“Fue una cosa horrorosa de la que quisiera olvidarme”: Jorge González y su áspero debut solista

Jorge González

Hace 30 años, el músico lanzaba su primer trabajo en solitario. Un disco producido por la EMI que pretendió mostrar una imagen renovada del artista. Sin embargo, el intento de la disquera por hacer de González la nueva estrella del pop latino terminó por sellar un LP ajeno y que dejó al sanmiguelino decepcionado: “La promoción fue horrible, me daba vergüenza, me costaba hasta salir a la calle”, decía.


El inicio de los noventa fue complejo. El 31 de octubre de 1991, Jorge González, uno de los músicos imprescindibles de la escena criolla, confirmaba en una entrevista la inminente disolución de Los Prisioneros con una frase que no dejaba espacio para la duda: “Se acabó, juntos no tenemos más que decir”.

Por entonces, el bajista aún cosechaba elogios por Corazones (1990), un disco visceral y honesto que selló su último empujón creativo junto al trío, entonces completado por Miguel Tapia y Cecilia Aguayo. Pero el éxito no era suficiente, y González lo sabía. Era el momento de dejar atrás al fantasma y emprender nuevos proyectos en solitario.

La EMI, sello que los acompañó desde 1985, estaba consciente del potencial del ex líder de Los Prisioneros, por lo que dejarlo ir no era una opción. Y tras impulsarlo a grabar el videoclip de Corazones rojos, Máximo Quiroz, uno de los ejecutivos de la disquera, se propuso convencer al sanmiguelino de firmar con ellos el contrato para iniciar una nueva etapa musical en su prometedora carrera.

Ídolos: Jorge González, a fondo
Ídolos: Jorge González, a fondo

Por entonces, Carlos Fonseca, antiguo mánager del conjunto, ya había afirmado estar “saturado” por los sabidos conflictos que se desataron en los últimos años de la banda. Sin embargo, en enero de 1992, figuraba reunido con González, Quiroz y el gerente de EMI-Chile en un hotel de Los Ángeles para discutir sobre lo que la compañía tenía para ofrecer. Un mes después, el músico firmaba un acuerdo con la EMI por seis años y cuatro discos. Un contrato inédito para la industria chilena, y que significaba la cifra más grande alguna vez ofertada a un artista nacional: cerca de 600 mil dólares que serían destinados a su proyección internacional. Pero las cosas estuvieron lejos de salir de acuerdo a los planes.

Jorge González se transformó en prioridad para la disquera. Su objetivo era transformar al rebelde ochentero en una verdadera estrella de la música latinoamericana, aunque eso significara disfrazar su real esencia en un molde lucrativo. Titulado homónimamente, arreglos sobreproducidos, melodías superficialmente más alegres y la imagen de un hombre positivo y renovado, González inauguraba su era solista con un disco que, en sus palabras, preferiría olvidar.

“El futuro funó”

Las proyecciones de la EMI eran gigantescas. Dentro del plan de marketing que acompañaría la difusión del álbum, estaba la intención de consagrarlo en mercados como el de México, Argentina, Estados Unidos y Venezuela. Y para conseguirlo, la necesidad de desligarlo de la banda era imperante.

Quizás por eso surgió la idea de llevar a cabo una promoción que mostró a un Jorge completamente distinto: casi todas las fotografías que acompañaban el proyecto lo mostraban sonriente, como un hombre nuevo, feliz y diametralmente distinto al joven contestatario que había revolucionado el rock nacional. Según una publicación del periodista y autor del libro Corazones Rojos Freddy Stock en El Mercurio, la EMI “creó en torno al artista una burbuja rosada de cambio y felicidad. González quedó con la cara dolorida de tanto reírse en fotografías promocionales y entrevistas de rigor”, en un intento por desligarlo abruptamente de la imagen “seca, amarga y contestataria que dejaron Los Prisioneros”.

El broche de oro fue el lanzamiento agendado en el Hotel Sheraton que, según afirmó el mismo músico, insinuaba su conversión en un baladista. “Eso evitó que mucha gente lo escuchara. Estoy apenado”, dijo al mismo diario en julio de 1993. Al final, todo el trabajo de la EMI fue en vano. La nueva imagen de González generó asperezas enuna parte no menor de su fanaticada que no terminaba de procesar su conversión al pop romántico, y en cuanto a números, logró cerca de 70 mil copias vendidas. Una cifra bastante lejana a la proyección de la disquera, que esperaba comercializar al menos 500 mil discos.

