El Tanquetazo: la intensa historia del fracasado golpe contra Salvador Allende
El 29 de junio de 1973, hace 50 años, una sublevación del Regimiento Blindado Nº2, liderada por el coronel Roberto Souper, intentó realizar por su cuenta un golpe de Estado para derrocar a Allende. Para ello, se atacó La Moneda y el Ministerio de Defensa. Sin embargo, la intentona fracasó. Aquí, revisamos los antecedentes que llevaron al hecho, las causas del fracaso y los hechos políticos sucesivos, incluyendo el llamado del mandatario a plebiscito y las lecciones de los conjurados de cara al 11 de septiembre.
Contra su costumbre, Carlos Prats González se había quedado dormido. Su reloj solía despertarlo a las 06.30, pero su agotamiento y cansancio se acumulaban en exceso. No era para menos, ya que junto a sus funciones como Comandante en Jefe del Ejército estaba tratando de generar los acercamientos entre el gobierno de la Unidad Popular y la oposición para salir de la grave crisis institucional que afectaba al país. Ya había ocupado el cargo de ministro del Interior, en 1972, y por entonces, el Presidente Salvador Allende lo estaba sondeando para volver al gabinete, ahora en la cartera de Defensa.
Sin embargo, a las 9 de la mañana del frío viernes 29 de junio de 1973, sonó el teléfono junto al velador. Al otro lado de la línea le habló el coronel Rigoberto Rubio, secretario general de la Comandancia en Jefe. “Me advierte desde su oficina que el Batallón Blindado se ha sublevado y los tanques están atacando La Moneda y el Ministerio de Defensa”, recordó en sus memorias. En diez minutos, Prats se duchó, vistió y salió de su casa. Había que apagar el fuego.
Para esas alturas, la situación de la “Vía chilena al socialismo” estaba haciendo crisis. Así lo explica a Culto Mario Amorós, historiador español y biógrafo de Salvador Allende. “Las elecciones parlamentarias de marzo, en las que la Unidad Popular aumentó el número de sus diputados y senadores, habían mantenido el empate político entre el Gobierno y la mayoría opositora del Congreso Nacional. En las semanas posteriores se produjeron varios hechos políticos muy relevantes: el 12 de mayo, Patricio Aylwin fue elegido presidente de la DC y endureció la posición de su partido ante el Ejecutivo. El 20 de mayo, en Temuco, el Consejo Nacional de la organización fascista Patria y Libertad declaró, una vez más, que ‘el porvenir’ del país dependía de la determinación de las Fuerzas Armadas y les exhortaron a ‘resolver la disyuntiva de Chile’”.
Por entonces, ante la tensa situación, la idea de un golpe militar ya se estaba fraguando en las mentes opositoras. Así lo explica Amorós. “El 28 de mayo, la directiva del Cuerpo de Generales y Almirantes en retiro dirigió una carta al Presidente Allende en la que desafió su autoridad y prácticamente llamó a las Fuerzas Armadas a derrocar al Gobierno constitucional. Estaba también muy reciente un artículo publicado por Jaime Guzmán en la revista PEC con un título muy significativo: Los militares ¿árbitros o cómplices?. Y el 14 de junio, el Partido Nacional dio a conocer una declaración en la que decretó que Salvador Allende había dejado de ser ‘el Presidente Constitucional de Chile’”.
No era que Chile nunca hubiese vivido conatos o intentonas de golpes. Solo cuatro años antes, el 21 de octubre de 1969, ocurrió el llamado “Tacnazo” donde el general de brigada Roberto Viaux se acuarteló con el regimiento “Tacna” para exigir mejores condiciones profesionales. El movimiento terminó con un arreglo y Viaux encarcelado. También el “Ariostazo”, del 25 de agosto de 1939, contra el Presidente Pedro Aguirre Cerda. Una intentona de golpe militar liderada por el general Ariosto Herrera que fracasó estrepitosamente. Sin olvidar el “golpe blanco” que en 1924 obligó a Arturo Alessandri Palma a renunciar al cargo de Presidente y exiliarse 6 meses en Europa. Y ni hablar del levantamiento que derrocó a Carlos Ibáñez, en 1931, o el golpe contra Juan Esteban Montero, en 1932 y que derivó en la efímera “República Socialista”, la cual también fue derrocada con un golpe, dado por Carlos Dávila, quien a su vez también fue destituido por la fuerza.
