“Quería darle simpatía al nerd, al suicida, al perdido, al incel”: Alberto Fuguet y la nueva vida de Por favor, rebobinar

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Alberto Fuguet, Foto: Lorena Palavecino/Penguin Random House

La segunda novela del autor nacional, publicada en 1994, acaba de volver a las vitrinas nacionales en una nueva edición vía Literatura Random House. En charla con Culto, Fuguet rebobina la cinta y vuelve a esos días en que le dio origen a su libro más controversial.


Si algo tenía claro Alberto Fuguet para 1994, era que no quería repetirse. Había irrumpido en el panorama literario nacional con dos libros que levantaron cierta polvareda en el acartonado Chile de la transición a la democracia. En 1990, se publicó su volumen de cuentos Sobredosis, y en 1991, su debut en la novela con Mala onda, la historia del inconformista e inolvidable Matías Vicuña, algo así como un Holden Caulfield chileno de los 80, libro que fue destruido por el solemne crítico literario y cura Ignacio Valente.

Así, Fuguet se enfrentaba a la siempre temida segunda novela. Se suele decir en el mundo literario que ahí se ve realmente la calidad de un autor, si va a continuar en la misma línea, o va a cambiar. “Entré en un modo anti Matías Vicuña, pero pensando que era un error cambiar de piel y tratar de escribir algo ‘ajeno a mí’. Tenía muy presente que era la novela número 2, es decir, la más complicada, peligrosa y maldita, sobre todo si venía después de un libro que tuvo cierta notoriedad y lectores”, recuerda Fuguet en charla con Culto.

Entonces, optó por un salto al vacío, hacer algo a contrapelo de lo que se entiende como la novela tradicional. Sin una historia definida como tal, es decir, sin inicio-medio-final y sin personajes principales. “Opté por imaginar qué pasaría si fuera coral, una suerte de posta, que le diera la misma importancia a los secundarios y que no quedara del todo claro quién iba a ser el protagonista. O mejor: que la onda fuera el centro, el mundillo sería el protagonista y no los personajes. Yo había quedado bien impresionado con Los cachorros de Vargas Llosa y me daba vueltas eso de hacer algo plural sin tener que usar el plural. Quería articular un nosotros que me parecía generacional”.

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Esa idea se materializó con Por favor, rebobinar. Publicada en 1994, la segunda novela de Alberto Fuguet hoy vuelve a las librerías con una nueva reedición vía Literatura Random House. Es la llamada “versión final” tomada de la edición aniversario del 2014 y que incluye el capítulo Pantofobia, que en su época Fuguet cortó del libro por sugerencia del editor. Pero esta edición trae una nueva portada con cierto aire a lo The Smiths, y un ensayo de Cristián Opazo llamado Videoclub, donde ahonda en la novela. “Opazo conoce mi obra bien y se ha dedicado a estudiar y leer lo pop con otros ojos. Propone otra lectura y otros vínculos al libro. Lo moderniza o, posiblemente, es la lectura que debió tener en su momento, pero uno no controla eso. Quizás debí guardar el libro por casi 30 años y haberlo sacado a la calle ahora como una novela sobre la transición”, comenta Fuguet.

Por favor, rebobinar tuvo una recepción más bien fría. De hecho, hubo confusión porque muchos lectores -incluido el editor, Carlos Orellana- lo leyeron como un libro de cuentos y no como una novela. “Todo mal. Esperable, pero igual. Sentí que no había un lugar para mí. Ese día, con esos comentarios, ‘es un libro de cuentos’ o ‘parece un disco’, perdí el Premio Nacional. Ahí lo supe: no estaba invitado a la fiesta y tendría que irme o armar mi propia fiesta o planeta. Lo triste fue que, por extirpar su estructura en la primera edición, por intentar seguir los consejos y tratar de no ser fuguetiano, me salió un libro que, en efecto, puede leerse como un extraño libro de cuentos. Pero nada, por eso mi lazo con Por favor, rebobinar es tan intenso. Porque con él me enfrenté realmente a mí mismo y tuve que tomar una decisión: intentar complacer a los demás o apostar por lo mío. El libro estaba adelantado, eso es todo, más incluso que yo, que me sentía aún local y parte de algo de lo que nunca he sido parte”.

