Un poeta con alma de cronista: el intenso y decisivo paso de Rubén Darío por Chile
Poeta, cuentista y reportero. Las virtudes de la pluma del nicaragüense no se limitaban a la mera escritura de versos. En su paso por Chile, el “príncipe de las letras castellanas” forjó su incursión definitiva en el oficio que lo acompañaría hasta sus últimos días. A 155 años de su nacimiento, recordamos la vida que el precursor del modernismo literario forjó en nuestro país, que tuvo como consecuencia la escritura del libro Azul…, y que marcó el inicio de la era moderna en el continente latinoamericano.
“A causa de la mayor desilusión que pueda sentir un hombre enamorado, resolví salir de mi país. ¿Para dónde? Para cualquier parte. Mi idea era irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fue Chile? Estaba entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado don Juan Cañas (…) Hombre de verdadero talento, de completa distinción y bondad inagotable. Cinéfilo decidido desde que en Chile fue diplomático allá por el año de la Exposición Universal. ‘Vete a Chile –me dijo-. Es el país a donde debes ir’”.
Con estas palabras recordaba Félix Darío García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, los azares de la vida que terminaron asentándolo en Chile. En su autobiografía, redactada entre 1910 y 1913, el poeta comenta que, antes de llegar a nuestro país, estuvo una temporada en El Salvador, donde trabajó en la adaptación del verso alejandrino francés a la métrica del castellano.
Sin embargo, la enfermedad también marcó su estadía en el país salvadoreño. Pese a codearse con personajes importantes del jet set literario (como los poetas Joaquín Méndez y Francisco Gavidia), y de recitar uno de sus poemas en nada menos que la conmemoración del centenario de Simón Bolívar, la vida de Darío en El Salvador fue de bastantes penurias económicas. A ello se sumó su contagio de viruela, que finalmente lo llevó a tomar la decisión de retornar a su país y, desde allí, mirar hacia el futuro.
Así, desembarcaría en Valparaíso un 24 de junio de 1886, lugar desde el cual afianzaría su relación con Chile y donde terminaría consolidándose como el poeta moderno más importante de la historia hispanoamericana.
En sus memorias, relata que emprendió rumbo a Valparaíso prácticamente con lo puesto. Inicialmente, ni si quiera tenía claridad de cómo llegaría al sur del continente. “Vete a nado, aunque te ahogues en el camino”, le dijo Cañas, aunque luego sería él quien le ayudaría a organizar el viaje. Recuerda Darío: “El caso es que él y otros amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que me diera el general Cañas –una para un joven que había sido íntimo amigo suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto personaje de Santiago”.
Y aunque arribó siendo un joven de tan sólo 19 años, al poco tiempo logró establecerse como una figura relevante del ambiente intelectual nacional. En esos tiempos ya era reconocido como uno de los poetas más prometedores del continente, y es que cabe recordar que su desarrollo literario comenzó a temprana edad.
Su primera infancia estuvo marcada por el abandono. Su padre era alcohólico, por lo que varias veces le tocó ir de casa en casa con su madre. Finalmente, quedó a cargo de su tía Bernarda Sarmiento su esposo, el coronel Félix Ramírez, quienes habían perdido recientemente a un hijo, por lo que no tuvieron problema en adoptarlo como un descendiente más.
El coronel Ramírez organizaba tertulias literarias en su casa, donde Rubén Darío tuvo un contacto prematuro con la elite intelectual de esos tiempos. Aunque no recordaba a qué edad comenzó a escribir poesía, aprendió a leer a los tres años, y a los seis ya había revisado grandes obras como El Quijote. A los trece ya era reconocido como poeta, y a los catorce años ya colaboraba asiduamente con sus versos en el periódico local La Verdad.
En Chile, pudo desarrollar profesionalmente no sólo su faceta literata, sino que también explotó sus virtudes como periodista, específicamente en el rol de cronista y reportero. Desde esta parte del mundo, Rubén Darío asentaría definitivamente su pasión por el oficio periodístico, además de escribir varias obras que se transformarían en algunas de las más importantes de su carrera.
