Sobre el término “maquiavélico” pesa una connotación negativa. Popularmente, se utiliza para describir a una persona “astuta y engañosa”, que actúa con perfidia para conseguir sus propósitos. Pero la persona que inspira este concepto dista bastante de aquella aseveración.
Nacido y criado en Florencia, Nicolás Maquiavelo fue un destacado funcionario público de la República florentina que dedicó toda su vida a la observación silenciosa del poder. Su trabajo le permitió analizarlo en primera persona: desde 1498, ejerció como secretario de la segunda cancillería florentina, donde estuvo cargo de la política exterior y los asuntos militares. Incluso llegó a ser uno de los colaboradores más cercanos de Piero Soderini, un respetado representante del gobierno que ostentó el cargo de confaloniero vitalicio.
Fue el tercer hijo de una familia que solía gozar de cierto estatus social, aunque su vida fue más bien modesta en lo económico. Aun así, recibió una base educativa sólida que le permitió crecer leyendo a grandes autores de la historia antigua, como Tucídides, Tito Livio y Polibio.
Maquiavelo tenía sólo nueve años cuando fue testigo de un hecho que marcaría su futuro personal y profesional: la familia Medici, dinastía que ostentó el poder de Florencia por seis décadas, fue víctima de una conspiración liderada por la familia Pazzi que terminó con la vida de Giuliano, hermano del entonces gobernador, Lorenzo de Medici, que sólo se salvó por un traspié de sus enemigos.
Aunque el atentado remeció la estabilidad de Florencia, el mandatario (apodado como “El magnífico”) logró mantener un ambiente de relativa paz con el resto de Estados de la península hasta 1492, cuando murió por consecuencia de la gota (una enfermedad inflamatoria bastante similar a la artritis que solía aquejar a los miembros de la realeza).
Con la muerte de Lorenzo, la dinastía de los Medici se aproximaba cada vez más a su fin: la deficiente administración de Pedro, hijo y sucesor del ex mandatario, motivó un gran descontento ciudadano que terminó marginando a la familia del territorio florentino.
Así comenzó una reorganización de las lógicas de gobierno que concluyó en la instalación de la segunda República, a la que Maquiavelo dedicaría todos sus años de servicio público. Durante su carrera, recibió encargos diplomáticos importantes que lo llevaron a representar a Florencia ante las cortes de España, Roma y Francia. También ejerció como el principal encargado de la reorganización de la milicia florentina, algo que tuvo especial repercusión en sus postulados políticos sobre la importancia de que el Estado contara con fuerzas armadas.
Todo parecía marchar bien en la vida del intelectual. Pero en 1512, su vida profesional se truncaría abrupta y violentamente con el retorno de los Medici al poder.
Torturado y encarcelado en base a un papel
Las redes de poder de los Medici no eran meramente políticas. La familia también penetró los cargos más altos de la iglesia católica, llevando a dos de sus miembros a la cabeza del pontificado: Giovanni de Medici y Julio de Juliano de Medici, rebautizados en sus papados como León X y Clemente VII, respectivamente.
Justamente, el retorno de los Medici a Florencia se fraguó desde la iglesia. El papa Julio II auspició el Congreso de Mantua, instancia que en 1512 pactó la ofensiva que terminaría por derribar al gobierno republicano florentino. El pontífice envió a uno de sus hombres de confianza: el entonces cardenal y vicecanciller Giovanni de Medici, quien se aseguró personalmente de que el clan retornara al poder.
La milicia construida por Maquiavelo no tuvo la fuerza suficiente para afrontar el ataque perpetrado por el ejército español enviado por el papa. Piero Sodeniri, entonces líder del gobierno republicano, no opuso mayor resistencia y huyó rápidamente de la ciudad, sellando el retorno definitivo del clan al poder.
Sus primeras medidas fueron la desintegración del ejército, la anulación de la constitución de republicana y la disolución del Gran Consejo, organismo de representación instalado durante la ausencia de los Medici. Al poco tiempo, el canciller Giovanni asumió el papado, marcando una nueva era para la familia. Lógicamente, Maquiavelo fue desvinculado rápidamente de su cargo, aunque eso no sería lo peor que le tocaría afrontar.
En febrero de 1513, el rumor de una nueva conspiración en contra de los Medici quedaba al descubierto. Al momento de ser capturado, el grupo, liderado por Pietro Paolo Boscoli, tenía en su poder un papel con diversos nombres de ciudadanos que, en vistas de sus circunstancias personales, podrían apoyar un hipotético levantamiento contra los mandatarios.
El nombre de Nicolás Maquiavelo era parte de la lista, aunque el intelectual no tenía participación alguna en lo que estaba sucediendo. Los conspiradores confesaron que las personas mencionadas en el documento ni si quiera alcanzaron a ser consultadas sobre su posible disposición a respaldar un eventual ataque a la familia. Sin embargo, ni el testimonio del grupo ni la palabra de Maquiavelo fueron suficientes para evitar que el ex diplomático fuera apresado y torturado por órdenes de los Medici.
