La olvidada noche en que la escuadra chilena bombardeó Iquique en la Guerra del Pacífico
En julio de 1879, en plena guerra, el bloqueo de Iquique era mantenido a duras penas por la marina chilena. La hostilidad de la población local, la amenaza constante de sabotajes y las incursiones del Huáscar, habían desgastado a la escuadra. Así, el almirante Juan Williams Rebolledo decidió ejecutar una operación de represalia contra el entonces puerto peruano. Acá la historia de un episodio poco conocido y sus repercusiones.
La pregunta del cónsul británico en Iquique fue directa y sin rodeos al almirante Juan Williams Rebolledo, jefe de la escuadra chilena que bloqueaba el entonces puerto peruano en los primeros meses de la Guerra del Pacífico. “¿Va usted a bombardear a la población?”, le lanzó con la habitual flema inglesa. Pero el viejo marino, acaso condicionado por la máxima militar de no revelar sus movimientos, le respondió a su vez con una pregunta: “¿Cuál es el estado de los víveres en la ciudad?”.
“El cónsul le informaría que, a su parecer, Iquique no se rendiría jamás por escasez, pues en los días en que se levantó el bloqueo se habían internado una gran cantidad de provisiones, gracias a la llegada diaria de un transporte oficial y de vapores de carrera”, detalla el historiador Carlos Donoso Rojas en el libro Una región rica, fértil y abandonada: Economía, cultura y sociedad en Tarapacá (siglos XVI-XX). El inglés se refería a los días posteriores al combate naval de Iquique, cuando el hundimiento de la Esmeralda y la retirada de la averiada Covadonga al puerto de Antofagasta, habían facilitado la renovación de provisiones en la ciudad.
Corría julio de 1879 y la consulta del representante británico no era antojadiza. La escuadra chilena mantenía bloqueado el puerto peruano desde el inicio del conflicto, en abril de ese año, pero su situación se había vuelto muy complicada. La población local no ocultó su hostilidad hacia los marinos chilenos y la posibilidad de ataques furtivos con torpedos estaba latente.
Apenas comenzado el bloqueo, las autoridades peruanas ofrecieron recompensa a quien lograrse hundir o torpedear las naves chilenas. “La sospecha de un atentado mantenía a la flota en un estado de alerta extremo: la noche del 7 de junio se vio a un costado del Abtao un enorme bulto que parecía ser un bote. Sospechando que podía ser uno de los torpedos anunciados, le dispararon sin lograr hundirlo. El ruido de los disparos alertó al resto de la escuadra anclada a las afueras de la bahía, quienes se aproximaron al objeto, haciendo fuego sin mayor éxito. Enviada una lancha de reconocimiento, se constató que solo se trataba de sargazo a la deriva”, detalla Donoso.
Por ello, en su fuero interno Williams Rebolledo ya había evaluado la posibilidad de bombardear la ciudad como una suerte de operación de castigo. Y no solo ponderaba razones de estrategia militar. Hasta ese punto, salvo por la hazaña de Carlos Condell en Punta Gruesa, su gestión a cargo de la escuadra no exhibía mayores triunfos y la opinión pública ya se impacientaba. De hecho, su plan de atacar a la escuadra peruana en el Callao había sido un completo fiasco y de forma indirecta, generó el escenario para el combate del 21 de mayo.
“Condicionada su imagen pública por los resultados del bloqueo, y frente a la imposibilidad de invadir la ciudad, la idea de bombardearla en represalia por el hundimiento de la Esmeralda no parecía tan descabellada, ni tampoco parecía tener detractores”, explica Donoso.
Sus temores se confirmaron al notar extraños movimientos desde tierra. “El 9 de junio, las lanchas de vigilancia del Abtao sintieron trabajos de remache en las proximidades de la fundición Tarapacá, mientras en Cavancha se veían más de cuarenta botes en fila, listos para ser lanzados al mar. La parte norte se estaba fortificando con sacos de arena, observando además que el grueso de las fuerzas se acuartelaba en la zona norte de la población”, apunta Donoso.