Por esos días, en las disquerías chilenas todavía tenía fuerza el fenómeno de The Beatles. Lo que más se vendía era el single My love, de Paul McCartney y Wings, la banda que armó posteriormente a la separación de los Fab Four. Pero además aparecía el single Give me love (Give me peace on earth), de un contemplativo George Harrison. También sonaba la sensual I’m gonna love you just a little more babe, de Barry White. En los cines, se presentaba el western Vamos a matar con Django, que tenía al rudo Terence Hill en el papel principal.
Además, la prensa daba cuenta de la visita de una celebridad. Se trataba de la actriz mexicana Angélica María, la estrella de la telenovela Muchacha italiana viene a casarse, emitida por TVN desde 1972 y que era sensación en la época. De hecho, a su llegada al aeropuerto de Pudahuel (con 4 horas de retraso, como se consignó entonces) la esperaban muchos admiradores. “Hace diez años que me estoy preparando para venir a Chile y nunca había podido”, le dijo al reportero de la revista Ercilla que, con mucha paciencia, la esperó en el lugar. Aprovechando su condición de showoman, la actriz tenía en agenda algunas presentaciones en el país. Pero los acontecimientos posteriores la obligaron a cambiar de planes.
En el plano futbolístico, se informaba que Colo Colo ya tenía listo el presupuesto para la ampliación del estadio que por entonces se construía en el sector de Pedreros. De acuerdo al matutino LUN, la idea era construir un recinto con capacidad para 150 mil espectadores y que costaría mil millones de escudos. Se acababa de jugar la décima fecha del Campeonato Nacional 1973 y el cuadro del “Cacique” debió empezar a ponerse al día debido a la cantidad de partidos postergados por su histórica participación en la Copa Libertadores, donde llegó a la final ante Independiente de Avellaneda, cayendo en un tercer partido, a inicios de junio. Universidad Católica (con el joven Arturo Salah como uno de sus delanteros) cayó 2-1 frente a Unión Española, a la postre el equipo campeón a fin de año. Además, estaba contemplado que a la semana siguiente la selección nacional -al mando de Luis Álamos- comenzara los trabajos en pos del duelo definitorio con Perú, para las clasificatorias al mundial Alemania Federal 1974.
Como pasa actualmente, también la temporada de fichajes europea daba noticias. En frías salas de reuniones se sellaba el traspaso del talentoso volante alemán Günter Netzer del Borussia Mönchengladbach al Real Madrid en 650 mil dólares. Un dineral record para esos días. “Es la cifra más alta que se haya pagado por un fichaje en Europa”, comentaba la crónica de la revista Estadio Nº 1.561.
La asonada
Aquel viernes 29, a eso de las 9 de la mañana, el Presidente Salvador Allende se enteró de la sublevación del Regimiento Blindado Nº2 mientras se encontraba en su residencia de calle Tomás Moro. “Compañero Presidente, tenemos tanques aquí frente a La Moneda, en la Plaza de la Constitución”, le avisó por teléfono el subsecretario del Interior, Daniel Vergara, quien solía llegar muy temprano al palacio presidencial. Desde los balcones tenía una panorámica de lo que ocurría. Los blindados habían cruzado desde la Plaza Bulnes y rodeaban el perímetro del palacio.
La inesperada presencia de los tanques generó inquietud. La gente que circulaba a esa hora por las calles aledañas comenzó a agolparse en las veredas para presenciar lo que ocurría. “Los insurrectos toman entonces la determinación de despejar las calles, lo que llevan a efecto disparando sucesivas ráfagas de ametralladoras desde los tanques y algunos disparos de los cañones de 45 milímetros”, detalla la nota de La Tercera publicada en las primeras páginas de la edición del 30 de junio. Atemorizados, los transeúntes comenzaron a correr y pronto se vio caer a los primeros heridos por las ráfagas.
Apenas comenzaron los disparos, a las 9.05 de la mañana, los setenta carabineros de la guardia de Palacio tomaron posiciones. Al mando estaba el teniente Guillermo Pérez, quien distribuyó a sus hombres y además mandó a dos de ellos a izar la bandera chilena sobre el mástil que apuntaba hacia la Plaza de la Constitución. Junto a los detectives de investigaciones, formaron el grupo de defensa de la casa de gobierno. Mientras, el subsecretario Vergara tomó el teléfono y le informó a Allende que los sublevados les habían intimado a rendición, pero que la decisión en palacio era no hacerlo.
A las 09.20 de la mañana, ya al tanto de la situación, Salvador Allende se dirigió al país por radio. Ahí hizo un llamado urgente. “Un sector sedicioso se ha levantado. Es un pequeño grupo de militares facciosos que rompen con la tradición de lealtad. El Blindado Nº 2 dispara contra La Moneda. La guardia de palacio hace frente. Prats tomó las disposiciones necesarias. Llamo al pueblo para que tome las industrias, pero no para ser victimados. Que el pueblo salga a la calle, pero no para ser ametrallado. Que lo hagan con prudencia con cuanto elemento tengan en sus manos. Si llega la hora, armas tendrá el pueblo. Pero yo confío en las Fuerzas Armadas leales al gobierno”.
