Dinamita, túneles, explosiones: cinco momentos impactantes para entender la Toma del Morro de Arica
El 7 de junio de 1880 se llevó a cabo una de las batallas más recordadas de la Guerra del Pacífico. En solo 55 minutos, el ejército chileno -comandado por Pedro Lagos- tomó posesión de la inexpugnable fortaleza que protegía al Morro de Arica. Acá, un punteo al respecto.
Un campo minado
Hasta hoy, se le recuerda a la Toma del Morro de Arica, en 1880, como una de las operaciones clave de la Guerra del Pacífico. Los efectivos nacionales no solo tuvieron que pasar por sobre las fortificaciones Ciudadela y Fuerte Este antes de atacar la fortificación ubicada en la cima del cerro, el primer obstáculo que debieron enfrentar los soldados chilenos fue un campo minado.
Los explosivos terrestres fueron obra del ingeniero peruano Teodoro Elmore, y ello hacía inexpugnable la defensa del Morro. “Bajo la dirección de este, Arica se llenó de fosos, de minas automáticas, de túneles cargados con dinamita, lo cual agregado a las fuertes posiciones naturales y a los numerosos reductos artillados, la convirtieron en un lugar inexpugnable”, explica el historiador Gonzalo Bulnes en su clásico libro Guerra del Pacífico.
Sin embargo, la fortuna estuvo de parte de los chilenos, ya que en los primeros días de junio de 1880, y durante una partida de exploración, Elmore fue hecho prisionero. Los soldados estuvieron a punto de fusilarlo ahí mismo, enardecidos porque dos compañeros quedaron heridos por efecto de las minas, pero Elmore salvó su vida solo por la intercesión del ingeniero chileno Orrego Cortés, quien iba junto a las tropas nacionales y le pidió clemencia por la vida de Elmore al coronel Pedro Lagos, al mando del destacamento. Lagos accedió y Elmore salvó su vida, aunque se le mantuvo como prisionero. Ahí, se le confiscaron los valiosos planos de la red eléctrica que activaban las minas. Una información valiosa para lo que vendría.
El coronel que no quiso rendirse
Arica era una ciudad importante y se convirtió en un objetivo primordial para las aspiraciones de las fuerzas chilenas, una vez lograda la victoria en la Batalla de Tacna. “El objetivo de la campaña de Tacna, era conquistar los departamentos de Moquegua, Tacna y Arica, pero luego de la Batalla de Tacna, la última resistencia que quedaba era Arica. El objetivo era destruir esa fuerza, que era más o menos de 2 mil hombres”, explicó a este medio el historiador chileno Rafael Mellafe, especialista en Historia militar.
Además, según señala el periodista y escritor Guillermo Parvex, “Chile requería con inmediatez un puerto, por varias razones. La primera y más urgente, para poder evacuar hacia Antofagasta, Caldera y Valparaíso a los casi mil ochocientos heridos en la batalla de Tacna y más de mil enfermos graves, que habían contraído malaria en Moquegua”.
Por ello, el general el jefe del Ejército chileno, Manuel Baquedano, ordenó unos bombardeos sobre la ciudad, el 5 de junio. Pero resultó fútil, porque los cañones chilenos se colocaron muy lejos del objetivo. Entonces, el general envió al mayor de artillería Juan de la Cruz Salvo a ultimarle rendición al coronel peruano Francisco Bolognesi, a cargo de la defensa de Arica. El oficial, respondió con la fibra de quienes se sienten héroes: “Tengo deberes sagrados, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.
Una táctica sorpresiva
Al resultar inútil el bombardeo, Baquedano ordenó a Lagos que tomara la ciudad por asalto. Este, accedió, pero tenía un problema que no le comentó a su superior: según constata el historiador Gonzalo Bulnes en su libro Guerra del Pacífico, Lagos tendría solo 150 tiros por rifle para cada soldado, es decir, pocas municiones para llevar a cabo una tarea así.
Pero la escasez de municiones la suplió con una estrategia que resultó ser tan efectiva como sorpresiva para los rivales. Durante un nuevo bombardeo de Arica que se realizó el 6 de junio, y tras recibir el encargo de Baquedano, Lagos ordenó al regimiento Lautaro ir a la ciudad de Arica para hacer un reconocimiento de la fuerza peruana, pero con una instrucción clave: que fueran caminando por la costa.
