Si de una manera se puede definir la vida artística de Alfonso Alcalde (1921-1992), es que siempre se jugó el todo o nada por la creación. Así lo dejó en claro con su debut en el mundo literario; en 1947 se dio a conocer con el poemario Balada para la ciudad muerta, prologado por Pablo Neruda. Un empujón que a cualquiera le hubiera bastado, pero a él no. Entonces compró unas chuicas de vino y parafina, juntó los 499 ejemplares y mientras tomaba unas copas con unos amigos, los quemó sin más. Solo guardó uno. Eso le costó el saludo y la amistad de Neruda. Pero de una forma peculiar, daba cuenta de su carácter.
“Neruda no solo le prologa el libro y consigue que se lo imprima, sino que además le consigue pega -recuerda Hilario Alcalde, el hijo del autor al teléfono con Culto-. Pero el Alfonso siempre planteó que esa obra no estaba lista, no estaba preparada. Él nunca dejaba un texto sin corregir, nunca estaba contento; él recibía las primeras copias y las volvía a corregir a mano. En la corrección de textos de la imprenta lo odiaban por lo mismo, nunca estaba satisfecho con sus obras”.
La vida de Alfonso Alcalde transcurrió en diversos espacios; nació en Punta Arenas, pero su espíritu viajero lo llevó a moverse por varios puntos de América. Además, vivió en Santiago y Concepción y tras el golpe de estado de 1973, deambuló entre Alemania Oriental, Israel y Paris. Se casó 5 veces (“era un enamorado del amor”, lo define Hilario), y entre sus varias ocupaciones dirigió la colección Nosotros los chilenos, de Quimantú. Por ello su obra se desplegó en crónicas periodísticas, narrativa, obras de teatro y hasta textos sobre comidas y bebidas de Chile.
La poesía le dejó de lado por algunos años, hasta que la retomó en 1963 con Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, pero la cumbre llegará al filo de la década con su obra monumental El panorama ante nosotros (1969).
Un poeta incomparable
Hoy toda la obra poética de Alfonso Alcalde es reunida en una antología titulada Vecino, que ya está disponible vía Lumen, a treinta años de su trágica muerte y un poco más de cien de su natalicio. La selección y edición de los textos estuvo a cargo de Vicente Undurraga. “Alcalde es un fuera de serie que se merece todos los rescates posibles -detalla a Culto-. Escribió una poesía que hoy puede apelar y resonar muy hondamente porque está llena de esa humanidad que estos tiempos tanto necesitan”.
Sobre el título de la Antología, el editor explica: “Porque en sus poemas se alude una y otra vez a un interlocutor bajo esa fórmula, Vecino. Y sobre todo porque en su modo de ser poeta es como un buen vecino, que es cercano, conversador y preocupado pero que sabe mantener una debida distancia con lo que observa. Y nunca le falta una sonrisa”.
Un ejemplo, está en el poema El prisionero mana secreta luz, incluido en El panorama ante nosotros. “Se gasta el hombre -vecino-. Es el primero en poner la piel y su recado”.
Pese a la diversidad de la obra de Alcalde, Undurraga detalla ciertos rasgos que la definen. “Yo diría que su maestría para hacer cohabitar lo festivo y lo trágico. Es como si su impulso vital fuese la alegría y su sino, la desolación, y en esa tirantez hubiese creado una poesía que logra hacer convivir la risa y el llanto o citándolo a él mismo, darle una conmovedora forma poética a ‘la comarca de la dicha y la agonía’.También la versatilidad: su capacidad de hacer, en formas y tonos, cosas muy distintas y siempre de manera entrañable. Y su delicadeza, sus imágenes tan novedosas como arraigadas en el entorno”.
Por ello, explica cómo escogió los textos tomados de los siete poemarios disponibles, desde el debut con Balada para la ciudad muerta (publicado en 2018 por Ediciones Biblioteca Nacional), a sus libros de los sesentas como Ejercicios con el tema de la rosa, a textos de la época del exilio como Brutalmente amanece. “La selección la hice eligiendo lo que me parece lo más alto y resplandeciente de una poesía llena de derivas. Y está hecha procurando dos cosas: destacar su obra central, que es El panorama ante nosotros, y dejar bien representadas esas distintas derivas que su escritura poética exploró
Según Alcalde hijo, esas derivas estaban presentes en lo cotidiano. Explica que su padre “era capaz de transfigurar la realidad con la ficción. Cuando te sentabas a comer con él, siempre contaba una historia; partía y en la mitad empezaba a cambiar los personajes, las locaciones y, por supuesto, el final. Te atrapaba todo el tiempo, en el fondo, te contaba otro cuento, dentro del cuento, todo mezclado, todo complejo, todo muy alcaldiano. Su proceso creativo era así, siempre estaba buscando, mezclando”.
