Iban a enfrentarse. Aún no estaban consolidadas las instituciones de la naciente república de Chile y los realistas todavía no habían sido derrotados, cuando a inicios de 1812 las fuerzas de Santiago y Concepción estuvieron mostrándose los dientes. Por esos días, la tensión entre las dos provincias era evidente y los cañones, fusiles, tambores y clarines parecían ser la solución para resolver las diferencias. Sin embargo, una reunión en el río Maule entre los principales líderes, José Miguel Carrera, de Santiago, y Juan Martínez de Rozas, de Concepción, logró aplacar los ánimos.
El hecho, poco conocido a nivel masivo, es uno de los capítulos en que la ciudad del Biobío de alguna forma ha liderado las voces de las provincias frente al centralismo. Por estos días, las convencionales Amaya Álvez (RD) y Tammy Pulstilnick (Independientes no neutrales) han conducido las propuestas regionalistas en la Convención Constituyente. Ambas, representan al distrito 20, el de Concepción, Talcahuano, San Pedro de la Paz, Coronel, Hualpén, Chiguayante, Tomé, Penco, Hualqui, Santa Juana y Florida. De hecho, esta semana se aprobaron algunas indicaciones que quedaban pendientes para dar forma al Estado regional en el proyecto de nueva carta magna, sobre las competencias de la región autónoma, las autoridades regionales, Estatuto regional, entre otros puntos.
Ya en 1812, la situación levantaba ciertas chispas porque a diferencia de lo que ocurrió después, las provincias tenían un mayor peso en la realidad nacional. “El modelo establecido por los españoles en América estableció el equilibrio entre ciudades, porque no existía el concepto de nación. Se fijaron equilibrios políticos y jurídicos, por eso Santiago no podía mandarse solo sin preguntarle a Concepción o a La Serena”, explica a La Tercera Domingo el historiador y académico de la facultad de Derecho de la USACH, Cristóbal García-Huidobro.
“En tiempos de la independencia, en Chile habían tres provincias bastante autónomas: Concepción, Santiago y Coquimbo -explica el doctor en Historia y profesor titular de la U. de Concepción, Armando Cartes-. Tenían poca comunicación, pocos caminos porque estaban cortados por ríos. En el caso de Concepción y Santiago, tenían intendentes, ello canalizó la identidad política y la identidad social. Entonces, eso venía desde tiempos coloniales”.
Asimismo, el hecho de que funcionaran con autonomía, hizo que surgieran discordias entre los líderes de Santiago y Concepción sobre cómo administrar el país. “Martínez de Rozas era partidario de un avance más institucional, más civilista, era partidario de una constitución, de un orden republicano, con un congreso y un ejecutivo. En cambio, Carrera, quien llegó más joven y exaltado del extranjero, tenía una lógica más caudillista, más centralista y más militarista. Por eso fue un enfrentamiento entre dos formas de concebir un país que nacía, uno más centralizado y otro más regionalizado”.
En todo esto, no hay que obviar el fuerte peso que tenía la elite penquista. “La sociedad penquista era militarizada, tenía conciencia de sí misma, vinculada directamente con Lima -explica Cartes- . Era una sociedad mestiza, con bastante riqueza, con puertos como San Vicente, comerciaba directamente hacia el extranjero”.
El historiador y académico de la USS, Gabriel Cid agrega al respecto: “En tiempos de la independencia la economía de la zona del Biobío se basaba en la exportación cerealera hacia el Perú, pero también era relevante el área vitivinícola, la ganadería, la actividad de los astilleros y el comercio fronterizo, no solo con el mundo mapuche, sino también a nivel transcordillerano hacia las pampas. Estos factores, sumada a la relevancia del factor militar constituyeron un polo económico de relevancia que dotó a la elite penquista de los medios para ser un polo de contrapeso al poder capitalino”.
De 1812 a 1833
Cid sitúa el punto en que comenzaron los roces. “Las tensiones entre Santiago y Concepción se dieron desde inicios del período independentista a propósito de la elección de diputados para el primer Congreso Nacional. Allí, Santiago decidió aumentar unilateralmente su representación para obtener el predominio en las deliberaciones, pasando de 6 a 12 diputados. Concepción poseía 3″.
Por supuesto, los penquistas no aceptaron la situación y se retiraron del Congreso. “En un escenario así ‘los pueblos’ quedarían ‘sujetos al capricho de la capital y reducidos a una inferioridad degradante’ -explica Cid-. Días después se estableció en Concepción una Junta Provincial, autónoma”. Es ahí cuando se produjo el choque, que terminó gracias a un acuerdo entre Carrera y Martínez de Rozas. Pero este último, cayó en julio de 1812, “eso terminó allanando el dominio incontrastable de Carrera en ese primer momento revolucionario”, agrega Cid.