La idea no era al azar. “Eso hace pensar a Bolognesi que el ataque principal va a venir por la playa, no por el otro lado”, explica Rafael Mellafe. Por eso, el jefe peruano decidió concentrar la mayoría de su fuerza en ese sector. Además, ordenó que los regimientos 3º y 4º de Línea, más el Buin, se fueran por el valle del Lluta hacia arriba y se dirijeran hacia Arica por atrás de los cerros, con el objetivo de no ser vistos por los vigías peruanos. Además que la caminata se hiciera de manera sigilosa.
Mientras tanto, Lagos ordenó otra operación. “Dejó a la caballería en el campamento en Chacalluta, con la única misión de mantener las hogueras encendidas en la noche. La idea era que los defensores del Morro pensaran que la fuerza chilena aún seguía ahí”, cuenta Rafael Mellafe. Así, al amanecer de 7 de junio, y tras caminar toda la noche, el 3º de Línea, tomó la derecha para enfrentar la Ciudadela, y el 4º de línea, hacia el Este. Una vez cerca, los efectivos comenzaron una desenfrenada carrera que pilló por sorpresa a los peruanos.
Esta táctica, Lagos la había aprendido de las campañas contra las mapuches, de quienes tomó sus tácticas sorpresivas en medio de los bosques tupidos del sur de Chile. “A mi gusto, Lagos es el mejor táctico de la Guerra del Pacífico -señala Mellafe-. Estuvo en la batalla de Tacna en la plana mayor de Baquedano, y tuvo un rol preponderante en el manejo de las divisiones en la batalla en sí misma”.
¿La Chupilca del diablo?
Un mito popular levantó la idea de que los soldados chilenos cumplieron de forma rápida su tarea debido a que habían consumido un brevaje conocido como “La Chupilca del Diablo”. Se trataba de un licor compuesto de pólvora y aguardiente que, se dice, causaba un efecto estimulante. Su nombre deriva de la bebida del mismo nombre compuesta por chicha y harina tostada.
Pero los especialistas desmienten categóricos su existencia. “Ese es un tremendo mito, la chupilca del diablo nunca existió. Ese es un invento que hizo Jorge Inostroza en su novela Adiós al Séptimo de línea”, afirma -categórico- Rafael Mellafe, autor precisamente del libro Mitos y Verdades de la Guerra del Pacífico (Legatum Editores, 2014), en que aborda ciertos pasajes del conflicto arraigados más en la cultura popular que en los libros.
“Está plenamente comprobado que nunca fue ingerida por las tropas chilenas ya que no existe ninguna fuente histórica primaria que mencione o siquiera insinúe la existencia y menos el uso de este brebaje o de algo similar”, agrega por su lado Guillermo Parvex descartando además cualquier otro uso de estimulantes.
Pedro Lagos, ¿muerto en la batalla?
En medio de la ceremonia conmemorativa del Día de las glorias del ejército en 2020, no en el Parque O’Higgins sino en el patio Alpatacal de la Escuela Militar (debido a la pandemia) el entonces Presidente, Sebastián Piñera tuvo un tropezón. Como tantos en su trayectoria política y que son conocidas como “Piñericosas”.
Mencionó que en el pasado hubo ocasiones en que efectivos del ejército dieron su vida en combate, “como lo hicieron, por ejemplo, el coronel Pedro Lagos en la toma del Morro de Arica, o el capitán Ignacio Carrera Pinto en la batalla de la Concepción”.
Sin embargo, Pedro Lagos Marchant no murió durante dicha batalla. En rigor, tampoco falleció en combate, sino que su deceso se produjo en Concepción en 1884, poco después de acabado el conflicto que enfrentó a Chile contra las repúblicas de Perú y Bolivia.
De hecho, Guillermo Parvex aseguró a este medio: “Durante toda la Guerra del Pacífico ocultó sistemáticamente que padecía de una grave enfermedad hepática, dolencia que le causó la muerte en 1884, apenas había concluido el conflicto”.
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