Durante 81 días presenció asesinatos de bebés y sacrificios de animales, padeció abusos sexuales y torturas, fue bañada en sangre y vísceras, y encerrada en jaulas. Según el testimonio de Michelle Smith, cientos de personas participaron de estas vejaciones en el cementerio de Ross Bay en Victoria, Columbia Británica, Canadá, a mediados de los 50, cuando tenía entre cuatro y cinco años. Aseguró que su madre Virginia la inició en el satanismo en el subterráneo de su casa, para luego integrar un culto demoníaco con raíces previas al cristianismo. El martirio finalizó cuando el mismísimo Jesús, en compañía de su madre la virgen María y el arcángel Miguel se enfrentaron a Satanás, liberándola.

El power trío celestial borró sus cicatrices y su memoria, aunque fue advertida que esos recuerdos volverían.

Pasa el tiempo, Michelle es una veinteañera, y concurre a la consulta del psiquiatra Lawrence Pazder en 1973, un católico ferviente graduado en tres universidades, que además es especialista en medicina tropical, con un par de temporadas laborales en Nigeria. Pazder se siente muy atraído por las religiones y prácticas litúrgicas del continente africano, siempre salvajes ante los ojos occidentales.

Hacia 1976 un aborto involuntario gatilla una depresión en Michelle y Pazder la somete a hipnosis. En medio de una sesión Michelle grita por largo rato, y luego comienza a hablar como una niña de cinco años. El presagio celestial se cumple. Los recuerdos satánicos afloran.

Lawrence Pazder toma un par de decisiones reveladoras de su ética. Se involucra sentimentalmente con la paciente -ambos están casados y con hijos, se divorcian y se unen en matrimonio, contraviniendo los mandatos del catolicismo-, y publica un libro junto a ella en 1980 con el título Michelle Remembers. Una de sus ediciones resume la trama así:

“La extraordinaria historia real de una batalla satánica entre la inocencia y el mal por la posesión de una niña de cinco años”.

El psiquiatra Lawrence Pazder y su paciente-esposa Michelle Smith sosteniendo su best seller.

Les adelantaron 100 mil dólares y negociaron otros 242 mil por el testimonio. Llegaron ofertas de Hollywood para convertir los padecimientos de Michelle en una película. Hicieron giras promocionales por Canadá y Estados Unidos, y viajaron al Vaticano para exponer el caso, donde les creyeron a medias.

Lawrence se convierte rápidamente en autoridad sobre cultos satanistas. Se hace recurrente en televisión, donde se soban las manos con el tema gracias a conductores como Geraldo Rivera y Oprah Winfrey, mientras sus conocimientos son requeridos en tribunales. Atiende un millar de casos y pone en boga el concepto “abuso ritual”.

Transcurre una década, hasta que el 30 de septiembre de 1990 el psiquiatra es citado en un artículo de The Mail On Sunday de Londres, en busca de pruebas sobre los hechos relatados en el libro.

Lawrence Pazder restringe el acceso a su esposa y reitera que la experiencia fue real porque ella lo cree.

“Todos estamos ansiosos por demostrar o refutar lo que pasó”, concede al medio, “pero al final no importa”.

A comienzos de 1990, la familia McMartin de Los Ángeles sumaba siete años de acusaciones por liderar supuestamente un culto satánico, bajo la fachada de un preescolar con su apellido. A ellos sí les importa la verdad, aunque sus vidas están hechas añicos por la paranoia colectiva desatada en EE.UU. y Canadá por el libro de Pazder y Smith.

“Antes de Michelle Remembers no había juicios satánicos relacionados con niños”, declaró Robert Hicks del Departamento de Justicia de Estados Unidos en 1990. “Ahora el mito está en todas partes”.

***

Consumida por la esquizofrenia y el alcoholismo, Judy Johnson falleció en su casa el 19 de diciembre de 1986. Tres años antes había denunciado la sodomización de su hijo pequeño por parte del ex marido y el profesor Ray Buckey, nieto de Virginia McMartin, fundadora del preescolar al cual asistía el menor en Manhattan Beach, California.

