Matías Bize y su cinta más urgente: “Me gusta que en un punto mis películas tengan algo de ópera prima”
El director nacional llega este jueves 6 a los cines con El Castigo, su largometraje centrado en un matrimonio que pierde el rastro de su hijo pequeño en medio de un viaje en auto. Es la primera vez desde Sábado (2003) que filma una historia en un plano secuencia y su exploración más aguda en torno a la maternidad. En conversación con Culto, ahonda en “una película que interpela, que puede ser incómoda de ver para una pareja”.
Cada tarde la cámara comenzaba a correr exactamente a las 17:58 horas. En el momento que unos rayos de sol se filtraban a través del bosque, Antonia Zegers y Néstor Cantillana asumían los roles de Ana y Mateo, una pareja que pierde el rastro de su hijo pequeño, Lucas (Santiago Urbina).
Durante la siguiente hora y media cada segundo filmado se convertiría en la nueva película de Matías Bize, parte de una dinámica que se repetiría durante una semana, en busca de la mejor toma de todas. Ese ejercicio devuelve al director a la lógica de su primer largometraje, Sábado (2003): realizar una cinta utilizando un plano secuencia, el recurso que implica prescindir de cualquier corte y que han empleado títulos tan disímiles como El arca rusa (2002), Birdman (2014) y Victoria (2015).
En este caso, de las siete tomas que en octubre de 2021 completó en las cercanías del Lago Ranco junto a Zegers, Cantillana y un reducido equipo, el cineasta detalla que la número seis es la que corresponde a El castigo, el filme que estrena en las salas locales este jueves 6.
“Siempre que aparecía alguna película con un plano secuencia pensaba en que quizás sería bonito volver a Sábado”, señala Bize a Culto. Si tardó tanto tiempo, explica, fue únicamente porque “no quería que la forma se comiera al contenido” y buscaba “una historia que fuera mejor película si la contábamos de esa manera”.
La premisa que lo terminó por convencer se la presentó Coral Cruz, guionista española que había ejercido como consultora de guión en dos de sus largos previos, La vida de los peces (2010) y La memoria del agua (2015). Centrada en un matrimonio en una situación al límite, la historia volcó su exploración de las dinámicas de pareja hacia un relato propio del género de suspenso.
-¿Cuánta claridad tenía respecto a que estaba haciendo una película punzante y directa?
Quería sorprender al espectador y no desde algo temático. Hay gente que no sabe qué es un plano secuencia, pero sí creo que eso funciona a favor. El personaje se fuma un cigarro, suenan los pajaritos, el tiempo pasa y se carga. Eso hace que finalmente sea brutal y fuerte. En ese sentido, me gusta que sea una película que interpela, que puede ser incómoda de ver para una pareja. Cómo estamos nosotros, cómo nos organizamos como familia, cómo son nuestros roles. La película pone de frente cosas que no acomoda tanto hablar.
-El filme muestra en el centro a una pareja, pero está acotada sobre todo a la maternidad. ¿Ud. asociaría esa reflexión con un momento específico de su carrera y vida?
Sí, tiene que ver con mi vida también. Ya estar en la paternidad y ver lo difícil que es para los dos lados, sobre todo la maternidad. En ese sentido, qué pasa con la presión que tienen las mujeres por ser mamás, qué pasa cuando no quieren serlo, cómo se les juzga, y luego tienen que ser mamás perfectas. La sociedad impone que pueden fallar en el trabajo o incluso en la pareja, pero no en la maternidad, y eso es una presión gigante. Nosotros con Coral no tenemos la respuesta, pero sí nos parecía interesante plantear la pregunta.
-¿Qué aspecto en particular le atraía del concepto de las “madres arrepentidas”, que acuñó la socióloga israelí Orna Donath?
Lo estudiamos con Coral. También hablamos mucho con Antonia (Zegers). Ella me dijo algo muy lindo cuando la llamé: “Yo puedo hacer este personaje, me puedo conectar con eso”. Esta película es más acotada, pero nos vamos a lo profundo. Siento que recoge muchos elementos de mis otras películas: tiene la forma de Sábado, tiene la profundidad de La memoria del agua, y también tiene una conexión con Mensajes privados (2022), mi película anterior, en poner sobre la mesa temas tabúes. Es un tema (madres arrepentidas) del que no se habla, que es incómodo, y nos parecía muy importante visibilizarlo, reflexionarlo.
