En una pequeña calle de Providencia se encuentra la Biblioteca Central para Ciegos. Cuenta con más de 3.500 títulos grabados con voz humana. Entre ellos hay ocho libros grabados en Punta Peuco: contienen la voz de Carlos Herrera Jiménez, ex agente de la DINE condenado por el doble asesinato del dirigente sindical Tucapel Jiménez y del carpintero Juan Alegría. Son grabaciones anónimas: 82 horas de audio registradas en su celda, donde es vecino de Álvaro Corbalán.
El escritor Matías Celedón (1981) supo de ellas hace 10 años. Fue a través de una serie de reportajes sobre la vida al interior de Punta Peuco, con motivo de los 40 años del golpe. Entonces quiso escucharlas, saber si acaso contenían señas o mensajes en clave.
Los títulos con la voz de Herrera Jiménez abarcan desde La divina comedia de Dante y Sueño de una noche de verano de Shakespeare a Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y El manipulador de Frederick Forsyth. También grabó una obra de contornos religiosos (Cómo superar el dolor, del sacerdote Marino Purroy Remón) y un ensayo constitucional de Francisco Cumplido (Teoría de la Constitución).
Autor de El Clan Braniff, Celedón escuchó las grabaciones con los libros respectivos en la mano, chequeando su fidelidad. No encontró alteraciones significativas, pero algunas frases le hacían eco especialmente, sobre todo por la identidad de la voz.
“Este libro va dedicado a todos aquellos que pasaron la mayor parte de su vida sumidos en la sombra”, es una de ellas. “¿Quiere oír algo gracioso? Es un preludio coral de Johann Sebastian Bach, apropiado para nuestra situación, pues está dedicado a los moribundos”, dice otra.
En un fragmento de otro libro, dos militares dialogan. “No quedan rastros de esa tumba. ¿Y quién va a decir que existió alguna vez?”, pregunta uno de ellos. “¿Así que decidieron hacer una tumba secreta?”, quiere saber el otro. “Exacto, y fue bastante fácil arreglarlo”.
-Fue en ese ejercicio de subrayar frases que me empezaron a resonar, conociendo su historia. Y empecé a preguntarme: ¿Es indiferente quién lee qué cosa? ¿Es lo mismo el lector que el narrador?
Ese fue el origen de Autor material, su nuevo libro. Publicado por Banda Propia, el relato reconstruye la historia de Carlos Herrera Jiménez a partir de archivos judiciales, de prensa y fragmentos de las grabaciones de libros que hizo en su celda. En cierto modo, la novela puede leerse como la escalofriante pesadilla de un personaje asediado por su conciencia y sus crímenes. El volumen cierra con información de contexto histórico y con un ensayo en torno al sonido y el valor de los archivos.
-Me pareció que ahí había un personaje con el cual uno podía ir bajando también a los distintos círculos que implica el pasado de este país y cómo operaron los aparatos de inteligencia. En el fondo, dónde quedaron esos personajes, esas voces, cómo se filtraron y se mimetizaron y hoy día circulan. Hay unos pocos que están en Punta Peuco, pero finalmente hay esquirlas de todo ese período que están en la piel de la sociedad.
Archivos y documentos
“Ingresé a la Escuela Militar en 1965 y me gradué como oficial de Ejército en 1970″, se lee en la primera parte del libro, armada de declaraciones judiciales de Herrera Jiménez. “En 1978, tras unos meses como oficial instructor en la Escuela Militar, fui destinado por criptograma urgente a la Central Nacional de Informaciones para hacerme cargo de la unidad que combatía al MIR”.
A inicios de los 80, Herrera Jiménez pasó a integrar la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), donde participó en el asesinato del presidente de la ANEF, Tucapel Jiménez. El dirigente sindical recibió cinco disparos en la cabeza y fue degollado en el taxi que conducía, el 25 de febrero de 1982. Su cuerpo fue hallado en Lampa. Un año después, para encubrir el crimen, fue asesinado en Playa Ancha el carpintero Juan Alegría, a quien lo hicieron redactar una carta suicida donde se inculpaba y luego le cortaron profundamente las muñecas.
En 1991 Carlos Herrera Jiménez salió de Chile en el inicio de la Operación Silencio. Fue detenido un año más tarde en Argentina. Entre 1997 y 1998 grabó los audiolibros que usa Celedón en Autor material. En esa época el ministro Sergio Valenzuela Patiño lo absolvió y Herrera pidió perdón. Pero la Corte Suprema removió a Valenzuela y designó al ministro Sergio Muñoz, quien lo condenó por ambos crímenes como autor de homicidio calificado.
Matías Celedón se interiorizó de las 82 horas de grabaciones, revisó también las carpetas judiciales y los artículos de prensa. Y procesó los diferentes archivos para elaborar un relato que interpela y estremece.
“Yo me preguntaba cómo hablar de otra manera de ese archivo, cómo utilizarlo literariamente. En la biblioteca de cada quien hay un correlato también de uno mismo, entonces en los mismos textos que él elige y en las frases que me resonaban, yo veía que había ecos de su propia biografía”, dice.
A partir de frases y escenas seleccionadas de los audiolibros, Celedón realiza un montaje que genera una dimensión oscura y opresiva, un reflejo literario del horror. Desde una perspectiva metafórica, también, rompe el código de silencio. La edición incorpora un código QR donde se pueden escuchar directamente las grabaciones con la voz del ex agente de la DINE.
En el libro el escritor se pregunta también por el sonido y la escucha. “¿Hasta qué punto las largas horas de escucha sometido a la voz implícita de un asesino pueden condicionar la historia (el relato o la narración) de un modo subliminal?”.
Matías Celedón observa que en las cintas hay omisiones y sustituciones menores. “Más elocuentes resultan sus silencios, las pausas, los cortes recurrentes que interrumpen su lectura atribulada y van secando esa temblorosa voz de mando”, anota.
Las cintas revisten un carácter documental con un contenido simbólico, apunta. “Más que reconstruir el pasado, me hace sentido ver cómo convivimos con él y cómo convivimos con la melancolía, con lo que no fue o con lo que pudo haber sido desde el extrañamiento, cómo vivimos un presente lleno de fantasmas, Y ese presente obliga a tratar de encontrar elementos sólidos a qué asirse y ahí aparece el archivo y la evidencia que son hoy día ruinas, restos, pero que tienen cosas que decir”.
Novela y artefacto, el libro encierra también una crítica “a cierto automatismo para trabajar temas de memoria, cierto sentimentalismo medio impostado o cierta militancia que muchas veces desactiva el poder político que tiene el arte”.
Junto con la reflexión en torno al archivo y al sonido como elemento narrativo, hay una valoración también del trabajo periodístico: " Me parece muy importante la labor que hicieron los periodistas para construir esas otras versiones que son tan ciertas como la verdad judicial o la verdad que nosotros queremos asumir políticamente como país”.