Los hermanos Lumière y los 46 segundos que cambiaron al mundo
Un día como hoy, los hermanos Lumière proyectaban en París lo que significaría una innovación completamente impensada para la época: una secuencia que registraba el movimiento de un grupo de obreros saliendo de una fábrica. De esta forma, ambos se adjudicaron ser los creadores de la primera película de la historia. A 127 años de aquel hito, en Culto, repasamos lo que fue aquel histórico acontecimiento que revolucionó el arte y la cultura popular.
Corría el año 1881 y con solo 16 años, el inquieto Louis Lumière había conseguido algo que, por entonces, lo dejaría a un paso de la creación de un invento que ayudaría a definir para siempre la historia del cine. Luego de algunas pruebas, el mayor de los hermanos Lumière logró eliminar el movimiento en una fotografía. Es decir, captar de manera nítida un instante, algo que habían intentado diferentes pintores impresionistas algunas décadas antes.
La seire de fotografías, vistas con los ojos de la actualidad, podrían ser consideradas “simples”: su hermano Auguste saltando sobre una silla o lanzando un palo a la mascota familiar, e incluso el humo desprendido de un montón de ramas que se quemaba en su jardín. Sin embargo, por entonces, el hallazgo significó toda una revolución, la primera de muchas que se adjudicarían los hermanos Lumière, por lo que el acontecimiento fue publicado en el Boletín de la Sociedad Francesa de Fotografía, generando gran expectación.
Si bien en sus inicios los hermanos Lumière descreían del potencial alcanzando por algunos de sus inventos, hoy en día son reconocidos por haber sido los creadores de la primera película de la historia, una cinta que en solo 46 segundos definiría para siempre el camino del séptimo arte.
Los inicios
El padre de los hermanos Auguste y Louis Lumière había decidido radicarse en 1870 en la ciudad interior de Lyon, en Francia, y tras su arribo, decidió montar un estudio fotográfico próximo a la plaza principal de la ciudad. Sin embargo, el motivo de su traslado desde la ciudad fronteriza de Besançon, más que estar motivado por el fin de establecer un negocio, estuvo marcado por la guerra: Por entonces, la invasión prusiana a Francia y la Revolución de la comuna de París determinaron al matrimonio compuesto por Antonie Lumière y Jeanne-Josephine Costille a abandonar su hogar.
De cualquier forma, el negocio familiar rápidamente prosperó, contando entre su clientela gran parte de la sociedad burguesa de la época. Por entonces, su estudio era adornado entre sus vitrinas con diferentes fotografías tipo retrato, las que eran vendidas por el precio de un franco.
Gracias a esto, la familia consiguió un firme estatus económico, lo que se tradujo en la posterior creación de la más importante fábrica de producción de placas fotográficas de toda Europa. Las placas venían por entonces en cajas de un distintivo color azul que comenzaron a ser rápidamente reconocidas por todo el Viejo Continente, por lo que, quizás no de manera tan brillante aunque sí efectiva, el padre de los Lumière patentó la marca de su producto como “Etiqueta Azul”.
Este buen pasar, derivó en que sus hijos, Auguste y Louis Lumière, quienes en la actualidad figuran como una sola figura indisociable, pudieran ser enviados a reputada escuela La Martiniere, lugar al que acudían los hijos de empresarios de la época.
Ambos hermanos, quienes habían aprendido a leer con libros como la serie Viajes extraordinarios de Julio Verne, comenzaron a moldear cada uno sus propios intereses. Así, mientras Auguste se centraba en aspectos administrativos, manifestando a su vez un marcado gusto por la medicina y la biología, su hermano Louis se mostraba más entusiasmado por materias como física y química, además de asistir a clases de piano.
Durante esta época, los hermanos Lumière comenzaron en paralelo a trabajar en el negocio de la familia, y sería precisamente entre los diferentes laboratorios de fotografías, en que Louis realizaría lo que sería su primer hallazgo, al evitar el movimiento de una fotografía.
Así, gracias el reconocimiento que les suscitó esta gran innovación, el padre de los hermanos Lumière sería invitado en 1894 a una demostración del kinetoscopio montada en Lyon, un invento patentado por el estadounidense Thomas Alva Edison. El artefacto creaba la ilusión de movimiento transportando una tira de imágenes perforadas, las que eran proyectadas por medio de una luz con obturador de alta velocidad.