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Para quienes habían seguido el suplemento “Wikén” de El Mercurio, entre 1989 y 1990 , la sorpresa fue mayúscula al volver a toparse con Enrique Alekán, cuyas aventuras Fuguet publicaba en el suplemento como una especie de novela por entregas. “La idea era indagar más en el mundo ya presentado, sobre todo ir donde yo sentí que Enrique Alekán no podía ir. Era seguir con los amigos del hermano de Alekán. Algo así. Ingresar al mundo hípster, al mundillo abajista y al de los artistas nuevos, pero sobre todo al de los periodistas jóvenes. Era acerca de otro consumo. Y otro poder. Era acerca de una nueva fama”.

¿Cuál era tu contexto al escribirla?

Muy emo, muy oscuro, al borde. Mal, muy mal. La novela bebe de lugares liminales y acaso terminales. Quería darle simpatía al nerd, al aterrado, al suicida, al perdido, al incel. Al mismo tiempo, le debe mucho al país de ese entonces y a los medios en los que participaba: las revistas Rock & Pop y Mundo Diners, la Zona de Contacto, la escena alternativa noventera y el nuevo paisaje urbano.

Entiendo que había más de una idea para el título de la novela. ¿Por qué te quedaste con ese?

Así es. Quería algo que abarcara todo el libro. El contrato lo hice cuando se llamaba Juntos y solos, que terminó siendo una antología de mis cosas. Tuve como doce títulos. Interferidos, creo, era otro. Quería escribir una novela acerca del presente, de lo contemporáneo, intentar resumir ese momento (92-94) con transición, democracia, crecimiento, globalización, neoliberalismo etc. De ahí el título: algo análogo que luego iba a convertirse en un artefacto vintage, aunque claro, yo no sabía. El 94 no sabía que llegarían los blue-ray, primero, y, luego, el streaming, pero sí que toda tecnología tiene y debe pasar de moda, porque de eso se trata la tecnología. Entonces aposté por el VHS y la frasecita del Blockbuster que, de paso, sentía que remitía a ideas como “pasarse películas” y la idea de la memoria como una suerte de cinta a la que se puede acceder. No quería engañar a nadie con un título más literario: quería que el que ingresara al libro supiera que, para entenderlo, necesitaba ser parte de la cultura pop. Antes eso era tema, hoy creo que son pocos los que viven fuera de lo pop y es un tipo de gente que me aterra. Yo quería que me dijeran lo que le dicen a Baltasar Daza en la novela: que parece más un disco que un libro. Y eso, por cierto, no me parece un insulto, aunque entiendo que aún hay gente que sí separa las aguas. Por favor, rebobinar atrapaba el presente, pero lo lanzaba hacia el futuro.

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Alberto Fuguet. Foto: Lorena Palavecino/Penguin Random House

¿Cuánto de experimental querías que fuera Por favor, rebobinar?

Lo que se diera. La idea era demostrar, en parte, que podía no vender, que podía ser artista y no vender nada. Al principio pensé en que fuera más experimental y que ningún personaje tuviera lazos con otros. Más como Slacker de Linklater. Pero luego vi Dazed and Confused, del mismo director, y me voló la cabeza. Una vez la presenté en el CEP y los zorrones de RN la odiaron. No se trata de nada, es puro carrete, reclamaron. Ahí, me dije, está la historia: en el carrete, el ocio, lo que no se nombra. Ya tenía mucho escrito y cuando la vi en VHS me sentí autorizado para salirme de lo narrativo tradicional y de paso escribir una novela más arriesgada, pero con otra sensibilidad.

¿Por qué la decisión de hacerla fragmentaria?

