Abir tiene sed de venganza. Primero, contra Israel, a cuyos efectivos militares juró venganza cuando mataron a sus padres en medio de un operativo en que el objetivo no eran ellos, sino que el jeque Mohsin, líder del grupo terrorista El Círculo. Luego, de los occidentales, porque aún cuando posteriormente reside en Francia con un tío que se hizo cargo de él y su hermano, Ismail, nunca se ha sentido aceptado por los galos, quienes, en cada momento le recuerdan que él es distinto: semita, musulmán, extranjero.
Del otro lado, Jacob -cuyo nombre original es Jacques- nacido en El Líbano, hijo de padres franceses. Ha vivido en Líbano, Francia, y posteriormente, en Israel, obligado por su madre, quien descubrió siendo adulta que era judía -pese a haber sido criada como católica-. Jacob, católico y en parte judío, no sabe muy bien quién es, y todos los días lamenta haber realizado el servicio militar y haber participado en una operación en El Líbano, que dejó a un chico huérfano con el que sueña todos los días. El recuerdo lo persigue como polvo pegado en un mueble viejo. Lo intenta sacar, pero sigue ahí. Es un calvario.
Esa es la trama que guía De ninguna parte, la última novela de la autora española superventas Julia Navarro (69), y que se encuentra disponible en nuestro país vía Plaza & Janés. Con esta larga y angosta faja de tierra -que visita por octava vez- reconoce que mantiene un nexo especial. “Desde mi primer libro yo he tenido una conexión especial con los lectores chilenos y por tanto, a mí no me importa atravesar un océano para venir a Chile. Es al revés, yo lo siento como un privilegio. Han sido muy generosos conmigo. Entonces no me cuesta venir a Chile”, comenta sentada frente a nosotros, en las oficinas locales de Penguin Random House.
También periodista, en parte fue esa formación la que le impulsó a escribir este libro. “Es una reflexión sobre uno de los grandes problemas que tenemos en nuestro siglo, que es el siglo de las migraciones. Siempre han habido migraciones en la historia de la humanidad. Cuando el hombre, en un lugar, no ha podido seguir viviendo en condiciones aceptables, se ha ido a otro lugar. Y vivimos en el siglo donde hay millones de personas que han tenido que dejar sus casas a causa de la guerra, a causa de la violencia, a causa de la miseria. Y eso está creando que esas personas y sobre todo sus hijos, terminen engendrando un sentimiento de no ser de ninguna parte”.
Para Julia, la clave de esta novela está en entender qué le pasa a esas personas que llegan a otro lugar a empezar de nuevo. Todo de nuevo. “Los migrantes que llegan a Europa vienen de otros lugares, con un idioma diferente, con religiones diferentes, con costumbres diferentes, y a veces, la integración es más complicada. Es mucho más fácil para un migrante de Venezuela que llega aquí huyendo de la situación de su país, porque el idioma ya es es el 50%. Pero a España, Francia, Alemania, a Europa llega gente con un idioma distinto que tiene que empezar de cero. Yo siempre tiendo a ponerme en la piel de los otros. Si uno no se pone en la piel de los demás, no puede entender nada. Entonces yo me imagino. Que me sucedería a mí si yo tuviese que hacer las maletas e irme con mi familia al otro extremo del mundo”.
¿Eso es un problema actualmente en Europa?
Sí. Una integración no siempre es fácil. Hay gente que dice bueno, que se integren, pero que se integren no que es aprieto un botón y ya me he integrado. Tienes que cambiar totalmente todo para integrarte en una sociedad que es radicalmente distinta. El proceso de integración es mucho más difícil para ellos. Entonces yo me pongo en su piel porque entiendo su sufrimiento y sus dificultades.
¿Cómo fue el proceso de escritura de esta novela?
Yo siempre escribo de las cosas que me preocupan. Y a mí me preocupa el sufrimiento de los demás y el qué se puede hacer. Porque yo no me conformo con que las cosas sean como son, sino el qué podemos hacer para cambiarlas. Y yo creo que las cosas solamente se pueden cambiar si se miran los problemas de frente sin edulcorar. Entonces, el proceso de escritura de esta novela fue difícil porque los dos protagonistas son personajes aparentemente antagónicos, pero en el fondo no lo son. Los dos tienen un problema de identidad y a uno de ellos el problema de identidad le lleva a convertirse en un terrorista. Yo creo en la libertad del ser humano, pero a veces la mochila que cargamos, que son las circunstancias, pesa mucho. Ya no es lo mismo nacer en Santiago de Chile que nacer en el cuerno de África. O sea, ya las diferencias son abismales. No es lo mismo nacer en una familia de clase media que tiene unos mínimos, que te puede dar unos mínimos de educación y de confort, que nacer en un campo de refugiados. Eso significa que alguien está condenado de antemano a hacer tal o cual cosa en función de su lugar de nacimiento. Para mí esta novela ha sido un proceso muy difícil de describir, porque meterme en la piel de un terrorista ha sido realmente muy difícil. La cuestión es que un niño que vivía en un campo de miseria, que soñaba con ser ingeniero y que de repente su vida se tuerce para siempre y termina convirtiéndose en un terrorista. Yo acompaño a ese niño que se convierte en un hombre, no para justificarle, jamás voy a justificar la violencia. Nunca, ni un gramo de violencia. Pero a veces sí se puede explicar el por qué suceden las cosas.