Peor aún, en julio de ese año el monitor peruano Huáscar logró realizar una incursión al puerto, en que acabó entablando combate con la cañonera Magallanes, y solo la oportuna llegada del blindado Cochrane lo forzó a retirarse hacia Arica. Así se demostró que el bloqueo no solo era inútil, sino además vulnerable. Por ello, decidió escribir al gobierno para expresar la necesidad de cesar la medida.
“Cuando el Almirante, desengañado ya de la fatigosa y estéril operación pedia permiso para ponerle término, estaba diariamente amenazado por torpedos que podían hacer volar uno o mas blindados. Ademas el continuo movimiento en que debían mantenerse los buques por el nuevo género de guerra adoptado por el Perú, tenia a las tripulaciones rendidas de cansancio, y las máquinas siempre encendidas, no se podían limpiar”, detalla Gonzalo Bulnes en su clásico Guerra del Pacífico. Sorprendentemente, desde Santiago el gobierno de Aníbal Pinto no accedió a la petición del Almirante, al menos en un primer momento.
El bombardeo de Iquique
En eso estaba, en pleno intercambio de cartas con el gobierno, cuando una segunda incursión del Huáscar, aunque esta vez a mayor distancia, aceleró los planes de Williams. Así, decidió sin más realizar la maniobra de bombardeo que venía masticando hace varias semanas. Se fijó la acción para la noche del 16 de julio de 1879. “Williams ordenó dar inicio al bombardeo de la ciudad, el que se extendería por tres horas, tiempo en el que se arrojaron 45 bombas y 14 balas de distinto calibre, destruyendo parte del edificio de la aduana, los estanques de agua, bodegas, la fábrica de gas y un número indeterminado de casas”.
Los partes de la época detallan lo ocurrido. El subprefecto de la provincia, Francisco Layo, escribió: “Anoche a h 7.10 PM, se sintió a bordo de los buques chilenos un nutrido fuego de fusilería, precedido de un cañonazo, que a mi juicio fue solo con pólvora, cuya causa nadie acertó a reflexionarse. Un cuarto de hora después sonó el primer cañonazo disparado sobre la población, y a este siguieron cuarenta y cuatro más distribuidos en todos sentidos, en razón de haberse desplegado los buques en toda la extensión de la bahía”.
No se supo con exactitud cuántos muertos y heridos dejó el bombardeo chileno. Los partes hablan de un soldado boliviano de la columna Tarapacá, muerto por uno de los proyectiles mientras se encontraba en la aduana. Se registraron además civiles heridos e incluso mutilados por efecto de los disparos. Pero dependiendo de las fuentes, el número varía desde 4 a 5 muertos en los textos chilenos, a más de 20 en los informes peruanos.
La acción pudo tener otra consecuencia. Williams Rebolledo era consciente de la situación de los sobrevivientes de la Esmeralda (entre oficiales y tripulantes), mantenidos prisioneros en la ciudad. “Se encontraban en el edificio de la aduana, uno de sus principales objetivos de ataque. Tratados de modo digno, de acuerdo con un informe entregado por el cónsul británico, fueron víctimas de las tropas una vez iniciado el bombardeo. Varios oficiales y soldados habrían pedido vengar el ataque dando muerte a los cautivos, evitándose su ajusticiamiento solo por la intervención de oficiales de mayor grado”, señala Donoso.
Este último agrega que aunque el gobierno chileno no emitió una declaración oficial sobre lo ocurrido, en privado, ministros como Antonio Varas y Domingo Santa María cuestionaron en duros términos la acción.
Pero la situación de la escuadra no hizo sino empeorar, cuando una de las máquinas del buque Abato se dañó. Sin posibilidad de repararla, y con primeros conatos de motín entre la exhausta marinería, el 2 de agosto un agotado y enfermo Williams Rebolledo ordenó por su cuenta el zarpe de la escuadra rumbo hacia Antofagasta donde presentó su renuncia. No le notificó ni al gobierno ni a las autoridades de Iquique.
La decisión de Williams Rebolledo de romper el bloqueo sin autorización del gobierno detonó la molestia en La Moneda. “La noticia exasperó a algunos de los miembros del gabinete”, dice Bulnes (quien no dedica ni una sola línea al bombardeo de Iquique en su libro). Así, el veterano marino fue llamado a dar explicaciones a Santiago en un breve, pero terminante telegrama. Para él la guerra había terminado.
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