Porque en eso estábamos: el comienzo de nuestra fragmentación. Pasamos de un plural épico durante la dictadura a atomizarnos. Cada uno se sentía un héroe, aunque fueran secundarios o extras. La idea era dudar del protagonista. En esa época, pre redes sociales, igual se estaba hablando de lo interactivo. Como hacer tele o radio o diarios. Yo pensé: una novela interactiva. Que cada uno elige su protagonista favorito. Hoy me doy cuenta de que Por favor, rebobinar era una suerte de novela proto interactiva.

En la parte de Andoni Llovet, cuando conoce a Baltasar Daza e Ignacia Urre en el taller de Quijano, debe haber alguna referencia a tus propias vivencias en talleres ¿Cuánto de José Donoso hay en Néstor Quijano?

Lo hay, pero no con Donoso. Diría que toda esa parte, la parte de los talleres, el material bruto, surge del taller en el que participé en el Goethe, con Skármeta, aunque Quijano es más un invento. Lo del taller de Donoso da para algo: una nouvelle, un libro de memorias, no sé, pero en el otro, el del Goethe, todos eran de mi edad o generación. Ahí se juntaba el ego con el miedo, las ganas de escribir con las de experimentar, hasta nos pagaban por asistir, no parecía Chile. Uno se sentía entre estrella, privilegiado y lejos del país. Era como una burbuja literaria, aunque nunca tuvimos de compañero a un top model que quería ser novelista.

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¿Qué relación tienes hasta hoy con esta novela?, ¿qué lugar ocupa dentro de tus novelas?

Cierto favoritismo. Y me encanta que siga conectando, editándose y leyéndose. Fue una suerte de big bang para crear un universo. Siempre vi a la novela como una suerte de Matrix. A que me permitía que todos mis libros posteriores (o anteriores) fueran spinoffs o esquirlas. Eso es, de aquí sale todo o llega todo.

¿Has pensado alguna vez hacer un spin-off de alguno de los personajes?

Sí, la verdad es que sí. Casi filmo algo llamado Pantofobia, que iba a ser un corto, una suerte de entrevista a un rockero en un hotel. Y algunos personajes deambulan en el libro que estoy escribiendo. Es raro: más que un spin-off, siento que todo lo que he escrito y filmado es un spin-off de este libro.

El presente

En este caluroso diciembre, Fuguet nos comenta que a diferencia de otras épocas, se encuentra un poco distante del cine. “Tengo un poco de desgano. Veo más series y ando en esta etapa de ver cine antiguo. Irma Vep, la serie de Olivier Assayas, me gustó mucho, pero me fascinó más que emocionó. Lo pasé bien con Tár, es cine como de antes y provoca. Y me sorprendieron y emocionaron Aftersun y Licorice Pizza. Pero a veces siento que no necesito ver cine para estar al día. Lo más intenso a nivel cinematográfico fue leer el libro de Tarantino, Cinema Speculation, y luego ver las películas de los setenta sobre las que escribe”.

Por estos días, junto con escribir, Fuguet se encuentra concentrado en su flamante Fundación Alberto Fuguet. “Existe desde este año y nace en parte para proteger y cuidar mi obra, pero no se trata solo de mí. Para nada. Es también un modo de devolver la mano. Este año estuvimos en marcha blanca, pero ya del próximo queremos empezar a levantar proyectos (talleres, concursos, charlas), conseguir fondos para becar a escritores nuevos, tener oficinas. Es un trabajo creativo igual, pero de otro tipo. Y para todo se necesita plata, claro”.

“En general, la idea es ser un fomento a la cultura y a la creatividad, eso es lo que nos mueve -añade-. En el directorio está, Cristián Opazo (del ensayo Videoclub) y Daniel López, quien también es director ejecutivo, y yo. Lo veo como la posibilidad de armar algo y tengo muchos asesores. La idea es unir cine y libros y, al final, intentar escribir todo el día sin depender del mecenazgo de otros”.

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