Poco después, a las 10.00 de la mañana, Allende nuevamente le habló al país por cadena nacional de radio. Ahí señaló a sus partidarios “esperen órdenes”, e informó de las maniobras que ya estaba efectuando. “Estoy en contacto constante con los jefes de las Fuerzas Armadas”. Además, dio cuenta de su convicción de que los partidos políticos no estaban interviniendo. “La gente de derecha está haciendo llamadas a la tranquilidad y a permanecer en las casas. Esto me parece bien, y no quiero vincular a ningún grupo de oposición con el movimiento subversivo”.
Mientras tanto, decidido a ponerle coto al alzamiento, el general Carlos Prats fue personalmente a organizar a las fuerzas para enfrentar la sublevación. Partió a la Escuela Militar, donde lo esperaba el general Guillermo Pickering, quien ya había pensado un plan para desbaratar el movimiento, el cual Prats aprobó. Consistía en apoyarse en otras unidades del Ejército contra los sublevados, para ello, se usaría al Regimiento “Tacna” para tomar el cuartel del Blindado. Hacia allá partió Prats para darle las órdenes al coronel a cargo. Todo marchaba bien. Luego, siguió su camino a la Escuela de Suboficiales, que también debería colaborar. Sin embargo, cuando Prats llegó al lugar, su director, el coronel Julio Canessa le comentó: “Hay oficiales que no quieren salir”.
Así lo recordó Prats en sus memorias. “Un mayor me expresa que ellos no están en rebeldía, pero que no desean disparar contra sus compañeros. Otro oficial me dice que tiene un hermano entre los oficiales del batallón Blindado”, y acto seguido, guardando la compostura, decidió imponer el peso de sus galones.
“Les expreso que ‘es una orden’ de la que yo soy el responsable exclusivo, porque como Comandante en Jefe tengo el deber de reprimir el movimiento sedicioso contra el gobierno, y que ellos -a su vez- tienen el deber de obedecerme. Los que no quieran hacerlo es porque están comprometidos con los amotinados. Y en tal caso, es mejor que me maten, porque yo iré a defender La Moneda encabezando a quienes quieran seguirme”.
Fue al escuchar las certeras palabras del general Prats que los oficiales que aún dudaban decidieron comprometerse. Así, a las 10.30 salieron los efectivos rumbo al centro. Prats, en su vehículo, avanzó por calle Dieciocho rumbo al centro de Santiago. Allí quedó claro que la figura del Comandante en Jefe sería clave para sofocar la intentona.
“Esta sublevación fue preparada al margen de los civiles y militares que desde hacía muchos meses pensaban y preparaban un golpe de Estado que acabara con el Gobierno de Allende y que eran conscientes de que, por las características de las Fuerzas Armadas, principalmente su estricta verticalidad de mando, requerían del concurso, o al menos de la neutralización, de sus principales mandos”, detalla Amorós.
El incidente de Prats en la Costanera
La sublevación se había gestado un tiempo atrás, a partir de la iniciativa de un par de oficiales del regimiento Blindado Nº2, el capitán Sergio Rocha y el teniente Guillermo Gasset. Estos contactaron a los dirigentes del Movimiento Nacionalista Patria y Libertad, quienes anteriormente ya habían intentado sondear a un general en retiro para encabezar una organización que llamaría a intervenir a las FFAA contra el gobierno de la UP. Una vez reunidos, comenzaron a tramar una asonada que se limitaba a atacar la casa presidencial de Tomás Moro y La Moneda para la que se precisaba apoyo civil.
Para su desgracia, el servicio de Inteligencia del ejército había detectado todos los movimientos de los conjurados. De inmediato el alto mando despachó medidas. Se citó a declarar a Rocha a la Fiscalía Militar, aunque quedó libre. Mientras, la mañana del miércoles 27 de junio el general Prats reunió al cuerpo de generales y les informó que iba a relevar al teniente coronel Roberto Souper, el jefe del regimiento, por su responsabilidad de mando. Días antes él mismo les había notificado de las tratativas de Allende de participar en el gabinete, pero que se había negado.
