En los tiempos en que prevalecen las pantallas a toda hora, el poeta nacional Andrés Anwandter (49) adoptó una modalidad diferente para escribir sus poemas. “Como trabajo casi todo el día frente a una pantalla, cuando llega la noche, que suele ser mi hora de escribir, ya me duelen demasiado los ojos, así es que me cambio a alguna libretita: tengo varias, que voy llenando periódicamente y llevo conmigo cuando salgo a caminar. Pero también tomo otros apuntes en ellas, anoto datos, números de teléfono, hago dibujitos. Queda ahí entonces un rastro gráfico de mi vida que incluye entremedio versos, estrofas, y a veces poemas enteros, aunque necesariamente escuetos, dado los límites físicos del soporte de escritura”.
“Creo que llevaba demasiados años escribiendo directo al computador, donde los textos se me tienden a alargar indefinidamente. En pantalla uno está editándose todo el tiempo”, añade.
Esos trozos y retazos los fue acumulando a montones, y ahora acaban de ser publicados a través de la editorial independiente Overol. huelga decir, se llama el volúmen (sí, con minúsculas). En el volumen desarrolla una poética a base de frases breves, como si fueran unas fotos o unos haikus colocados cuidadosamente unos sobre otros.
“La ‘forma’ que prevalece en el libro ‒estos textos de tres líneas, dos líneas, una línea‒ se me impuso en una serie que escribí alguna vez y luego dejé en barbecho, por así decirlo. Releyéndola tiempo después me pareció que era una estructura mínima pero suficiente como para presentar sintéticamente pensamientos, percepciones o argumentos breves, una especie de silogismo poético, así es que me tincó seguir usándola. Adoptar una fórmula así te libera de tener tú mismo que desarrollar algo que decir ‒cuando se supone que ya todo ha sido dicho‒ porque la escritura se vuelve una búsqueda de algo que quepa en ella, literalmente algo para rellenar. Y de este ejercicio sale el “concepto” del libro también: la poesía como aquello que no hace falta decir”.
Anwandter es uno de los poetas chilenos más relevantes de la generación sub 50, amén de otros nombres como Rafael Rubio, Juan Santander Leal, Ivonne Coñuecar o Gladys González. Ganador del tradicional Premio Municipal de Poesía (2002), el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven (2014) y el Premio Mejores Obras Literarias (2019). De su trabajo, el fallecido crítico Juan Manuel Vial destacó “la fuerza de una propuesta llena de matices y absolutamente liberada de estridencias”. De hecho, su influencia ha sido tal, que uno de sus versos le dio el título a la novela de Alejandro Zambra, La vida privada de los árboles (2007). Tanto es así, que fue uno de los pocos que leyó (y comentó) borradores muy preliminares de Bonsái (2006).
Tal como en materia gris (2019) en este poemario Anwandter explora temáticas como la vida común, la paternidad o la misma escritura. ¿Por qué enfocar la mirada ahí? “No es una decisión libre explorar esos ámbitos, sino un arreglo pragmático. Yo hace años que trabajo la mayor parte del tiempo desde mi casa, llevo una existencia muy casera, y simplemente escribo sobre aquello que tengo más a mano y me da qué pensar, como es la pega, el aseo, la crianza, cocinar, etc”.
“De hecho, he llegado a concebir la escritura de poemas como una labor doméstica más. Una de las tantas cosas que ‘hay que hacer’, ojalá a diario, una necesidad, o mejor: una de las actividades esenciales para el mantenimiento de la realidad. Por supuesto que también se cuela en ella aquello que viene de los medios, de libros que estoy leyendo, o de conversaciones con amigos, pero todo es siempre abordado desde la domesticidad”.
¿Cómo describirías el estilo y la voz poética que utilizas en huelga decir?
Bueno, a pesar de la fórmula insistente, creo que hay varias voces poéticas y estilos distintos en el libro. Si da una impresión de unidad, ella se debe quizás a que en este conjunto de textos me preocupé menos que otras veces de la artesanía del verso, por lo cual creo que en general suena todo más prosaico comparado con libros míos anteriores. Los poemas están compuestos de líneas más que de versos propiamente tales, y lo que eventualmente se arma con ellas no aspira tanto al famoso vuelo poético sino a una lengua llana, aunque con las costuras medio descosidas.
Cuando uno lo lee, así como en otros libros tuyos, uno se topa con una especie de mini haikus continuos. ¿Es el haikú una forma relevante de poesía para ti?, ¿qué relación tienes con ese formato?
