Ricardo Darín: “Yo nunca me siento de vuelta”
En el contexto de un breve paso por Chile, el reconocido intérprete conversó con Culto. Se refiere al exitoso recorrido de la película Argentina, 1985, a la última vez que recibió una oferta de Hollywood y a por qué es mejor ser una promesa actoral que un consagrado. También alude a la contingencia de su país. “Argentina no ha parado de tener momentos complejos, por lo menos desde que tengo uso de razón”, apunta.
Su definición como actor es evitar mantenerse estático. Luchar contra la inercia. En un plano físico, su trabajo lo obliga a estar siempre haciendo y rehaciendo maletas. Entre septiembre y octubre de este año pasó por Italia, España, Inglaterra y Estados Unidos, deteniéndose sólo brevemente en su patria. Sin embargo, Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) se percibe a sí mismo como “no muy turista”.
“Más que viajar, me gusta estar en los lugares que mi mujer determina que vamos a conocer. Lo que me hace volver a los lugares es cómo me trata la gente, no la parte geográfica, que por supuesto la venero, la aplaudo, la fotografío”, plantea.
Añadiendo otro destino a su ajetreado segundo semestre, el intérprete visita Chile durante los últimos días de octubre. Viene de un intenso recorrido por festivales con Argentina, 1985, la elogiada cinta del director Santiago Mitre sobre el Juicio a las Juntas, pero tiene ánimo para hablar sobre ese estreno cinematográfico, sobre el proyecto que lo convocó al otro lado de la cordillera (una campaña de Falabella que acaba de debutar) y sobre su trayectoria.
Recién llegado a un hotel de la capital, manda un audio de WhatsApp y bebe unos sorbos de agua antes de acomodarse a contestar las preguntas de Culto. “La devolución, debate, discusión, conversación, que genera esta película es impactante”, parte diciendo sobre el largometraje –disponible en Prime Video– en que encarna al fiscal Julio Strassera, el hombre que lideró junto al fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) la histórica acusación que gatilló penas de cárcel para los militares que encabezaron el país entre 1976 y 1983.
“Nosotros, con nuestras características y sensibilidades latinas, estamos mucho más proclives a que estas historias nos peguen de una manera especial. Latinoamérica casi en su totalidad ha vivido ha vivido estas interrupciones (democráticas) permanentemente, pero a mí me ha llamado mucho la atención lo que ha ocurrido en Inglaterra, EE.UU., Italia, España. Todos de alguna manera encuentran algo de la música, del espíritu de esta historia, que en el acto hacen propio y les alimenta y renueva la necesidad de la conversación”.
-Aceptó el rol de Argentina, 1985 pese a que, según entiendo, Ud. no tiene gran debilidad por los personajes basados en la realidad. ¿Le cambió la perspectiva?
Sí, me cambió un poco la perspectiva.
-¿Eso cambió mientras hacía la película o tras ver el impacto que ha tenido?
No, haciendo la película, porque el impacto siempre es una cosa posterior y depende de otras cosas que están fuera de tu control y alcance. Probablemente era un miedo a no competir con la realidad, porque para mí la realidad siempre supera a la ficción. A lo mejor era una prevención, una zona de resguardo. Pero parece ser que cuando tienes las herramientas indicadas, los elementos apropiados y lo que tienes entre manos es una historia que supera ampliamente la importancia de un rol específico, estás mucho más cubierto, y entonces algo dentro de uno se relaja, desconecta algunas alarmas, y te puedes entregar un poco más amablemente. Creo que eso fue lo que me pasó durante el rodaje de Argentina, 1985. Estábamos a cargo de hacer unos personajes basados en unas personas y elegimos un camino que me parece que fue el correcto, que es tomar algunas características y elementos de sus personalidades, pero no buscar la imitación.
-¿Qué rasgo destaca de la conversación que ha iniciado la cinta en particular en Argentina?
Para serte absolutamente franco, me llama mucho la atención la conversación que genera esta historia en todos lados, no sólo en la Argentina. Estamos viajando porque la estamos acompañando. Estuvimos en lo que se llama gira de festivales, que es muy cansador pero muy nutritivo en la medida que lo que estés acompañando sea algo de estas características.
-Especialmente nutritivo si la película reúne estos elementos.
Claro. La contrapartida de eso es cuando tienes que intentar vender algo.
-¿Le ha tocado mucho vivir eso?
