Once años sin dispararle a un hombre y casi tres desde la muerte de su esposa, Claudia, la mujer que lo salvó de la bebida y de un pasado como cruel asesino a sueldo. Oxidado y todavía molido por la pérdida, un avejentado William Munny (Clint Eastwood) regresa a la acción por última vez para actuar como cazarrecompensas.
El potencial premio que lo saca del retiro son US$ 1.000, a dividir con el joven e impetuoso Schofield Kid (Jaimz Woolvett) y con su compañero de viejas andanzas, Ned (Morgan Freeman); un estímulo que le permitiría resolver las apreturas económicas que padece junto a sus dos hijos pequeños en una granja de cerdos, pero sobre todo una excusa que lo catapulta a un viaje de redención y venganza.
En vista de sus pergaminos, la labor –matar a dos forajidos responsables del ataque a una prostituta en Big Whiskey, Wyoming– no debiera significar gran esfuerzo, aunque para lograr su cometido deberá imponerse al implacable sheriff del pueblo (Gene Hackman) y adelantarse a otros potenciales interesados en el botín (principalmente el English Bob de Richard Harris).
Clint Eastwood encontró en esa figura atormentada y melancólica a un personaje hecho a su medida. Él mismo estelarizó westerns que definieron sus primeras décadas de carrera como actor (la serie de televisión Rawhide, la trilogía del dólar de Sergio Leone) y, conforme sus películas como director también le permitieron meditar sobre el género, le entusiasmó una relectura en que ni los malos eran tan malos ni los buenos demasiado buenos, y la violencia no era objeto de glorificación ni de condena ramplona.
Eso era lo que le ofrecía el guión escrito por David Webb Peoples (Blade Runner), un texto que tuvo como primer interesado a Francis Ford Coppola –quien no consiguió el financiamiento– y que Eastwood terminó adquiriendo a comienzos de los años 80, la misma década en que despachó títulos como Honkytonk man (1982), El jinete pálido (1985) y Bird (1988). Bajo su control, se transformaría en Los imperdonables (1992), aunque no de inmediato.
Consciente de la riqueza y densidad del material, dejó que pasara algo de tiempo antes de finalmente rodar la historia centrada en William Munny, alguna vez llamada The William Munny killings o The cut-whore killings (“Todos eran títulos terribles, pero era un guión maravilloso”, dijo alguna vez el cineasta de Gran Torino).
No quiso hacerla cuando estaba en sus 50, sino que en el momento en que se empinaba en las seis décadas de vida y podía resultar más convincente como un hombre mayor con fama de ladrón y asesino que se embarra con los animales de su granja y vuelve a desenfundar su arma.
Quienes revisiten la gigantesca cinta estrenada en 1992 –este domingo 7 se cumplen 30 años desde su debut en salas estadounidenses y en el streaming está disponible en la plataforma HBO Max– pueden atestiguar la plena vigencia de la ambigüedad de sus protagonistas, su avasalladora capacidad para lanzar preguntas sobre la naturaleza humana mientras retrata a un Viejo Oeste más domesticado que salvaje, y las alturas que alcanza por el simple hecho de que el autor de su radiografía es un hijo pródigo de ese género proverbial de Hollywood.
Tres décadas atrás, su aparición no causó ningún tipo de confusión. Con ese largometraje el autor de Río místico (2003) logró el consenso de la crítica, triunfó inapelablemente en los Oscar y despejó cualquier duda sobre su consistencia y poderío como realizador. Pese al éxito aplastante que se anotó con Los imperdonables, Eastwood, hoy de 92 años, nunca más ha vuelto a filmar una producción enmarcada en el western.
Algunos plantearon que Un mundo perfecto (1993) se erigió como una heredera de ese tipo de relatos, o que La mula (2018) y Cry Macho (2021) incorporaron parte de esos códigos. Mientras, el género cada cierto tiempo da señales de vida, casi siempre mediante encarnaciones más oblicuas, y veteranos como Martin Scorsese (Killers of the flower moon) y Pedro Almodóvar (Extraña forma de vida) alistan sus primeras aproximaciones a ese imaginario. Pero pocos ponen en duda que Eastwood dijo la última palabra hace exactos 30 años.