Ese mismo día, a eso de las 15.00 horas, Prats subió al asiento delantero derecho de su Ford Azul, de la comandancia en jefe y bajó hacia el centro de Santiago. Cuando el chofer tomó la Costanera, el general notó algo extraño en el camino. Le hacían gestos. “Poco antes del cruce del Canal San Carlos hasta cerca de la Compañía de Cervecerías Unidas fortuita o concertadamente personas que viajaban en tres o cuatro automóviles se alternaron en hacerme gestos groseros o en lanzarme epítetos obscenos”, contó el mismo en una declaración pública.
Ante un semáforo en rojo, el auto del General quedó a la par de una Renoleta Roja. Desde el interior, unos sujetos le hicieron gestos de burla. Fue así, que tras un rato, Prats reaccionó. “Al cambiar a luz verde el semáforo y al rodar paralelamente nuestros vehículos, continuaron insistentemente en su actitud. Tomé, entonces, el revólver del conductor, intimándolos a detenerse y a darme explicaciones”. Disparó, según él, solo un tiro “con la intención que se detuvieran”.
Allí se dio cuenta que la persona que manejaba la Renoleta era una mujer, identificada como Alejandrina Cox (por su cabello corto, el general había pensado que era un hombre). Prats se bajó a pedirle excusas, pero de pronto, se vio rodeado de una turba. Lo increparon e insultaron groseramente, hasta pincharle las ruedas de su auto. Logró salir gracias a un taxista que pasaba por el lugar. De inmediato se fue a La Moneda para presentarle su renuncia al Presidente Allende, quien no se la aceptó. Para respaldarlo, no solo lo confirmó, sino que además decretó Zona de Emergencia para todas las provincias del país, asegurando que lo ocurrido en la Costanera “no era un hecho casual y espontáneo”.
La Zona de Emergencia, era uno de los estados de excepción constitucional. Se autorizaba la ejecución al Presidente de la República en el artículo 23 de la Ley Nº 7.200 de 1943 “en los casos de peligro de ataque exterior o de invasión, o de actos de sabotaje contra la seguridad nacional; casos en los cuales se podrán aplicar las disposiciones del N.° 13 del artículo 44, y 17 del artículo 72 de la Constitución contra las personas u organizaciones que realicen actividades de tal naturaleza”.
Además, la declaración de la Zona de Emergencia permitía adoptar “medidas necesarias para mantener el secreto sobre obras y noticias de carácter militar”, como por ejemplo, una que llegaba hacia la prensa. “Prohíbense, mientras dure el actual conflicto, la difusión y publicación de noticias de carácter militar y del movimiento de barcos de nacionalidades extranjeras”. Una disposición similar ya se había empleado durante los tensos primeros días de septiembre de 1931, durante el frustrado episodio del alzamiento de la marinería en Coquimbo.
La Zona de Emergencia llegaba junto a otra noticia. El jueves 28, se informó de los detalles del complot de Rocha. “El general Mario Sepúlveda Squella, jefe de la zona de Emergencia, reveló que se había detectado un fallido cuartelazo. Era de personal de baja graduación. Implicados y antecedentes estaban ya en poder de la Fiscalía Militar”, informó Ercilla en su edición nº1.981 del 4 al 10 de julio de 1973. Pero no todos le creyeron. En tanto, Rocha, quedó detenido en el Ministerio de Defensa.
Por ello, es que finalmente Souper encabezó la sublevación sin más apoyo. Fue entonces una aventura al estilo de la asonada militar clásica del siglo XX latinoamericano. Así lo explica el periodista Alfredo Sepúlveda, académico de la Facultad de Comunicación y Letras de la UDP. “El resto de los oficiales que se había plegado al movimiento estaba preso; los había detectado la dirección de inteligencia del Ejército y el que llevaba el pandero en esto, que era un capitán de apellido Rocha estaba detenido en el ministerio de Defensa”.
Eso explica la actividad de los tanques la mañana del 29. “Souper, que era el general a cargo del regimiento de Blindados, decide sacar los tanques a La Moneda porque ese día lo iban a dar de baja, por responsabilidad de mando -agrega Sepúlveda-. Todo esto fue muy rápido. El día anterior el Ejército había dado a conocer públicamente que había sofocado la intentona, pero eso se interpretó como una operación de comunicaciones para salvar a Prats del bochorno que había experimentado en la Costanera, cuando le disparó a una mujer que le hacía morisquetas desde otro auto”.
Se sofoca el Tanquetazo
Mientras los sublevados disparaban ubicados frente a La Moneda y al edificio del Ministerio de Defensa, caían los primeros heridos y fallecidos. Vicente Vergara, un fotógrafo del popular diario Clarín (“Firme junto al pueblo”) fue impactado por un proyectil en la espalda, mientras fotografiaba en calle Amunátegui. “Sonó un disparo hecho por un civil. Luego un militar corriendo disparó al aire. La gente salió desde los edificios y rodeó al militar. Yo también me acerqué al grupo…de repente sentí como si me hubiesen clavado un puñal por la espalda y sentí campanas en la cabeza. No me di cuenta de inmediato que había sido herido hasta que sentí algo caliente por la espalda”.