¿Por qué le ha llamado la atención este tema?
Quizá porque el haber ejercido el periodismo durante tantos años como lo ejercí -aunque ya hace más de 15 años que no lo ejerzo- te hace leer los periódicos de forma distinta. Descubrí que hay una especie de patrón. Muchos de los que participan en los atentados terroristas son hijos de emigrantes, pero ya son europeos. Son chicos que han nacido en Europa. Algunos de ellos supuestamente se han educado con unos valores. Y sin embargo, ¿qué les ha pasado para tener ese odio al lugar donde viven y han nacido? Entonces yo llego a esa conclusión de que hay muchas, muchas personas que se sienten de ninguna parte.
A través del personaje de Jacob, da cuenta del movimiento de los refuseniks. Ciudadanos israelíes que cuestionan la brutalidad de la ocupación israelí en Palestina...
Yo he viajado por Oriente Medio, he viajado en distintas ocasiones por Israel, por los territorios ocupados y por allá no es un secreto que existe este movimiento. Está en los periódicos, no es algo que yo haya tenido que hacer una investigación, sino que es algo sobradamente conocido. Creo que a veces se tiene una imagen muy distorsionada de lo que es Israel. Parece que es una sociedad monolítica en la que todo el mundo piensa lo mismo y eso no es cierto. Hay movimientos pacifistas muy importantes y muy, muy activos, algunos de ellos liderados por escritores importantes como David Grossman. Entonces, esa imagen es intencionadamente distorsionada. Es una sociedad viva, donde hay gente que es pacifista, gente que cree que hay que llegar a un acuerdo con los palestinos y gente que son absolutamente halcones y creen todo lo contrario. Hay muchos jóvenes que se niegan a hacer el servicio militar, no a defender a su país, sino a hacer el servicio militar en los territorios ocupados, que es distinto a la guerra.
¿Considera que hay un choque de culturas entre el mundo musulmán y Occidente?
Se habla siempre del choque de culturas y yo no creo que haya choque de culturas porque la cultura es otra cosa. Al revés. La cultura debería ser el lugar de encuentro. Las costumbres son el lugar del desencuentro. Si todos hiciéramos el esfuerzo de conocer al otro a través de su cultura, seguramente las cosas serían más fáciles. Pero hay un enorme desconocimiento sobre la cultura de los otros, de los que vienen. La cultura es la literatura, es la pintura, la música, la fotografía, el cine. La cultura es un algo en el que todos podemos aprender mucho los unos de los otros. Ese es el lugar común. Al final, las grandes pasiones y los grandes sentimientos son comunes a todos los seres humanos.
“España no es un país racista”
¿Cómo considera que se ha tratado en su país el tema de la inmigración?, ¿existe una integración? ¿se les permite soñar con ser españoles?
Yo creo que, en líneas generales, España no es un país racista. No es un país que reciba mal a los migrantes, sino todo lo contrario. En ese sentido, yo creo que nos podemos sentir orgullosos de esa actitud, que es una actitud bastante generalizada, lo que no significa que en momentos determinados no haya problemas y lo que no significa que haya un partido de extrema derecha, como es VOX, que está en contra de los emigrantes. Porque cuando estás en contra de los inmigrantes, en el fondo tienes miedo a lo desconocido ¿Qué es eso? Por eso yo insisto tanto en que no hablemos de choque de culturas, deberíamos de hacer el esfuerzo de que la cultura sea el lugar de encuentro de personas que tenemos culturas diferentes, pero que al final hay unos vasos comunicantes mucho más potentes y más importantes de lo que a simple vista podemos ver.
Usted lo acaba de mencionar, han surgido voces bastante duras frente a la inmigración, como desde la ultraderecha. ¿Qué piensa de ello?
