Lo había intentado una y otra vez, pero hacia el anochecer del 5 de julio de 1954, Elvis Aaron Presley se sentó un rincón. Estaba frustrado porque todavía no conseguía grabar una canción. Se había pasado por el estudio de Sam Phillips, para grabar algo como regalo para su madre. Ya tenía alguna experiencia en grabaciones, pero no era ni de lejos un veterano. Así, se había pasado todo el día intentando registrar alguna cosa, pero el resultado no convencía.
Acaso el carácter retraído de Elvis, un joven camionero de 19 años oriundo de Tupelo, Misisipi, y el hecho de que apenas conocía a los músicos que lo acompañaban, eran suficientes como para sumar tensión al hecho de cumplir con los horarios de un estudio. El joven Presley solo había cantado una vez acompañado por el guitarrista Scotty Moore y nunca había visto al bajista Bill Black. Y ahí estaban, intentando una y otra vez apuntarle a algún viejo blues o un olvidado tema country.
Elvis había llegado al estudio por la mañana. Cuando la asistente Marion Keiser le preguntó cuál era estilo de la música que iba a grabar, el muchacho no supo qué decirle. Le gustaba cantar, pero tenía sus intereses en demasiados platillos a la vez; disfrutaba del country, admiraba a los viejos bluseros, se las batía con el góspel y hasta se detenía a escuchar a los músicos de jazz que se topara en el camino.
Keiser, más atenta a la situación, se levantó y le comentó a Sam Phillips que en el estudio había un muchacho blanco que quería grabar música de negros. Era exactamente lo que Phillips buscaba. Deseaba expandir la contagiosa y enérgica música del sur, pero sabía que necesitaba un cantante competente y que fuese aceptable para el público. Y eso, en el EE.UU profundo de la postguerra, solo significaba una cosa; tenía que ser blanco.
Acaso por esa mezcla difusa de influencias, Elvis manejaba un repertorio amplio. Frustrado por no lograr mucho, aprovechó un breve descanso para tomar la guitarra acústica. Ahí se lanzó a cantar una antigua canción, That’s all right, Mama, un viejo estándar de r&b grabado por Arthur Crudup en 1946. La diferencia es que Elvis la tocó más acelerada y su interpretación fue mucho más desatada.
Aquel fue un ramalazo que los sacudió a todos. “De repente, Elvis comenzó a cantar esta canción, saltando y actuando como un tonto, y luego Bill tomó su bajo, y también comenzó a actuar como un tonto, y comencé a tocar con ellos”, recordó Scotty Moore años más tarde. “Creo que Sam tenía la puerta de la cabina de control abierta... asomó la cabeza y dijo: ‘¿Qué estás haciendo?’ Y dijimos: ‘No lo sabemos’. ‘Bueno, retroceda’, dijo, ‘trate de encontrar un lugar para comenzar, y hágalo de nuevo’”.
Así le dieron forma. El contrabajo de Black (que hoy posee Paul McCartney) tocado con técnica de slap sostenía el ritmo de la canción, mientras la guitarra de Moore, perfilaba al naciente rockabilly entre sus guiños al country, el fraseo en dos tonos y las escalas de blues. En la voz, Elvis suena más agudo y juvenil que nunca, sin dejar espacio para su contundente voz de tenor. Entusiasmados, notaron que por fin, tenían la canción. A la noche siguiente repitieron la fórmula con Blue moon of Kentucky, un añoso disco de bluegrass de Bill Monroe, que reservaron para la cara B del single que finalmente se lanzó un 19 de julio de 1954.
That’s all right, Mama le dio un nombre al joven Elvis. Pronto llegó hasta un programa de radio local, Louisiana Hayride, que lo difundió con entusiasmo ante la sorpresa de los oyentes que no podían creer que el cantante era un chico blanco. La canción no salió del repertorio de Elvis, incluso hasta en su decadencia en drogas y comida chatarra en Las Vegas era repasada con arreglos más grandilocuentes. Pero todavía conservó esa frescura inicial.