“Era angelical pero ligeramente demoníaco”: La emotiva carta de despedida de Patti Smith a Tom Verlaine
En un misiva publicada en el señero The New Yorker, la artista homenajeó al fallecido músico y exlíder de la banda Television. En el texto, detalló su vínculo, la manera en que se conocieron, los días del CBGB, su amor por la poesía y las donuts.
La cantautora Patti Smith rindió tributo al fallecido músico Tom Verlaine, por medio de una emotiva carta publicada en The New Yorker.
Al frente de Television, el músico destiló una elegante propuesta sostenida en las líneas de guitarra tejidas junto a su socio, Richard Lloyd, algo así como Keith Richards y Ronnie Wood, pero indies. Aunque surgieron en los días de la eclosión del punk, lo que les hizo contemporáneos de Blondie, Ramones y otros, la banda se diferenció por su particular propuesta.
Verlaine falleció el pasado 28 de enero, a los 74 años “tras una breve enfermedad”, según informó la actriz Jesse Paris Smith, hija de Patti Smith.
En su homenaje, la cantautora perfiló a Verlaine. “Nacido como Thomas Joseph Miller, criado en Wilmington, Delaware, dejó la casa de sus padres y se despojó de su nombre, una piel descartada acurrucada en la esquina de un modesto garaje entre montones de acondicionadores de aire usados que requerían la atención profesional constante de su padre”.
Además reveló algunos detalles. “Vivía a veintiocho minutos de donde me crié. Podríamos habernos paseado fácilmente por el mismo Wawa en la frontera entre Wilmington y el sur de Jersey en busca de Yoo-hoo o Tastykakes. Podríamos habernos encontrado, dos ovejas negras, en algún tramo rural, cada una con libros de poesía de los simbolistas franceses, pero no lo hicimos”.
Asimismo recordó el día en que se conocieron. “No fue sino hasta 1973, en East Tenth Street, frente a St. Mark’s Church, donde me detuvo y me dijo: ‘Eres Smith’. Tenía el pelo largo y nos mirábamos, ambos haciendo eco del futuro, ambos con ropa que ya no usaban. Noté la forma en que colgaban sus largos brazos y sus manos igualmente largas y hermosas, y luego nos fuimos por caminos separados”.
Por cierto, rememoró los días del CBGB, el afamado club neoyorquino en que se formó una generación de bandas. “El club era el CBGB. Solo había un puñado de personas presentes, pero Lenny y yo quedamos cautivados de inmediato, con su mesa de billar, su barra estrecha y su escenario bajo. Lo que vimos esa noche fue nuestro futuro, una fusión perfecta de poesía y rock and roll. Mientras miraba tocar a Tom, pensé: si hubiera sido un niño, habría sido él”.
“Iba a ver Televisión cada vez que tocaban, sobre todo para ver a Tom, con sus ojos azul claro y su cuello de cisne. Inclinó la cabeza, agarrando su Jazzmaster, liberando nubes ondulantes, callejones extraños poblados de hombres diminutos, una matanza de cuervos y los gritos de pájaros azules corriendo a través de una réplica del espacio. Todo transmutado a través de sus largos dedos, casi estrangulando el mástil de su guitarra”.
“Devoraba poesía y donuts de Entenmann cubiertos de chocolate amargo, bebidos con café y cigarrillos -apunta Smith-. A veces parecía soñador y lejano y de repente se echaba a reír a carcajadas. Era angelical pero ligeramente demoníaco, un personaje de dibujos animados con la gracia de un derviche. Entonces lo conocí. Nos gustaba tomarnos de la mano y pasar horas ojeando los estantes de Flying Saucer News e ir a la calle 48 y mirar guitarras que él nunca podría pagar y viajar en el ferry de Staten Island después de tres presentaciones en CBGB y subir seis tramos de escaleras hasta el apartamento. en East Eleventh Street y acostados juntos en un colchón mirando al techo y escuchando la lluvia y escuchando algo más”.
“No había nadie como Tom -sigue Smith-. Poseía el don infantil de transformar una gota de agua en un poema que de algún modo engendró música. En sus últimos días contó con el apoyo desinteresado de amigos devotos. Al no tener hijos, agradeció el amor que recibió de mi hija, Jesse, y mi hijo, Jackson”.
El vínculo se mantuvo hasta el fin de sus días. “En sus últimas horas, viéndolo dormir, viajé hacia atrás en el tiempo. Estábamos en el apartamento y me cortó el pelo, y algunos mechones sobresalían de un lado a otro, así que me llamó Winghead. En los años siguientes, simplemente Wing. Incluso cuando nos hicimos mayores, siempre Wing. Y él, el niño que nunca creció, en lo alto del Omega, un filamento dorado en la vibrante luz violeta”.
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