Nada raro en un hombre que se dedicaba por completo a la escritura. “Se sentaba a las 5 de la mañana con una máquina de escribir -cuenta Hilario Alcalde-. Era muy ágil, tecleaba a dos dedos. Cuando se equivocaba, sacaba el papel y volvía a redactar todo, era muy perfeccionista. Escribía como hasta las 10, ahí tomaba un aperitivo que le preparaba la Ceidy [Ushinsky, su última esposa]. Por lo general escribía como hasta las 3 de la tarde, después se dedicaba a la lectura y la investigación. También escribía reportajes, sin ser un periodista con cartón, pero era muy respetado por el círculo. En ese tiempo, tras el exilio, hacía otro tipo de textos; la poesía nunca la dejó, pero la trabajaba muy de a goteras. De repente aparecía con un par de textos, los compartía, los miraba y los iba rectificando”.
Pero Hilario destaca que su padre era un hombre que mantenía su camino propio, incluso en el siempre difícil ambiente de los escritores. “Yo siempre tuve la sensación de que él era un paria, como que no pertenecía a ningún lado. Se peleaba con todo el mundo, después se reconciliaba, pero después los pelaba, por supuesto lo pelaban a él;el mundo literario de este país también tiene mucho de comidillo. Pero él, sobre todo después del exilio, funcionaba muy para adentro. En la casa había una red de contención; cuando el Alfonso escribía, había que saber guardar silencio, de hecho, tengo la sensación que yo jamás hice una fiesta en mi casa, porque él estaba trabajando. Aunque en el último período, antes que se fuera a Concepción, era muy difícil que saliera de la casa, se resistía. Para él salir era como si lo tiraran a la jungla”.
A tono con su espíritu perfeccionista, el autor mantenía su trabajo ordenado con particular celo. “En la casa estaba toda la obra del Alfonso catalogada como lo hacía él; los inéditos los tenía en una carpeta, los poemarios separados en otras, tenía índices con las publicaciones. Estaba muy obsesionado con la escritura y que no se perdiera un hilo conductor”.
Una búsqueda “apartada y radical”
Cuando se le pregunta a Undurraga por cómo se emparenta la obra de Alcalde con el denso cuerpo de publicaciones de poesía del siglo XX chileno, precisa: “Aunque tiene mucho de incomparable, podrían establecerse paralelos entre su trabajo poético y el de Pablo de Rokha, Violeta y Nicanor Parra. O explorarse algunas cercanías, por ejemplo con Elvira Hernández y José Ángel Cuevas. O con Cristian Geisse, que recoge y proyecta notablemente el espíritu de Alcalde”.
Pero, el editor remarca que Alfonso Alcalde nunca cesó en su empeño de trazar un camino propio. Ello se explica, por ejemplo, en aquel episodio con Neruda. “Pienso que sacar de circulación ese primer libro y renunciar al auspicio de Neruda le permitió iniciar una búsqueda apartada y radical que lo llevaría a encontrar una forma propia e inconfundible de hacer poesía que, estoy convencido, cada día se volverá más actual y conmovedora. Es cosa de leer sus póstumos Salmos cotidianos, que también recoge esta antología y que me parecen una maravilla absoluta de la poesía latinoamericana, para decirlo sin vacilación”.
Para Hilario Alcalde, esta publicación viene a cerrar un círculo en cuanto a la veta poética de su célebre padre. “Los textos salen de libros muy distintos y de años diferentes, entonces la edición de Undurraga le da un tono a esta Antología, le da un hilo, hay algo muy interesante en la manera que se unen los poemas y permite que las nuevas generaciones lo puedan conocer. En general, estamos muy contentos, hay un cuidado y un respeto muy potente por la obra del Alfonso, porque seleccionar significa dejar fuera algunas cosas que pueden ser interesantes. Yo tengo la impresión que en cuanto a poesía es lo último, no hay pendientes y es un bonito cierre”.