Joaquín Sabina da emotivo show en Santiago y se lo dedica a Camila Vallejo y Karol Cariola
El español dio este miércoles 8 en el Movistar Arena un show con cierto hálito nostálgico, en que reforzó su condición de sobreviviente, pero también asumiendo las cicatrices que deja el paso del tiempo. No es una despedida explícita, pero el español está en el último tramo de su existencia. De ser así, podría ser un adiós en absoluta plenitud de su figura y su leyenda.
Joaquín Sabina contra todo pronóstico. Así al menos se llama la actual gira del cantautor español de 74 años -qué pasó este miércoles 8 por el Movistar Arena- y la alegoría tiene una dimensión casi literal: efectivamente este tour nunca pudo haber existido.
El artista sufrió en 2020 una caída desde un escenario en Madrid, lo que le produjo un derrame cerebral que casi lo tumba para siempre. Pero Sabina se operó, se recuperó, doblegó la adversidad y aquí está nuevamente entre nosotros, como siempre. Aunque esta vez, con la mirada del sobreviviente, del que sabe que esta oportunidad puede ser la última y que quizás no hay más. Un gato de muchas vidas que puede estar a bordo de su episodio definitivo.
Por eso el despegue de su show en la capital estuvo envuelto en cierto hálito nostálgico, una mirada en retrospectiva donde se abraza la adultez como ese estado donde la ruta recorrida es mayor que la queda por recorrer. Todo se inicia con la muy exacta Cuando era más joven, un repaso a los días que se fueron, escrita en 1985, cuando su autor tenía 36 años, pero donde ya añoraba el ayer al contar que “cuando era más joven, cambiaba de casa, cambiaba de oficio, cambiaba de amor. Mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana”.
Le siguen la igual de elocuente Sintiéndolo mucho, mucho más reciente, de 2022, la que precisamente narra su accidente en la capital española y en la que asume sin pudor que “siempre he querido envejecer sin dignidad/ Aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho”.
Sabina siempre ha sido el protagonista de sus propios relatos, aunque ahora más que nunca sus letras parecen tejidas a su cuerpo, su figura y su leyenda. Al aparecer, es el retrato de un viajero errante y crepuscular que viene de vuelta, con la voz áspera y apretada, de sombrero, caminar cansino y sentado durante todo el show, con su rostro con frecuentes destellos de emoción, como el hombre que se conmueve al ver como su destino ya escrito aún genera reverencias.
“Me he puesto mi trajecito morado por el día en que estamos”, dice en alusión al 8M, desatando el aplauso generalizado, sobre todo para un creador que ha puesto a las mujeres en el centro de su imaginario, perfilándolas bajo distintas aristas, a veces como traicioneras, otras como figuras que lo echan al olvido, siempre como seres dignos de insomnio y deseo. Por más que pasen los años, ese mundo diseñado por Sabina -donde su vida parece contada desde una la barra de una taberna- no se modifica un ápice.
Ahí están para comprobarlo Lo niego todo, la muy eléctrica Mentiras piadosas y Lágrimas de mármol, donde calza otra vez el mismo relato, con esa frase al abrir que dicta “el tren de ayer se aleja, el tiempo pasa. La vida alrededor ya no es tan mía”, para exclamar minutos después: “Superviviente, sí, ¡maldita sea!”.
Pero el cantante también tiene palabras para el resto. Por un momento recuerda que cuando tenía 16 a 17 años le pasaron los libros de Pablo Neruda y los discos de Violeta Parra, lo que cimentó su relación con Chile. Después, acompañó a Pablo Milanés al Estadio Nacional cuando ya había acabado la dictadura, “lo que significó vivir esa gran alegría”, según rememora.
Pero sus vivencias también se conjugan en un tiempo más reciente. Recuerda que hace unos años conoció en el país a dos chicas, “entonces eran militantes muy jóvenes, encantadoras”, para después dedicarles una canción a “la Camila y a la Karol, una es ministra y la otra diputada”, en referencia a la ministra secretaria general de gobierno Camila Vallejo y a la diputada PC Karol Cariola. Tras el comentario, es el turno de Violetas para Violeta, con la imagen de la fallecida artista amplificándose en la pantalla trasera del montaje.
Como un hombre de amplio recorrido, Sabina sabe también secundarse de buenos escuderos. Su banda es un conjunto que equilibra vigor y delicadeza en partes iguales, y que acompaña sin fisuras el timbre más pausado del español, hoy prácticamente narrando sus composiciones más que interpretándolas. Ahí destacan su corista, Mara Barros, y su tecladista, el maestro Antonio García, su compañía por casi cuatro décadas. Ya no está a su costado el histórico guitarrista Pancho Varona, quien -por razones que nunca han quedado claras- fue expulsado por el gran jefe de su elenco antes que comenzara el actual periplo.
Muchos fans lo extrañan y gritan su nombre. Su figura era una tradición de la prestancia escénica del español. Es quizás el único gran vacío que deja su espectáculo.
Un recital que continúa en lo alto con Llueve sobre mojado, Tan joven y tan viejo, Magdalena y el clásico mayor 19 días y 500 noches. Sabina nunca decae y sabe mantener a flote la estirpe que lo ha perpetuado como mito del cancionero español. Una figura que hoy parece gozar de las cicatrices y heridas que deja la marcha del tiempo, y que no tiene problemas en resignarse a un calendario que avanza en contra.
Si este es el inicio del final, será un adiós en plenitud. Su nombre no tiene otros parangones ni sucesores en la escena en nuestro idioma.
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