Los testimonios de Judy Johnson de febrero de 1984, que dieron pie a detenciones y acciones legales en contra de siete trabajadores del establecimiento, semejan los relatos del apocalipsis para describir la dinámica del culto que supuestamente abusaba del niño. A esta clase de testimonios la policía y la justicia dieron cabida.

“Se recitó una oración similar en sonido a la oración del Señor.  Una cabra subió más, más, más. Entonces un hombre malo la tiró por las escaleras. Más tarde se despertó. Ray asomó a Peggy al altar. Muchas velas; eran negras. Ray se cogió el dedo índice derecho. Sangró.  Ray lo puso en el ano de la cabra. Nadie llevaba ropa debajo de las túnicas.  Billy también llevaba una túnica. Le pusieron una tirita en el dedo. La vieja abuela tocaba el piano”.

La policía de Manhattan Beach envió una carta a los padres del preescolar para que interrogaran a sus hijos. En el párrafo central, la misiva establecía que “nuestra investigación indica que los posibles actos delictivos incluyen: sexo oral, acariciar los genitales, la zona de las nalgas o el pecho, y sodomía, posiblemente cometidos bajo el pretexto de ‘tomar la temperatura del niño’. También es posible que se hayan tomado fotos de los niños sin su ropa”.

Hacia la primavera de 1984, la sugestión colectiva arrojaba 360 víctimas de supuestos abusos de connotación satánica en McMartin.

Peggy y Ray Buckey, acusados de prácticas satánicas en el preescolar McMartin.

Las técnicas interrogativas desplegadas por entidades profesionales como Children ‘s Institute International de Los Ángeles, fundado en 1906, incitaban a los menores con maniobras coercitivas a describir ambientes y secuencias plagadas de fantasías. Los niños dijeron haber estado en catacumbas, presenciar el vuelo de brujas, y viajar en globos aerostáticos. Un menor señaló que el actor Chuck Norris, cuya imagen fue deslizada en un set de fotos, participaba de los ritos.

Los informes indicaron que el hijo de Judy Johnson nunca logró identificar a Ray Buckey, el principal acusado.

La fiscalía ocultó durante años los problemas psiquiátricos de la mujer. Cuando finalmente fueron revelados, argumentaron que las causas de su desequilibrio radicaban en la traumática experiencia del hijo, aún cuando Judy reconoció que la esquizofrenia era previa. Uno de los fiscales, Glenn Stevens, renunció a la causa alegando que sus colegas obviaron información a la defensa, a fin de mantener la detención de Buckey.

El juicio ostenta el récord como el más caro en la historia de EE.UU.. Se gastaron 15 millones de dólares, sin lograr condena alguna.

Las relaciones establecidas entre fiscalía, prensa y especialistas para empujar el juicio culminaron en romances. El reportero de televisión Wayne Satz, ligado a una cadena que prestaba servicios a ABC de Los Ángeles, se involucró sentimentalmente con Kee MacFarlane, directora del Children’ s Institute, en tanto el editor de Los Ángeles Times, David Rosenzweig, pidió matrimonio a la fiscal Lael Rubin. El periodista del mismo medio, David Shaw, ganó el Pulitzer denunciando a través de reportajes la cobertura parcializada del caso, incluyendo su diario.

En 2005 Kyle Zirpolo, ex alumno de McMartin, confesó haber mentido sobre los abusos, presionado por el ambiente familiar y los interrogatorios.

“Cada vez que les daba una respuesta que no les gustaba, volvían a preguntar y me animaban a darles la respuesta que buscaban. Era muy obvio lo que querían”, reveló.

En medio de las indagaciones por las denuncias, Lawrence Pazder y Michelle Smith se reunieron con los padres y los niños involucrados. Según uno de los fiscales a cargo, Glenn Stevens, ambos incidieron en las declaraciones de los menores.

