Me gusta el mar: cuando Chile desafió a Estados Unidos
Tras la Guerra del Pacífico la marina chilena se convirtió en la principal fuerza naval de América alineando el crucero más moderno del mundo, protagonista de un episodio de abierta rivalidad con Estados Unidos, que contribuyó al reforzamiento de la flota norteamericana en el Pacífico.
El comandante Juan López Lermanda abre el sobre en alta mar y lee la escueta orden del gobierno del presidente Domingo Santa María. En pocas palabras, se confía en su criterio para operar en Panamá, territorio con ambiciones separatistas perteneciente a Colombia. Oficialmente debe resguardar los intereses de los residentes chilenos, pero la verdadera misión consiste en evitar que Estados Unidos aproveche la revuelta para asentar su hegemonía en la zona. Para la tarea, López Lermanda cuenta con la mejor tecnología del momento al mando del crucero Esmeralda, la última adquisición de la marina. Fines de abril de 1885 y la nave descrita por la publicación neoyorquina de defensa Army and Navy Journal como “el barco de guerra más fino, más rápido y más perfectamente equipado de su tamaño a flote”, registra apenas seis meses de servicio.
El Esmeralda corta las aguas con una velocidad promedio inusual de 12.6 nudos, equivalente a 23.3 kilómetros por hora, arribando en apenas cuatro días y medio al puerto de Colón, Panamá, el 28 de abril. Las tripulaciones de naves de guerra francesas y estadounidenses surtas en la bahía, observan con atención el crucero chileno que rompe los moldes de la arquitectura naval. A su extraordinario andar con un máximo de 18.3 nudos, se suman otras características novedosas: es la primera nave de guerra en la historia que no utiliza velamen, su artillería central de 10 pulgadas es propia de un acorazado, y ofrece escaso blanco por un diseño de baja altura.
La llegada del Esmeralda provoca sorpresa y cierta irritación en las potencias presentes. ¿Por qué Chile ha enviado tamaña arma a Panamá? La oficialidad estadounidense se apresura en agendar visitas al crucero. “El aplauso fue unánime”, apuntó el comandante López Lermanda en un detallado informe de la misión redactado al regreso en el Callao. “La prensa se ocupó muchas veces de nuestro buque, llamando la atención sobre esta máquina de guerra, como la más poderosa y rápida que en su clase se hallaba a flote”.
El relato de López Lermanda, condecorado por el zar Alejandro III por remolcar en 1871 una nave rusa desde el extremo austral hasta Valparaíso, destaca la vívida curiosidad norteamericana. “No satisfechos con las repetidas vistas que se hacían para conocer el buque, tomaban croquis y apuntes de sus más insignificantes detalles”.
Los marinos del país del norte advierten una situación hipotética en Army and Navy Journal. El Esmeralda está capacitado para bombardear la ciudad de San Francisco sin recibir daño. Las corbetas y fragatas de madera integrantes de la flota norteamericana del Pacífico no tenían posibilidades contra la embarcación chilena que durante su periodo de construcción entre 1881 y 1883, había sido visitado por el príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra Eduardo VII, debido a sus avanzadas cualidades que hasta hoy lo apuntan como el primer crucero protegido de la historia.
En el congreso estadounidense asoman voces exigiendo modernización y reforzamiento de la flota en la costa oeste porque Chile, vencedor de la Guerra del Pacífico y flamante dueño de extensos territorios arrebatados a Perú y Bolivia, con fuerzas armadas experimentadas en sangrientos combates de mar y tierra durante cuatro años, representa una amenaza.
La modesta nación sudamericana, una de las más pobres en los días de las colonias hispanas, había rechazado la intervención estadounidense en 1882 para zanjar el conflicto armado entre los tres países andinos. Chile contaba con barcos y ejércitos para desechar una mediación parcializada a favor de los aliados, como lo había demostrado la política norteamericana durante el conflicto.
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En los inicios de la Guerra del Pacífico, la escuadra nacional enfrentó serios problemas para neutralizar al monitor Huáscar y la corbeta Unión, gracias a su mayor velocidad. Aunque se trataba de naves más antiguas, el flojo mantenimiento de los buques chilenos permitió al almirante Miguel Grau mantener en jaque a la fuerza naval del contralmirante Juan Williams Rebolledo, insólitamente convencido de la superioridad del navío peruano, a pesar que los blindados Cochrane y Blanco Encalada poseían mayor coraza y poder de fuego, comparados a la nave donde había caído el capitán Arturo Prat. El Huáscar sembraba miedos hasta en Valparaíso, donde se creía que podría bombardear a gusto burlando a la lenta división naval chilena.
Se refaccionaron los buques, hubo cambios de mandos y el Huáscar fue capturado e integrado a la flota el 8 de octubre de 1879 en el combate de Angamos. La armada sacó lecciones. Necesitaba naves rápidas.
“Inscrito en esa idea, Chile ordenó el crucero Arturo Prat, con un andar de 16.5 nudos en plena guerra”, explica Carlos Tromben, doctor en Historia Marítima de la Universidad de Exeter del Reino Unido. Sin embargo, el Prat nunca llegó a Chile. “No podía ser entregado durante la guerra, no dio el andar y fue vendido a Japón. Chile persistió en la idea de contar con buques veloces y el resultado fue el Esmeralda, en su época el más rápido”.