Ahí hay un fenómeno del auge de la extrema derecha en todo el mundo. Entonces yo creo que eso nos debe preocupar, pero sobre todo nos debe llevar a la reflexión sobre qué no están haciendo bien los partidos tradicionales. Dejan un campo abierto para que los partidos populistas y extremistas ocupen un espacio y se hagan con un espacio político. O sea, ¿qué no están haciendo bien los partidos democráticos para que eso suceda? Yo creo que la crisis económica del 2008, que quizá en América Latina no la vivieron como nosotros la vivimos en Europa, dejó un rastro de nuevos pobres. Es decir, las clases medias de repente se empobrecieron. La gente se encontró con que no podía pagar la hipoteca de su casa, ya no podía pagar el colegio de sus hijos. Hubo un empobrecimiento y no ha habido respuestas eficaces a esas crisis. Eso ha hecho que partidos populistas aparezcan como como los salvadores, pero los partidos de extrema derecha no tienen la solución a ninguno de los problemas que tienen las sociedades.
En 2004, Al Qaeda atentó en España. ¿cree que aún es una herida latente en la sociedad española?
Aquello fue un shock para la sociedad española. Además, fue en vísperas de unas elecciones. Hombre, uno no olvida su propia historia y menos su historia reciente. Pero yo creo que la sociedad española tiene una virtud, que es que es capaz de levantarse siempre y ponerse en pie después de la adversidad. Y sobre todo, que aquello no creó ningún resentimiento, sino que ocurrió al revés. O sea, fue un esfuerzo de decir no nos confundamos, los que han cometido esto son estos, pero eso no significa que todo el colectivo musulmán sea culpable de lo que hace un grupo. En ese sentido, yo me siento muy orgullosa.
“La obligación del periodista es contarlo todo”
En la novela, también se interna en el rol de los medios ante las coberturas de hechos vinculados al terrorismo. ¿Cuál es su propia posición al respecto?
Yo creo que eso es algo que ha sucedido, y puede seguir sucediendo, que un día llega a la redacción un comunicado de un grupo terrorista y entonces el dilema es que si lo cuento, estoy ayudando a la propaganda del grupo terrorista y si no lo cuento, estoy hurtando una información a la opinión pública. Ese problema yo lo tengo resuelto. Creo que la obligación del periodista es contarlo todo. Absolutamente todo. Moleste a quien moleste. El poder en cualquiera de sus manifestaciones, sea el poder político, el poder económico, el poder social, el poder religioso, siempre tiende a querer gestionar la información que llega a los ciudadanos. Entonces, creo que nuestra obligación es impedirles que gestionen la información. Los ciudadanos tienen derecho a saber siempre lo que sucede y tienen derecho a que se les trate como mayores de edad y no como niños. Ya no son niños pequeños. No, no. Yo soy una persona adulta y usted tiene la obligación de contarme lo que sucede y yo ya tendré mi propio criterio. Pero usted no es quien para intentar determinar mi criterio. Por lo tanto, creo que la obligación de los medios de comunicación es contarlo todo. Y todo es absolutamente todo.
¿Considera que los medios caen en cierto sensacionalismo al tratar el terrorismo?
Yo creo que los paradigmas de la comunicación han cambiado en las últimas décadas con la aparición de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Yo creo estamos en un momento de transición, no solamente en los medios de comunicación, sino en general. Aquello que decía Gramsci y que es absolutamente vigente: lo viejo no termina de morir ni lo nuevo de nacer. Hay un desconcierto en cuanto a los medios tradicionales, yo creo que todavía todos estamos un poco despistados. Pero sí hay algo que me preocupa: que convirtamos la información en espectáculo, sobre todo en los medios audiovisuales. O sea, cuando yo empecé a hacer periodismo estaba muy claro: información es información, la opinión es la opinión y el entretenimiento es entretenimiento. Y ahora hay una tendencia a mezclarlo todo. O sea, entretengo contando algo y sobre lo que además opino. Los hechos ya no son los hechos. Naturalmente, todos los medios tienen una línea editorial, pero la línea editorial tiene que estar separada de lo que es la información y el entretenimiento. Eso es otra cosa. Ya dejemos de tratar a los ciudadanos como niños a los que tenemos que entretener, salvo que sea un programa de entretenimiento.
Ya que vino a Chile, ¿conoce algo de literatura chilena?
Conozco la literatura chilena, la literatura clásica chilena. Hubo una época en España en que se hablaba del boom latinoamericano, ¿no? Entonces nos sentíamos muy, muy, muy, muy cerca de la literatura latinoamericana, no solamente chilena, sino que de la literatura latinoamericana en general. Luego hubo una especie de distanciamiento y ahora otra vez surgió ese interés por los escritores latinoamericanos. Yo creo que tenemos que hacer un esfuerzo en doble dirección para conocernos más y para que los lectores españoles podamos disfrutar de la literatura latinoamericana mucho más de lo que lo estamos haciendo ahora. Tenemos mucho que decirnos los unos a los otros.