“Jamás he querido subvertir la fe de nadie”: la historia de La Última Tentación de Cristo, el mesías prohibido de Scorsese
Incluso antes de que iniciara su rodaje, el rumor sobre una posible versión “humanizada” de Jesús sacó ronchas en diversas organizaciones religiosas, que lograron sembrar las dudas en los estudios dispuestos a financiar el filme. Entre postergaciones, cambios en las locaciones y alteraciones en el elenco inicial, Scorsese debió esperar varios años para poder finiquitar la que él mismo definió como su “plegaria”. Sin embargo, la censura y los repudios públicos de grupos conservadores decantaron en atentados contra salas de cine e, incluso, en la prohibición de que la película fuera estrenada en varios países, entre ellos, Chile. Aquí, la historia detrás del Jesús más polémico del cine.
Un asma diagnosticada a los cuatro años definió tempranamente los intereses de Martin Scorsese. La imposibilidad de realizar actividad física lo alejó involuntariamente de sus coetáneos, al mismo tiempo que incentivó su acercamiento al cine. Pero antes de definirse por la que sería su profesión definitiva, Scorsese pretendía dedicar su vida al sacerdocio.
Durante su juventud asistió periódicamente a misa e incluso cursó un año de seminario en el Cathedral College of the Immaculate Conception, un centro de estudios católico ubicado en Nueva York del que fue expulsado por tener un rendimiento deficiente. Sin embargo, su vocación religiosa se mantuvo prácticamente intacta hasta los 18 años, cuando se convenció de que podía decantar sus inquietudes divinas a través de historias cinematográficas, transformando la relación del hombre con Dios y la iconografía de la iglesia en una temática constante dentro de sus obras.
Ambas tendencias se juntaron definitivamente cuando Scorsese supo, a los once años, que quería llevar a la pantalla grande su propia versión de la historia de Jesús. “Quise hacer una película con la vida de Cristo desde el instante en que lo vi a los once años en una pantalla en El manto sagrado. Yo era un monaguillo y el sacerdote diocesano nos había llevado a verla al Roxy como un programa de excursión estudiantil. Él detestó lo absurdo del filme, pero yo no olvidaré jamás la magia de atravesar el lobby y atisbar por primera vez la pantalla gigante de CinemaScope”, recordaba el director en una de las tantas entrevistas que comprenden el libro Scorsese por Scorsese, publicado en 2021.
En palabras del autor, el filme de Henry Koster se convirtió en “una experiencia sagrada y la primera imagen de Jesús cargando la cruz por la calle se me reveló impactante”.
Ya de adulto y tras varios años gestando la idea, La última tentación de Cristo -basada en el libro homónimo de Nikos Kazantzakis- finalmente vio la luz en 1988, con un elenco conformado por actores de renombre como Willem Dafoe, Barbara Hershey e incluso el músico David Bowie. Pero el proceso no estuvo exento de problemas.
Los rumores sobre la intención del director de llevar dicha versión de Jesús a la gran pantalla generaron molestia en grupos ultraconservadores, incluso antes de que se iniciaran los rodajes. Su estreno se vio marcado por el ataque de un grupo de católicos fundamentalistas a un cine francés, la prohibición de su estreno en varios países y las críticas del mismísimo Papa Juan Pablo II, que señaló que la película “hiere profundamente el sentimiento religioso de los creyentes y el respeto por lo sagrado”.
La molestia de la iglesia se vio motivada por la propuesta narrativa de Kazantzakis y Scorsese, que mostró a un Jesús tan vulnerable a las tentaciones mundanas como cualquier hombre, al mismo tiempo en que se veía conflictuado en la aceptación de su destino como Mesías. Sin embargo, la molestia concreta de algunos católicos era aún más sencilla: el rumor de una escena donde María Magdalena y Jesús no sólo se casaban, sino que tenían relaciones sexuales.