Jorge González
Jorge González

Tampoco pasó mucho tiempo para que el músico hiciera público su descontento con la producción del LP y, especialmente, con la estrategia promocional que tomó la compañía. “Yo escribí las canciones, pero casi no toqué, no participé de los arreglos”, confesó en una entrevista con la revista El Carrete en mayo de 1994. “Soy nada más que el cantante y el compositor. En ese disco puse oreja a cosas que me venían diciendo desde el inicio de Los Prisioneros, como que dejara que tocaran los músicos profesionales, que la compañía hiciera su trabajo… Bueno, lo hice así y resultó una cosa que era la nada”.

“La promoción fue horrible, me daba vergüenza, me costaba hasta salir a la calle. Encontraba que los singles que se eligieron, la manera en que se promocionaron fue nada que ver con lo que yo soy, he sido y siempre seré. No había para qué. Si hubiese sido un gallo que no tenía talento y al que nadie conocía, a lo mejor había que inventarle un cuento. Pero no era ese el caso, no había para qué hacer tanta faramalla. Nunca he tenido interés en ser Montaner, con el respeto que merece este artista. Él sabe hacerlo bien, yo no”, sentenció en la misma oportunidad. En cuanto a temáticas, lod escribió como “un álbum bien de bajón de drogas y ed alcohol. En él, yo trataba de escaparme de la última época de Los Prisioneros, en la que yo sentía tanta vergüenza de subir al escenario, que necesitaba mucho copete”.

Una pregunta que se repite en casi todos los medios: ¿Por qué aceptar todo y “venderse” a la industria? Algo sobre lo que González hizo más de un mea culpa. “Lo acepté porque me había comprometido a trabajar en equipo. Yo ya había perdido una banda y de alguna manera me culpaba de haberla perdido por cabrón. Ahora creo que, si tengo talento para producir discos, así como hice con los tres primeros de Los Prisioneros, tengo que apechugar. No tengo que pasear la inseguridad que me tira el medio, sino que tengo que escucharme a mí mismo”.

La producción musical del álbum también significó un problema, que llevó al artista a afirmar que se había equivocado en las composiciones. “Los demos eran maravillosos; la simpleza de la música y la letra se conjugaban muy bien con los arreglos. Pero, después, terminar con orquesta y con cuatro máquinas con 98 pistas, es casi obsceno. Yo decidí dar el vamos a todo eso, yo soy el responsable. Gustavo Santaolalla es un capo, pero yo debí haber tomado el disco por las bolas, como él mismo me decía y orientarlo, y no haber sido tan hippie y dejar que todo fluyera. Hay que ser respetuoso con las composiciones, darles lo que ellas piden y no alejarlas de su carácter. Lo mío siempre ha sido austero, y en ello está su grandiosidad”.

El compositor mantuvo su postura durante todas las conversaciones posteriores al lanzamiento del LP. Incluso aprovechó las pantallas de Televisión Nacional para reafirmar su descontento: “Todo el lanzamiento de mi disco fue una cosa bastante horrorosa de la que quisiera olvidarme. Tuve que tener mucha fuerza y coraje para poder volver a instalarme de la manera en que me gusta trabajar a mí, que es en otra onda”.

Con su siguiente disco, González demostró que la lección estaba más que aprendida. El futuro se fue (1994) trajo una propuesta diametralmente distinta, gestado en su casa y en medio de una crisis creativa, la adicción a las drogas y el nacimiento de su primer hijo. Un trabajo que, en palabras de la periodista Marisol García, fue “genéticamente incompatible con la palabra ‘hit’: crudo, violento y demasiado personal para ser ‘bonito’”.

E igualmente sería el fin de su relación contractual con EMI, cambiando los cuatro discos y seis años del acuerdo original por uno nuevo, que terminaba su obligación con la disquera en agosto de 1995. Consulado por El Carrete sobre la principal divergencia entre el primer y el segundo LP, el músico afirmó que “la mayor diferencia es que soy yo el que lo está haciendo. Estoy completamente ahí poniendo mi esfuerzo. En el anterior no”.

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