El escritor de capa caída Barclays y el fogoso conspirador político Álvaro Vargas Llosa se encuentran casualmente en un restaurante. Se ven a la distancia con frialdad o con desdén o con rencor. No se saludan. ¿Por qué no se saludan, si fueron grandes amigos? Porque hace quince años dejaron de ser amigos. ¿Por qué dejaron de ser amigos? Cada uno tiene su propia versión del modo penoso en que aquella amistad se arruinó. Como ya no tiene amigos, Barclays piensa:

-Seguramente yo tuve la culpa, yo me porté mal, yo lo decepcioné.

A pesar de que han transcurrido quince años, Barclays recuerda con dolorosa exactitud las circunstancias ínfimas, miserables, desgraciadas, que corrompieron aquella amistad. Preferiría no recordarlas, le da vergüenza recordarlas. Ahora son enemigos. Se han encontrado en un restaurante y no han sido capaces de darse la mano, sepultar las rencillas o los enconos que los enemistaron, restaurar una amistad que las deslealtades, los celos, los malentendidos y los egos han destruido. Últimamente, ha sido Álvaro, el hijo mayor del ilustre escritor Mario Vargas Llosa, quien ha rebajado a Barclays. En declaraciones a la prensa, ha dicho, muy altivo, en tono de superioridad moral:

-Yo a Barclays le he perdido el respeto.

¿Por qué le ha perdido el respeto? Barclays supone que su examigo comenzó a perderle el respeto por razones políticas. No es que ambos piensen políticamente cosas opuestas, reñidas, incompatibles. De hecho, se han declarado liberales hace años, antes de que estuviera de moda hacerlo. Entonces, si piensan políticamente de un modo parecido, ¿por qué se han peleado por razones políticas? Porque Álvaro Vargas Llosa ha apoyado a ciertas candidaturas políticas que Barclays ha atacado y porque Barclays ha apoyado a ciertas candidaturas políticas que Álvaro Vargas Llosa ha atacado. ¿De qué candidaturas estamos hablando? ¿De líderes españoles, argentinos, mexicanos, chilenos? No. ¿De cierto caudillo populista norteamericano? Tampoco. Se han peleado por tales o cuales candidatos peruanos, unos de izquierdas, otros de derechas, todos deplorables, impresentables, todos sospechosos de bribones, facinerosos, ladronzuelos. Barclays piensa entonces:

-Es una pena cuando dos amigos se pelean por razones políticas.

Barclays y Álvaro Vargas Llosa se hicieron amigos hace cuarenta años: entonces Barclays era periodista precoz de un diario de derechas, “La Prensa” de Lima, donde publicaba una columna cáustica y punzante, “Banderillas”, y Vargas Llosa había abandonado sus estudios en la universidad de Princeton, se había mudado a Lima y había sido contratado como editorialista de ese diario.

-Álvaro Vargas Llosa está en la mesa redonda con dos mujeres -le dice Barclays a su esposa Silvia en el restaurante, después de cruzar miradas con su examigo-. Mejor cambiamos de sitio, porque no quiero verlo.

Mientras Vargas Llosa habla a gritos, apasionadamente, una voz algo chillona y autoritaria que se distingue sobre los murmullos comedidos de los comensales y revela lo seguro que está de poseer siempre la razón, Barclays se pone de pie, cambia de sitio y se sienta de espaldas a quien fue su amigo y ahora es su enemigo. ¿Qué ha hecho para que Vargas Llosa no lo respete y hasta lo desprecie? ¿Y Barclays respeta todavía a Vargas Llosa? Sí, lo respeta. No es su amigo, no quiere hablar con él, pero lo respeta. ¿Por qué lo respeta? Porque se ha enamorado de una mujer muy guapa, libanesa, que lo acompaña aquella noche en el restaurante. Porque habla un inglés perfecto, sin acento. Porque no se sabe bien en qué trabaja, pero se da la gran vida. Porque es inteligente y combativo y por lo general defiende ideas inteligentes con espíritu combativo.

-Qué pesado, Álvaro -le dice Barclays a su esposa Silvia, en voz bajita, conspirativa-. Qué manera de hablar a gritos.

Fueron grandes amigos cuando el padre de Álvaro fue candidato presidencial. Siguieron siendo grandes amigos después de que el padre de Álvaro perdiera las elecciones y se hiciera español. Fueron amigos y vecinos durante años en Miami cuando Álvaro estaba casado con Susana y Barclays con Casandra. Fueron tan amigos que Barclays le cedió un programa de televisión a Álvaro cuando este se quedó sin trabajo. Tan amigos que Álvaro le presentó a Barclays una novela, “La noche es virgen”, en Barcelona, ocasión en la que dijo:

-Barclays es un impostor, un simulador: nadie sabe bien quién es y creo que él tampoco lo sabe.