-¿Le interesaba hablar del castigo como un concepto más amplio en la sociedad?
Sí, el castigo y la culpa. Y sobre todo qué pasa cuando un simple evento se nos va de las manos. Me interesaba poner a los personajes en una situación límite, pero un límite muy realista. Aquí no viene un meteorito ni nada grande. También podría haber pasado en un supermercado o en un mall. Así de simple y cotidiano.
-A 20 años de su rodaje, ¿cree que Sábado fue crucial en su cine o considera que alguno de sus trabajos siguientes fue más fundacional?
No, yo creo que fue muy crucial. Por todo lo que la ensayamos, sentó bases en cuanto al rigor. La preparamos realmente como una obra de teatro. Eso para mí fue muy fundacional, porque siempre he trabajado así. Los actores saben que les voy a exigir mucho, desde En la cama (2005) hasta La memoria del agua. Y luego también por lo experimental. Porque me gusta el desafío de no saber cómo voy a hacer una película. No pisar sobre seguro. Se habla de la ópera prima como la primera película de un director, que siempre son buenas y novedosas, pero también imperfectas. Me gusta que en un punto mis películas también tengan eso de ópera prima, de no saber cómo lo vamos a hacer.
-¿El estreno de Mensajes privados en mayo pasado le dejó algún aprendizaje respecto a las dificultades actuales para atraer al público a los cines?
Nosotros estrenamos en un momento en que estaba muy difícil. Afortunadamente, El castigo coincide justo con que se puede ir sin pase ni mascarilla. Yo nunca dejé de ir al cine, pero sé que muchísima gente no fue más. Confío en que con la renovación de la cartelera y la bajada de las medidas sea un buen momento para estrenar la película.
-Anteriormente ha mencionado que piensa que El castigo y Mensajes privados “comparten un sello de autoría”. ¿Cuán difícil es mantener esa autoría en el contexto actual de la industria, en que van al alza las adaptaciones –literarias y no literarias– y las series de televisión?
Ese es el meollo del asunto… Siento que a mí no me ha salido de otra manera, me siento muy autor. También tengo ganas de hacer series. También me dan ganas de explorar distintas maneras de contar historias. Pero hasta ahora he tenido la suerte de ser súper autor de mis películas. Sí, tengo coproductores, entra a veces la televisión francesa o alemana o española, pero siempre hay una confianza en que es mi película. En ese sentido, me siento muy afortunado de poder haber hecho estas ocho películas tan libremente. Pero, claro, la situación actual es la que estás describiendo. En la industria ahora los estudios son las plataformas.
-Plataformas que tienen muy definido qué quieren.
Y filmado como si fueran todas iguales. Entonces tengo que ver cómo me voy a adaptar a esto. Es un cambio en el que hay que saber entrar. Es como cuando apareció el digital y la gente decía que el cine era el celuloide. Nosotros estrenamos Sábado en DVD, entrando con harta fuerza. Así son los tiempos. Como creador tengo que adaptarme a lo que vaya pasando, y siento que si logré hacer una película en un momento en que no se podía salir a comprar pan (Mensajes privados), también podré seguir adaptándome al nuevo escenario que hay en el audiovisual.
-¿Hoy qué disposición tiene a realizar proyectos que no nazcan de Ud.?
Lo interesante es hacer algo que me den ganas de hacer. No te podría decir altiro si es algo que venga de mí o no. Hay series que me habría encantado dirigir: In treatment, This is us, Secretos de un matrimonio. Si eso me cayera a mí, perfecto, me encantaría hacerlo, creo que lo podría hacer muy bien y estaría feliz haciéndolo. Yo también tengo ganas de proponer películas o series para plataformas. Finalmente tiene mucho que ver con la motivación hacia una historia que me represente y que me den ganas de contar.
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