John Fogerty, el líder histórico de Creedence Clearwater Revival, contaba que su madre sabía que él estaba predestinado para la canción. Cuando asistió con ocho meses de embarazo a un show de música clásica en que interpretaban temas de la Quinta Sinfonía de Beethoven, el pequeño John no dejó de dar patadas en su vientre. Lo que no pudo anticipar fue la historia de Creedence que, en pocos años -desde 1968 a 1972-, publicó siete discos exitosísimos y se disolvió estrepitosamente con un guión que incluía traiciones, abusos y engaños.
Publicada hace pocas semanas en Chile, Fortunate Son, la autobiografía de Fogerty, es un texto amargo y triste, tan plagado de malas decisiones como de alevosas maquinaciones contra una banda que, a fines de los 60, fue la respuesta estadounidense a The Beatles. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, que pasaban sus días nublados por el exceso de alcohol y drogas, los integrantes de Creedence estaban casados, abominaban el amor libre y se presentaban limpios a los shows. Fogerty, el líder, era riguroso y se inspiró en James Brown y Jackie Wilson. Cada espectáculo debía ser una exhibición musical mejor que la anterior y despreciaba a grupos como Grateful Dead, que improvisaban letanías sonoras de quince minutos, bajo los efectos del LSD.
Creedence eran de El Cerrito, un pueblo dormitorio cercano a San Francisco. Su música, como su aspecto, iba a contracorriente de las modas. Sus canciones estaban ancladas en las raíces del rock sureño -un lugar que nunca habían visitado-, con letras que tocaban la pesadilla de Vietnam, el régimen de Nixon y eran concisas y directas.
Tras iniciarse en la música en 1959 con proyectos rockeros como The Blue Velvets y The Golligows, firmaron en octubre de 1967 por una pequeña discográfica dedicada al jazz llamada Fantasy. Ese contrato fue su perdición. El dueño era Saul Zaentz, un despiadado empresario judío, que los timó con un contrato esclavista. Debían entregar 180 masters en siete años. En caso de no grabar esa cifra, se las seguirían debiendo hasta completar el número. Además, todos los derechos editoriales de las canciones quedarían registrados a favor del propietario de la disquera. En 1969, el mejor año de la banda, publicaron tres discos con apenas 26 temas. O sea, era imposible que en siete años crearan 114 canciones nuevas.
Inocentes, los Creedence habían llegado a ciertos acuerdos. Pese a que prácticamente todas las canciones eran de autoría de Fogerty, acordaron repartir las regalías en partes iguales entre todos. Algo similar pactaron verbalmente con Zaentz: si la banda tenía un éxito radial, el contrato se destruía y se reemplazaba por otro donde las ganancias fueran compartidas.
Pronto aterrizaron con la realidad. Susie Q, el primer éxito de la banda en 1968, fue el despegue. Pasaron de shows acotados en universidades a tener cuatro presentaciones diarias, siempre bajo la óptica freak de Fogerty: shows de 45 minutos y sin bises. Pero Zaentz desestimó el acuerdo primario y se llevó todo el dinero. Los infortunios continuaron. Molesto porque su presentación en Woodstock se había retrasado por el show de Grateful Dead, Fogerty no quiso aparecer en el documental del festival que, posteriormente, fue un éxito rotundo.
Los buenos números de la banda contrastaron con la visión de la prensa. Rolling Stone destrozó su primer disco y, en general, la crítica los definía como “comerciales”. Los tres compañeros de Fogerty -incluido su hermano Tom- quisieron hacer música experimental que, al final, no resultó -porque solo componía el líder- y en 1972, la banda se disolvió. John pasó a ser un músico del pasado, despreocupó a su familia y se volvió alcohólico. A su vez, Zaentz engordaba sus ganancias. Adquirió sellos prestigiosos como Stax y Prestige, vendió varias canciones del grupo para comerciales y series de televisión y debutaba con prestigio como productor de películas -muchas, premiadas con Oscar- como Amadeus o El Paciente Inglés. La guerra sucia de Zaentz contra Fogerty llegó a tal punto que lo demandó por canciones que, supuestamente, plagiaban a antiguas de Creedence que eran autoría del mismo John.
Gracias a amigos como Bruce Springsteen y el productor Bill Graham -quien sin éxito trató de lograr acuerdos entre el dueño de Fantasy y el músico- y su segunda esposa, el cantante de Creedence puso salir del hoyo psicológico después de 15 años. Especialmente, tras la muerte en 2014 de Zaentz, quien poco tiempo antes, vendió su disquera al grupo Concord. Esos mismos inversores firmaron nuevamente a Fogerty y, por fin, lo tratan como se merece. Como uno de los más grandes músicos del rock estadounidense.