Junto a Vergara estaba Guillermo Moreno, el chofer del auto que lo condujo al centro, quien resultó ileso. Relató que en el lado derecho de la Alameda (el costado sur) tuvo que irse contra el tránsito porque estaba ocupado por los militares sublevados. Así llegaron a Amunátegui, donde vieron a un tanque apuntando al Ministerio. “Sonaban disparos por todos lados y la gente huía despavorida”, declaró al Clarín.
Vergara fue conducido herido a la Posta Central, en la avenida Portugal. Afortunadamente, la bala había entrado y salido de su cuerpo. Ese factor, más el oportuno trabajo médico, le permitieron sobrevivir. Sin embargo, mientras se encontraba en camilla se enteró de algo. “Fui el quinto herido en llegar a la posta. Me contaron que había un camarógrafo sueco muerto y que su compañero estaba tratando de conseguir el material que había alcanzado a filmar”.
En rigor, Leonardo Henrichsen era sueco-argentino. Cerca de las 10 de la mañana se encontraba filmando frente al añejo portón del edificio del Banco Central, en Agustinas casi esquina Morandé. Ahí enfocó a un grupo de sublevados que se encontraban en el sector, pero sería lo último que alcanzaría a grabar en vida. Así lo comentó un funcionario del Banco en la crónica de La Tercera.
“Trataba de enfocar hacia el tanque y un soldado le dijo que se detuviera. Él alcanzó a gritar: ‘¡Soy periodista!’ y siguió avanzando. A su lado iba una joven alta rubia. De pronto, el soldado hizo fuego y el periodista se desplomó con una herida en el pecho. Todavía en el suelo, siguió repitiendo que era periodista. Se acercó uno de los soldados y le sacó la cámara”. Henrichsen había filmado su propia muerte. Sus restos fueron trasladados hacia Argentina la tarde del día 30, en un avión fletado por el Ministerio de Bienestar Social trasandino.
Con el paso de las horas, la confusión fue tal que la gente decidió juntar provisiones. “Largas filas de automovilistas frente a las bombas de bencina -informaba Las Últimas Noticias en su número 22.563 del sábado 30 de junio- preocupación por obtener parafina o gas licuado; cortes parciales de energía eléctrica y de agua potable en algunas sectores del barrio alto de la capital y una gran congestión en las plantas de las líneas telefónicas”.
Durante toda la batahola, Allende permaneció en su residencia de Tomás Moro, la que estaba fuertemente custodiada por la guardia de Carabineros, armados con tanquetas y ametralladoras. Tanto fue así que incluso el excanciller Clodomiro Almeyda tuvo dificultades para acceder a la casa. A las 11.30, según la crónica de La Tercera, el mandatario salió en helicóptero rumbo a la Escuela Militar. Ahí se mantuvo monitoreando los hechos.
A esa hora, el general Prats ya se encontraba en la Alameda. Decidido, se había propuesto sofocar el alzamiento antes del mediodía. Armado de una subametralladora Thompson bajó del automóvil dispuesto a llegar hasta el final. Lo acompañaba un grueso contingente conformado por los regimientos Buin y Tacna y de las escuelas de Infantería, de Suboficiales, de Telecomunicaciones, de Paracaidistas y Fuerzas Especiales. Lo acompañaban el general Guillermo Pickering, y otro que se mantenía silencioso. “El general Augusto Pinochet se dirigió temprano al Regimiento Buin y encabezó desde un jeep la columna de vehículos militares que se puso en marcha hacia La Moneda”, comenta Mario Amorós.
En sus memorias, Prats recuerda que desde un primer momento pensó en ir a hablar personalmente con los amotinados. “Es un riesgo calculado inevitable dentro del plan que me he trazado. Porque si me pongo a esperar el ataque de la Escuela, el combate podría prolongarse, con los peligros que había previsto: un volcamiento de la situación”. Estaba tan decidido que relata que antes de enfrentarlos, recibió la absolución del Capellán del Ejército.
Esa mañana, el joven Guillermo Pickering de la Fuente, quien décadas más tarde será subsecretario de Obras Públicas y del Interior durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del general del mismo nombre, se encontraba en el colegio mientras ocurría todo el alzamiento en el centro. “Ese día, mi papá salió temprano a la Escuela Militar porque fue informado del alzamiento. En la tarde supe todos los detalles”, comenta al teléfono con Culto. El general Pickering era uno de los hombres de confianza de Prats, y seguidor de la línea constitucionalista que antes también pregonó el general Schneider.