Un personaje de la alta alcurnia chilena
La llegada del poeta a nuestro país fue bastante bien recibida por parte de la aristocracia intelectual, y fue anunciada nada menos que a través de un artículo publicado en El Mercurio el 13 de julio de 1886. Allí decía: “Don Rubén Darío. Se halla desde hace algunos días en Valparaíso este joven poeta nicaragüense que ha venido a establecerse entre nosotros por instancias del ex ministro residente del Salvador en nuestro país don Juan J. Cañas, fervoroso admirador de Chile”.
Tras un breve repaso del currículum de Darío, el artículo cierra con la frase “deseamos al señor Darío grata permanencia en este país, del cual dice hallarse encantado”.
Fue Adolfo Carrasco, diputado y diplomático, quien le consiguió un puesto de trabajo en el diario La Época, además de un hospedaje dentro de la imprenta. Ya había trabajado como colaborador de medios en su país natal, como El Ferrocarril y El Porvenir de Nicaragua.
Sin embargo, su participación en La Época le permitió entablar relaciones con el selecto grupo de intelectuales liberales de aquellos tiempos. Y no sólo hizo amistad con personajes como Pedro Balmaceda Toro, hijo del entonces presidente de Chile, José Manuel Balmaceda, sino que llegó a formar parte importante dicho grupo.
Sin embargo, los problemas económicos siguieron a Darío hasta nuestro país. Así describe Darío su inserción en el círculo intelectual capitalino:
“La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reduciría a lo siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades aristócratas. Terror del cólera que se presentó en la capital. Tardes maravillosas en el cerro de Santa Lucía. Crepúsculos inolvidables en el lago del parque Cousiño. Horas nocturnas con Alfredo Irarrázaval, con Luis Orrego Lugo o en el silencio del Palacio de la Moneda, en compañía de Pedro Balmaceda y del joven conde Fabio Sanminatelli, hijo del ministro de Italia”.
Confiesa que cuando lo mandaron a buscar a la estación de trenes de Santiago, le preguntaron de forma despectiva: “¿Será usted acaso el señor Rubén Darío?”, juzgándolo, según sus propias palabras, por su aspecto joven y humilde. Aun así, sería cuestión de tiempo para que, con altos y bajos respecto a su economía personal, el poeta se consagrara como una de las figuras intelectuales más importantes de esos días.
El germen cronista en los poetas modernos
La crónica fue un formato de múltiples virtudes para los poetas de la época. No sólo Rubén Darío desarrolló sus habilidades periodísticas. Otros literatos importantes también explotaron dicho formato, pero sobre los hombros de Darío cae el título de ser uno de los precursores de la crónica moderna en nuestro continente.
El doctor en literatura y cultura latinoamericana y académico de la Universidad de Chile, Leonel Delgado, explica que esa relación con el formato periodístico de la crónica fue fundamental para los poetas modernistas.
“La crónica es uno de los géneros más importantes que practican los modernistas, entre ellos Rubén Darío. Los modernistas (como José Martí, Darío o Enrique Gómez Carrillo) vivían del periodismo, concretamente de la escritura de crónicas. La crónica que es un género muy heterogéneo en el que alcanzaban desde comentarios de salones de arte hasta notas sobre crímenes, comentarios críticos sobre política, etcétera”, señala Delgado.
Así, el trabajo periodístico del joven Darío le sirvió como fuente inspiradora para su producción literaria. A través del reporteo pudo conocer la realidad desigual de los distintos estratos sociales del país, lo que marcaría profundamente los fundamentos de la corriente modernista. Así, La Época fue un espacio relevante para lo que sería la producción artística que terminó por coronar al poeta como el padre del modernismo literario en Hispanoamérica.
Sin embargo, la pasión del nicaragüense era, indudablemente, la poesía. Delgado explica que el rol del cronista modernista era mantener al día a las clases medias y altas latinoamericanas sobre lo que estaba pasando en Europa, “y así se ganaba la vida, con lo que también se podía dedicar a lo que consideraba su escritura principal, que era la poesía”.
