Succession dice adiós con un capítulo a la altura de una soberbia temporada final
Mediante un desolador y explosivo episodio de hora y media, la serie de HBO brindó un contundente cierre a la historia de la familia Roy y despidió una de las mejores ficciones televisivas del último tiempo. Ojo: con spoilers, aquí revisamos sus principales momentos.
En la última ocasión en que estuvo reunido junto a sus cuatro hijos –en un karaoke en el que Connor (Alan Ruck) llegó a ahogar sus penas–, Logan Roy (Brian Cox) les lanza una daga: “Los amo, pero ustedes no son personas serias”.
Aunque las tres temporadas previas de Succession tuvieron incontables momentos en que el patriarca de la dinastía Roy humilló a sus retoños verbalmente –y a cada uno le prometió que podría ocupar su puesto a la cabeza de la compañía que fundó–, ese es el instante en que los lastima de forma más frontal. Y, debido a que muere sólo unas horas más tarde a bordo de un avión, la herida que les inflige se torna más profunda.
El décimo y último episodio de su ciclo final evoca el feroz ataque de Logan (ojo: spoilers, a continuación). Lo expresa uno de sus herederos en los últimos minutos de la historia creada por Jesse Armstrong. Roman (Kieran Culkin), en una oficina de Waystar RoyCo, le dice a un desconsolado Kendall (Jeremy Strong): “Somos una mierda. No somos nada”. Y habría que añadir: no son nada y están condenados a una eterna disputa entre ellos producto de nunca haber estado a la altura de la gigantesca figura de su fallecido padre. Es la idea que se termina de cerrar con el impecable capítulo emitido esta noche en HBO y HBO Max.
Titulado With open eyes (Con los ojos abiertos), el episodio sitúa buena parte de su primera mitad en Barbados. Allí, en la casa de su madre, Roman se refugia tras haber colapsado en el funeral de Logan y haberse perdido entre la multitud que protestaba en las calles de Nueva York.
Tanto Shiv (Sarah Snook) como Kendall desean conocer su paradero con urgencia: al día siguiente se desarrollará la junta con el consejo en la que se votará aceptar la oferta de GoJo, la firma del volátil empresario sueco Lukas Matsson (Alexander Skarsgård). En la previa a esa instancia crucial, la isla se convierte de improviso en la sede de una reunión de los tres hermanos. El asunto comienza tenso, porque persiguen diferentes objetivos, pero experimenta un vuelco radical cuando se revela que Matsson no cumplirá su promesa y no designará a Shiv como su CEO.
Tras superar una conversación áspera, concluyen que trabajarán alineados para derribar el trato y que presentarán a Kendall como su carta para encabezar la compañía. En instantes que expresan el lado más armónico de su disfuncional relación, se bañan juntos en el mar, coronan a Kendall como “rey” –tras darle de beber una combinación fatal de alimentos– y vuelven a Estados Unidos convencidos de que su plan funcionará.
De regreso a Nueva York, acuden al departamento de su padre, ahora propiedad de Connor y Willa (Justine Lupe). En el inmueble ocurre una de las escenas más emotivas de toda la serie. Miran en la televisión un video en que Logan protagoniza una lúdica dinámica junto al resto de los ejecutivos de la empresa, los mismos a los que basureó tantas veces. El registro termina en la interpretación de una canción que conmueve a sus hijos hasta las lágrimas. Ya despidieron los restos de su progenitor, pero todo sigue tan fresco como en el segundo en que se enteraron de su muerte.
Esa es la calma antes de la tormenta. Mientras estaban en Barbados, Matsson no sólo cambió de opinión respecto a Shiv, sino que escogió a su (todavía) esposo como su carta para asumir como director ejecutivo. Optó por Tom (Matthew Macfadyen) no tanto porque valore sus capacidades, sino porque identifica que es alguien que se acomoda mejor a sus necesidades. En otras palabras: puede ser un mejor títere que Shiv.
En el día clave, Kendall, Roman y Shiv arriban confiados a la junta con el consejo. Han movido las piezas necesarias para conseguir que se rechace la oferta de GoJo y las cuentas parecen estar a su favor. Sin embargo, no contemplan que uno de ellos realizará un último movimiento que gatillará que esa idea se derrumbe.
Igualados seis a seis, el definitorio voto de Shiv queda en suspenso cuando colapsa y abandona la sala. Desencajada, anuncia que se inclinará a favor del trato. Lo justifica diciendo que no piensa que Kendall vaya a ser un buen CEO, aunque en verdad está escogiendo entre dos escenarios que la sitúan en una posición desfavorable: permitir que su hermano encabece el imperio o que lo haga su pareja y padre del hijo que espera. En ningún caso saldrá triunfadora, pero tampoco permitirá que otro con el apellido Roy lo haga.
Kendall le pide explicaciones, luego le ruega que lo reconsidere. Ella brinda una brutal réplica: “Te amo, pero no puedo soportarte”. Los tres aluden a que en algún momento Logan les prometió que sería su sucesor. La escena está dominada por los gritos y una tensión que escala hasta casi los golpes. De nuevo, resuena la frase del patriarca: “Ustedes no son personas serias”.
Y, como no lo son –y la ficción recuerda por enésima vez que es una gran tragedia–, finalmente la corona termina en la cabeza de otra persona. Shiv deberá lidiar con la traición (la que le cometieron y la que cometió) mientras su esposo ejerce como el preferido de Matsson. Roman luce feliz fuera del negocio mientras bebe una copa de Martini. Y Kendall padece las consecuencias de haber sufrido el golpe más duro de su vida. Es el dispar desenlace de los protagonistas de una de las series más extraordinarias de nuestro tiempo.
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