde la versión de La vida nueva, publicada por Lumen, en 2018 y este libro, pasaron una publicación en Colombia (Verás cielos en fuga, Ediciones Uniandes, 2019), su operación en Italia, el estallido social, la pandemia, el plebiscito, la Convención Constituyente. ¿Cómo fue para usted el proceso de escritura de este libro mientras el país –y ud– estaban viviendo momentos cruciales?
Fue arduo y, como decía, tuve muchas interrupciones, tuve una seguidilla de operaciones no simples, es la lata de estar vivo, pero lo más duro es que me costaba mucho teclear, apuntarle a las letras era una verdadera tortura y cuando por fin lo lograba, se me quedaban pegadas las teclas o se me invertía el orden dentro de las palabras, pero también tenía algo cómico y si lograba controlar la angustia, todo cambiaba. Soy alguien de un de humor fácil, sin sofisticaciones, formado en un liceo de hombres de Santiago, y con todo, esto de no poder apuntarle a las letras podía hacerme reír, tenía algo de ferozmente cómico.
También narra con detalle el momento en que se quemó la mejilla y cuando le lanzó amoníaco a los ojos, en 1980. Sobre esto último, revela otra dimensión, “querías que literalmente ella fuera tus ojos. Que ella viera por ti lo que tú ya no podrías ver” (página 119). Hoy, ¿cómo mira esos hechos?, ¿se arrepiente?
Siento un gran alivio de que no haya resultado, pero no me arrepiento. ¿De qué podría arrepentirme? ¿De haberlo intentado y de que no haya resultado? La poesía tiene vocación de extremos, no es un arte para amarillos. Puedes ser social demócrata o un demócrata cristiano en la vida, es una opción, pero no en la poesía. La poesía tiene vocación de extremos y debe dar cuenta de todo: de la pasión de la vida y de la pulsión de la muerte, y el intentar cegarme era una apuesta total por una idea de la belleza y del amor. En la página 119, como dices, él quiere que ella mire por él, quiere literalmente regalarle sus ojos y fundirse con los cuerpos destrozados y desaparecidos de Chile. Sin ese intento no existiría Purgatorio ni Anteparaíso ni INRI. Pero cegarme es algo que yo decidí sobre mí. Lo horroroso es cuando alguien decide por ti y esa sí es la demencia criminal, la crueldad máxima. Es exactamente esa crueldad sin nombre, lo que ocurrió con los mutilados oculares de las protestas. La víctima no puede decidir, el victimario sí, siempre pudo decidir besar los ojos del rostro que tenía ante sí y no arrancárselos.
El pasado 30 de abril iba a realizar una acción de pintar poesía en el cielo de Ciudad de México con drones, y no prosperó. ¿Hay alguna acción similar pensada para el futuro?
Sí, era un poema escrito con drones sobre la Ciudad de México, en la noche de esa inmensa ciudad, pero los encargados finalmente no se consiguieron los permisos. Se trataba de una especie de réquiem que reflejaría todo el luto y la desazón por los millones de muerto de la pandemia. Como el llanto de los antiguos profetas bíblicos o los poemas mortuorios de los mayas. Eran cinco frases e iban a ser estas:
MI DIOS NO DESPIERTA
MI DIOS NO QUIERE
MI DIOS NO SIENTE
MI DIOS NO SANGRA
MI DIOS NO VIENE
MI DIOS NO ES
Pero no se hizo, solo alcancé a verlas dentro de mí. Fue mi llanto privado. Mi empeño es la obra final, una que cierre mi paso sobre la tierra. Son 21 versos que comienzan con la palabra “Verás” que se proyectarán en la noche sobre los acantilados de la costa norte de Chile. Los haremos con el Delight Lab, los artistas que hicieron las proyecciones lumínicas en la Plaza Dignidad. El último verso es “Y llorarás” y desaparecerá con la luz del nuevo día. Solo quedará el sonido del mar. Es la imagen de mi muerte. Si he trabajado con mi vida debo trabajar también con mi muerte. Es también la razón del título de este libro: Sobre la noche el cielo y al final el mar.
La Convención Constituyente y Daniel Ortega
¿Qué opinión tiene del proceso constituyente que está viviendo el país?
Es lo más esperanzador que ha sucedido en Chile desde el triunfo de la Unidad Popular.
¿Tiene confianza en el trabajo de la Convención Constituyente?
Sí, una gran confianza.
¿Qué piensa de lo ocurrido con el convencional Rodrigo Rojas Vade?
Siento pena, compasión y solidaridad por Rojas Vade, él fue alguien que se equivocó gravemente, que apostó y que perdió. Pero basta, ya ha tenido su castigo y resulta increíble escuchar al coro de los cínicos, de los que han desfalcado Chile, que juran por la bandera y simultáneamente se hacen multimillonarios con los helicópteros y las fragatas, y con su séquito de cómplices y encubridores Chile, gritando a cuatro vientos por “esta traición a la fe pública”. Basta con Rojas Vade. Lo otro es empujarlo, llevarlo a los extremos, no darle ninguna salida. No lo conozco, pero si lo viera en la calle le daría un abrazo, a veces es lo que necesitamos.
¿Qué espera de la nueva Constitución?
Como todos, espero que emerja un país más bueno y justo.
En las pasadas elecciones primarias presidenciales dio su apoyo a Daniel Jadue. Considerando que el abanderado de Apruebo Dignidad es Gabriel Boric, ¿le entregará su apoyo?
Gabriel Boric es una gran persona y por supuesto que sí, claro que sí, totalmente sí.
¿Qué opinión tiene de lo que está ocurriendo con Sergio Ramírez, perseguido por el gobierno de Nicaragua?
Daniel Ortega traicionó una de las revoluciones más bellas del mundo; la revolución sandinista que derrocó a Somoza, la revolución de campesinos, estudiantes y poetas donde Sergio Ramírez fue vicepresidente y el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura. Una revolución donde se alfabetizaba con poemas y no puedo creer que un gran hombre como Sergio Ramírez, cuyo dinero obtenido en todos sus reconocimientos, están en su Centro Cultural que creó en su pueblo natal, centro que es de las cosas más entrañables y bellas que he visto en mi vida; no puedo creer que al poeta Cardenal que vivía como el más humilde de los hombres, en un casita de adobe, lo hayan querido encarcelar por enriquecimiento ilícito, no puedo creer que la gran poeta Gioconda Belli, una persona a la que no puedes sino amar y que participó en la revolución sandinista con una entrega y valentía increíble, haya tenido que irse de su amada Nicaragua por las amenazas de muerte, pero la pequeña Nicaragua, patria de Rubén Darío, es un gran pueblo que tiene uno de los festivales de poesía más extraordinarios del mundo, el de Granada, saldrá de esta para seguir contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo, infinitamente más justo y bueno para todos, para cada uno de nosotros, para absolutamente todos.