“Mi papá era un militar profesional, jerarquizado, obediente y no deliberante, como decía la Constitución del 25, no era político. Tenía una muy buena opinión de Prats, le tenía gran admiración porque era un muy buen profesional y tenía gran prestigio en el Ejército. Era su Comandante en Jefe al que le debía obediencia y lealtad”, señala Pickering hijo.
El general Pickering acompañó a Prats a enfrentar directamente a los blindados ubicados en la esquina de Teatinos con Alameda para exigirles rendición. “Ahí mi papá tuvo un rol fundamental -señala Pickering hijo-. Fueron dos tanques, el general Prats fue a enfrentar a uno y el otro le tocó a mi papá”. En sus memorias, Prats relata el momento. “El comandante de tanque nos apunta con su ametralladora, pero no dispara. Le ordeno bajar e identificarse, y le digo que debe cumplir mis órdenes y que se entregue a la Escuela de Suboficiales. Sucesivamente, repito mi gesto con otros tanques y carros de combate, ubicados en el lado sur de La Moneda. Al llegar donde se encuentra el teniente Garay, este se resiste a cumplir mi orden y retrocede, preparando su arma para dispararme”.
El desenlace pudo ser fatal sino fuera por la oportuna acción del mayor Osvaldo Zavala, quien seguía la acción a pocos metros. “Al observar la actitud de Garay, salta por detrás de él, le pone su pistola en la sien y lo desarma”.
Así, a base de un trabajo de hormiga, tanque a tanque -y antes del mediodía-, Prats logró desarticular a los vehículos. El Tanquetazo fue sofocado. Algunos blindados, en vez de rendirse en el acto ante el general, simplemente huyeron. A las 11.40 apareció el ministro de Defensa, José Tohá, quien junto al general Pickering procedieron a calmar a la multitud que se encontraba en la Alameda gritando consignas a favor de Salvador Allende. “¡Crear, crear, poder popular!”, se escuchaba en el centro.
Para Alfredo Sepúlveda, Prats fue la figura clave de la jornada, aunque “le costó convencer a los otros oficiales de que debían salir a reprimir a sus propios compañeros de armas -apunta-. De hecho, siempre estuvo la duda de que lo fueran a hacer, por eso es que el propio Carlos Prats aparece personalmente con sus generales más fieles, entre ellos Pinochet, frente a los tanques, y los conmina a la rendición. Los golpistas terminan leyendo el escenario y se dan cuenta de que una cosa es disparar contra el gobierno, otra contra su propio Comandante en Jefe, así que Prats termina desarticulando el golpe”. Por su lado, Mario Amorós, apunta a la figura de Prats como la decisiva de la jornada. “La autoridad y la firmeza del general Prats fueron determinantes para aplacar la insurrección en muy pocas horas”.
Un Estado de sitio fallido y un Plebiscito
Allende ingresó a La Moneda por la puerta principal a las 12.30, tras bajar por calle Morandé, cuando la situación ya estaba controlada. En La Moneda hubo daños, 500 impactos de bala y 60 vidrios rotos, según Clarín. En total, la jornada dejó 22 muertos, 7 de ellos correspondientes a militares, y 40 heridos. Desde ese momento, comenzó a rondar la idea en el gobierno de decretar Estado de sitio para poder controlar la situación. Incluso, como se puede apreciar en el documental La batalla de Chile, el mismo Carlos Prats se lo planteó al ministro José Tohá.
Los dirigentes de la Democracia Cristiana se enteraron de la idea por el mismo Allende. Se habían reunido en la casa del diputado Bernardo Leighton, en la calle Martín de Zamora de la comuna de Las Condes (donde fueron recibidos con tacitas de café), apenas surgieron las primeras noticias del alzamiento. Tras definir su posición, el senador y presidente del partido, Patricio Aylwin, llamó al Presidente Allende a La Moneda pasado el mediodía, para manifestarle que, manteniendo su clara oposición al gobierno, repudiaban cualquier intento de golpe de Estado y mantenían su adhesión al régimen constitucional.
Según la crónica de revista Ercilla en el número ya citado, Allende respondió que la situación estaba bajo control, y le anunció que enviaría ese mismo día al Congreso el proyecto para establecer el Estado de sitio por 6 meses, para el que esperaba la “aprobación urgente” de la DC. Aylwin le señaló que la posición del partido se analizaría en el consejo que estaba citado esa misma tarde, pero que podrían aprobar el proyecto siempre y cuando fuese por un tiempo menor y que el Ejecutivo cambiase la composición del gabinete. Allí la conversación se volvió tensa, Allende remarcó que el gabinete contaba con toda su confianza “y que el PDC hiciera lo que quisiese”.