Completamente impresionado por este gran adelanto, Antonie Lumière les propuso a sus hijos comenzar a trabajar en un proyecto para mejorar esta idea.
Fue así como tras varios días de intentos infructuosos, y luego de una noche de insomnio, dieron con la solución para hacer pasar un fotograma por medio de un objetivo: juntos, diseñaron una caja de madera con una pequeña abertura a modo de lente, la que, accionada por una manivela, conseguía hacer girar una película de 35 milímetros.
El aparato conseguía tomar una serie de fotografías que luego eran pasadas de manera simultánea, generando así una película que alcanzaba hasta un minuto de duración. Este prototipo, pesaba cerca de cinco kilos, y fue patentando en marzo de 1895 bajo el nombre de Cinematógrafo Lumière.
De esta forma, los hermanos Lumière comenzaron a realizar diferentes rodajes con su nuevo invento, capturando diferentes registros de todo cuanto veían en Lyon. Fue así como decidieron apostarse fuera de la fábrica familiar capturando la salida de los obreros quienes se dirigían a su hogar, película que sería posteriormente titulada La salida de la fábrica Lumière en Lyon (1895).
La película, considerada hoy en día como la primera producción en la historia del cine, mostraba en 46 segundos cómo un centenar de trabajadores, en su mayoría mujeres, salen del portón principal de la fábrica apostada en la calle Saint-Víctor, luego de su jornada laboral.
Pese a que sus creadores consideraron su proyecto como “una invención sin futuro”, la película fue exhibida por primera vez el 22 de marzo de 1895, en uno de los salones de La sociedad Francesa de Fomento de la Industria nacional, ante la atónita mirada de un selecto grupo de espectadores.
Por entonces, la proyección causó una gran conmoción entre sus asistentes, quienes salían corriendo directamente a las calles para llamar a más personas a presenciar un fenómeno el cual no habían visto jamás.
Tras ser conscientes de esta impresión, aunque aún no muy convencidos de su éxito, los hermanos Lumière decidieron buscar un lugar en la capital francesa para realizar la presentación pública de su invento. De esta forma, por medio de un amigo de Antonie Lumière, el fotógrafo Clement Maurice, quien se relacionaba con diferentes personalidades de París, gestionó la búsqueda de un local que sirviera para realizar el gran debut.
Finalmente, Maurice dio con pequeño salón situado en el sótano del edificio conocido como Grand Café, ubicado en la numeración 14 de la calle Boulevard des Capucines. El sitio, se emplaza hasta hoy en día en una elegante y afamada arteria principal parisense, situada a un costado del río Sena.
El pequeño espacio subterráneo era conocido por entonces como Salón Indien, y tras visitarlo, los hermanos Lumière se convencieron de que era lo que necesitaban: dado que no había mucho espacio para el público, un fracaso en su presentación pasaría quizás más inadvertida. El lugar había sido utilizado en sus inicios como salón de billar hasta que la policía parisina ordenara su clausura, lo que derivó en que se mantuviera prácticamente inactivo durante algunos años.
Ambos hermanos se pusieron así en contacto con un viejo italiano de nombre Volpini, quien por entonces figuraba como dueño del Grand Café, ofreciéndole cerca de 20% de las ganancias obtenidas por medio de las entradas. No obstante, Volpini quien no veía con muy buenos ojos el proyecto, rechazó la propuesta inicial, señalándole a ambos hermanos que si querían hacer uso del salón deberían desembolsar 30 francos diarios, además de contratar el uso de éste por cerca de un año.
Dada su posición acomodada y quizás sin mucho que perder, los hermanos Lumière decidieron aceptar la oferta. Sin embargo, previo al estreno, tuvieron la precaución de instalar diferentes carteles en las ventanas del Grand Café, para que los apresurados transeúntes que circulaban por el boulevard dimensionaran la magnitud de aquel nuevo invento de difícil pronunciación en francés.
“Este aparato inventado por M.M. Auguste y Louis Lumière permite recoger una serie de pruebas instantáneas, todos los movimientos que durante un cierto tiempo se suceden ante el objetivo y reproducir a continuación estos movimientos proyectando, a tamaño natural, sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala entera”.
