Stranger Things, Dios y Kate Bush: la historia de un hit fantasmagórico
La serie de Netflix revivió una de las mejores canciones de los 80, Running up that hill, de la cantautora inglesa, esa melodía de contornos celestiales que en el dial FM chileno casi siempre rotaba de noche y que sólo pudo estrenarse por un cambio de última hora en su título. Una suerte de pacto con Dios.
Por lo general, era un tema que el cuidadoso dial FM chileno de los 80 programaba en la noche. Cuando las radios se podían dar licencias que no atentaran contra los criterios de masividad y popularidad que debían cumplir durante el resto del día. Cuando podían echar mano a canciones fuera de un radar más pop, que sintetizaban cierta vanguardia aún distante para un mercado por esos años tan modesto como el nacional.
Y ahí, ya cuando el día bajaba su telón, sonaba de pronto esa melodía algo etérea, otoñal y fantasmagórica llamada Running up that hill (A deal with God), de la cantautora británica Kate Bush: quizás su sonido intrigante circulaba en sincronía con ese espacio de la jornada en que todo se torna más difuso.
Como sea, la radio local acusó recibo de Kate Bush en términos de nicho y culto: un personaje vanguardista y de obra maciza que, pese a no relucir en el país un suceso multitudinario, ofrecía canciones de altísima factura, ideales para el pop distinguido que copaba la mitad de los 80.
37 años después, los aplausos para Bush siguen, aunque no sólo en Chile. Y, claramente, ya no sólo en las radios. La aparición de uno de sus hits más representativos en la nueva temporada de la serie Stranger Things (Netflix) ha vuelto a encumbrar su nombre entre sus antiguos seguidores y ha despertado un renovado apetito entre aquellos que no la conocían.
En resumen, ha reivindicado una obra distintiva, experimental y personal. Una figura cuya voz soprano siempre parecía flotar sobre un entramado atípico para esos días, afianzado en violines, arreglos corales, detalles electrónicos, fantasías de Oriente, violines, instrumentos clásicos, algo de psicodelia, baterías sintéticas, trazos de rock progresivo. Ahí donde Madonna liberaba el cuerpo y la piel hacia el universo externo y la sobreexposición, Bush parecía una contraparte introspectiva donde todo giraba en dirección contraria.
El trabajo meticuloso en composición y producción transmitía otra clase de vértigo, igual de explosivo aunque menos carnal, del mismo que tomarían apuntes autoras posteriores como Sinead O’ Connor, Björk, Tori Amos, Suzanne Vega o Fiona Apple. Era finalmente otro lenguaje, el que también fascinó a nombres como Peter Gabriel o David Gilmour, declarados seguidores de su cancionero.
Por cierto, Bush prefería que su discografía hablara por ella. Nunca se arrimó a su imagen, más allá de videoclips coreográficos que trazaban una narrativa de las letras de sus canciones. Por eso su presencia con las décadas adquirió una huella presente pero lejana, esporádica. Quizás no hubo mejor alegoría de aquello que un libro con las letras de sus temas titulado precisamente How to be invisible (Cómo ser invisible).
Pero, cómo nunca, la inglesa está lejos de ser una silueta invisible. La aparición de Running up that hill en el primer capítulo del cuarto ciclo de Stranger Things -es el tema favorito del personaje de Max- incrementó en un 153% sus escuchas en Spotify, además de esta semana conseguir el número 1 en el top global de iTunes y de Spotify, con 8.422.766 reproducciones. Su nombre ha vuelto a aparecer por todos lados, como si el planeta se hubiera congelado en 1985.
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Pero aquí estamos, en el futurista año 2022 escuchando temas de mediados de los 80. ¿Y cómo nació la pieza que hoy fascina a la generación Stranger Things? El track fue el primero que la artista escribió para la que sería una de sus obras maestras, el disco Hounds of love.
Simbólicamente, la canción en un principio fue trabajada bajo el título de A deal with God (Un trato con Dios) y se empezó a grabar en un simple estudio casero de ocho pistas, con una caja de ritmos LinnDrum, un sampler Fairlight CMI y un piano. Un cruce entre lo orgánico y lo digital que determinaría el sonido del futuro hit. Eso sí, toda la arquitectura inicial del single ya estaba hace rato en la cabeza de Bush.
Y su letra y título también; él mismo que no gustó demasiado a los ejecutivos de EMI , la casa discográfica que integraba la inglesa. La palabra “God” en su enunciado los hacía pensar en una posible reacción negativa por parte de un sector de la audiencia y de las propias emisoras, conservadoras por ese entonces en todo el mundo, no habituadas a quiebres que pudieran inflamar alguna clase de polémica. Se preferían cuidar antes que arriesgar.
Fue la única vez que la británica cedió, decidiendo que el título quedara en el ya conocido Running up that hill. Era un asunto de supervivencia: la propia compañía había amenazado no lanzar el tema si se mantenía alguna alusión religiosa.
El videoclip también fue otro dolor de cabeza. En pleno reinado y hegemonía de MTV, la cadena de videomúsica objetó que la artista no apareciera cantando el sencillo, en una era en que las reglas no explícitas del universo audiovisual obligaban a las estrellas a interpretar sus temas en pantalla, a mover los labios de forma sincronizada. A cambio, prefirió emitir la presentación promocional que Bush había realizado esa misma temporada para la BBC, donde sí salía cantando.
Pese a todos esos obstáculos, sin Dios en el título y con un clip atípico -donde la mostraban bailando con el bailarín Michael Hervieu-, Running up... fue un suceso mundial.
Y un pacto divino. La idea de su lírica, según ha relatado su propia autora, radica en un acuerdo entre un hombre y una mujer, en que ambos aceptan ponerse en el lugar del otro para poder ayudarse y comprenderse. El mediador y el juez de todo es Dios. Vaya imagen. A la altura de un suceso que ya cuenta varias vidas.
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