Algunas veces me ha pasado. Pero cuando lo que estás acompañando es algo que tiene tal peso propio se abren otras llaves de discusión o de conversación. Estás parado en un lugar mucho más firme, mucho más seguro. Estás amparado. Lo que noté en todos lados es que genera este debate. Porque parece ser que en todas partes del mundo hay reclamos de justicia, de una forma u otra. Para que las cosas no sólo terminen ubicadas en el lugar en el que van, sino que para tener la posibilidad de aclarar muy bien qué es lo que se puede hacer y qué es lo no se debe hacer. Qué es lo que sí y qué es lo que no.
-El filme llegó en un momento particularmente complejo para Argentina. Ustedes iban viajando al Festival de Venecia cuando ocurrió el frustrado atentado en contra de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué análisis realiza de ese hecho?
Dos cosas tengo para decirte. Argentina no ha parado de tener momentos complejos, por lo menos desde que tengo uso de razón. Y si nos vamos al pasado remoto, creo que incluso es peor. Más allá de que por supuesto estoy absolutamente en contra de todo tipo de manifestación violenta sea cual fuere, y que pienso que nunca va a resolver nada, lo primero que sentí en ese momento, cuando ocurrió lo que ocurrió con la vicepresidente, fue: qué suerte que tuvimos, qué suerte que esta gente haya fallado. Si no, estaríamos sumergidos en una historia horrible, hundidos en un pantano. Me alarma, como creo que nos alarma a todos ese tipo de situaciones, pero al mismo tiempo me da una especie de bocanada de oxígeno el hecho de que hayan fallado. Tuvimos mucha suerte.
-Volviendo a Argentina, 1985, ha generado admiración que es una encarnación de gran cine, en el sentido de que tiene la capacidad de emocionar, tienen valor histórico y grandes interpretaciones. Pareciera reunir todo lo que un director o actor sueña. Y no es primera vez que la industria argentina brinda un filme que agrupa esas características. ¿A qué se lo atribuiría?
En primer lugar, se lo atribuyo, nobleza obliga, a los guionistas, a los que tienen una idea y la ponen sobre la mesa y la llevan adelante y se la comunican a otras personas y van encontrando en el camino gente que abrace esos proyectos. Todo sale de le cabeza. También creo que tenemos diversas suertes. Hay eventos que son más significativos o impactantes que otros. Yo valoro muchísimo la literatura. Nos provee diálogos, encuentros entre personajes. En la medida que uno siente que esos diálogos, situaciones, escenas, cruces, nos cuentan una historia permitiéndonos subirnos a ella, es cuando creo que el cine cumple su máxima función, que es la de movernos. Movernos la cabeza, calentarnos el corazón, ponernos en funcionamiento.
De los Oscar a su trabajo en Chile
Ricardo Darín prefiere gambetear. Sin negarlo tajantemente, descarta ser el gran rostro del presente y las últimas décadas del cine argentino. “Hay muchos otros, de diferentes edades y generaciones. Hay mucha gente joven con mucho empuje, con mucha capacidad, y colegas de mi generación”, indica.
Hay al menos una marca que dice lo contrario: ha protagonizado las tres últimas cintas argentinas que han logrado una nominación al Oscar a Mejor película internacional, El hijo de la novia (2001) y El secreto de sus ojos (2009), ambas de Juan José Campanella, y Relatos salvajes (2014), de Damián Szifron. De ese trío, la producción basada en la novela de Eduardo Sacheri se adjudicó la estatuilla dorada en 2010.
El debut de Argentina, 1985 –y sus crecientes posibilidades para lograr una candidatura y sumarse al listado– reflotaron una entrevista que Darín concedió años atrás a la televisión de su país, donde señaló: “¿Por qué tengo que ir al Oscar? ¿Por qué? ¿Qué creen que ocurre ahí? Yo ya fui una vez. Ya vi, no me puso muy contento y estoy acá”.
El actor quiere aprovechar la alusión para contextualizar. “En ese momento la verdad es que yo me gasté bastante en tratar de explicarlo y no sé si fue entendido con claridad. Lo que me había ocurrido es que fuimos inmediatamente después del atentado a las Torres Gemelas. El nivel de paranoia que había en ese momento en EE.UU., justificadamente, era tan grande que (en la ceremonia) era muy imposible tener contactos humanos con la gente con la que te ibas cruzando. Todo era un escaneo permanente, casi nadie te miraba a la cara”, explica. “Fue muy raro. Por eso no lo pasé bien”.
-¿Tiene ilusión con lo que en ese sentido pueda ocurrir en los próximos meses con Argentina, 1985?
