Robert Zemeckis: tradición y magia de un hechicero de la entretención
El reputado director festeja sus 70 años estrenando su versión en imagen real de Pinocho, que debuta este jueves 8 en la plataforma Disney+. Flanqueado nuevamente por Tom Hanks, el cineasta de Volver al Futuro ajusta su bullante creatividad a las pautas de Disney. “No le decimos al público qué es lo que tiene que sentir o qué es lo que tiene que pensar. El público de ahora es mucho más sofisticado”, asegura.
Stanley Kubrick soñó con hacer su propia Pinocho. Entre los proyectos que no alcanzó a completar antes de su muerte, en 1999, a los 70 años, estaban una versión de la historia de la marioneta de madera que anhela convertirse en niño y su padre-creador, Gepetto.
“Sería muy bueno si yo pudiera hacer que los niños se rieran y se sintieran felices al realizar esta Pinocho”, le habría dicho a Emilio D’Alessandro, su asistente personal y amigo durante décadas, según contó este mismo a The Guardian en 2016.
Más que un deseo por saldar cuentas con el relato original de 1883 del italiano Carlo Collodi, el impulso creativo del director residía en satisfacer a los más jóvenes de su familia, a aquellos que difícilmente habían visto Espartaco (1960) o La naranja mecánica (1968). Algo no tan distinto a lo que, por ejemplo, movilizó a Martin Scorsese a filmar la adaptación de La invención de Hugo Cabret, Hugo (2011), la primera película familiar de su trayectoria, dedicada a su hija más pequeña.
En cambio, lo que condujo a Robert Zemeckis (Chicago, 1972) a hacer su propia Pinocho es menos una especie de tributo a sus herederos que el último eslabón del desarrollo natural de su carrera, punto de encuentro de emoción, hitos digitales adelantados a su época y manejo diestro de las posibilidades de la imagen en movimiento.
Responsable de una de las trilogías más queridas de la pantalla grande (Volver al futuro), Zemeckis conecta con la historia popularizada por Disney en 1940 a través de una obsesión que no se extingue: la relación de lo vivo con lo inerte, la línea difusa entre la realidad y la imaginación, y la innovación tecnológica como vía más fecunda para explorar esa frontera en el cine. Algunas veces esa inquietud ha canalizado buenas películas (Contacto, Náufrago) y en otras ha originado cintas que más vale no recordar (Las brujas, Bienvenidos a Marwen), pero el padre de Marty McFly no afloja.
Estrenada en 1988 y fruto de la unión de Disney con Amblin, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? se constituyó como un prodigio de su época, un filme heredero del cine negro con caricaturas de los años 40, donde el realizador mezcló un elenco de actores (liderados por el británico Bob Hoskins) con el conejo ficticio del título y otros personajes icónicos de la talla de Mickey y Minnie Mouse, Bugs Bunny y Betty Boop.
Película plagada de easter eggs (las referencias que parecen conformar la base de la cultura pop actual) pero que nunca despreocupó su historia, incluyó un momento que luce premonitorio. Rodeado de una galería de caricaturas que resultan familiares hasta para el espectador menos curioso, aparece Pinocho en su versión de la cinta animada del estudio.
El autor de Náufrago (2000) era un devoto de ese filme. “Es una de las películas animadas más hermosas que se hicieron, si no es la más hermosa”, afirma en una entrevista genérica cedida a este medio, al hablar del segundo de los largometrajes de Walt Disney Pictures, un clásico que no envejece ni un día.
Tras experimentar toda clase de éxitos y fracasos en sus más cuatro décadas en Hollywood, el director aceptó el reto de llevar a imagen real ese título de animación fundamental en la historia del cine.
Según expresa, “Walt Disney era muy inteligente. Siempre buscó hacer películas de historias que eran bastante imposibles de hacer como películas de acción real pero que se podían hacer maravillosamente bien como animaciones”.
Y apunta: “Desde que surgió el cine digital, la marioneta se puede hacer tridimensional, y se me ocurrió que se podría hacer una versión bastante verosímil de Pinocho como película de acción real. Me pareció que era un proyecto que valía la pena hacer”.
Aunque arribe bajo las expectativas de un nuevo trabajo de Robert Zemeckis, el filme es también el último esfuerzo de la compañía por transformar en largometrajes con actores de carne y hueso a las mayores joyas animadas de su catálogo. Dueñas de un apabullante éxito en salas (desde Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, hasta El rey león, de Jon Favreau), esas cintas se han apegado a un modelo que dificulta ofrecer alguna relectura a lo ya establecido, privilegiando volver a tocar las teclas de la misma melodía.
Pionero de la técnica de la captura del movimiento (motion capture, que aplicó en títulos como El expreso polar y Beowulf) y muchas veces incomprendido por el resultado de sus adelantos tecnológicos, el cineasta de Forrest Gump (1994) no parece ser el tipo de director que se conformaría con únicamente volver a ejecutar lo que ya funcionó previamente.
¿Podría aquello haber generado algún tipo de tensión? ¿O, por el contrario, el resultado es la feliz comunión de las voluntades de ambas partes? Habrá más claridad de ello este jueves 8 de septiembre, cuando su Pinocho se estrene en Disney+, la misma plataforma donde se puede ver el filme en el que se basa.
Por ahora, están las palabras de su máximo responsable. “La película animada original es muy diferente a la obra literaria en la que está inspirada. Nosotros usamos la versión de Disney como plantilla y como un esquema de nuestra historia. Las aventuras son más o menos las mismas que tiene Pinocho en la versión animada”.
