Arte, amor y una paliza mortal: Stuart Sutcliffe, la historia del Beatle perdido
Amigo de John Lennon desde los días en que eran compañeros de la Escuela de Bellas Artes de Liverpool, la historia lo conoce como el bajista que tuvo The Beatles en los días formativos como banda de bar en Hamburgo antes de que Paul McCartney ocupase el puesto de forma definitiva. Pero su historia resume la de un artista talentoso que se sumó a la fiebre del rock and roll y acabó consumido por ella hace sesenta años.
La única vez que los Beatles pelearon en un escenario, ocurrió en el Top Ten de Hamburgo, una noche perdida a comienzos de los sesentas. Por entonces aún no eran el fenómeno de traje, melenas y canciones perfectamente interpretadas con sus pulidas armonías vocales; vestían de cuero y las hacían de banda de acompañamiento de un cantante llamado Toy Sheridan, pero ya tenían una bien ganada reputación como banda de directo forjada durante regadas noches en bares donde los marineros y los camareros se aporreaban con llaves inglesas y armas blancas.
Y mientras los marinos y jóvenes bohemios seguían la música alternando las palmadas y los tragos de cerveza, de pronto, comenzaron a silbar y gritar. Ocurrió que Paul McCarney y el entonces bajista Stuart Sutcliffe dejaron de tocar, y empezaron a darse acelerados puñetazos con la impericia de los veinteañeros. El siempre compuesto Stu no pudo soportar una broma de Paul sobre su novia, Astrid.
“Según Sheridan fue porque Paul había hecho un comentarios sarcástico sobre Astrid, sabiendo perfectamente que aquella provocación hacía saltar a Stu pese a ser un apasionado de la no violencia”, cuenta el biógrafo Phillip Norman en su libro sobre John Lennon.
El mismo Paul recordó el incidente años después. “Me porté muy mal. Supongo que nos llamamos algo ofensivo -detalla en el libro The Beatles Anthology- Acto seguido nos agarramos por el cuello aunque ninguno no quería llevar la situación demasiado lejos. Los otros gritaban ‘basta, suéltense’”.
En esas noches de energía desatada, ebullía la tensión que recorría a McCartney. Él estaba enfadado porque a su juicio, Stuart no estaba lo suficientemente comprometido con la banda, lo que chocaba con su profundo interés en la música. “Yo lo veo como tratar de hacer las cosas bien, pero no me obsesionaba -recuerda en la Anthology-. Eso creó algunas tensiones y reconozco que pude haber manejado la situación con más tacto ¿pero quien lo tiene a esa edad? yo no, desde luego”.
Aunque Stuart era el bajista, en realidad por esos días estaba más interesado en retomar su real pasión; la pintura. La historia lo conoce como el mejor amigo de John Lennon durante sus días en la Escuela de Bellas Artes de Liverpool, y a menudo es considerado como el “Beatle perdido”. Un talento que tuvo un paso fugaz por la banda, antes de renunciar a ella y morir, de forma prematura a los 21 años en abril de 1962, antes de ver a sus antiguos compañeros convertidos en estrellas.
De los pinceles al bajo
Aunque nació en Edimburgo el 23 de junio de 1940, Stuart Fergusson Victor Sutcliffe se crió en el 9 de Percy Street en Liverpool. Desde su niñez mostró su inclinación hacia la pintura y el dibujo, por lo que no fue extraño que decidiera seguir una carrera. Así, se inscribió en la Escuela de Bellas Artes, donde su natural talento comenzó a descollar.
“Era con mucho el alumno con más talento de todos, dotado de una mano maestra que le hacía dominar sin esfuerzo aparente cualquier medio que tocase: dibujo, pintura o escultura”, detalla Philip Norman en su biografía de John Lennon. Fue precisamente un conocido en común quien los presentó en un local que frecuentaban cerca los estudiantes cerca del recinto. Hasta entonces, Lennon era considerado por los maestros un tipo problemático y no muy destacado, pero de pronto, este muchacho bajo y menudo, considerado un prodigio en su escuela, lo tomaba en serio. Ello fue clave para la conexión entre ambos.
