2020 fue un año de fenómenos extraños para las series. Un documental de siete partes sobre una enrevesada trama de animales, delitos y personajes extravagantes se elevó como una especie de imperdible al comienzo de la pandemia (Tiger King). En la última parte del año, en forma de estupenda miniserie de siete capítulos, toda la atención fue para la historia de una atormentada ajedrecista (Gambito de dama) que, en otro contexto, quizás habría pasado algo más desapercibida.
Y entremedio de ambos hits, y también en Netflix, una comedia romántica dio la vuelta al mundo a pesar de su singular juego de cualidades y defectos. Protagonizada por una estadounidense que se mueve desde Chicago a Francia por trabajo, Emily in Paris apostó sin vacilaciones por los momentos incómodos más que por el encanto de su personaje central (que cuesta encontrarlo) o la sorpresa de sus giros de trama (que se pueden anticipar fácilmente).
Su arrastre en el streaming fue el triunfo de los que no pudieron parar de ver cómo Emily (Lily Collins) se complica con sus relaciones amorosas y permanentemente tiene roces con la idiosincrasia francesa –que quiere cambiar en vez de comprender– y en específico con sus compañeros de trabajo, partiendo por Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), la jefa que si dependiera de ella la enviaría de vuelta a su país de origen.
Evasión pura y dura que se benefició de un año en que la vida fue particularmente difícil para el mundo, con confinamientos y el desbarajuste de las dinámicas sociales, donde ver a una estadounidense equivocándose sin reparar en su torpeza operó como fórmula de escape ideal para millones.
Si ese factor fue importante en su popularidad, habría que decir que 14 meses después de su estreno, la nueva camada de episodios llega mientras los países –sobre todo en el hemisferio norte– retroceden en vez de avanzar en el control de la pandemia, a causa de la expansión de la variante Ómicron, y medidas como las cuarentenas parecen inminentes.
¿Pero qué es el Covid en el universo de Emily Cooper? ¿O el teletrabajo? ¿La mascarilla? Nada de eso existe en sus aventuras por la Ciudad de la Luz. De hecho, sus diez nuevos capítulos retoman el hilo del final del primer ciclo. En ese desenlace la influencer de la historia concretó su interés por Gabriel (Lucas Bravo) luego de que este terminara su relación con Camille (Camille Razat), flamante nueva amiga de la protagonista.
El triángulo amoroso persiste en la segunda temporada, extendiendo el dilema de Emily sobre si priorizar la amistad o el amor. Algo más tenue resulta en este retorno la tirante relación de la joven con la cultura francesa, uno de los factores que despertaron más críticas por parte de ciudadanos locales y por el público general, que se irritaron con el incansable afán del personaje por cuestionar costumbres y hábitos de un país ajeno pese a que no se interesa en aprender inmediatamente el idioma. Para otros, en cambio, ahí estuvo toda la gracia del asunto.
También algo tuvo que decir el choque generacional, representado en particular en el vínculo con su jefa en Francia. En el segundo ciclo la dupla sigue limando sus asperezas y la ficción se abre a profundizar en el personaje de Sylvie indagando en su propio triángulo amoroso. Una ventana a otra etapa de la vida de una mujer que no abandona la óptica liviana y directa de la serie, al tiempo que le ayuda a darle algo más de textura a la historia.
Por supuesto también hay más complicaciones con los romances. Ahora Emily se cruza con Alfie (Lucien Laviscount), un banquero británico que conoce en sus clases de francés y que le permite explorar un nuevo espectro en sus relaciones amorosas. ¿Pero será suficiente para que la joven se quede en Europa y no regrese a Estados Unidos? Ese sería el final de la historia, seguramente.
Las complicaciones y nuevos retos de la protagonista progresivamente van dibujando una evolución del personaje, sin entrar en una dimensión aleccionadora que sería desastrosa para una comedia que jamás se ha tomado en serio. En algún sentido, Emily sigue siendo ella misma, con un matiz indispensable si se trata de una nueva tanda de episodios.
En suma, el retorno de la serie puede lucir como más de lo mismo. Pero para una ficción que nunca prometió ser más que diversión simple (y una exhibición desatada de bellos parajes y lujos), quizás eso sea suficiente para una segunda temporada y cinco horas seguidas frente a la pantalla.