Adrien Brody, la expresividad del introvertido eterno
Nada volvió a ser igual para el actor después de encarnar al compositor judío Władysław Szpilman en El Pianista. Tras ganar el Oscar, su carrera se volvió irregular y perdió el entusiasmo por las grandes películas de Hollywood, recluyéndose en disciplinas como la pintura. Hoy vive una temporada dulce de la mano de su llegada a Succession y del nuevo filme de su socio Wes Anderson, La Crónica Francesa.
Adrien Brody (48) encontró la casa de sus sueños en el norte del estado de Nueva York, a unas cuatro horas de la Gran Manzana. Personalmente, se encargó de una remodelación que implicó traer materiales de distintas partes del mundo y una exhaustiva labor que tomó años antes de estar terminada.
En ese domicilio recibió a Georges Moquay en 2013. En medio de una jornada salpicada de trabajo y camaradería, el artista francés invitó a que el actor tomara el pincel y lo llevara al lienzo. Espontáneo y revelador, ese episodio marcó su primer acercamiento de adulto a la disciplina a la que dedicaba tiempo cuando era apenas un niño. “Sentí tanta libertad creativa”, le reconoció a The Guardian en una reciente entrevista.
Su última aproximación a la pintura no devino en un giro radical en su carrera, aunque sí le aportó matices: desde entonces, cada vez que está filmando una nueva película arrienda un espacio donde puede tomar un pincel y desplegar su faceta menos desconocida: el Adrien Brody dueño de su propia obra.
En Hollywood, en cambio, sus pasos han sido zigzagueantes y no siempre satisfactorios. ¿Qué trabajo memorable ha brindado en la última década? Su versión de Houdini en una miniserie homónima del canal History lo hizo merecedor de nominaciones a los Emmy y al Premio del Sindicato de Actores, y en El Gran Hotel Budapest (2014) concedió una deliciosa interpretación como uno de los hijos de una avejentada Tilda Swinton. Pero no hay demasiado más para quien fuera ungido como una de las mayores promesas del orbe.
Su época de vacas flacas se explica desde el mayor de los triunfos de una estrella en la industria norteamericana: el Oscar que obtuvo en marzo de 2003 por El pianista. Tenía 29 años y se transformó en el ganador más joven del galardón, honor que todavía mantiene en su poder. Tras cazar un hito de ese calibre, lo esperable es que se abran todas las puertas y se sellen las colaboraciones más cotizadas del mundo del cine.
Pero la gloria no fue tal y, de hecho, la disparada exposición hizo más difícil su etapa tras concluir el rodaje del drama de Roman Polanski. A ojos del público, Brody entregó una sobresaliente interpretación como el compositor judío polaco Władysław Szpilman, hipnotizante desde el primer momento que está en cuadro hasta su final. El rol de un sobreviviente del Holocausto lo exigió al máximo mental y físicamente (bajó 14 kilos, cuando grababan él se acompañó únicamente de un piano en hoteles de Alemania y Polonia), y alteró su vida y su acercamiento a la actuación para siempre.
“Fue una enorme responsabilidad y me cambió”, reconoció en octubre a la revista GQ sobre la filmación de la cinta, que lo sumergió en un cuadro depresivo por cerca de un año. Y tras el Oscar, “fue como si hubiera entrado en una tormenta”.
King Kong (2005) y La aldea (2004) fueron los dos títulos más prominentes de su trayectoria en los años siguientes, cuando las expectativas del medio, su visibilidad y su satisfacción personal no conformaron un buen triángulo.
De esa época, su debut con Wes Anderson, Viaje a Darjeeling (2007), sería el proyecto que a la larga luciría más fructífero: no ha trabajado con ningún director más veces y acaba de terminar de rodar en España su quinta colaboración, Asteroid City. Con el cineasta de Los excéntricos Tenenbaums y el elenco de esa primera película tejió una colaboración digna de “un grupo de hermanos”, según ha definido.
En su más reciente estreno, La Crónica Francesa –que llega el jueves 18 de noviembre a salas chilenas–, Brody encarna a un comerciante de arte que identifica a un genio en un hombre encarcelado por asesinato (Benicio del Toro). Él es solo una de las piezas de un extenso e impresionante elenco que da vida a un filme dividido en seis segmentos, una particularidad que en ningún caso le incomoda.
De hecho, dejar de sentirse como la gran estrella de la función y pasar a ocupar un lugar algo más secundario parece explicar cuánto está disfrutando sus últimas incursiones actorales. Fanático de la serie, Brody se unió al elenco del tercer ciclo de la extraordinaria Succession (en HBO y HBO Max), en el rol de un inversionista preocupado con la guerra que lidian Logan (Brian Cox) y Kendall (Jeremy Strong) por los destinos del conglomerado de medios que encabeza la familia Roy.
Como se apreció en el gran capítulo exhibido el domingo pasado, el cuarto de la actual temporada, su personaje, Josh Aaronson, los invita a su isla privada en Nueva York para comprobar el estado de la empresa y la ardiente disputa. Pero, sobre todo, para comprobar en persona las fracturas de padre e hijo.
“Fue muy emocionante porque aquí tenía a dos actores brillantes que estaban tan empapados de sus personajes y su trabajo de personajes. Y yo era el intruso, tenía que entrar y nadar con los tiburones”, describió a The Hollywood Reporter sobre su aparición en la ficción.
Pero hay más en carpeta para Brody en cine y televisión. En Blonde, la cinta de Ana de Armas como Marilyn Monroe, que se lanzará en 2022 en Netflix, se pone en la piel del reconocido dramaturgo Arthur Miller, su pareja entre 1956 y 1961. De nuevo en HBO, la miniserie que se prepara sobre los memorables años 80 de Los Angeles Lakers en la NBA le otorga el papel del mítico entrenador Pat Riley.
“Es un momento especial”, le dijo el actor a The Guardian. “Realmente no puedo señalar lo que es. Tal vez sea algo dentro de mí, yo le he dado la bienvenida a más”.
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