El viaje personal de Scorsese
“La última tentación es un poco una suma de todo mi cine. Ahí están mis dudas de siempre, esas dudas a las que he tratado de dar una respuesta en mis filmes. Ahí están las temáticas que siempre me han fascinado, problemas que me atormentan desde siempre, a los que he buscado dar una solución, digámoslo así, definitiva”. Con estas palabras, y en entrevista con el diario El País, Scorsese valoraba la que entonces era su más reciente película.
Es sabido que la religión es parte importante de la inspiración del cineasta, y no sólo en términos simbólicos. Martin Scorsese se crio en el seno de una familia profundamente católica, y a pesar de no ser practicante, se reconoce como un creyente en Dios. La iconografía eclesiástica también tuvo un profundo impacto en la forma en que se configuró su fe: “Las primeras imágenes de Cristo que recuerdo son las estatuas y crucifijos de yeso de la antigua Catedral de San Patricio. La impresión más potente la daba un ser humano golpeado y torturado y después crucificado, un ser que podría haber sido amado, que podía haber sido una buena persona”, explica en Scorsese por Scorsese.
Por todo eso, la idea de representar a un Cristo más cercano a los simples mortales significó una tarea especialmente importante para él. Y eso fue lo que percibió dentro del retrato que la novela de Kazantzakis hace de Jesús.
Su primer acercamiento con la historia llegó en 1972, cuando los actores Bárbara Hershey y David Carradine le prestaron el libro luego de finalizar el rodaje de Pasajeros profesionales, dirigida por Scorsese y protagonizada por Herhsey y Carradine. Inspirado en la espiritualidad que por esos años se desarrollaba en Estados Unidos –tiempo en que surgió la corriente del New Age–, la idea de hacer una película sobre La última tentación de Cristo parecía una forma de contribuir a “encauzar” esa energía de cambio. En esos días, Hershey le solicitó que, en caso de que la adaptación llegase a buen puerto, le otorgara a ella el papel de María Magdalena.
Tras dos años de lectura, Scorsese se vio cautivado por la propuesta, que enfatizaba el lado humano en la representación de un Jesús que se debate con su dimensión divina. Una dualidad que el director declaró haber percibido gracias a revisión del texto.
“En su novela, Kazantzakis insiste sobre la naturaleza humana de Jesús precisamente porque de este modo, para nosotros, para la gente común, es más fácil identificarse con Cristo. Por esto Jesús, que es Dios en la Tierra, debe atravesar, como todo hombre, sufrimientos, tentaciones, cóleras, dudas, deseos sexuales, antes de alcanzar, con la muerte, a la experiencia del dolor. Exactamente como nos sucede a los hombres”, profundizaba el director con El País.
Para él, la propuesta “humana” del mesías era un factor importante a la hora de construir una figura que generase credibilidad en el común de las personas: “es una imagen iconográfica distinta de aquella que representa al Cristo rodeado por una aureola de luces en las tinieblas, el Hijo de Dios alejado de las pasiones humanas, puro, inmune a las tentaciones, de pronto irascible y rechazante sin miramientos, que mira a la muerte, a nuestra muerte, con indiferencia, porque sabe que el hombre resurgirá un día. ¿Cómo puede entenderse este Dios? ¿Por qué debo rezar a este Dios? ¿Por qué este Dios debería escucharme a mí?”.
Complementa Scorsese: “Y si Él jamás me escuchase, ¿cómo podría comprender hasta el fondo las motivaciones que me han llevado a actuar de tal modo?, podrían preguntarse todos los hombres mortificados por una profunda desesperación interior, los criminales, hasta los asesinos, los marginados de todo tipo. Y en cambio, la idea del Cristo de Kazantzakis, que está también en la base del filme, podrá acaso conquistarlos, conmoverlos. Éste, su Jesús, quiero decir, comprende verdaderamente la miseria de los hombres, porque la ha atravesado. Este Dios los escuchará y los comprenderá”.