“Para asombro de John, ambos se deshicieron en elogios por la técnica de su trabajo, además, de por su ingenio -cuenta Norman-. De repente John veía como los artistas de más talento que tenía en su horizonte le tomaban en serio como artista”.
Y así comenzaron una relación de amistad que se extendía fuera del horario de clases hacia regadas fiestas e incluso compartieron departamento junto a otros compañeros en el 3 de Gambier Terrace, donde ambos se ocuparon de pintar las paredes en tonos amarillo y negro en una suerte de casa okupa con aire beatnik.
Pero en esos días, el interés de los jóvenes giraba en torno al rock and roll. Así, John ya tenía su banda, los Quarrymen, junto a Paul McCartney y el joven George Harrison, entonces un improbable trío de guitarras al que le hacían falta dos puestos para convertirse en una banda en toda regla; un baterista y un bajista. Y como se sabe, ahí la fortuna estuvo del lado de los futuros Fab Four.
Ocurrió que en noviembre de 1959 la galería de arte Walker de Liverpool convocó a una muestra con artistas locales, patrocinada por el magnate de las apuestas John Moores. Animado, Stuart envió una de sus obras, una pintura abstracta titulada The Summer Painting, con la esperanza de ser incluido en la selección; no solo clasificó sino que el mismo Moores le compró su cuadro por 65 libras. Ahí Lennon le sugirió que usara el dinero para adquirir un bajo y unirse a la banda. Sin saber mucho a lo que iba, Stuart aceptó.
Pero pintar era una cosa, tocar el bajo en una banda de rock, otra. “Lo cierto es que no era buen músico -detalla George Harrison en The Beatles Anthology-. Le enseñamos a tocar unos acordes y ‘Thirty Days’ de Chuck Berry. Fue la primera canción que aprendió. Luego aprendió otros acordes y practicó hasta ser capaz de tocar otras canciones”.
Aunque no descollaba por su habilidad como músico, al menos Stuart fue clave en un hito para la banda; a él y a Lennon se les atribuye la invención del nombre Beatles. “Una noche de abril de 1960, cuando caminábamos por Gambier Terrace, junto a la Catedral de Liverpool, John y Stuart anunciaron: ‘Hey, queremos que el grupo se llame The Beatles’’, recuerda McCartney en el mismo volumen. Hay quienes postulan que hubo dos inspiraciones; The Crickets, la banda de acompañamiento de Buddy Holly -uno de los héroes de la banda- y The Beetles, una de las pandillas de motociclistas de la película El Salvaje, protagonizada por un joven Marlon Brando.
Pasión y muerte en Hamburgo
Ya como The Beatles, y con Pete Best en la batería, el grupo se embarcó hacia Hamburgo donde comenzaron un duro aprendizaje como banda en sesiones extendidas desde las ocho de la noche hasta la madrugada, donde no faltaban el alcohol y los estimulantes. Así fue que una noche conocieron a un trío de jóvenes alemanes vestidos de negro y pelo alisado, distinto al jopo a lo Elvis que llevaban los de la banda. La única chica, Astrid Kirchherr, se fijó en Stuart; la chispa entre ambos fue instantánea y pronto comenzaron un intenso romance. Más al enterarse que tenían gustos en común como el arte y además ella tenía especial talento para la fotografía. Eso fue decisivo para remecer su fibra creativa.
“Con el tiempo que ahora pasaba junto a Astrid y su grupo de fotógrafos y estudiantes de arte, no pasó mucho tiempo sin sentir unas ansias renacidas por dibujar, primero, y por pintar, después”, explica Philip Norman. Así fue como poco a poco, Stuart comenzó a replantearse su posición en la banda. Mientras, decidió dar un paso mayor y comprometerse con Astrid apenas un mes de haberse conocido decidieron comprometerse y comenzar una vida juntos.