Cuando tienes una historia como la que tenemos entre manos existe la responsabilidad, como actor y productor de la película, de acompañarla hasta donde pueda llegar, buscando por supuesto que entre en contacto con la mayor cantidad de personas en el mundo. Estás obligado moralmente a no abandonarla. Pero no me gusta hacer futurismo. Soy más de ir paso a paso. Estamos muy contentos con lo que está ocurriendo ahora, con la aceptación. Y vamos despacio.
-¿Cuándo fue la última vez que recibió una oferta desde Hollywood?
Hace mucho… No, perdón, hace poco. Este año tuve una oferta, y la tuve que dejar pasar una vez más.
-¿Pero le interesaba?
Me gustó mucho el guión, no me interesó tanto lo que me proponían que hiciera, porque tenía una altísima dificultad idiomática. Era un personaje muy verborrágico, que tenía parrafadas, páginas enteras con una terminología muy específica, y eso me tiró para atrás. Todo lo demás me gustaba mucho, incluso la historia, pero era para dentro de dos o tres meses y para poder encararlo con seriedad tenía que tomarme como mínimo un año y no lo tenía.
-En una reciente entrevista con El Mundo Ud. habló de que se paraba frente al espejo y le generaba entusiasmo ser una promesa más que un consagrado. ¿Por qué se origina ese sentimiento?
Porque ser una promesa es lo mejor que te puede pasar en la vida. Pero yo lo digo un poco irónicamente. Es una especie de melancolía de recuperar eso (la juventud). Por otra parte, del consagrado, del tipo al que todo el mundo le da una palmada en la espalda y lo trata de fenómeno, maestro, capo, genio, ya casi no se espera nada. Hay intrínsicamente algo detenido ahí. Yo, por suerte, como soy bastante cabezón y caprichoso, no me engancho mucho con eso y siempre me autopropongo cosas a conseguir, porque me parece que es la forma de seguir yendo, de estar de ida, no de vuelta. Yo no me siento nunca de vuelta. Cada vez que tengo que hacer algo le pongo todo lo que me parece que hay que ponerle, con la consabida situación de nervios estomacales, incertidumbres, miedos, dudas, sospechas. Todo ese combo no me lo saqué nunca de encima. Lo tengo como si tuviera 18 años. Es un sistema que inconscientemente se ha generado en mí para no detenerme.
-En la campaña que graba en Chile le toca trabajar con Pablo Larraín. Hasta ahora no habían colaborado nunca juntos.
No, nunca. Esta vez coincidimos y ya nos estamos llevando muy bien.
-¿Cuál es su película favorita de él?
El club (2015). De acá a la Luna. Por cómo dirigió a los actores, por la historia que contó, por la maestría. Hoy tuvimos algunas pruebas de cámara y te das cuenta cuando alguien no sólo sabe lo que hace, sino que ama lo que hace. Eso se nota claramente. A mí hay algo que me llama mucho la atención y que me hace perder todo tipo de objetividad: cuando me encuentro con un director que siento que ama a los actores, que no son todos. No sólo te entregas, sino que además te genera una dosis extra de confianza. Tienes la sensación de que este tipo puede hacer que yo haga cualquier cosa que no hice antes.
-¿Lo que le convenció de participar en esta campaña era que él lo dirigiera o algún elemento adicional?
Fueron las dos cosas. La primera fue cuál era la idea y adónde apunta. Y ya cuando me enteré que estaba él… Creo que nos pasó un poco lo mismo. Eso nos estimuló aún más. Sentirte amparado y protegido, en todos los órdenes de la vida, te da una confianza extra.
“Está dirigida amablemente a los hombres”, dice sobre la pieza audiovisual, parte de la campaña Arriba Mujeres de la empresa. “Hay mucho trabajo por hacer. No terminamos nunca de darnos cuenta hasta qué punto estamos intoxicados de una filosofía de desarrollo en nuestras vidas que está teñida de cosas que no están bien. Para ser amable, para ser suave”, advierte.
“Algo raro debe estar pasando para que la intolerancia siga estando a la orden del día en las relaciones humanas. Hay algo que no terminamos de digerir, y probablemente se deba al estilo de educación que hemos recibido. Esto es generación tras generación tras generación, no le estamos echando la culpa a una persona en especial. Es algo que se ha acumulado durante el tiempo. Obviamente es muy difícil. Es una época bisagra la que estamos viviendo”.
-Eso genera una reacción. Se han visto casos en que especies de movimientos reivindican la masculinidad de antaño.
Ahí hay que poner el foco y detenerse un poco para decir: a ver, muchachos, vamos a analizar esto, ¿por qué salto como leche hervida? ¿Por qué me pulsan esa tecla y me produce tanta incomodidad? Hay mucho para discutir ahí.
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