La feroz batalla de Van Halen versus The Clash: quieren dinero
Hace 40 años el US Festival organizado por Steve Wozniak se convirtió en el mayor evento musical de los 80, enfrentando a dos de las mayores bandas del momento, en una especie de batalla ideológica entre consumismo y solidaridad. En medio de la trifulca y en el peak de su fama, David Bowie tomó palco llevándose la mayor recaudación. Esta es la historia de un evento multitudinario y pionero curiosamente olvidado.
El registro de los grandes festivales de todos los tiempos suele arrancar con Woodstock en 1969, para luego dar un salto en el calendario hasta llegar a Lollapalooza en los 90. Las dos versiones del US Festival entre 1982 y 1983, organizadas por el cofundador de Apple Steve Wozniak, rara vez figuran a pesar de haber convocado a más de un millón de espectadores en una remota zona de San Bernardino, California, junto con el estreno de mejoras y sistemas que se convertirían en regla en la música en vivo al aire libre. Entre ellos, el uso de pantalla gigante central y torres de amplificación a mitad del campo, para que toda la audiencia pudiera gozar del mejor sonido.
Empecinado en montar “el Super Bowl del rock”, Wozniak se asoció al histórico empresario de música en vivo Bill Graham para desarrollar estos eventos luego de fundar la empresa Unuson, una abreviación de la sentencia “unite us in song” (unámonos en una canción).
El ingeniero proclamaba que mientras la década de los 70 había sido la del “yo”, los 80 debían ser una etapa colaborativa donde el “nosotros” sería protagonista, gracias a la cultura desarrollada en torno a la computación y su irrupción en el hogar.
El cofundador de Apple dijo también que si la alianza entre música en vivo y aquella nueva era dominada por los ordenadores no daba resultados, volvería al rubro.
Hacia fines de 1983, tras perder más de diez millones de dólares en el US Festival, Steve Wozniak estaba de regreso en el negocio que le había dado fama y fortuna.
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La primera versión entre el 3 y el 5 de septiembre de 1982 fue dividida por estilos. El primer día se consagró a la new wave y el punk con Talking Heads, The Police, The Ramones, Gang of four y The B-52′s, entre otros. El segundo fue para el rock más convencional de artistas como The Kinks, Pat Benatar, Santana y The Cars, mientras el tercero ofrecía tintes nostálgicos con The Grateful Dead, Jackson Brown y Fleetwood Mac.
A pesar de las considerables pérdidas de aquella primera edición con entradas que bordeaban los 100 dólares a precio actual, apenas nueve meses más tarde, entre el 28 y el 30 de mayo de 1983, más una fecha del 4 de junio, el US Festival convocó nuevamente jornadas definidas por género. El primer día tuvo a INXS, A Flock of Seagulls y Men at Work, entre otros representantes de la new wave; el segundo fue para el heavy metal con Judas Priest, Ozzy Osbourne, Mötley Crüe y Scorpions, entre los más destacados, mientras la tercera jornada fue para el rock a secas con U2, The Pretenders y Missing Persons, entre otros.
Pero hubo tres artistas en el peak de su popularidad convertidos en un dolor de cabeza y una estocada en el bolsillo del US Festival.
Van Halen, The Clash y David Bowie.
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“(...) no se pagará a ningún otro artista más de lo garantizado por Van Halen y si algún artista recibe más que Van Halen, Van Halen será compensado a partes iguales”. El 14 de marzo de 1983 Noel E. Monk, manager de la banda californiana, había incluido esa cláusula en el contrato para el US Festival por un millón de dólares. La jugada parecía maestra. Todo ese dinero por apenas un show el domingo 29 de mayo.
Monk había acertado aunque descuidó algunos detalles. La suma era exorbitante y quedó registrada en el libro de récords Guinness -Van Halen ya tenía otro récord por un raider con exigencias de 53 páginas-, pero la banda había concluido la gira Hide your sheep el 11 y 12 de febrero, con un par de apoteósicos shows en Buenos Aires. Poner en marcha a Van Halen implicaba una serie de costos entre equipos, ensayos y promoción. Además, inspirados en las costumbres de The Rolling Stones en la gira promocional de Tattoo You en 1981, donde habían teloneado un par de fechas, decidieron organizar un fiestón previo al concierto con cuatro bartenders, bandejas con cocaína y 500 invitados.
Steve Wozniak estaba decidido a obtener la participación de David Bowie para cerrar el lunes 30. El astro británico disfrutaba la cima comercial. El álbum Let ‘s Dance, su versión de la new wave, había aparecido en abril del 83 y el single homónimo arrasaba, pero Bowie estaba en pleno tour europeo. La única posibilidad era que un 747 transportara la gira a Los Ángeles. La maniobra ascendía al millón y medio de dólares, incluyendo el pago del cantante.
Wozniak dio orden de conseguirlo como fuera, a sabiendas que la cláusula de Van Halen obligaría a igualar la suma. En resumen, David Bowie costó dos millones de dólares, si se agrega los 500 mil extras recibidos por la banda estadounidense, cuando exigió equiparar la tarifa.
David Bowie presentó un show acortado en media hora y no permitió su transmisión en audio y video, mientras Van Halen si asumió esos costos.
