The Stooges
Probablemente ni la música punk del último medio siglo, ni el rock sucio y garagero ni la reputación musical del estado de Michigan serían lo mismo sin Iggy Pop. Tampoco lo que hoy consideraríamos como una actitud salvaje y entregada sobre el escenario.
Pero para James Newell Osterberg Jr. -el nombre real del artista- todo parte con The Doors, específicamente con Jim Morrison, en 1967: “Fui a dos dos conciertos de los Doors. El primero al que asistí fue hace mucho todavía no se habían aceitado. Ese show fue una gran, gran, gran influencia para mí (...) este tipo, loco por el ácido, vestido de cuero con el cabello todo aceitado y rizado, confrontacional, me pareció muy interesante. Pensé, “oye, puedo hacer eso”.
Ese mismo año Osterberg, ya convertido en Iggy Pop, comienza su historia con The Stooges. Para muchos -junto con sus coterráneos de MC5- los pioneros del punk en Estados Unidos y una influencia absoluta para el rock de los años venideros. En sólo siete años, la banda dejó tres discos esenciales y algo incomprendidos en su momento -The Stooges (1969), Fun House, (1970), Raw Power (1973)- además de actuaciones memorables que muchas veces incluían automultilación por parte del cantante.
La era Bowie
La relación profesional y de amistad entre Iggy Pop y David Bowie comenzó formalmente con Raw power (1973), con el segundo en el rol de productor, pero se solidificó en los años siguientes, dando vida a una de las sociedad más fructíferas de la música durante aquella década.
A fines de los 70, ambos artistas se mudaron a Berlín Occidental para intentar sanarse de sus respectivas adicciones a las drogas. “Vivir en un departamento de Berlín con Bowie y sus amigos fue interesante...”, recordó Pop años después. “El gran evento de la semana era el jueves por la noche. Cualquiera que todavía estuviera vivo podía gatear hasta el sofá y ver Starsky & Hutch”.
En medio de ese proceso de desintoxicación, Pop firmó con RCA Records y Bowie le ayudó a escribir y producir The Idiot y Lust for Life, probablemente sus dos discos solistas más influyentes y aclamados. Muchas de las canciones de esos álbumes fueron creadas en conjunto por la dupla (The Passenger, Lust for Life), y un buen puñado de ellas fueron posteriormente interpretadas por Bowie en sus propios discos (China Girl, Tonight , Sister Midnight).
Candy
La de los 80 no fue una década de gran impacto para Iggy Pop, transformado en una figura de culto, subterránea, alejada de los ránkings de popularidad. Faltaban algunos años para que una siguiente generación lo redescubriera y reverenciara como leyenda ineludible.
La tendencia se interrumpió con Brick by brick (1990), el disco que le dio a al músico algunas de sus mejores críticas desde sus colaboraciones con David Bowie. Y allí estaba Candy, el gran hit radial de Osterberg de aquella época y hasta hoy uno de sus singles más reproducidos en plataformas. Un dueto junto a la vocalista de B-52, Kate Pierson, que insertó al cantante en la órbita de MTV.
Según Pop, la canción, en que junto a Pierson se dividen los estribillos para recordar cada uno con nostalgia un amor perdido que aún les pena, está inspirada en una novia de su adolescencia. “Estaba recordando mi relación con ella y pensé ‘Seamos justos’. Deja que la chica tenga su opinión. Quería una chica que cantara con una voz pueblerina, y Kate tiene un pequeño acento en su voz que suena un poco rural e ingenuo”, explicó alguna vez.
Post pop depression
Si en los 70 David Bowie fue quien lo ayudó a impulsar la carrera de Iggy Pop, cuatro décadas después esa labor recayó en Josh Homme, uno de sus alumnos más aventajados. La sociedad creativa entre Osterberg y el líder de Queens of the stone age desembocó en Post pop depression, el mejor disco del cantante en este siglo.
Al LP le siguió el documental American Valhalla -que llegó a Chile de la mano del festival In-Edit-, donde se muestran las sesiones de grabación del álbum en las que participaron Dean Fertita (Queens of the Stone Age) y Matt Helders (Arctic Monkeys), además de una gira posterior en la que conviven el ídolo en constante reinvención y el discípulo maravillado por la oportunidad.
En Chile
El torso más famoso del rock llegó a Chile un 10 de octubre de 2016. En una verdadera lección de entrega sobre el escenario -y debajo de este-, Iggy Pop dio una de las mejores presentaciones de aquellos años desplegando un arsenal de clásicos, partiendo con I wanna be your dog, The passenger y Lust for life, para rematar con joyas como Loose, Raw power y No fun.
“Veníamos de The Libertines, ese remedo de banda británica donde campean las poses para soslayar la pobreza de ideas, sonido y ejecución, y aparece Iggy Pop guarecido de su banda y cortinaje platinado, para convertir por un par de horas al Movistar arena en una especie de cabaret sórdido, ensimismado en una estrella de escasa ropa -apenas un pantalón a la cadera y el torso eternamente desnudo-, quien montó un espectáculo de la vieja escuela con partes iguales de actitud y decibeles, arrojando una bocanada de rock puro y salvaje”, reseñaba al día siguiente el crítico de música de La Tercera, Marcelo Contreras.