Así, como era de esperar, la idea del Estado de sitio no prosperó. “La Democracia Cristiana se negó a respaldar esta medida en el Congreso Nacional -señala Mario Amorós-. El 30 de junio, en una declaración pública, el Consejo Nacional de la Democracia Cristiana resolvió denegar su apoyo a la declaración del estado de sitio (un recurso concedido a Gobiernos anteriores en situaciones mucho menos graves) entre otras razones porque las Fuerzas Armadas controlaban la situación y respaldaban el orden constitucional de la República”.
Alfredo Sepúlveda agrega: “La Democracia Cristiana desconfiaba profundamente del gobierno; estaba convencida de que, por debajo, Allende apoyaba a los grupos armados de izquierda –de hecho Allende, en sus alocuciones radiales del día del Tanquetazo, da a entender, algo oblicuamente, que estos grupos tienen cierto poder de fuego--. Por lo tanto, la DC interpretó que otorgar facultades extraordinarias al gobierno era darle carta blanca a estos grupos armados. La narrativa que se instaló en la oposición era que el Tanquetazo había sido protagonizado por unos militares un tanto zafados, y que el verdadero peligro de guerra civil era el MIR y los trabajadores de los cordones industriales, que a su juicio, se estaban armando con la venia del gobierno”.
Ese 29 en la tarde, cuando el sol invernal ya se ponía, una multitud se congregó frente a la Plaza de la Constitución a escuchar el discurso del Presidente Allende, tras haber salido victorioso de la jornada en que su gobierno pudo haber caído. Ahí, reafirmó el carácter de su gobierno. “Compañeros, ya sabe el pueblo lo que reiteradamente le he dicho. El proceso chileno tiene que marchar por los cauces propios de nuestra historia, nuestra institucionalidad, nuestras características, y por lo tanto el pueblo debe comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho, haremos los cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad, lo cual no significa ni significará tolerancia con los anti demócratas, tolerancia con los subversivos y tolerancia con los fascistas, camaradas”.
En ese momento, se escuchó un grito: “¡A cerrar, a cerrar, el Congreso Nacional!”, en alusión al desempeño de la oposición en el Parlamento, decidida a bloquear al gobierno. Para Mario Amoríos, ahí el Mandatario demostró su compromiso con la institucionalidad. “El Presidente Allende reafirmó sus convicciones democráticas y, cuando escuchó las consignas que reclamaban la clausura del Congreso Nacional, que la oposición había convertido en una verdadera trinchera (como lo demostraría, de nuevo, el 22 de agosto siguiente con la declaración golpista que aprobaron), señaló que no lo haría”.
Allende lo manifestó sin ningún rodeo: “Tienen que entender cuál es la real posición de este Gobierno: no voy ‐oiganlo bien y con respeto‐ no voy a cerrar el Congreso, porque sería absurdo. No lo voy hacer”.
De ahí el Mandatario hizo un anuncio importante. “Si es necesario, enviaré un proyecto de Ley para llamar a un plebiscito para que el pueblo se pronuncie”, señaló entre vítores. Para Amorós, esta iniciativa se entiende dentro de la idea allendista de defensa de la democracia. “De ahí, que planteara como opción un plebiscito”. Sin embargo, para Alfredo Sepúlveda esto no está tan claro. “A mi juicio este es un episodio bastante extraño. Allende tenía un plebiscito pendiente: era el que la oposición le pedía para cerrar el tema de la promulgación de la ley ‘Hamilton-Fuentealba’, que Allende no quería promulgar porque dejaba en manos del poder legislativo la facultad de expropiar empresas privadas. La Constitución decía que esta desavenencia se resolvía mediante la promulgación o plebiscito”.
“El gobierno no estaba de acuerdo, por cierto, con esta interpretación, por lo que la idea de ‘llamar a un plebiscito’ que existía entonces era una de las causas de la oposición. Esa noche Allende invoca la palabra plebiscito, pero ciertamente no se refiere a la Hamilton-Fuentealba. A mí no me queda claro a qué se refiere, porque si era sobre cerrar el congreso, como pedía el público, eso era abiertamente inconstitucional, además Allende mismo esa noche dice que no cerrará el Congreso (tampoco tenía atribuciones para hacerlo). Tampoco podía ser un plebiscito sobre la continuidad del gobierno. La verdad, es una zona gris de la historia; yo no he logrado entender a qué se refería, o qué tenía en la cabeza”, agrega.