“Darío, con algunos otros jóvenes inquietos del entorno chileno (como Pedro Balmaceda Toro, hijo del presidente), introdujeron en el espacio público aspectos fundamentales de la modernidad, que eran disimulados o no elaborados en los ámbitos de la oligarquía dominante. La pasión por lo moderno, el culto esteticista, y la crítica social (como se advierte en los cuentos de Azul). Estas instancias eran puntales de los procesos de modernización, y ayudaban a inscribir diferencias sociales y culturales en el espacio público”, profundiza Delgado.
Esta visión del mundo se decantaría en Azul…, una de las obras más importantes del poeta y que es considerado como el libro que dio el arranque definitivo de dicha corriente literaria en Latinoamérica, caracterizada por el anhelo de la armonía en un mundo que no lo era y la búsqueda de las raíces, que trajo consigo una crítica implícita a las desigualdades sociales dominantes en la época.
Luego de su trabajo en La Época, Darío trabajó en otros medios relevantes a nivel internacional, siendo uno de los más importantes su rol como cronista del diario argentino La Nación, donde reporteó distintos eventos de talla mundial, como la guerra de España post guerra y la Exposición Universal en París. Mantuvo sus lazos contractuales con el medio argentino hasta sus últimos días.
La herencia para Chile de Rubén Darío
El doctor en literatura y académico de la Universidad de Chile, Ignacio Álvarez, señala sobre la importancia de Azul…: “Sigo en esto de cerca de Grínor Rojo –ensayista, académico y director del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos (CECLA)-. En Azul... aparece ese poeta moderno que no quiere ser instrumentalizado por el rey burgués, por ejemplo, o que se maravilla por los brillos del oro y al mismo tiempo los desprecia (en La canción del oro). Esos reinos de fantasía son reemplazados por la belleza natural (en el conjunto El año lírico, por ejemplo)”.
Su paso por Chile significó una época furtiva para la producción literaria de Darío. En territorio nacional escribiría Azul…, uno de los libros más importantes no sólo de su carrera, sino que de la historia literaria hispanohablante. Además, escribió la novela Emelina, el libro Abrojos y A. de Gilbert, este último, tras el fallecimiento de su amigo Pedro Balmaceda.
Respecto a Azul, Delgado complementa que esta obra “combina poemas, estampas y cuentos. Sobre todo, los cuentos resultan radicales en sus planteamientos. Realizan una crítica a la banalidad de la cultura burguesa y a la pasión fetichista por la belleza (en el cuento El rey burgués, por ejemplo). También contrasta el poderío lujoso de la oligarquía con los excluidos por la modernidad (prostitutas, mendigos, poetas), como se puede advertir en La canción del oro. Incluso, introduce una crítica más realista o naturalista con el cuento El fardo, en que un obrero joven muere aplastado en el puerto de Valparaíso. Es decir, que Azul instala una crítica moderna frente a la arrogancia del capitalismo chileno y latinoamericano de fines de siglo XIX”, explica el académico.
Respecto a la influencia de Darío en Chile, Álvarez comenta que esta excede a sus versos. “Hay, por un lado, algo que tiene que ver con el oficio. Darío se forja en Chile como poeta moderno, es decir, como alguien que ejerce una labor especializada siguiendo sus reglas específicas y viviendo de ella. Por otro lado, en su tarea como poeta nos muestra, como bien señaló Ángel Rama en su momento, que las princesas y castillos no eran un escape de la realidad, sino que una forma de resistirse a ella, y que la relación que los americanos tenemos con la poesía europea no debe ser de imitación sino de transformación”.
Incluso comenta que el cuento El Fardo, parte del libro Azul…, tiene “una pulsión parecida a la que llevará a Baldomero Lillo, unos años después, a escribir Sub terra”, una de las obras literarias más importantes de nuestro país.
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