“Miraba hacia el siglo XX en su diseño y concepción”, apunta el periodista e investigador histórico Piero Castagneto. “Aunque no tenía torretas, sino barbetas, su artillería principal eran cañones giratorios en un ángulo amplio. Su artillería secundaria tenía una disposición que siguió así por mucho tiempo, hasta entrado el nuevo siglo. Si comparas a la Esmeralda de 1884 con un crucero de 1900, no hay diferencias sustanciales”.
En cuanto a la misión del Esmeralda en Panamá, tanto la armada como la Cancillería chilena se encargaron de no dejar registros. “La memoria de marina como la de RR.EE., no dicen nada”, revela Tromben. “Lo único que hay es el libro de López Lermanda, con recuerdos de la Guerra del Pacífico, y el informe que ubiqué en el archivo nacional, que dio origen a los artículos que he escrito”.
Para el doctor Tromben, el poder naval fue un agente activo de las relaciones diplomáticas nacionales durante ese periodo, respaldadas por una generosa flota de acorazados y cruceros que el país siguió incorporando hasta comienzos del siglo XX. Chile libraba con Argentina una costosa carrera armamentista que endeudó considerablemente a ambos países. “Estos buques empezaron a usarse en apoyo de la política exterior chilena. Hubo visitas a Ecuador, Centroamérica, Europa, para mostrar la bandera y la capacidad en esta materia”.
Si bajo el gobierno de Domingo Santa María (1881-1886) la escuadra chilena contaba con tres blindados, un crucero, tres corbetas y una cañonera, en condiciones de desafiar con ventajas a las naves estadounidenses del Pacífico, su sucesor José Manuel Balmaceda comisionó más buques para asegurar la supremacía naval.
“Manda a construir el primer dique de Talcahuano y renueva la flota con un acorazado, dos cruceros modernos, más dos cazatorpederos y dos escampavías”, enumera Piero Castagneto.
“Hoy suena descabellado”, continúa el periodista, “pero el país requería una hipótesis viable de conflicto armado con EE.UU. porque estaban dando muestras de querer influir cada vez más en el continente. En los hechos sabemos que Chile se vio aliviado de esta hipótesis cuando EE.UU. se enfocó en el Caribe, interviene en la guerra de independencia de Cuba y derrota a España, anexando Puerto Rico y las Filipinas”.
Carlos Tromben suma otras variables a la compleja situación internacional chilena a fines del siglo XIX con distintos conflictos potenciales. “Había problemas limítrofes con Argentina, y a su vez Argentina tenía una carrera naval con Brasil. También había temas con Perú y Bolivia que demoraron décadas en llegar a acuerdos. Todo eso hacía aconsejable tener una fuerza naval respetable”.
Sin embargo, los hechos confirmaron que la supremacía tricolor en el mar llegó a su fin con el asesinato de dos marinos y otros 17 heridos del crucero Baltimore en octubre de 1891 en Valparaíso, tras el escupitajo de un tripulante estadounidense a un retrato de Arturo Prat en un bar porteño, provocando una reyerta digna del viejo oeste. En principio, el gobierno chileno se negó a pedir disculpas y pagar indemnizaciones a las familias afectadas, hasta que EE.UU. insinuó la posibilidad de una guerra.
Lanzado en 1888 con 4413 toneladas y 19 nudos de velocidad, el Baltimore representaba de alguna manera la reacción estadounidense a la escuadra chilena.
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Aunque Chile cede en su poder naval hacia fines de la década del 80 del siglo XIX frente a EE.UU. y luego Argentina, que contaba con un programa de adquisiciones mucho más homogéneo -”los cruceros chilenos eran muy dispares en modelos, velocidades y armamentos dificultando la logística”, apunta Tromben-, la marina protagoniza los últimos actos en calidad de potencia marítima.
En 1888 Chile anexiona la Isla de Pascua, como resultado del arduo trabajo del comandante Policarpo Toro, quien planteó al gobierno la importancia estratégica que representaba para el país, gestionando personalmente la compra del territorio insular en Tahiti.
En tanto, el crucero Esmeralda continuó una intensa bitácora que nuevamente lo cruzaría con fuerzas estadounidenses durante la guerra civil de 1891, cuando la armada se alió al congreso para derrocar al gobierno de Balmaceda. La veloz nave escoltó al transporte Itata, destinado a embarcar armas para el parlamento rebelde en San Diego. El Esmeralda esperó en aguas mexicanas al buque mercante, debido al apoyo del gobierno de EE.UU. a Balmaceda. El Itata recogió el cargamento y en audaz maniobra logró zafar de las autoridades que habían retenido la nave. Perseguido por el crucero Charleston hasta Acapulco, un reporte del New York Times del 16 de mayo, especuló sobre la posibilidad de una batalla entre ambas naves, que finalmente quedó en nada.
Tres años después, con una década exacta de ajetreados servicios a la marina chilena, el Esmeralda fue vendido a Japón, concretando la segunda transacción armamentística con el imperio del sol naciente en 15 años, un ejercicio imposible en la actualidad.
¿Por qué Chile se deshizo de la nave?
“Dos razones técnicas”, responde Carlos Tromben. “Tenía un alto consumo de carbón y mucha tendencia a la corrosión. Por eso se vendió a Japón. Pasó a llamarse Itzumi y actuó tardíamente en la guerra entre China y Japón. Se negoció a través de Ecuador, porque Chile tenía un acuerdo con China y no lo podía vender directamente. Luego, el buque actuó en la guerra ruso-japonesa en la batalla de Tsushima, avistando a la flota rusa del Báltico. En Japón lo dieron de baja en 1912″.
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