Ray Buckey enfrentó 52 cargos y dos juicios hasta ser declarado inocente. Estuvo encarcelado cinco años, mientras su madre pasó dos años tras las rejas.

***

Jack Proby, el padre de Michelle Smith, demoró cuatro meses en leer el libro de su hija con el doctor Pazder.

No podía contener el llanto.

“Fue la peor sarta de mentiras que una niña podría inventar (...)”, declaró en el reportaje del diario londinense The Mail On Sunday de 1990. “Me decía a mí mismo: ‘Dios mío, ¿cómo puede alguien hacerle esto a su madre muerta?’”.

Virginia, fallecida en 1963, llevaba todos los domingos a misa a Michelle, contradiciendo las aseveraciones de no haber recibido una educación religiosa. La niña iba en compañía de sus hermanas, jamás mencionadas en el libro.

Muchas de las aberraciones descritas en el best seller, guardaban relación con episodios reales distorsionados por la mujer, y aderezados en la pluma de Pazder con guiños a los cultos africanos que le fascinaban, y la cinematografía de terror de moda en los 70, con clásicos como El Exorcista (1973) y La Profecía (1976).

El exorcista

Michelle dijo haber sido envenenada en dos ocasiones en el culto. Según el padre, efectivamente fue tratada por envenenamiento porque siendo niña bebió mezclas de pinturas, y en otra ocasión comió betún para zapatos.

Michelle describió la recreación de un horroroso accidente montado por la secta que la retuvo por casi tres meses en el cementerio, sin que nadie escuchara ni viera nada, un episodio con Satanás en un rol protagónico.

“Lo que sí recuerdo es que una vez nos encontramos con un accidente mortal en nuestro coche”, contó Jack Proby. “Vimos dos coches aplastados y una mujer tirada en la carretera desangrándose. Sus intestinos colgaban, y era un espectáculo horrible. Michelle empezó a gritar y no pudimos detenerla durante mucho tiempo”.

A las declaraciones del padre de Michelle en 1990 descartando los eventos narrados en el libro, se sumaron las del médico de la familia -”una imaginación hiperactiva”, definió el doctor Andrew Gillespie, que trató las intoxicaciones de Michelle-; la vecina Alice Okerstrom, que desestimó el texto por considerarlo “una locura”, además de observar que “una niña no podría haber sido torturada sin que alguien lo oyera”, y la Real Policía Montada de Canadá, sin archivos sobre prácticas satánicas en la zona.

Lawrence Pazder nunca presentó denuncia alguna sobre cultos satánicos y abusos hacia su paciente y esposa.

***

El pánico satánico, como se denomina hasta hoy la paranoia desatada por Michelle Remembers en los 80, arrastró al popular juego de rol Dungeons & dragons (ver foto principal de la temporada 4 de Stranger Things), apuntado por los personajes maléficos y su dinámica de reunión.

En paralelo, sectores conservadores y religiosos empoderados en el gobierno reaccionario de Ronald Reagan, comenzaron a relacionar el aumento de los suicidios adolescentes en la población blanca suburbana, con la afición por el heavy metal.

La teoría fue asimilada y reproducida entusiastamente por la mayoría de los medios de comunicación. Aunque datos de The New York Times establecieron que el incremento de muertes radicaba en jóvenes provenientes de hogares disfuncionales, empobrecidos y con problemas de drogas y alcohol, en la opinión pública se instaló que la causa era el contenido lírico y la estética del ruidoso género musical. Las letras no sólo incluían mensajes explícitos a favor de fuerzas demoníacas, sino también codificados en reversa.

Ozzy Osbourne

El paroxismo llegó con los juicios a Ozzy Osbourne en 1986 y Judas Priest en 1990, acusados de incitar el suicidio de sus jóvenes fanáticos. En el segundo caso, Rob Halford apuntó el sinsentido de desear la muerte de sus propios seguidores. También dijo que si tuvieran la intención de introducir un mensaje subliminal simplemente diría: “compra más de nuestros discos”.