Así, convencido del potencial efecto y conmoción que una nueva propuesta cinematográfica sobre la historia del mesías podía generar, el director estadounidense decidió perseguir la idea de llevar a cabo la película, a pesar de los inconvenientes con que se cruzó en el camino.
La odisea de La última tentación
La primera persona en que Scorsese pensó para la escritura del guion fue Paul Schrader, con quien ya había trabajado en Taxi Driver y Toro Salvaje.
Para el director resultaba interesante la visión que un calvinista podía tener sobre el libro, confiando en que Schrader lograría cumplir con la tarea de extirpar los elementos innecesarios del texto. Pasados cuatro meses, el guionista le envió un documento de noventa páginas, lo que convenció a Scorsese de que ya estaban en camino a concretar el proyecto.
Ambos entregaron un segundo borrador a los productores Irwin Winkler y Bob Chartoff. Primero llegó a las oficinas de la United Arist, que rechazó de plano la idea. Para 1983, fue Paramount quien firmó para su realización, durante la época en que Scorsese se encontraba trabajando en El rey de la comedia para la misma empresa.
El presupuesto se pactó en 16 millones de dólares, con una agenda de rodaje que se llevaría a cabo en cien días. Sin embargo, la retirada de Winkler del proyecto hizo que el estudio diera un paso al costado, postergando las grabaciones por varios años más. Esto, sumado a una advertencia que recibieron por parte del jefe de la cadena de cines de la Costa Este de Estados Unidos de la United Artists (una de las más grandes de la época), que contactó a Paramount para anunciarles que, en caso de que el filme se estrenarse, no exhibirían la película en ninguna de sus salas.
Incluso, Scorsese dudó sobre si la película debía realizarse dentro del sistema hollywoodense, barajando opciones por fuera del establishment cinematográfico. Finalmente, Universal aceptó llevar a cabo la propuesta, pero reduciendo el presupuesto a la mitad, grabando la totalidad de las escenas en Marruecos (dejando fuera la posibilidad de incluir localidades en Israel) y haciendo que todos los involucrados trabajaran por el sueldo base. Esto, además de ponerle como condición a Scorsese que, luego de La última tentación de Cristo, aceptara rodar El cabo del miedo, una versión más comercial de El cabo del terror, dirigida en 1962 por J. Lee Thompson y que se transformó en todo un éxito.
Aunque el guion mantuvo la esencia dada por Schrader, la versión final incluyó algunas modificaciones realizadas por el director y Jay Cocks, con la finalidad de incluir las recomendaciones que otros productores habían hecho sobre el texto de la película y así evitar cualquier nuevo inconveniente.
En cuanto al casting, la primera opción que pasó por la cabeza de Scorsese para la interpretación de Jesús fue Aidan Quinn. Tanto así, que el cineasta afirmó que una de las razonas por las cuales se demoró en proponer oficialmente la grabación del filme fue porque, justamente, estaba esperando la disponibilidad de Quinn, que terminó por declinar la oferta. En 1983, mantuvieron conversaciones con Eric Roberts y Chris Walken. Pero Willem Dafoe fue quien se robó el interés de Scorsese.
“Lo había visto solo una vez en Vivir y morir en Los Ángeles, donde hacía de villano, y me había gustado y quería ver si podía pasarse al otro lado. Hablé con él a solas en una habitación y me agradó; después vi Pelotón y pensé, ¡ya lo encontramos!”, recordó el director.
También hubo actores que estuvieron considerados desde el principio y que sí participaron de las grabaciones, como Bárbara Hershey y Harvey Keitel. Inicialmente, destacaba el nombre de Sting, vocalista y bajista de The Police que encarnaría el papel de Poncio Pilatos, que quedó fuera después de que no lograran coordinar los rodajes con su agenda. De todas formas, el papel terminó en manos de otro gran músico: David Bowie.
“De cualquier forma, siempre había querido trabajar con David Bowie, que acabó viajando a Marruecos y filmó la escena en un día”, señaló Scorsese.