Un mes después del show, Eddie Van Halen definió toda la experiencia del US Festival como “un dolor en el culo”. “Sólo se habla de cuánta gente murió en nuestro día y de cuánto dinero ganamos”.
Efectivamente, una trata de drogas durante la jornada terminó con una persona muerta a golpes. Pero al guitarrista lo tenía más cabreado que el concierto se convirtió en una fuga de dinero. “Perdimos más de lo que valía la pena”.
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Los pagos a David Bowie y Van Halen llegaron a oídos de The Clash, cabezas de cartel del primer día. Los reyes del punk también disfrutaban de un extraordinario éxito gracias a los singles Rock the Casbah y Should I stay or should I go del álbum Combat Rock (1982), ensombrecido por turbulencias internas. La relación entre el guitarrista y compositor Mick Jones con el resto del grupo estaba completamente agrietada, el baterista Topper Headon había sido despedido por adicción a la heroína en 1982, y el reemplazo Terry Chimes, miembro del disco debut de 1977, sólo cubrió el tour correspondiente. Cuando fueron contactados para el festival, llevaban seis meses sin tocar. Peter Howard, de 23 años, respondió a un anuncio en la revista Melody Maker, convirtiéndose en el nuevo baterista.
Habían sido contratados por 500 mil dólares y David Lee Roth, advertido de la molestia de los británicos por el caché de Van Halen, insinuó en una conferencia de prensa que uno de los grandes hits del grupo era plagio.
“Me encanta The Clash”, aseguró Diamond Dave. “Me encanta ‘Should I stay or Should I go’, sobre todo porque me encantaba ‘Little Latin Lupe Lu’ de Mitch Ryder, hace tantos años”.
The Clash ofreció una ronda a la prensa alegando haber exigido a la organización donar 100 mil dólares de la venta de entradas en beneficio de los pobres de la zona, tras enterarse que los boletos costaban 25 dólares y no 17, como les habían dicho.
Descontentos por la paga a Van Halen, la comercialización del rock y el evento en sí, aparecieron en escena con dos horas de retraso. Ofuscados, colgaron un lienzo al fondo del escenario con la leyenda “Clash no se vende”.
Joe Strummer lanzó varias peroratas en contra del festival y el estilo de vida estadounidense, las mismas que años más tarde inspirarían a Jorge González al mando de Los Prisioneros.
“Sé que se supone que la raza humana debe arrodillarse ante toda esta nueva tecnología y besar los circuitos de microchips”, proclamó. “No me impresiona demasiado cuando no hay nada más que ‘compras (...) o mueres’. Ese es el lema de América”.
Los organizadores no dejaron pasar la oportunidad y proyectaron el cheque con el pago a The Clash por tocar una hora y cuarto. La banda salió enfurecida del escenario y se armó una gresca con el personal del festival porque se rehusaron al bis. Cuatro meses después Mick Jones abandonó el grupo.
“El único tipo con agallas todo el fin de semana fue Eddie Van Halen”, contó posteriormente Joe Strummer. “Porque con todo lo que estaba pasando, caminó solo, sin preguntar, hacia nuestro remolque, y se quedó allí sonriendo con las manos abiertas (...)”.
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“No se admiten vírgenes, fans de Journey, ni ovejas en el sendero”, rezaba el letrero de bienvenida al carrete montado por Van Halen en la previa al concierto. Las imágenes eran transmitidas en la pantalla gigante, una fiesta plagada de escenas absurdas y mal actuadas, con el bajista Michael Anthony intentando arrastrar una máquina de videojuego creyendo que era un mini bar, David Lee Roth simulando sexo semidesnudo en un piano, y Eddie Van Halen reventando globos con un cigarrillo.
Todo era mentira. La supuesta celebración había sido filmada una semana antes. Aún así, Van Halen organizó una fiesta previa al show y David Lee Roth, como muy rara vez lo hacía en territorio estadounidense en día de concierto, se emborrachó y llamó a los periodistas.
Encaramado en una mesa, lanzó malos chistes y repasó de nuevo a The Clash. “(...) intentan provocar un cambio cultural”, dijo con sorna.
Cuando Van Halen apareció en escena, Diamond Dave olvidó la letra de Romeo Delight, la primera canción de la noche. Errático, improvisó varios monólogos aburriendo y desafiando al público.
“Hey, compadre, no me tires chorros de agua”, alegó a un espectador. “Me voy a follar a tu novia, socio”.
En medio del concierto, le llevaron una botella de Jack Daniels, número habitual del acrobático cantante. “Quiero aprovechar este momento para decir que esto es whisky de verdad”, explicó visiblemente ebrio. “Los únicos que ponen té helado en las botellas de Jack Daniels son The Clash, nena…”.
El resto de la banda se lució adelantando brevemente material de 1984, el siguiente álbum que elevaría aún más la fama del grupo.
El último día U2 también hizo alusión al ambiente agitado por The Clash sin mencionarlos, en esta mezcla de crítica al mercantilismo mientras se cobra medio millón de dólares.
“Nadie me torció el brazo para estar aquí”, exclamó Bono desde el escenario. “Estoy aquí porque quiero estar aquí”.
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