Finalmente, y luego de diversos preparativos, la fecha escogida para el gran estreno quedó pactada para el 28 de diciembre de 1895. Por entonces, los hermanos Lumière realizaron algunas invitaciones de manera directa dirigidas a diversos personajes cuya asistencia les interesaba de gran manera. Entre ellos se encontraba el director del Museo de Grévin, M. Thomas, el director del Teatro Robert Houdini, Georges Meliés y algunos cronistas de la prensa.
Cabe destacar que, una vez llegado el día del gran estreno, solo algunas de estas personalidades asistieron, desestimando muchos de ellos el valor que realmente supondría aquella histórica sesión.
Así, según señalan las crónicas de la época, al Salón Indien llegaron cerca de 35 personas quienes se acomodaron entre los diferentes espacios dispuestos para la ocasión. Si bien durante los primeros minutos el ambiente imperante sería de profundo escepticismo, las dudas duraron hasta que, tras apagarse las luces, el destello de luz ingresó desde el fondo de la sala estrellándose contra el blanco muro dispuesto como telón. De esta forma, ante la expectación de los diferentes asistentes, comenzaron a desfilar las diferentes imágenes que componen La salida de la fábrica Lumière en Lyon.
El público, no podía creer lo que estaba frente a sus ojos.
“Los espectadores quedaron petrificados, boquiabiertos, estupefactos y sorprendidos más allá de lo que puede expresarse”, señalaría durante la época, Georges Méliés. Por su parte, el periodista y divulgador científico, Henri de Parville señalaría: “Una de mis vecinas estaba tan hechizada, que se levantó de un salto y no volvió a sentarse hasta que el coche, desviándose, desapareció”.
La arriesgada apuesta había dado sus frutos, y aquel día marcó el hito de la proyección de la primera película de la historia. De hecho, la impresión fue aún mayor cuando algunos años después, en 1986 los hermanos Lumière presentaran La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, película que, según se ha dicho, desató el pánico entre un público que presenciaba el movimiento de un tren dirigirse directamente hacia ellos.
Dicha película, es considerada hoy en día como una de las pioneras del desarrollo del lenguaje cinematográfico.
Un nuevo horizonte
Luego del gran éxito que supuso aquella primera presentación, los hermanos Lumière, ya convencidos del potencial de su invento, encargaron al ingeniero Jules Carpentier la fabricación de un gran número de cinematógrafos. La idea consistía en que las cámaras fueran entregadas a diferentes agentes contratados por su empresa, para que éstos viajaran por las principales capitales de Europa y América retratando diferentes escenas de los pueblos locales.
De esta forma, los hermanos Lumière reclutaron a una serie de jóvenes recién licenciados de diferentes escuelas técnicas de Lyon, a quienes capacitaron para el uso de su invento. Así llegaría hasta sus puertas Gabriel Veyre, un joven estudiante de farmacia que zarparía con su cámara hacia América. También, se ofrecería Charles Moisson, un jefe mecánico que cubriría la coronación del Zar en Rusia, e inclusive un joven alumno de La Martieniere, llamado Alexandre Promio, a quien se autorizaría para capturar la marcha de la guardia y armadas reales española.
Todas las cintas registradas por este incipiente equipo cinematográfico llegaban al teatro inaugurado por los hermanos Lumière en 1897, donde se exhibían gran parte de sus películas.
Pese a este creciente negocio, las inquietudes de los hermanos Lumière y su filantropía, los llevaron al poco tiempo a separarse y buscar cada uno su propio horizonte.
Así, Louis Lumière continuó incursionando como inventor, y entre los hallazgos que se le adjudican se encuentran: el autocromo en color, el photorama y la fotografía en relieve. Por su parte, Auguste Lumière continuó sus estudios de bioquímica y fisiología.
Sin embargo, gracias a su semilla, el comienzo del cine ya estaba en marcha, marcando para siempre lo que fue el inicio del Séptimo Arte con su cinematógrafo. Nacía así un nuevo género de comunicación el que con los años llegaría a perseguir diversos fines, como transmitir, narrar, entretener y manipular.
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