Es decir, es la historia de un carpintero (Tom Hanks) que construye una marioneta de madera (voz de Benjamin Evan Ainsworth) a la que trata como si fuera su propio hijo, punto de inicio de una aventura de fantasía a la que nadie puede resistirse. En su caso no hay un afán de reinventar el cuento original de Carlo Collodi, como sí buscó Guillermo del Toro con la cinta que lanza en diciembre en Netflix, un largometraje en animación stop-motion que se ambienta en la Italia fascista.
Zemeckis advierte que en su Pinocho “modernizamos la narrativa porque el ritmo de las películas de hace 60 años no era el mismo que el de ahora. También hay cierta ambigüedad. No le decimos al público qué es lo que tiene que sentir o qué es lo que tiene que pensar. El público de ahora es mucho más sofisticado, y a la gente no le gusta que le den la comida en la boca. Quieren poder pensar por sí mismos. Agregamos algunos personajes, pero básicamente mantuvimos el espíritu, el tono y el tema de la primera película”.
Aplicando una lógica que es heredera de la que se empleó en ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, el filme acompaña las interpretaciones de Cynthia Erivo (Hada Azul), Luke Evans (El Cochero), Giuseppe Battiston (Strómboli) y Hanks con criaturas creadas por computador, a la que le prestan sus voces nombres como Joseph Gordon-Levitt (Pepe Grillo) y Keegan-Michael Key (Honrado Juan).
“El desafío más grande es que se hagan los efectos especiales a tiempo. Tenemos una seria escasez de artistas digitales en el mundo, y todos están haciendo películas con efectos especiales. En estos momentos, es muy difícil encontrar suficientes técnicos para trabajar en tus películas”, indica.
Mientras ajusta algunos elementos de la trama (se acentúa la preocupación de Gepetto cuando Pinocho asiste a la escuela, se presenta a Sofía la Gaviota, un nuevo personaje al que le da voz Lorraine Bracco), el filme conserva los momentos musicales que la volvieron memorable. A eso añade algunos nuevos, gracias al trabajo de Alan Silvestri y Glen Ballard, quienes compusieron cuatro temas originales.
“Cuando estábamos escribiendo el guión, había lugares en los que decíamos: ‘¿Por qué no ponemos una canción aquí?” Y los compositores también sugirieron lugares en los que se les había ocurrido una idea para una canción. Lo íbamos conversando e intercambiando ideas. Para lo que mejor sirven las canciones en un musical es para apuntalar el crecimiento emocional de un personaje o para ayudarlo a expresar lo que está sintiendo en un momento dado”, explica.
La sociedad con Tom Hanks
Quentin Tarantino tiene a Samuel L. Jackson. Martin Scorsese cuenta con Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. Wes Anderson está unido a Bill Murray. En otra de esas asociaciones director-estrella que tanto gustan, Robert Zemeckis llega a su cuarta colaboración con Tom Hanks.
En esta oportunidad fue el actor quien buscó a su dupla de Forrest Gump. Llegó a sus oídos que el cineasta estaba considerando comandar una versión en imagen real de Pinocho y se lanzó por el papel de Gepetto, el último de los roles emblemáticos que agrega a su laureada carrera.
“Le dije: ‘¿Por qué no lo hacemos, Bob?’ Y él me dijo: ‘Bueno, es algo que podría hacer cualquiera’. Él siempre tiene que hacer algo con lo cual pueda jugar con el proceso creativo, y no hubo vez que no me presentara el desafío de hacer algo que fuera totalmente nuevo en el proceso de realización. Y el mismo Pinocho no iba a ser la excepción en esta película”, sostiene Hanks en una entrevista genérica.
Adoptando un acento peculiar y usando cabellera y bigote blancos, el intérprete se transforma en la figura que antes han encarnado Martin Landau, Bob Hoskins y Roberto Benigni. Zemeckis es categórico: “Yo creo firmemente en que Tom es un actor que puede hacer cualquier cosa. Le aportó al personaje de Gepetto mucho más de lo que jamás podría haber imaginado”.
Esta vez no hubo un recorrido por el siglo XX de Estados Unidos, ni metáforas de la vida como una caja de bombones, sino que algo tal vez más directo y a la vena. “Pinocho es una hoja en blanco al comienzo. Pero luego aprende todo lo que creo que un ser humano conectado y cariñoso, un niño de verdad, necesita aprender con el tiempo. Así que la moraleja de esta historia es que no hay conexión que tenga el potencial de ser más fuerte que la conexión con la familia. Pero eso no puede pasar a menos que uno se conozca a sí mismo”, opina Hanks.
Como parece ser la norma cada vez que se juntan, la trastienda fue demandante, aunque no fue el rodaje fragmentado de Náufrago (dividido en dos para que su protagonista adelgazara y se volviera plausible que está varado en medio de la nada) ni la revolución tecnológica de El expreso polar.
“En un momento, tuve que imaginarme un pez, un gato, un grillo y un niño de madera. Tenía que imaginarlo todo, a veces también el Hada Azul. Al segundo o tercer día, mi cerebro estaba agotado. Y le dije: ‘Bob, ¿me das un minuto para poder ubicar todas estas imágenes mentales en la cabeza en el lugar en el que corresponden?’ Y me dio el tiempo”, cuenta sobre las particularidades del rodaje.
Y sigue: “Siempre supe que iba a haber este contrapunto en las escenas en las que no habría un Pepe Grillo real, fuera de la escena, con quien hablar. A veces era literalmente un punto de un puntero láser. Es así como se hacen estas películas”.
Y es así cómo Zemeckis se adentra en sus 70. Flanqueado por su actor predilecto, readaptando un clásico animado que ama y con nuevos trucos aún por sacar de su sombrero.
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