Era una noticia tan impactante como terrible. La mañana del 28 de marzo de 1866, los porteños que compraron El Ferrocarril y El Mercurio de Valparaiso se enteraron que la ciudad sería destruida sin más dentro de unos días. En una notificación publicada por la prensa, el almirante de la real armada española, Casto Méndez Ñúñez, informaba que su escuadra rompería los fuegos contra el puerto principal el día 31, por lo que motivado “con un deber de humanidad”, avisaba a fin de poner a salvo a la población no beligerante.
El marino agregó la solicitud de que “los hospitales y demas (sic) edificios consagrados a instituciones de caridad, tengan alguna bandera o señal que pueda distinguirlo, para evitar sufran los rigores de la guerra”. Pero el efecto de las palabras fue tan devastador como lo que anunciaban. La noticia era lo más comentado entre los bistros, los cafés y las picanterías. Ese mismo día, a las 2 de la tarde, se reunió el cuerpo diplomático a fin de tomar una decisión frente a la población y los buques neutrales. Enfrentarse a un bombardeo no era cualquier cosa.
Una guerra sorpresiva y un suicidio en altamar
En septiembre del año anterior, Chile, entonces una bullente república del Pacífico Sur en pleno auge comercial, declaró la guerra a España. Todo había comenzado un año antes, en 1864, con la repentina captura de las islas Chinchas, del Perú, por parte de una escuadra naval española, supuestamente en represalia por maltratos a ciudadanos de la península. Como sea, el botín no era menor, las islas eran ricas en guano.
De inmediato brotó en la sociedad una fuerte animadversión hacia España, considerando su aventura en el Perú una intromisión inaceptable hacia el antiguo virreynato y por extensión, a las nacientes (y convulsionadas) repúblicas americanas. “Aunque Chile se declaró neutral en el conflicto, a los buques de guerra españoles se les negó el derecho a cargar carbón en los puertos chilenos”, detallan Simon Collier y William Sater en su muy recomendable Historia de Chile 1808-1994.
Un sentimiento americanista se apoderó de las elites. El domingo 1 de mayo de 1864, se realizó un acto en el Teatro Municipal, en protesta por la acción de la escuadra hispana en las Chinchas y en solidaridad con el Perú. Allí participaron liberales y tribunos de turno como Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel Antonio Matta y Domingo Santa María. Eufóricos tras los discursos, decidieron sin más moverse hacia la Legación española en Santiago y hacer sentir su malestar.
“En el desfile se lanzaron sonoros mueras contra la reina, su gabinete y España. La tropa de la guardia cívica que cierra la marcha evita cualquier desmán contra el pabellón español, pero marca el paso al pasar frente a las puertas del edificio de la Legación”, detalla Cedric Purcell en su estudio La guerra con España y el Bombardeo a Valparaíso 1865-1866. No fue lo único; un batallón de voluntarios se ofreció para ir a combatir junto a los peruanos y desde la prensa se atacaba constantemente a la corona española.
Allí comenzó una escalada de tensiones entre los gobiernos. Tras una serie de reclamaciones del ministro español en Chile, Santiago Tavira, se llegó a un acuerdo para superar las hostilidades. Pero este fue desconocido en España y como respuesta fue enviado el almirante José Manuel Pareja, hijo del brigadier Antonio Pareja que había muerto en Chillán en 1813, en los albores de la guerra de independencia de Chile. El militar, con un profundo encono hacia Chile, arribó a Valparaiso en septiembre de 1865 con una actitud derechamente hostil y exigió mayores explicaciones al gobierno chileno y un saludo de 21 cañonazos a su pabellón. Ante la negativa, rompió las hostilidades y decidió bloquear el puerto con las naves a su mando.
Así, el gobierno del liberal José Joaquín Pérez decidió actuar y declaró la guerra al reino de España el 24 de septiembre de 1865. Esa noche los diputados, henchidos de patriotismo, despacharon una serie de leyes de emergencia para financiar el esfuerzo bélico. Rápidamente, Chile consolidó una alianza con Perú (ambos países habían firmado un tratado ofensivo y defensivo conjunto en enero de ese año), a la que se sumaron Ecuador y Bolivia. Como pudieron, reunieron una escuadra conjunta (básicamente, de chilenos y peruanos), muy inferior en armamento y tonelaje a la poderosa escuadra española, que contaba con una fragata blindada, la Numancia .
Confiado en el poderío de su escuadra, Pareja esperaba acabar rápidamente con la débil flota rival. Pero el bloqueo era difícil de mantener debido a lo extenso de la costa chilena y así, con un inesperado golpe de audacia, la corbeta chilena Esmeralda, al mando del capitán de fragata Juan Williams Rebolledo logró capturar a la goleta española Virgen de Covadonga (las mismas que combatirían juntas en Iquique años después), frente a la costa de Papudo en noviembre de 1865.
Según Purcell, Pareja se enteró de lo ocurrido un par de días después por medio del cónsul de Estados Unidos quien le entregó un diario local y le reveló detalles del combate. Se cuenta que el marino mantuvo la compostura y el aplomo, pero en su fuero interno estaba destruido. Suponiendo que otra de sus naves fuese capturada, sumado a la declaración de guerra del Perú y la actitud beligerante de Chile, se sintió herido en su orgullo, se retiró a su recámara, cogió su revólver y se descargó un tiro. Dejó por escrito su deseo que no lo sepultaran en Chile, así que la flota debió salir mar adentro para lanzar su cuerpo a la profundidad del Pacífico. El mando lo asumió entonces el almirante Casto Méndez Núñez, quien decidió pasar a la ofensiva.