Tras el alzamiento, ese mismo día se decretó Toque de queda en la provincia de Santiago, gracias a las facultades de la Zona de Emergencia. La medida regía desde las 23 horas hasta las 6 de la mañana del día siguiente. Esta iniciativa, junto a la incertidumbre que rodeó los acontecimientos golpeó a los espectáculos que animaban la vida nocturna de la capital. La mexicana Angélica María, muy asustada tras presenciar el alzamiento desde el Hotel Carrera donde estaba alojada (es decir, a pasos de La Moneda), redujo a dos sus presentaciones en Chile, además de cumplir con la grabación de un especial que tenía pactado con TVN. La ópera rock Jesucristo Superestrella, no pudo ser vista en el Gran Palace, pero se reagendó para los días posteriores.
Las conclusiones de los conjurados
Por el intento fracasado de golpe, el mismo viernes 29 a eso de las 16.00 horas cinco integrantes del Movimiento Nacionalista Patria y Libertad (Pablo Rodríguez Grez, John Schafrer, Benjamín Matte, Manuel Fuentes Wenling y Juan Eduardo Hurtado Larraín) se refugiaron en la Embajada de Ecuador, donde pidieron asilo político el que les fue concedido días después. Con ello demostraban claramente haber estado involucrados en el complot. Por su lado, entre los militares la idea de un golpe no desapareció, y los conjurados sacaron varias lecciones de cara al putsch que se preparaba entre pasillos y reuniones.
Así lo explica Mario Amorós: “Principalmente, el Tanquetazo demostró que, a pesar de la escalada de denuncias de la oposición sobre el ‘ejército paralelo’ que la izquierda estaría formando y los ‘grupos armados’ de los que supuestamente disponía, esta carecía de una fuerza militar propia y solo podía ser capaz de oponer resistencia a una intentona golpista, con la movilización de las clases populares, si una parte de las Fuerzas Armadas permanecía leal a sus obligaciones constitucionales y a la defensa del sistema democrático. De ahí, los esfuerzos de Merino y Arellano a fines de agosto de 1973 y en los primeros días de septiembre por involucrar en la preparación del golpe de Estado al general Pinochet, nuevo Comandante en Jefe del Ejército, para evitar la división de la principal rama de las Fuerzas Armadas y, una vez comprometido Leigh como jefe de la FACh y neutralizado el almirante Montero en la Armada, asegurar así el éxito de la sublevación”.
“Recordemos, no obstante, que tanto la trama civil como la militar del golpe de Estado no descartaron, sino que se prepararon ante la posibilidad de que el golpe derivara en una guerra civil. Por eso, Roberto Kelly (uno de los hombres de confianza de Agustín Edwards) y, por otra parte, los principales dirigentes de Patria y Libertad se entrevistaron con jerarcas de la dictadura militar brasileña en agosto. Por eso, la noche del 10 de septiembre desde el núcleo de la conspiración se contactó con un funcionario estadounidense en Santiago para preguntar si Washington les ayudaría a partir del día siguiente ‘si la situación se complicaba’”.
Por su lado, Alfredo Sepúlveda también se refiere a este punto: “El Tanquetazo es el último intento ‘informal’, digámoslo así, de dar un golpe de Estado. Hacer uno es extremadamente difícil, y el fracaso del Tanquetazo lo demuestra. El Tanquetazo además viene en la línea de la tradición golpista chilena del período 1932 – 1973, en que se trata de cuartelazos dirigidos por oficiales medianamente populares entre sus filas: desde el “Ariostazo” de 1938 hasta el “Tacnazo” del general Viaux en 1969 habían sido así. Creo que la lección que sacan los oficiales de alto rango que están planificando algo en serio (Bonilla, Arellano Stark, Merino, Yovane, Leigh) es que el golpe exitoso requiere, sí o sí, de la participación de los comandantes en jefe”.
“A finales de agosto van a tener a Leigh en la Comandancia en Jefe de la Fuerza Aérea. Merino va a dar un golpe interno en la Armada para quedarse con el cargo y junto a Leigh convencerán a Pinochet de unírsele, que también había sido investido como Comandante en Jefe a fines de agosto -agrega-. Las Fuerzas Armadas, digamos, ‘se cortan la cabeza’ de los comandantes constitucionalistas y ponen en su lugar a jefes que se deciden a dar el golpe de septiembre, que usará a los aviones y a los cohetes como prueba radical de que no estaban ‘jugando’, en comparación con lo que fue el tanquetazo – consideren que los tripulantes de los tanques no usaron los cañones, solo las metralletas de sus vehículos”.
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