Tenían una excelente relación, tanto que aprovechaban de pasear, ir a un restorán o simplemente hablar de libros mientras caminaban por las encantadoras calles del Buenos Aires de 1937. La chilena María Luisa Bombal residía ahí desde 1933, cuando llegó invitada por su amigo Pablo Neruda, quien se instaló como cónsul de Chile.
Inquieta, Bombal hizo muchas amistades y nexos en el círculo cultural de la capital argentina, con Oliverio Girondo, Conrado Nalé Roxlo, Norah Lange y otros intelectuales que circulaban en la nación vecina, como Federico García Lorca o la mismísima Gabriela Mistral, quien de paso por la ciudad pidió conocerla. Aunque también con otro nombre fundamental: “En esa época conocí también a Borges, pero él circulaba en un mundo más cerrado, más intelectual”, recordó la viñamarina años después en su Testimonio autobiográfico.
Con Borges justamente caminaba por Buenos Aires en 1937, hablando de literatura cuando le comentó una idea. “Él me contaba lo que escribía y yo le contaba lo que escribía. Una tarde le hablé de La Amortajada y me dijo que esa era una novela imposible de escribir, porque se mezclaba lo realista con lo sobrenatural”, recordó en el citado testimonio.
Sin embargo, lejos de amilanarse con la opinión del ceremonial y parco autor de Ficciones, Bombal siguió su empeño. “No le hice caso y seguí escribiendo”, recordó.
Bombal ya se había hecho un nombre con su primera novela, La última niebla, publicada en Buenos Aires en 1934, la que tuvo una excelente crítica, por lo que no le fue complejo encontrar una casa editora para su segundo libro. Fue nada menos que la editorial Sur, asociada a la revista homónima dirigida por la fundamental escritora trasandina Victoria Ocampo.
Pero las buenas obras siempre se imponen por su propio peso. Bombal terminó La amortajada, la historia de una mujer muerta que va recordando su vida mientras su familia la vela y la entierra, y la publicó en 1938. Buen perdedor, Borges reconoció su error en el número 47 de la revista Sur, de agosto de 1938. Ahora alababa la novela.
“Yo le dije que ese argumento era de ejecución imposible y que dos riesgos lo acechaban, igualmente mortales: uno, el oscurecimiento de los hechos humanos de la novela por el gran hecho sobrehumano de la muerta sensible y meditabunda; otro, el oscurecimiento de ese gran hecho por los hechos humanos. La zona mágica de la obra invalidaría la psicología, o viceversa; en cualquier caso la obra adolecería de una parte inservible. Creo asimismo que comenté ese fallo condenatorio con una cita de H. G. Wells sobre lo conveniente de no torturar demasiado las historias maravillosas...”.
“María Luisa Bombal soportó con firmeza mis prohibiciones, alabó mi recto sentido y mi erudición y me dio unos meses después el manuscrito original de La Amortajada. Lo leí en una sola tarde y pude comprobar con admiración que en esas páginas estaban infaliblemente salvados los disyuntivos riesgos infalibles que yo previ. Tan bien salvados que el desprevenido lector no llega a sospechar que existieron”, agregó el autor de Ficciones.
Amante de las definiciones algo estrambóticas, pero preciosistas, Borges le dedicó entusiastas palabras a la novela: “Libro de triste magia, deliberadamente suranée, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América”.