Una batalla contra la censura
A pesar de la calidad argumentativa y de la singularidad de la propuesta de Scorsese, uno de los aspectos que más se recuerdan de su estreno es el repudio que generó en grupos religiosos ultra conservadores, que se opusieron fehacientemente al lanzamiento del filme.
Uno de los eventos más recordados a nivel internacional sucedió el 22 de octubre de 1988 en Francia, día en que se registró un atentado con bombas molotov en el cine Saint Michel de París. El ataque tuvo como consecuencia la destrucción de la sala en que se proyectaba la película, además de dejar a diez personas heridas de gravedad. Al respecto, el ministro de Cultura francés de la época, Jack Lang, defendió la exhibición del largometraje, argumentando que “es preciso hacer que la libertad triunfe sobre la intolerancia”.
Aunque fue uno de los incidentes más graves, no se trató de un hecho aislado. Semanas atrás, a principios de agosto del mismo año, cerca de 10 mil personas se habían instalado en el frontis de los estudios de Universal en Los Ángeles para protestar en contra del estreno de La última tentación de Cristo, que llegó a las salas estadounidenses el día 12 de ese mes.
Por su parte, la American Society for the Defense of Tradiction, Family and Porpery pagó para difundir en una página completa del diario The New York Times un llamado a boicotear la película de Scorsese.
El estudio cinematográfico estaba al tanto de las dificultades que el estreno tendría en diversos lugares del mundo. Una de las medidas de resguardo fue evitar la proyección en ciudades más “conservadoras” del sur de Estados Unidos. Sin embargo, también aprovecharon la situación como un impulso en su popularidad, adelantando seis semanas su estreno.
En Chile, la película fue prohibida por la dictadura militar. Y pese a que la decisión fue revertida en noviembre de 1996, pasó sólo un día para que siete abogados de la agrupación conservadora El Porvenir de Chile pusiera un recurso de protección donde solicitaban a la Corte de Apelaciones que la cinta fuera nuevamente censurada, por atentar contra la honra de Jesús y de los cristianos vivos.
El hecho que terminó en una causa en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que determinó que Chile había violado el artículo 13 del Pacto San José de Costa Rica, que protege la libertad de expresión por ser considerada como un elemento central en la consolidación de las democracias. Finalmente, su estreno en salas nacionales tuvo lugar el 2003, a través de las pantallas del Cine Arte Alameda y a 15 años de su lanzamiento original en Estados Unidos.
La película de Scorsese presentó un conflicto para varios sectores católicos que no concebían que la imagen de Jesús fuera “blasfemada” y susceptible a las tentaciones mundanas. Pero el factor más polémico estuvo centrado en el rumor de que el filme presentaba una escena donde el mesías se casaba y mantenía relaciones sexuales con María Magdalena, para proceder a tener hijos y vivir el resto de su vida como una persona común y corriente.
Durante la época, muchos de los manifestantes confesaron que no habían visto la película, lo que, sumado a las censuras gubernamentales, motivó el esparcimiento de concepciones erróneas obre la verdadera propuesta hecha por el director.
Al respecto, Scorsese fue tajante al señalar que “no hemos salido, evidentemente, con la intención de mortificar la fe de la gente. Absolutamente no. Ante todo, este filme lo he hecho para mí, para mi fe en Dios. Para sentirme, en este momento de mi vida, más cercano a Él, como se siente cercano a Dios un sacerdote que está oficiando”.
“Este filme tal vez sea mi misa, mi plegaria. Jamás he querido subvertir la fe de nadie, tanto menos la de los integristas y de los fundamentalistas de Estados Unidos. Un filme como éste, evidentemente, sólo puede reforzar su fe, no debilitarla o cambiarla. En resumen, La última tentación no es de ningún modo una cruzada, lo que sí es singular es que Hollywood me haya financiado esta idea. Hace seis años no hubiera sido posible”, concluyó el director con el diario español.
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