Aun así, su suerte fue sustancialmente mejor que la del resto de presos. Mientras que Boscoli fue decapitado en la horca -en una ejecución que quedó registrada por el humanista Luca della Robbia-, Maquiavelo fue beneficiado por la amnistía decretada por el nuevo papa León X, como una muestra de buena voluntad para iniciar su pontificado.
A pesar de que logró salir de la cárcel, las sospechas en su contra nunca desaparecieron por completo. Con una carrera quebrada y nulas posibilidades de reinsertarse en la vida política, Nicolás Maquiavelo se exilió en su finca ubicada en San Casciano in Val di Pesa, a las afueras de Florencia, donde no sólo se dedicó a la agricultura y ganadería para sobrevivir. También fue el hito que marcó el inicio de su época como escritor.
Un exilio fructífero
El 10 de diciembre de 1513, Maquiavelo le escribía una carta a su amigo Francesco Vettori. En ella, describe cómo eran sus días relegado en San Casciano in Val di Pesa: “Cuando llega la noche, regreso a casa y entro en mi escritorio, y en el umbral me quito la ropa cotidiana, llena de fango y de mugre, me visto paños reales y curiales, y apropiadamente revestido entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres donde, recibido por ellos amorosamente, me nutro de ese alimento que sólo es el mío, y que yo nací para él: donde no me avergüenzo de hablar con ellos y preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos por su humanidad me responden; y no siento por cuatro horas de tiempo molestia alguna, olvido todo afán, no temo a la pobreza, no me asusta la muerte: todo me transfiero a ellos”, le comenta en la misiva.
De manera bastante casual, le comenta sobre un opúsculo en el que se encuentra trabajando, llamado De principatibus, “donde profundizo todo lo que puedo en las meditaciones sobre este tema, disputando qué es principado, de cuáles especies son, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden”.
El texto que Maquiavelo afirmaba estar aún “aumentado y puliendo” era nada menos que El príncipe, uno de los tratados políticos más relevantes de la época moderna y donde el filósofo volcó toda su experiencia como funcionario gubernamental. En esencia, se trata de un libro que pretendía ser un tratado práctico y sincero sobre cómo ejercer el poder de la forma más eficiente posible. Para su construcción, tomó los aciertos y desaciertos de varios gobernantes, desde César Borgia hasta Fernando el Católico.
Aunque ya se encontraba retirado de sus funciones públicas, su vocación de servicio nunca se esfumó. El príncipe fue la forma que el filósofo encontró para seguir aportando al desarrollo político de Florencia. Incluso, dedicó su libro al nieto de Lorenzo “el magnífico”, que por esos días se encontraba a la cabeza del gobierno, aunque es probable que nunca lo haya leído.
Sus ganas de reintegrarse en sus funciones no cesaron, pero nunca lo logró a cabalidad. Tiempo después de la muerte de León X, asumió el papado Julio de Medici, hijo ilegítimo de Juliano, el hermano muerto en la conspiración de los Pazzi, bajo el nombre de Clemente VII, que venía retomando el contacto con Maquiavelo desde sus tiempos como cardenal.
El religioso no sólo le confió una serie de misiones diplomáticas pequeñas. También le encargó la encomienda de recopilar la historia de Florencia, lo que se tradujo en ocho tomos completos bautizados como Historias florentinas. Además, lo nombró superintendente de fortificaciones, un cargo de relativa importancia que animó las expectativas del filósofo.
Por fin parecía que su deseo de reintegrarse a la vida política se estaba cumpliendo. Pero en 1527, los Medici fueron nuevamente expulsados de la ciudad, esta vez, como consecuencia del ataque perpetrado por las tropas de Carlos I de España, que tomaron y saquearon Roma.
El reciente trabajo que Maquiavelo había realizado para la familia Medici se volcó en su contra, siendo nuevamente marginado del espacio público. Intentó postularse como candidato a las instituciones republicanas, siendo rechazado. A los pocos días se enfermó de forma repentina.
Luego de un par de semanas su estado empeoró considerablemente. Finalmente, el 21 de junio de 1527 y a los 58 años de edad, Nicolás Maquiavelo moría solo y marginado definitivamente de su oficio. Debieron pasar varios para que su obra fuera publicada y valorada de forma masiva (El príncipe, publicado de forma póstuma, fue prohibido por la iglesia al considerar que abordaba la ética del poder con desdén), consiguiendo el éxito y reconocimiento sólo después de su muerte. Aún así, se configuró justamente cono uno de los tratados más relevantes de la política moderna, inspirando el análisis permanente de los pensadores que le sucedieron.