Cartes agrega otro factor en la discordia: las diferencias entre clanes familiares de ambas ciudades. “La independencia la hicieron los grandes clanes del siglo XIX, el clan de los Urrutia, por ejemplo. José Urrutia, en Concepción, era el suegro de Martínez de Rozas. A ese clan adscribían O’Higgins y los Prieto, eran aliados de los Larraín en Santiago, que eran los que dirigieron la junta de gobierno. Ellos se enfrentaban al de los Carrera. Había una disputa de poder entre los mismos criollos que afectó mucho la independencia de Chile, porque en mi opinión, la causa del fracaso de la Patria Vieja, se explica en buena medida por las tensiones interprovinciales y tensiones familiares, más que por las circunstancias ideológicas entre patriotas y realistas”.
Pero el triunfo de Carrera no aplacó las tensiones. Una vez consolidada la independencia, fue un movimiento originado desde Concepción el que forzó la abdicación de Bernardo O’Higgins, en 1823. “Se trató de un levantamiento anti-o’higginista estimulado por el malestar ante la concentración de poder en la figura del Director Supremo estipuladas en la constitución de 1822 y su carácter centralista”, señala Gabriel Cid.
Poco tiempo después, la guerra civil de 1829 tuvo nuevamente protagonismo de Concepción, ya que fue iniciada por la Asamblea Provincial de la ciudad. “El conflicto fue detonado por motivos electorales y de interpretación constitucional, aunque había razones más de fondo -explica Cid-. Por ejemplo, el fuerte núcleo o’higginista en la zona penquista, compuesto por Joaquín Prieto, José Antonio Rodríguez Aldea y Miguel Zañartu, y que añoraba el retorno del ex-Director Supremo desde el exilio peruano, para implementar un gobierno de tipo autoritario que permitiese consolidar el orden político fue clave”.
Fue a contar del triunfo de Prieto -a decir de Cartes- es que comienza la instauración del centralismo en el país.”A partir de la Constitución del 33 se comienza a construir un país centralizado, que no existía antes de eso. Ahí se empezaron a crear la Ley de presupuestos, ley de municipalidades, intendentes designados, una burocracia nacional, se centralizó el Ejército. Eso no existía en la época de la independencia. El centralismo se construyó después de Lircay”.
1851 y 1859: los últimos desafíos
El 19 de septiembre de 1851, un mensajero entró a galope a la ciudad de Santiago con una noticia para el recién investido presidente, Manuel Montt. Este se dirigía a la tradicional parada militar cuando le informaron de un levantamiento en su contra, desde Concepción. La organizaban los partidarios del general penquista José María de la Cruz, un veterano de la guerra de la independencia quien había perdido en las elecciones presidenciales, según sus seguidores, a causa de un fraude electoral orquestado en la capital.
Para empeorar la situación, pocos días antes, se había registrado un levantamiento en La Serena, con el apoyo de jóvenes liberales que arrancaban desde Santiago por el fallido motín de Urriola; entre estos, Benjamín Vicuña Mackenna y José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer de la independencia. Era el inicio de la guerra civil, que marcó el inicio del nuevo mandato, el que fue desafiado nuevamente ocho años después, también desde las provincias.
Para Armando Cartes, lo ocurrido a mediados de la centuria se explica con el asentamiento del estado-nación. “Chile logra una estabilidad temprana, gracias a la riqueza de Caracoles, el puerto de Valparaíso y la guerra contra la confederación perú-boliviana. Logra el estado central ir generando burocracia, caminos, ferrocarriles, así se van creando las provincias; en el año 48 se crea la provincia del Ñuble que le corta el brazo izquierdo a Concepción, el 52, la provincia de Arauco, que le corta el brazo derecho; así se intenta controlar a una ciudad que siempre fue autonomista”.
Fue entonces que vino la reacción desde el gobierno; el general Manuel Bulnes, quien acababa de dejar la presidencia, se hizo cargo personalmente del asunto y lideró las tropas que se dirigieron al sur, donde vencieron a De la Cruz -quien era su primo- en Loncomilla. “Lo que ocurre el 51 es que las elites de las provincias se levantan, pero las familias como los Prieto o los Bulnes, ya se han vuelto capitalinas y tenían otras alianzas. Por eso Bulnes se convence que el estado centralizado era la opción”, explica Cartes.
