Jamaica Kincaid, la autoficción desde el Caribe: “Nadie acusa a un hombre de ser autobiográfico”
Publicado originalmente en 1995, Autobiografía de mi Madre es un ejercicio que la autora antiguana hace de relatar la acontecida vida de su progenitora en primera persona. Hoy, está de vuelta en las librerías nacionales y es parte de una obra donde Kincaid ha explorado la fibra misma de su existencia.
Más que por los caracteres, la joven Elaine Cynthia Potter Richardson aprendió a leer de una manera casi instintiva, a partir de cómo le sonaban las palabras. Tenía tres años y el sonido del inglés salpicado del acento caribeño la guió por los recovecos de las oraciones, las tildes y las comas. “No entendía lo que leía, pero me encantaba cómo sonaba”, recordó años después, en su presentación de la FILBA 2020.
Ahí, la ya adulta Elaine, el nombre real de la escritora Jamaica Kincaid, recalcó que en ese proceso hubo alguien importante: “Mi madre me envió a la escuela para poder leer tranquila porque yo la interrumpía. Como a la escuela se podía asistir recién a los cinco años, ella me dijo que si me preguntaban que dijera que tenía cinco. (Creo que ese se fue mi primer encuentro con la ficción, construir una mentira y convertirla en ficción). Recién en la escuela supe que había un alfabeto de 26 letras. Por eso hasta hoy tengo ese amor por la manera en que suenan las palabras, el peso que tienen en la oración”.
Aunque su firma de escritora diga otra cosa, Jamaica Kincaid es originaria de Antigua y Barbuda, ahí en el corazón mismo de las Antillas, entre las aguas cálidas del mar Caribe y los vientos alisios. Fue a su progenitora a quien le dedicó un libro en 1995, Autobiografía de mi madre, una especie de crónica en primera persona de Xuela Richardson, su propia madre. El libro rápidamente se convirtió en un neoclásico de la literatura de los 90 y le dio un nombre a su autora. Hoy, el volumen se encuentra nuevamente en los escaparates nacionales en castellano vía Lumen.
Xuela tuvo una vida acontecida: quedó huérfana de madre apenas nació, ya que murió en el parto, y su padre -un policía corrupto- se hizo de cargo de ella a su modo, mandándola de casa en casa. Es esa vida errante la que narra Kincaid en el libro. “Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante toda mi vida, no hubo nunca nada entre la eternidad y yo; a mi espalda soplaba siempre un viento negro y desolador”, rezan las primeras líneas del libro. Ahí ya vemos quizás el rasgo característico de la obra de Kincaid, una escritura fluida y algo deudora de la poesía. Pero sin ser compleja de entrar.
La simpleza -y la belleza- de esta obra, que muestra sin tapujos una vida sacrificada, hizo que recibiera reseñas elogiosas, por ejemplo, de la crítica Cathleen Schine, del New York Times. “Cada evento en la vida de Xuela, su infancia miserable, su escolarización colonial, sus encuentros sexuales sin emociones, las picaduras de insectos en la comisura de su boca, todo está definido por el odio. Su repugnancia hacia el mundo degradado que la rodea encuentra su expresión final en un sangriento y doloroso aborto autoinfligido, que para Xuela es un acto que la define a sí misma, una realización de todo lo que es, de todo lo que nació para ser: un gran acto nihilista”.
“Para mí todos son negros”
No solo ha escrito sobre Xuela, sino también sobre su hermano, al que dedicó el libro siguiente, titulado justamente Mi hermano, en 1997. De ahí comenzó una especie de saga donde también incluyó My Garden (1999), en que narra su afición por el cuidado de las plantas. El registro tiene que ver con la tendencia en boga de la literatura desde hace al menos tres décadas: la autoficción.
Por ello, no han faltado quienes critiquen a Kincaid por ser autobiográfica. En su participación en la FILBA se defendió. “Soy acusada de ser autobiográfica, de escribir sobre mi propia vida, como si eso fuese un delito. Pero también Philip Roth o John Updike escribieron sobre su vida todo el tiempo y nadie acusa a un hombre de ser autobiográfico. Y si lo hacen es de manera compasiva”.
Islas pródigas en la mezcla de razas, entre europeos, africanos y pueblos originarios -caribes, taínos y arawaks-, en las Antillas el tema racial no es menor. Sin embargo, a Kincaid también la han criticado por no tratar el asunto en sus libros de manera más puntillosa o acusatoria. Pero ella se niega a asumir el rol del vencido apuntando con el dedo a lo hegemónico.
“Me acusan de tener ira o de no escribir sobre la raza. Yo crecí con personas negras, entonces si me pides que diga ‘mi hermano negro’ es ridículo. Para mi todos son negros. Aquí hay una profesora que parece que ha hecho toda su carrera hablando sobre mis libros y los describe como literatura del trauma, como la llama. Yo creo que en esa definición hay ciertos rasgos de racismo pero me alegra que le haya dado un sustento de vida”.
Eterna candidata al Premio Nobel de Literatura, Kincaid pertenece a un buen lote de autores y autoras caribeños que han dado que hablar en las letras mundiales y que publican en una variedad de lenguas: inglés, francés y castellano. Ahí están Derek Walcott, de Santa Lucía -Premio Nobel en 1992-; Patrick Chamoiseau, de Martinica, Premio Goncourt en 1992; Maryse Condé, de Guadalupe; Edwidge Danticat, de Haití; Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez o Dulce María Loynaz, de Cuba; o Rita Indiana, de República Dominicana. Hay de todos los gustos y colores.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.