La idea del joven ingeniero Hans Castorp era hacer una visita de tres semanas a su primo, Joachim Ziemssen, quien se encuentra internado -muy a su pesar- en el Sanatorio Internacional Berghof, en Davos, los Alpes suizos. Ziemssen es teniente en el ejército alemán y desea recuperarse pronto de una tuberculosis para retomar su carrera en el mundo de las armas. Castorp va de paso porque debe volver a Hamburgo para comenzar en un nuevo trabajo.
Pero Castorp se sorprende cuando de pronto también comienza a sentirse no muy bien y los médicos del lugar le sugieren que se quede, pero esa estadía será mucho más larga de lo que presupuesta. En el camino no solo incorpora la rutina diaria, como tomarse la temperatura constantemente, sino que conocerá a una serie de personajes que le irán redefiniendo su visión de mundo. Entre ellos, el excéntrico y arrogante italiano Settembrini, el contemplativo profesor de latín Leo Naphta, y sobre todo, la engimática Clawdia Chauchat, quien termina por removerlo en su fibra más íntima.
En apretada síntesis, es la historia que Thomas Mann cuenta en su monumental novela La montaña mágica. Publicada en 1924, es quizás la obre cumbre del alemán, junto con La muerte en Venecia y Los Buddenbrook. Compleja, pero no de lectura difícil, sino porque tiene un sinfín de cruces entre personajes, mucho detalle -en una característica propia del XIX que aún en ese tiempo se mantenía-, lo que hace que requiera una lectura atenta. Daría más para una serie de varias temporadas que para un largometraje.
Hoy, la novela está de regreso. Desde esta semana se encuentra disponible en las librerías del país una nueva edición a través de DeBolsillo, de Penguin Random House. Hasta ahora, se le podía encontrar en la edición de la española editorial Edhasa, aunque ya algo descontinuada.
Una visita entre guerras
La montaña mágica se ambienta en los años previos a la Primera Guerra Mundial. “En el mundo anterior a la gran Guerra -escribió el mismo Mann en el prólogo del volumen-, con cuyo estallido comenzaron muchas cosas que, en el fondo, todavía no han dejado de comenzar”.
La novela, extensa y detallada, recuerda a la narrativa del XIX, Mann se refiere a ello, y asegura: “Nos inclinamos a pensar que solo es verdaderamente ameno lo que ha sido narrado con absoluta meticulosidad”.
Además, posee un particular sentido del tiempo, y que también es citado por lo personajes. A veces, en la novela solo transcurre un día, en otras, una semana. Al lector se le hace algo complejo ir siguiendo la temporalidad. De hecho, el mismo Mann lo advierte en el prólogo porque fue su intención crear esta confusión temporal. “Lo mejor será que no se pregunte de antemano cuánto tiempo transcurrirá sobre la Tierra mientras la historia le mantiene aprisionado en su red. ¡Dios mío, tal vez sean incluso más de siete años!”.
Años después de su publicación, en 1939, Mann dictó una conferencia en la Universidad de Princeton, Nueva Jersey. Había llegado ahí huyendo de la persecución de régimen nazi, puesto que se había declarado opositor. De hecho, se le había retirado la nacionalidad alemana y por esos días tenía pasaporte checoslovaco.
La conferencia se llamó Introducción a La montaña mágica, donde narró cuál fue el origen de la novela: la visita que le hizo a su esposa en un sanatorio en los Alpes suizos. “En el año 1912 -casi ha transcurrido una generación, sin contar con que quien hoy es estudiante en aquella época aún no había nacido- mi esposa contrajo una dolencia pulmonar -nada grave- que, sin embargo, la obligó a permanecer durante medio año en la montaña, en un sanatorio de la región suiza de Davos”.
“Entretanto, yo permanecí con nuestros hijos en Münich y en nuestra casa de Tölz an der Isar; pero en mayo y junio de aquel mismo año visité a mi mujer durante varias semanas y, si leen ustedes el primer capítulo de La montaña mágica titulado ‘La llegada’, en el que el invitado Hans Castorp cena con su primo enfermo Ziemssen en el restaurante del sanatorio, probando no sólo la excelente cocina del lugar, sino también la atmósfera del mismo y de la vida ‘aquí arriba’, si leen este capítulo obtendrán una descripción relativamente precisa de nuestro encuentro en dicho ambiente y de mis propias extrañas impresiones de entonces”.
“Preferí escribir La montaña mágica haciendo uso de las impresiones que acumulé durante las breves tres semanas que permanecí allí y que bastaron para darme una idea de los peligros que entraña tal ambiente para los jóvenes -y la tuberculosis es una enfermedad de jóvenes. El mundo de enfermos que se respiraba allá arriba es de una cerrazón tal y posee la fuerza envolvente que seguramente habrán experimentado ustedes al leer mi novela. Se trata de una especie de sucedáneo de la vida que logra, en poco tiempo, enajenar al joven y alejarlo completamente de la vida real y activa. Todo es, o era, suntuoso allá arriba, también la noción de tiempo”.
Incluso, en un primer momento, Mann pensó en otro tono para la novela, más relajada. Además, iba a ser algo breve. “La idea de transformar mis impresiones y experiencias de Davos en un relato pronto se apoderó de mí. [...] El relato que planeaba escribir -que desde el primer momento recibió el título de La montaña mágica- no debía ser más que la contrapartida humorística de La muerte en Venecia, también en cuanto a su extensión, por lo que debía adoptar la forma de una short story[i] un poco larga”.
“La había concebido como un juego satírico relacionado con la trágica novela corta que acababa de concluir. Su ambientación debía ser una mezcla de muerte y diversión, mezcla que había percibido en aquel extraño lugar de la montaña. La fascinación por la muerte, el triunfo del embriagador desorden sobre una vida dedicada al orden más excelso, descrito en La muerte en Venecia, debía plasmarse en clave humorística. Un héroe simple, el cómico conflicto planteado entre ciertas macabras aventuras y la honorabilidad burguesa, así rezaban mis intenciones. El final era incierto, pero ya se encarrilaría; el conjunto parecía poder adquirir cierta ligereza y divertir, y no ocuparía muchas páginas. Al regresar a Tölz y Münich comencé a escribir el primer capítulo”.
Asimismo, Thomas Mann obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1929.