El vínculo entre Bulnes y Cruz no es casual. El historiador y académico de la Universidad Finis Terrae, Joaquín Fernández, detalla que, pese al ideario liberal de la sublevación en la capital, en el Biobío fue encabezada por los sectores conservadores de la elite penquista, como el mismo general De la Cruz, o Fernando Baquedano (padre de Manuel, el futuro comandante en jefe del ejército en la Guerra del Pacífico, quien peleó en Loncomilla por el lado del gobierno). “Tuvieron un rol los militares de alta graduación, ex-o’higginistas, que habían tenido un papel activo en el levantamiento de 1829 y en las administraciones peluconas. En 1851 esa élite militar de Concepción dejó de detentar la presidencia”.
A ello se le sumó la deslegitimación de la vía electoral. “Al estallar la guerra civil de 1851 los insurgentes sostuvieron que la Constitución de 1833 había perdido validez tras la elección de Manuel Montt, por los fraudes que habrían estado asociados a ésta. Así enarbolaron la demanda la demanda de una Asamblea Constituyente”, explica Fernández. Por ello, en este grupo “persistía un imaginario sobre la república como un agregado de entidades locales (pueblos), antes que una visión de una república indivisible. Con todo, dicha situación no derivó en secesionismos separatistas”, agrega.
Para Cristóbal García-Huidobro, en esa crisis no se puede obviar el factor de la elección de Montt. No solo por su conocido carácter autoritario y su lejanía con la aristocracia, debido a su origen social; la clave estaba en la resistencia que generó su proyecto político en las elites de provincias. “Él quería modernizar, pero consideró que lo que había que hacer era centralizar el poder en la figura del presidente de la república, dejando de lado a los caciques locales, algo que se practicaba en otros países, como en España”, explica.
En 1859, el orden conservador volvió a ser desafiado, esta vez desde las élites mineras del norte, lideradas por Pedro León Gallo, que derechamente planteaban un cambio profundo al orden conservador. “Se habla de crear una Asamblea Constituyente que democratice, hasta cierto punto, el sistema político chileno, pero no desde una perspectiva provincial, sino desde una perspectiva nacional”, detalla García Huidobro. Aunque el peso de los acontecimientos estuvo en el norte chico, también hubo sublevaciones locales, incluyendo una en Concepción que fue sofocada a poco de ocurrida.
¿Pero es posible hablar de caudillismos para categorizar a los líderes de los movimientos rebeldes en el 51 y 59? Para Joaquín Fernández, quien ha estudiado el caso de Copiapó, es necesario hacer unas precisiones. Si bien, el concepto clásico de caudillismo -acuñado, entre otros por John Lynch-, habla a grandes rasgos de un liderazgo político con base militar, el que genera vínculos clientelistas gracias a la adhesión personal, el historiador señala que es necesario considerar estudios recientes. Por ello, afirma: “Yo considero que en las guerras civiles de mediados del siglo XIX en Chile, hubo liderazgos caudillistas”. Y apunta a dos casos; el general De la Cruz, y a Pedro León Gallo. “En ambos casos, el liderazgo personal de los dirigentes cumplió un rol fundamental, pasando a personificar los levantamientos”, agrega.
El tema genera controversia entre los expertos. Para Armando Cartes, la lógica tradicional del caudillismo no operó del todo en el país -al menos del mismo modo que en otras regiones de Sudamérica-, y apela a la consabida tesis de la “excepcionalidad chilena” al respecto. “Chile fue una excepción porque rápidamente encontró un cauce institucional, generó gobiernos civiles. Incluso los militares como Prieto y Bulnes gobernaron como civiles, rodeados de civiles”, detalla.
Aunque Montt ganó en los campos de batalla, perdió en los salones donde se decidía el poder político; debió declinar la candidatura de su hombre de confianza, Antonio Varas, frente al liderazgo más dialogante y liberal de José Joaquín Pérez. Desde ese punto, las élites locales articularon sus pretensiones en otras demandas. “Durante la segunda mitad del siglo XIX la autonomía municipal se transformó en la principal demanda descentralizadora de los sectores opositores al ejecutivo -explica Joaquín Fernández-. Esta se concretó recién en 1891, tras la caída de Balmaceda, con la Ley de Comuna Autónoma que dio importantes facultades a los municipios debilitando las tendencias centralistas del ejecutivo”.
Con todo, el proceso acabó en la formación de una élite con un proyecto nacional. Y allí operaron los lazos familiares. “Concepción es superado y su tradición regionalista queda desplazada, pero no hay que olvidar que la hija del general Cruz se casó con Aníbal Pinto, que fue presidente de Chile -recuerda Cartes-. Se produce una alianza entre élites, no es provincia contra provincia, son arreglos entre élites que terminan creando una elite nacional sin una lógica provincial”.