Pero las cosas se complicaron; la primera estancia de los Beatles en Alemania acabó de golpe en noviembre de 1960 cuando fueron deportados por estar sin permisos de trabajo, y porque George Harrison era menor de edad. Aunque se escondió en la casa de Astrid, finalmente Stuart decidió volver a Liverpool. El viaje de vuelta, con más pena que gloria marcó un punto para el joven artista; con una novia y una ciudad que prometía mejor chances para su carrera, quizás era tiempo de dejar atrás el rock and roll.
Y así lo hizo una vez que regresó con la banda en abril de 1961. Ya instalado en la ciudad, en la buhardilla de la casa de la madre de Astrid, retomó su trabajo con la pintura, a la espera de contactar algún maestro. Mientras, con su afinado sentido de la estética, le pidió a su novia que le cortara el pelo con el mismo estilo flequillo que llevaban sus amigos alemanes y ella misma; así el corte mop top, llegó a las filas de los Beatles. Y aunque debió soportar las pullas del siempre mordaz Lennon, pronto comprendieron que ese look era fresco y que los jopos al estilo Elvis ya comenzaban a quedar atrás.
Sin más, Stuart avisó que se marchaba del grupo para quedarse definitivamente a vivir con su amada Astrid. Más, cuando consiguió ser aceptado en la Escuela de Arte de Hamburgo donde comenzó a destacar como estudiante del artista Eduardo Paolozzi. “A Stu la música no había llegado a obsesionarle -recuerda Harrison-. Nos gustaba que tocara con nosotros: era atractivo y había aprendido lo bastante como para seguirnos, pero no estaba convencido de dedicarse a la música”.
Pero las cosas comenzaron a complicarse. Poco a poco, Stuart comenzó a sufrir problemas de salud. “Estaba espantosamente delgado y había empezado a sufrir unas jaquecas tremendas y ataques de naúsea contra los cuales los remedios caseros servían de poco, o de nada”, detalla Philip Norman.
Sería el comienzo. A instancias de Astrid asistió a un médico, el que señaló que debía dejar de beber y de fumar, además de diagnosticarle un desequilibrio glandular y la necesidad imperiosa de una extirpación de apéndice al que nunca se sometió. A fines de 1961, mientras asistía a clases, Stuart colapsó y debió ser llevado a un hospital. La situación se repitió tiempo después, en febrero de 1962, con un episodio de convulsiones seguido de las habituales -y dolorosas- jaquecas.
Algo más repuesto, pero muy delgado, tuvo tiempo para volver a Liverpool por unos días donde se reunió con sus antiguos amigos. Pero de vuelta en casa, los tormentos continuaron hasta el 10 de abril; ese día, Stuart sufrió un colapso mientras trabajaba en su estudio. La madre de Astrid llamó al médico quien ordenó el traslado al hospital, pero ya era tarde. Murió en la ambulancia, en brazos de su amada. Tenía solo 21 años.
La autopsia, según Norman, reveló que Sutcliffe había muerto a causa de “una hemorragia cerebral por pérdida de sangre en el ventrículo derecho del cerebro”, la que se atribuyó a una pequeña fisura que tenía en el cráneo. La historia oficial dice que el punto que provocó todo el asunto fue una pelea en que se vio involucrado un par de años antes, tras una actuación en el Lathom Hall de Liverpool en enero de 1961. Allí fue atacado por un grupo de pandilleros, quienes lo acorralaron entre bamablinas, lo lanzaron al suelo y comenzaron a patearlo, pese a que John Lennon, salió, temerario, en su defensa. Otros acusan al mismo Lennon y hasta al siempre compuesto McCartney, pero como sea, la muerte de Stu impactó al grupo. No asistieron al funeral, porque la muerte del amigo caído les sorprendió de regreso en Hamburgo para tocar en mejores condiciones que sus anteriores visitas.
Pero aún así, John Lennon tuvo tiempo de escribir unas breves, pero dolidas palabras en recuerdo de su amigo. Allí, desnuda la fibra de su vínculo. “Confiaba en Stu. Contaba con él para decirme la verdad”.
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