Aquella amistad que parecía incorruptible se robusteció cuando Álvaro, fiel a su vocación política, se volcó a apoyar, gastando una parte sustancial de sus ahorros, a cierto candidato presidencial al que Barclays, desde la televisión, también respaldaba. Ese candidato, ahora perseguido por la justicia, acusado de ser un gran ladrón, le había prometido a Álvaro Vargas Llosa nombrarlo canciller, ministro de exteriores. Cuando Barclays denunció en la televisión que ese candidato con aires de rufián se negaba a reconocer a su hija biológica de catorce años, y entrevistó a la niña y a su madre, y anunció que dejaba de apoyar a ese candidato acanallado, Álvaro Vargas Llosa, desafiando a su padre, Mario, el ilustre escritor, hizo algo notable, que muy pocos conspiradores políticos harían: en vísperas de ganar las elecciones, de llegar al poder, de ser ministro de exteriores o de lo que le viniera en gana, mandó al carajo a su líder, denunció en el programa de Barclays las trapacerías, los embustes y las corruptelas de su líder y le retiró públicamente su apoyo. Debido a ello, se peleó con su padre, Mario: dejaron de verse y hablarse dos años, Álvaro se refugió en Oakland, California, y los adulones y escuderos del presidente rufián, al que Mario seguía apoyando, lo enjuiciaron y trataron de meterlo en un calabozo. No era la primera vez que padre e hijo peleaban: se habían enfrentado cuando Álvaro abandonó sus estudios en Princeton y Mario lo echó de la casa familiar en Lima.

-¿Te parece que debería acercarme a su mesa y saludarlo? -le pregunta Barclays a su esposa.

-No -responde ella-. Te arriesgas a que no te salude, a que te haga un desaire.

Triste y pensativo, Barclays dice:

-Los amigos, si de verdad son amigos, no están para respetarse por razones éticas, sino para quererse aun si dejan de ser respetables. A los amigos uno los quiere no por sus virtudes, sino sobre todo por sus defectos.

Pero de inmediato piensa:

-Si yo fuera un buen amigo, tendría amigos. Si he perdido a todos mis amigos, a todos, es porque soy un mal amigo, un pésimo amigo.

No sólo se parecen Barclays y Vargas Llosa en sus ideas liberales: ambos son individualistas en grado sumo, egoístas sin culpas religiosas, capitalistas ansiosos de expandir sus capitales. Como son tan egoístas, como están embriagados de ser ellos mismos, como están encantados de conocerse a sí mismos, ninguno parece dispuesto a dejar el ego de lado, tener un momento de humildad y saludar al otro. No: es el ego el que prevalece, los distancia y dicta el rencor.

Barclays cree que comenzaron a pelearse o distanciarse al año siguiente de que fueran vecinos en Georgetown, Washington. Entonces Álvaro había comprado una casa en ese barrio, vivía con su esposa Susana y sus dos hijos, era corresponsal de un diario chileno, “La Tercera”, y viajaba dando conferencias y presentando libros. Barclays era profesor de literatura de la universidad de Georgetown. Salían a cenar juntos, iban al cine los fines de semana, Vargas Llosa le decía a menudo:

-Me gustaría ir a una de tus clases y sentarme atrás como un alumno, sin molestar a nadie.

Pero Barclays temía defraudarlo y por eso no lo invitó a presenciar sus clases. Al año siguiente, se encontraron en Guadalajara, México, con ocasión de una feria del libro: aquella fue la última vez que se saludaron. Salieron a cenar, asistieron a una obra teatral que protagonizó el padre de Álvaro. Pero, unos meses después, Barclays firmó un contrato con el dueño de un canal de televisión que era enemigo público de Álvaro Vargas Llosa: no lo hizo para fastidiar o mortificar a su amigo, lo hizo porque las circunstancias eran propicias. El programa tuvo éxito, duró cinco años. ¿Esa fue la razón por la que dejaron de hablarse? ¿Álvaro no le perdonó a Barclays que trabajara para uno de sus peores enemigos y lo consideró una deslealtad o una traición? ¿Por eso se negó a asistir a dicho programa cuando Barclays lo invitó? ¿No podía ser enemigo del dueño del canal, pero amigo de Barclays?

-Es increíble -le dice Barclays a su esposa Silvia-. Fuimos tan amigos: yo dormí muchas veces en su apartamento en Madrid, él vino a dormir a mi hotel en Lima cuando se peleó con su padre, y ahora somos enemigos.

Como Álvaro Vargas Llosa no condescendía a visitar el programa de Barclays, y como ya no le respondía los correos ni las llamadas, entonces Barclays, una noche en Bogotá, intoxicado, anonadado de sicotrópicos, escribió una columna de prensa, llamándolo “cabrón de mala entraña”, “mal bicho”, “culebra escamosa” y, por si fuera poco:

-Con su cara de intelectual sabihondo y estreñido, Álvaro Vargas Llosa se ha nombrado presidente moral del mundo y dalái lama del liberalismo global.

Podría decirse entonces, con la prolija minuciosidad del arqueólogo que desentierra unos huesos y calcula su antigüedad, que aquella amistad quedó sepultada cuando Álvaro cortó todo diálogo con su amigo debido a que este trabajaba para uno de sus enemigos y, acto seguido, Barclays lo insultó por periódico.

¿Debió Vargas Llosa dejarse entrevistar por su amigo en el canal de su enemigo? Hubiera sido un gesto noble, pero prevaleció su egoísmo. ¿Debió responder los correos de su amigo? Acaso habría salvo la relación fraterna. ¿Debió Barclays encajar el golpe en su orgullo, sin saltar a insultarlo por periódico? Hubiera sido lo ideal, pero se dejó intoxicar por la vanidad y el rencor.

-Ya se van -le dice a Barclays su esposa, al tiempo que Vargas Llosa y sus dos mujeres se retiran del restaurante, Barclays mirándolos por el rabillo del ojo, de soslayo.

Luego regresa a solas Vargas Llosa y Barclays piensa que viene a saludarlo o a darle una trompada, pero recoge un celular que había olvidado y se marcha, presuroso.