Me gustan mucho las formas breves en poesía, entre ellas el haiku. Ahora último justamente estaba leyendo a Santoka Taneda, que escribió haikus en estilo libre, mientras llevaba una vida mendicante, dedicado a caminar y beber sake. También me mandé la más reciente traducción al inglés de Basho, que pone bastante énfasis en el homoerotismo de su poesía, algo que al parecer sus traductores anteriores nos habían censurado. Ahora bien, a pesar de mi pasión por leer haikus, no creo que mis poemas funcionen siempre como lo hace dicha forma poética, como buscando capturar una percepción instantánea de un solo gesto, algo que parece más sencillo de hacer en japonés que en castellano. También me parece que tanto la obra de Basho como la de Taneda, por poner ejemplos, son inseparables de una visión budista que no necesariamente inspira lo que yo escribo. Textos gnómicos en los que sí pensé bastante mientras escribía este libro específico son los “Proverbios Morales” del poeta del siglo XIV Sem Tob de Carrión. Me fascina la sabiduría contenida en aparentes trivialidades como: “si non es lo quiero / quiera yo lo que es / si pesar habré primero / placer habré después”.
La poesía a menudo puede ser un medio para expresar emociones y reflexiones personales. ¿En qué medida este poemario refleja tu propia experiencia y perspectiva ?
Yo no puedo evitar escribir desde una situación particular, es decir, desde mi experiencia y perspectiva personales, pero en general no me interesa tanto la poesía como una expresión de las mismas. Para mí el quehacer poético se acerca más a jugar con el lenguaje que a intentar expresar algo con él. Y si esta noción de poesía se ve reflejada en la lectura del libro, me doy por pagado. Escribir poemas como una actividad no profesional ni especializada, sino al alcance de cualquier usuario de la lengua. Aunque se viva como una labor, se trata de juego, no de trabajo calificado. Y en lo que se refiere a la palabra, nadie es dueño de la pelota.
La selección del título de un libro puede ser significativa. ¿Por qué elegiste huelga decir y qué representa para ti?
Me gusta esa frase porque suena algo arcaica, de hecho yo no la uso cotidianamente, y también por la manera en que nos interpela: ¿será necesario agregar al mundo estas perogrulladas, esto que se supone todo el mundo ya sabe de sobra? Es una pregunta que en cierto sentido llama la atención sobre lo que hay en común entre autor y lector, más allá de la respuesta que nos merezca, que en mi caso es por supuesto afirmativa. Creo que lo poético reside justamente en el exceso, la redundancia. Ahora bien, en otro plano, el título también puede leerse como un homenaje al gran Patricio Manns y su canción “Palimpsesto”.
¿Qué esperas que los lectores encuentren o experimenten al leer huelga decir?
No tengo expectativas fijas sobre cómo debiera leerse el libro. Supongo que hay algo para distintos gustos: imágenes naturalistas, reflexiones estéticas o políticas, juegos de palabras, etc. Alguna gente supongo que se reconocerá en las alusiones a la pandemia y las cuarentenas, ya que el periodo que abarca la escritura del libro incluye los últimos tres años, o quizás sea eso lo que justamente se desea olvidar y la lectura resulte exasperante. Si alguien, al poco leer, quiere arrojar el libro lejos de sí, también me parece muy bien.
¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste al escribir este libro?
Más que escribirlo, porque esto al final era como poner piloto automático y meter todo contenido en un mismo molde, el desafío fue seleccionar las series de textos de un archivo que era dos o tres veces más extenso que el libro final. Como todos los textos se supone que versan sobre lo que está de más decir, no había buenas razones para eliminar ni mantener ninguno de ellos siguiendo el concepto del libro. Por esto agradezco trabajar con una editorial como es Overol, quienes finalmente agarraron el conjunto de textos y lo transformaron en un volumen de poesía.
Hace poco, también hiciste una traducción y epílogo de Distancia y proximidad, del poeta escocés Thomas A. Clark. ¿Cómo fue trabajar en eso?
A Thomas A. Clark le vengo siguiendo la pista hace más de veinte años. Su obra me parece muy importante y me asombra que no tenga la resonancia que merece, por ello quería aportar a su difusión con una primera traducción al chileno. En este caso, elegí algunos de sus textos en prosa, pero algún día quisiera echarle mano también a sus versos. El impulso para hacerlo fue el de compartir una escritura de la cual hay algo que sacar en limpio para los tiempos que corren.
¿Qué te llama la atención de Clark?
Muchas cosas: su cuidado por la materialidad de la escritura, su pasión por lo que es común, ordinario, accesible, el fundamento de su poesía en la acción de caminar por el paisaje, aunque sin romanticismo. Pero sobre todo me llama la atención el que no conozco a nadie que haya leído sus textos sin ser de alguna forma tocado por ellos. Y espero que ese influjo de Clark se encuentre todavía activo en estas traducciones.