Por esos días, Méndez Núñez recibió instrucciones de la corona; batir a la escuadra chileno-peruana o en caso contrario, realizar una operación de castigo contra Valparaíso. Así, se aventuró en un par de incursiones hacia Chiloé donde estaba fondeada la escuadra aliada, pero fue inútil y consiguió nada. A su pesar, debió navegar de vuelta hacia al puerto principal para cumplir la orden de bombardeo.
“Primero honra sin Marina, que Marina sin honra”
Una vez conocida la notificación de Méndez Núñez, quienes pudieron lograron arrancar de Valparaíso. “La población comenzó a dirigirse a Santiago, Limache y Quillota, por lo tanto, los trenes comenzaron a tener una actividad más intensa, la que se prolongaría hasta el día sábado 31 a las 7:00 a.m., hora en que se realizaría el último viaje. Los carruajes quedarían destinados a llevar mercadería o equipajes”, detalla la historiadora Soledad Orellana Briceño en su artículo El bombardeo a Valparaiso.
El gobierno decidió organizar una defensa militar de la ciudad, previendo un posible desembarco de la marinería española. También se solicitó al cuerpo de Bomberos mantenerse en servicio activo en caso de que se les requiriera, con orden de formar en los cuarteles a las 6 de la tarde del viernes 30 de marzo. Un detalle curioso es que el bombardeo iba a ocurrir en plena celebración de Semana Santa. “Como el día del ataque correspondía a Sábado Santo, el Arzobispo de Santiago, don Rafael Valentín Valdivieso, señaló que se habilitarían confesores para la población y que el Domingo de Pascua sería celebrado a la intemperie”, detalla Orellana.
Mientras, en los salones de los clubes, la intendencia y los consulados extranjeros se apuraron las gestiones para intentar disuadir a Méndez Núñez. Los diplomáticos británicos y estadounidenses presionaron al almirante español deslizando la posibilidad de desplegar a sus barcos de guerra en el Pacífico, que justamente estaban anclados en Valparaíso. El hispano entendió que eran solo amenazas. Collier y Sater detallan que una airada comisión de comerciantes británicos pidieron protección de sus bienes al embajador, William Taylour Thomson, pero este los despachó con viento fresco asegurando que los “intereses generales de Inglaterra” tenían más importancia que “una parte de su comercio”.
Méndez Núñez exigió la devolución de la Covadonga, pero fue rechazado. El marino español argumentó el bombardeo en el hecho de que no consiguió batir a la escuadra chileno-peruana. Purcell detalla que, a iniciativa del almirante Blanco Encalada, el gobierno chileno propuso la insólita idea de un combate naval arbitrado entre la flotas aliada con la española, pero la idea no prosperó y Méndez Núñez se mantuvo firme. Aseguró que su escuadra “se hundirá en estas aguas antes de volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que su Majestad, su gobierno y el país desean, esto es: Primero honra sin Marina, que Marina sin honra”.
Sin nada más por hacer, el bombardeo arrancó el sábado 31 de marzo a las 9.15 de la mañana. Las flotas británica y estadounidense se habían retirado al norte de la bahía para mantenerse como mudos espectadores. El fuego se concentró en la zona comercial: la Aduana, los almacenes fiscales (donde la mercadería almacenada ardió), la Bolsa, la Intendencia y el ferrocarril, que tenía su estación terminal en el cerro Barón. Asimismo, los disparos destruyeron viviendas en algunos cerros como Cordillera, Toro, Barón, Santo Domingo, Arrayán, y llegaron hasta a iglesias como La Matriz. Mientras, los curiosos se apostaron en los cerros para presenciar la destrucción.
“Los chilenos también contestaron el ataque desde el Castillo San Antonio, aunque la defensa no dio más de trescientos tiros de metralla, pero lograron cortar jarcias, ladear el asta y provocar un agujero en el lienzo de la bandera de la Villa de Madrid -detalla Orellana-. La guarnición militar se hizo presente en las calles, y el Intendente don José Ramón Lira salió a recorrer la ciudad para atender a la población y ver en qué condiciones se encontraba la seguridad pública y dictar medidas en el momento en que fuese necesario”.
El bombardeo finalizó tres horas después, al mediodía, tras orden de Méndez Núñez. Allí entraron en acción conjunta los cuerpos de bomberos de Valparaiso y Santiago (los que llegaron en ferrocarril el día 30 al puerto), quienes controlaron las llamas como pudieron, y además llevaron armamento para enfrentar a posibles saqueadores.
Los daños fueron cuantiosos y recién hacia el 2 de abril se pudo realizar los primeros balances. “Mencionaban que habían cuatro soldados heridos leves por el desprendimiento de piedras de los cerros producto de los proyectiles, pero ‘se dice con seguridad que dos bomberos italianos y dos hombres que llevaban pan al hospital han sido muertos’, cifras que hasta el día de hoy no son exactas”, detalla Orellana.
Los buques españoles se retiraron de aguas chilenas días después, y se debió recurrir hasta a colectas públicas para aminorar en algo los daños. Pero el insólito bombardeo dejó consecuencias. “Para el comercio portuario chileno el conflicto significa un durísimo golpe -detalla Purcell- pues el gran movimiento de mercaderías dentro del país se hace por vía marítima ya que no existe una infraestructura de transporte terrestre”. recién comenzando la década siguiente, de 1870, la actividad comercial en Valparaíso recuperará su dinamismo. Pero en 1873 deberá enfrentar una crisis económica que pondrá en jaque el ciclo de expansión iniciado en 1850. Así, como plantean historiadores como Luis Ortega, será la expansión salitrera la que surgirá como solución. Pero esa es otra historia.